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Full text of "La Inquisición española y los problemas de la cultura y de la intolerancia"

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JG   7  195G 

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in  2014 


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LICENCIA  ECLESIASTICA 


NiKil  obstttt: 

Dr.  Andrés  de  Lucas 

Censor 
Madrid,  29-V-52 


Imprimase: 
tJOSE  MARIA 
Obispo  Auxiliar 


Nibil  obstat: 
Fr.   Manuel  Merino 
Censor 
Madrid.  18-I-53 


Imprimase: 

Fr.  Crescencio  Fernández 

Prior  Provincial 


UNOV  3  1955 

LA  INQUISICION  ^^^os¡o^^é 
ESPAÑOLA 

Y  LOS 

PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 
Y  DE  LA  INTOLERANCIA 


POR 

/ 

MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  5.  A. 


MADRID 

EDICIONES   CULTURA  HISPANICA 

1953 


AL  EXCELENTISIMO  SEÑOR  DON  MI- 
GUEL GOMEZ  DEL  CAMPILLO,  DE  LA 
REAL  ACADEMIA  DE  LA  HISTORIA  Y 
EX  DIRECTOR  DEL  ARCHIVO  HISTO- 
RICO NACIONAL 

Tengo  con  usted,  mi  respetable  y  querido 
amigo,  una  deuda  permanente  de  gratitud  que 
nunca  será  pagada.  Como  expresión  de  mi  agra- 
decimiento y  de  mi  devoción  por  usted,  quiero 
poner  al  jrente  de  este  libro  su  nombre,  reca- 
tado siempre  en  una  modestia  ingénita,  pero 
que  en  vano  oculta  para  los  que  le  conocemos 
sus  grandes  dones  de  espíritu  y  su  extraordi- 
naria preparación  histórica,  ennoblecido  todo 
por  el  carácter  íntegro  e  insobornable  del  caba- 
llero cristiano.  Dígnese  aceptar,  querido  ami- 
go, mis  mejores  deseos,  y  no  se  olvide  de  su 
buen  amigo  y  capellán  que  besa  su  mano. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE 


ADVER  T ENCIA  PRELIMINAR 


CUMPLE  al  autor  de  este  libro  precisar  cuidadosamente  ciertos 
extremos.  En  ninguna  de  mis  obras  he  intentado  hacer  la  apo- 
logía o  la  "detracción"  del  Santo  Oficio.  Personalmente  soy  lo  m,ás 
anti-inquisitorial  que  idearse  pueda,  como  hombre  inclinado  hacia  las 
soluciones  cordiales,  placiéndome  resolver  las  diferencias  y  los  antago- 
nismos conforme  a  métodos  humanos  de  transigencia  y  de  tolerancia, 
aunque  reconozcamos  que  en  muchas  ocasiones  resulta  del  todo  impo- 
sible mantener  estas  actitudes  de  cordialidad.  La  contumacia  en  el 
error,  con  consecuencias  funestas  para  los  mídeos  sociales,  las  intransi- 
gencias, las  influencias  alienígenas  contra  el  espíritu  del  terruño  natal, 
base  de  la  convivencia  política,  la  mentira  y  los  venenos  se  esparcen 
con  tal  virulencia  que  la  conservación  de  las  Instituciones  y  de  los  paí- 
ses postula  procedimientos  duros  y  violentos,  tínico  medio  de  superar 
la  crisis  humana  y  los  profundos  estiajes  espirituales. 

En  mis  libros  sobre  la  Inquisición  española  me  he  limitado  sencilla- 
mente a  señalar  sus  excelencias  y  sus  defectos  notorios,  con  la  añadi- 
dura en  emplear  en  casi  todas  sus  páginas  materiales  de  primera  mano. 

Pero  séame  permitido  formular  un  interrogante:  cuando  la  sociedad 
se  encuentra  invadida  de  predicadores  del  ateísmo,  es  decir,  de  nega- 
dores  de  la  Divinidad ;  cuando  en  nuestras  modernas  y  maravillosas 
ciudades  los  poderes  del  Mal  derraman  los  vinos  trastornadores  de  la- 
soberbia  satánica,  con  el  desprecio  de  todos  los  postulados  morales  y 
éticos,  abarrotadas  de  infrahombres  y  de  pederastas,  ¿no  será  exigen- 
cia ineludible  de  la  Humanidad  crear  tribunales  de  represión  policíaca, 


MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A 


con  métodos  enérgicos  y  expeditivos,  llámense  Direcciones  de  respon 
sabilidades,  llámense  Inquisiciones  generales^  Esto  es  todo. 

Urge  un  brevísimo  comentario  en  torno  de  este  libro. 

Los  dos  estudios  sobre  Indices  expurgatorios  y  censuras  (capítu- 
los I  y  III)  se  apoyan  en  referencias  inquisitoriales  de  la  época.  Pese 
a  la  amplia  información  de  Marcel  Bataillon  — tan  estimada  por  nos- 
otros—  en  su  clásica  y  discutida  obra  Erasme  et  l'Espagne,  las  inter- 
pretaciones que  ofrecemos  sobre  la  personalidad  del  doctor  Juan  de 
Vcrgara  son  nuestras,  a  planta  pedís  usque  ad  verticem  capitis,  fruto 
de  largos  estudios  sobre  preciosos  legajos  documentales,  donde  vive 
encerrada,  casi  sin  desflorar  y  ver  la  luz,  la  densa  y  apretada  vida 
de  nuestro  espíritu  crítico,  con  las  rebeldías  del  hombre  ibérico,  dis- 
conforme y  antagonista  a  tanta  vulgaridad,  a  tanto  lugar  común  y, 
sobre  todo,  a  tanto  dogmatismo,  frutos  no  precisamente  de  cultura, 
de  genialidad  o  de  verdadera  ciencia  eclesiástica,  sino  consecuencias 
de  la  ignorancia  gárrula  y  de  las  supersticiones  más  deplorables.  Acu- 
semos la  decisión  y  la  intrepidez  de  hombres  del  linaje  y  corte  de 
Vergara  y  Sigüenza,  víctimas  del  alud  de  una  colectividad  y  de  unas 
minorías,  sí  abroqueladas  en  la  "discreción"  y  en  la  "mensura",  pero^ 
también  en  la  ignorancia,  en  los  convencionalismos  y  en  las  rutinas, 
muerte  de  toda  vivaz  y  fecunda  tradición. 

Un  capítulo  importantísimo  de  este  libro  es  el  referente  al  si- 
glo XVIII ;  es  decir,  el  conjunto  de  notas  frescas  c  inéditas  que  apor- 
tamos para  el  estudio  de  una  de  las  épocas  más  interesantes  de  nues- 
tra historia  moderna.  Para  el  que  sepa  leer  entre  lineas  no  habrá 
dificultad  en  la  exégesis.  En  algunos  aspectos  y  modalidades,  el  siglo 
es  profundamente  español;  cuenta  con  valores  raciales  de  la  cepa  más 
maravillosamente  hispánica.  El  movimiento  de  modernidad  que  se  in- 
tentaba, procurando  readaptarnos,  encajar  con  Europa,  no  tuvo,  des- 
graciadamente, completa  vigencia,  desvirtuándose  en  muchas  mentes 
con  ruidoso  fracaso.  Acháquese  en  algunos  a  ignorancia;  acháquese 
en  otros  a  pasiones  inconfesables  y  a  ausencia  de  pondus  y  de  espíritu 
crítico.  Porque  dígase  con  toda  honradez  y  sinceridad  que  la  hostilidad 
pertinaz  y  flagrante  contra  instituciones  que  en  el  aspecto  dogmático 
están  y  estarán  siempre  para  un  católico  por  cima  de  toda  discusión  y 

—  8  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


controversia,  se  explica  adecuadamente  ante  el  movimiento  de  regre- 
sión,  de  incultura  y  de  mal  gusto  que  afectaba  en  la  vida  nacional  a 
núcleos  sociales  que  antaño  tuvieron  el  honor  de  ser  los  exponentes 
Tnús  acusados  de  la  vida  especulativa,  al  frente  siempre  de  todo  ím- 
petu critico,  de  toda  cxégesis  y  de  todo  ejercicio  mental,  lo  mismo 
en  la  Teología  que  en  el  Humanismo,  en  la  Poesía  que  en  la  Arqueo- 
logia  bíblica.  ¿Por  qué,  en  ve::  de  intentar  recoger  los  fermentos  an- 
tiguos, empalmando  con  la  vieja  tradición  renacentista  española  y  con 
las  nuevas  adquisiciones  europeas,  abominando  simultáneamente  de 
aquellos  clérigos,  momificados  en  las  corruptelas  más  inauditas,  se 
atacó  tan  injusta  y  feroismente  a  la  Iglesia,  con  tan  terribles  estragos 
morales  para  el  país,  con  consecuencias  tan  catastróficas  en  orden  a 
nuestro  sentimiento  religioso?  Algunos  aspectos  de  aquella  basofia  y 
de  aquella  decadencia  quedan  recogidos  en  este  libro,  explicándose  así 
la  insurgencia  y  la  protesta  española,  aunque  hayamos  de  lamentar 
los  excesos,  las  violencias  y  las  sinrazones  de  extremismos,  nada  in- 
telectuales, desasistidos  de  razones  históricas  y  de  criterios  magistrales. 

Resta,  finalmente ,  consignar  o  repetir  como  causa  principal  de  la 
declinación  española,  en  el  sentido  que  historiamos,  el  odium  theolo- 
gicum.  La  declinación  tenía  que  ser,  lógicamente,  lenta  y  laboriosa; 
pero  cuando  los  grandes  maestros  son  sustituidos  por  los  mediocres, 
heridos  de  esterilidad,  como  formados  en  barroquismos  y  en  todos  los 
abusos  y  excesos  de  la  antigua  seudodialéctica  escolástica,  tan  fusti- 
gada por  Cano  y  otros  insígales  varones,  la  crisis  llega  a  términos 
inauditos  y  a  realidades  inconcebibles;  es  decir,  se  amortigua  y  des- 
aparece la  investigación  crítica  de  la  verdad,  base  de  toda  especula- 
ción sapiente.  Ello  queda  expuesto  en  esta  obra,  y  el  estudio  será  am- 
pliado con  nuevas  referencias  y  argumentos  en  algún  próximo  libro 
mío,  consagrado  a  la  observación  de  este  conjunto  de  problemas  his- 
tóricos fundamentales,  de  la  mayor  importancia  y  trascendencia.  Así, 
ante  el  odium  theologiciim,  la  Inquisición  pasa  a  planos  muy  secun- 
darios en  los  debates,  siempre  actuales  y  permanentes,  sobre  nuestra 
pretendida  intolerancia... 

Miguel  de  la  Pinta  Llórente. 


—  9  — 


CAPITULO  PRIMERO 


Misión  fundamental  del  Santo  Oficio. — Ortodoxia  y  heterodoxia. — Un  texto  de 
don  Marcelino  Menéndez  Pelayo. — Derechos  de  la  autoridad  civil  y  eclesiástica. 
Primeras  provisiones  de  la  Inquisición  en  materia  de  libros  protestantes. —  Que- 
ma de  libros  hei  éticos. — Privilegios  inhibitorios. — Algunos  catálogos  romanos  y 
edictos  del  maestío  del  Sacro  Palacio. — El  catálogo  de  Lovaina. — Edictos  varios. 
Catálogos  de  don  Fernando  de  Valdés  e  Indices  de  los  años  1583  y  1584. — 
Biblias  protestantes. — Visita  de  navios. — Colaboradores.  —  Dictamen  del  doctor 
Jerónimo  de  Zurita  sobre  las  obras  literarias. — Humanistas  y  teólogo ,  notados. 
La  Biblia  de  Vatablo  de  Valencia. — El  padre  Juan  de  Pineda  y  sus  c  ilaborado- 
res  sevillanos. — Autores  antiguos  y  graves. — Catálogos  del  Cardenal  Sandoval 
y  Rojas.  —  La  librería  de  San  Lorenzo  del  Escorial.  —  Reglas  preconizadas. — 
Independencia  de  los  calificadores  españoles. — Indice  del  Maestro  del  Sacro  Pa- 
lacio.— Juntas  de!  año  1629. — Opiniones  del  padre  Juan  de  Pineda. — El  "Tos- 
tado", Eneas  Silvio  Piccolomini,  don  Francisco  de  Quevedo. — Publicación  del 
catálogo  de  1632 — Indices  de  don  Antonio  de  Sotomayor. — Otra  vez  don  Fran- 
cisco de  Quevedo.  —  Junta  de  1679.  —  Catálogos  de  los  años  1707  y  1747. — 


L  establecimiento  en  España  de  la  Inquisición  exige  desde  el 


1  (/  primer  momento  una  serie  de  providencias  }'  ordenaciones  que 
se  derivan  lógicamente  de  su  propia  e  íntima  naturaleza.  Fundada  es- 
trictamente para  proteger  en  la  Peninsula  la  Dogmática  ortodoxa, 
transmitida  por  una  serie  de  generaciones  exentas  de  levaduras  he- 
réticas, y  que  llegan  a  constituir  en  España  una  comunidad  política, 
asentada  primordialtnente  en  la  roca  pirenaica  de  la  fe,  pese  a  ser  la 
piel  ibérica  crisol  de  razas,  integrada,  consiguientemente,  por  castas 
muy  variadas  y  semejantes,  y  regidas  por  módulos  muy  contradicto- 


Una  opinión  del  autor. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


ríos,  postulaba  la  vigencia  de  todos  los  procedimientos  encaminados  a 
cumplir  y  llenar  su  misión  fundacional. 

En  vano  se  hubiera  luchado  al  iniciarse  los  albores  del  mundo  del 
Renacimiento  y  de  los  grandes  y  extraordinarios  descubrimientos  geo- 
gráficos, si  el  Santo  Oficio  no  hubiera  consagrado  sus  dones  y  su  fuer- 
za para  intervenir  y  prohibir  las  mercancías  averiadas  del  espíritu,  fru- 
tos unas  veces  de  la  ciencia  y  de  la  conciencia  heterodoxa,  francamen- 
te inadmisibles,  desde  el  punto  de  vista  católico  romano,  o  frutos  de  los 
descarríos  de  los  hijos  de  su  Bautismo  y  de  su  Credo. 

¿  Para  qué  hablar  de  los  derechos  de  todo  Estado  de  proscribir  los 
vehículos  de  expresión  de  la  propaganda  inmoral  o  de  la  propaganda 
política,  atentatoria,  no  contra  procedimientos  y  normas  ajenos  al  pro- 
pio pensar,  sino  debeladores  de  la  autoridad,  de  la  Moral,  de  los  prin- 
cipios éticos  y  religiosos  que  constituyen  la  base  de  todo  orden  social 
y  de  toda  dignidad  humana?  ¡Intolerancia!  Esta  intolerancia  es  vieja 
en  el  mundo,  y  se  ejerció  en  él  por  todos  los  Estados  y  por  todas  las 
Instituciones,  para  evitar  la  decadencia  trágica  a  donde  podía  arras- 
trar al  hombre  los  detritus  de  la  inmoralidad  con  todas  las  escorias 
y  vergüenzas  humanas,  ya  para  conservar  las  tradiciones  inmortales 
del  espíritu,  haciendo  aflorar  en  la  Humanidad  el  mármol  y  las  rosas... 

No  ha)'  mejor  golosina  para  el  gusto  que  el  buen  libro,  ni  peor 
veneno  que  el  libro  emponzoñado,  donde  larvada  o  abiertamente  se  de- 
rraman los  vinos  trastornadores  de  la  mentira  o  de  la  duda  con  todas 
las  negaciones  y  fermentos  de  la  herejía,  pretendiendo  arrancar  la  idea 
de  Dios  de  la  mente  humana,  o  haciendo  resbalar  al  hombre  por  la 
pendiente  de  las  claudicaciones  morales,  secuela  al  fin  de  cuentas  de 
la  metafísica  aceptada.  Piénsese  simplemente  en  los  estatutos  de  prensa 
y  en  las  leyes  de  censura  gubernativa  establecidas  en  las  naciones  mo- 
dernas, exigidas  para  la  normalidad  y  la  coherencia  políticas  de  los 
países  en  defensa  de  su  propia  constitución  histórica,  de  su  genio  pe- 
culiar, y  podremos  fácilmente  hacer  la  valoración  definitiva  de  la  fis- 
calización eclesiástica,  urgida  únicamente  en  nombre  del  patrimonio 
sagrado  de  la  fe  y  de  la  conciencia,  hostilizadas  sistemáticamente  lo 
mismo  en  las  épocas  de  crisis  flagrantes  que  en  las  etapas  fecundas  de 
renacimiento  y  de  plenitud. 


— •  12  — 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Es  el  mal  fuerza  progresiva  y  que  ofrece  perspectivas  ilimitadas  en 
su  desarrollo,  sin  las  interferencias  y  mediatizaciones  de  la  censura  ci- 
vil o  eclesiástica.  ¿  Puédese  hablar  de  intolerancia  y  de  inflexibilidad 
cuando  se  trata  de  salvar  y  proteger  el  depósito  de  las  verdades  dogmá- 
ticas? Ya  escribió  don  Marcelino  Menéndez  Pelayo  unas  páginas  elo- 
cuentes y  sabias  sobre  el  tema.  Si  entre  las  condiciones  psicológicas  de  la 
naturaleza  humana  precisamos  los  criterios  tajantes  y  definitivos  sobre 
la  posesión  de  las  pretendidas  verdades,  para  el  católico  el  problema 
adquiere  las  características  más  complejas,  y  la  más  exigente  respon- 
sabiHdad:  "el  que  admite  que  las  herejías  es  crimen  gravísimo  y  pecado 
que  clama  al  cielo,  y  que  compromete  la  existencia  de  la  sociedad  civil ; 
el  que  rechaza  el  principio  de  la  tolerancia  dogmática,  es  decir,  de  la 
indiferencia  entre  la  verdad  y  el  error,  tiene  que  aceptar  forzosamente 
la  punición  espiritual  y  temporal  de  los  herejes"  (i).  Nada  de  particu- 
lar, por  tanto,  que  la  Inquisición  utilizase  para  defensa  de  la  ortodoxia 
romana  todos  los  recursos  a  su  alcance,  y  que  no  se  contentase  con  los 
remedios  ordinarios  de  penitencias  espirituales,  reclusiones,  ayunos, 
azotes,  destierros  y  demás  procedimientos  extendidos  entonces  en  todos 
los  países,  sino  que  acudiese  a  la  intervención  y  prohibición  de  toda 
clase  de  libros  heréticos,  y  de  toda  otra  cualquiera  manifestación  in- 
telectual opuesta  a  nuestro  Credo  latino,  a  nuestro  sentimiento  re- 
ligioso. Estas  preocupaciones  cuajaron  en  los  célebres  Indices  Ex- 
purgatorios que  provocaron  tanta  hostilidad,  y  que  recogían  las  cen- 
suras y  prohibiciones  de  la  Inquisición  en  todas  las  materias  tocantes 
a  libros  heterodoxos  o  inmorales. 

Conviene  resolver  en  estas  primeras  líneas  un  interrogante.  Des- 
cartado el  positivo  derecho  de  la  Iglesia  para  prohibir  y  condenar  li- 
bros redactados  por  autores  católicos,  o  ajenos  a  nuestra  comunión 
religiosa,  pero  referentes  a  materias  ortodoxas,  cumpliendo  así  los 
fines  de  su  institución,  es  indiscutible  que  con  ese  mismo  derecho  y 
en  su  propia  esfera  puede  obrar  lo  mismo  la  autoridad  política  de  una 
nación,  interesándose  por  la  cultura  y  la  seguridad  moral  de  sus  súb- 


(i)  Don  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo  en  Historia  de  los  Heterodoxos  Es- 
partóles, tomo  II,  pág.  689,  Madrid,  i%o. 


—  13  — 


MIGUEL  DE.  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


ditos.  Tenemos  así  antecedentes  muy  antiguos  de  la  censura  de  libros. 
Recuérdese  la  pena  de  muerte  impuesta  por  Constantino  a  los  que 
leyeran  cierto  famoso  libro  de  Arrio.  El  Concilio  de  Efeso  alaba  la 
preocupación  de  Teodorico  y  Valentiniano  por  hacer  quemar  los  li- 
bros de  Porfirio  y  Nestorio.  Justiniano  prohibe  los  libros  de  los  IVla- 
niqueos  y  los  de  Severo.  El  Concilio  III  de  Toledo  refiere  que  por 
autoridad  del  Rey  Recaredo  se  quemaron  en  Toledo  los  libros  de  los 
Arríanos,  y  se  anota  por  los  autores  antiguos  cómo  habiéndose  pro- 
hibido por  la  Sede  Apostólica  el  libro  de  San  Julián  se  opuso  y  salió 
a  la  defensa  el  Rey  Egica,  logrando  que  corriese  el  libro. 

Todo  esto  es  cierto  e  indiscutible,  aunque  conviene  advertir  que 
valiéndose  de  estas  y  otras  referencias,  en  controversias  suscitadas 
en  el  siglo  xviii  sobre  el  tema  por  intelectuales  más  o  menos  sospe- 
chosos de  anticlericalismo,  o  exageradamente  nacionalistas,  se  repro- 
dujeron con  el  fin  de  disminuir  y  menoscabar  la  autoridad  del  Santo 
Oficio.  Se  trataba  sencillamente  de  las  regalías.  Esta  tradición  lite- 
raria estuvo  nutrida  de  obras  importantes.  Don  Francisco  Salgado, 
don  Juan  Solórzano,  Juan  Bautista  Larrea  y  Pedro  Salcedo,  entre 
otros,  son  los  exponentes  más  conspicuos,  y  Mirabal  y  Macanaz  no 
hacían  sino  responder,  por  pasiones  más  o  menos  inconfesables,  a 
las  exigencias  políticas  y  nacionalistas  del  tiempo  y  de  aquella  tradi- 
ción intelectual.  Así  afirmaba  Macanaz  que  la  prohibición  de  libros 
en  los  dominios  españoles  era  privativa  regalía  de  la  Corona  (2).  Del 
Expurgatorio  de  la  época  consta,  efectivamente,  que  el  primer  edicto 
promulgado  por  la  Inquisición  mandando  recoger  los  libros  prohibi- 
dos fué  en  el  año  1549,  y  nueve  años  después,  en  1558,  ordenaba  Fe- 
lipe II  la  ley  de  licencias  para  la  impresión  de  libros.  Deduciríamos 
de  todo  ello  que  la  facultad  de  intervenir  y  prohibir  libros  por  parte 
del  Santo  Oficio,  fue  jurisdicción  y  facultad  concedida  a  esta  Insti- 

(2)  He  leído  frecuentemente  en  libros  y  documentos  que  el  Concilio  Late- 
ranense  V  concedió  a  la  jurisdicción  eclesiástica  autoridad  para  aprobar  los 
libros.  Impugnaron  la  vigencia  de  esta  Ley  para  España,  según  parece,  el  P.  Suá- 
rez,  Martín  Navarro,  Fr.  Jerónimo  Rodríguez,  Bartolomé  Carranza,  el  Maestro 
Lezama,  Barbosa  y  otros.  Hasta  la  fecha  no  me  ha  sido  posible  contrastar  la 
referencia. 


—  14  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


tución  española  por  los  Pontífices  y  los  Reyes,  descartadas,  sin  em- 
bargo, las  exageradas  preocupaciones  y  alegatos  del  nacionalismo  re- 
galista  de  IVtacanaz  y  de  sus  conmilitones.  Y  es  indiscutible  que, 
independientemente  de  los  Reyes,  la  potestad  eclesiástica  ejercitó  este 
derecho  desde  sus  orígenes.  Inocencio  IV  prohibe  las  Biblias  adulte- 
radas (3) ;  Juan  XXII,  los  libros  sobre  magia ;  }•  es  sobradamente  co- 
nocido, para  no  insistir  en  el  tema,  cómo  la  mayoría  de  los  concilios 
generales  y  particulares  ordenaron  recoger  los  escritos  contra  el 
Dogma  y  la  Moral  cristianos.  Base  fundamental  de  la  vida  de  la  Igle- 
sia es  la  unidad,  y  ha  de  ser  así  defendida  como  garantía  de  su  con- 
tinuidad y  permanencia  contra  la  herejía  y  los  criterios  disconformes 
e  individuales,  fomentadores  de  la  disociación  y  del  escándalo.  Ya  en 
los  Hechos  de  los  Apóstoles  aparece  consignada  una  referencia  sobre 
quema  de  libros  acontecida  en  Efeso  (4). 

El  primer  despacho  en  materias  de  libros,  registrado  entre  la  do- 
cumentación inquisitorial,  parece  ser  una  provisión  de  Adriano,  In- 
quisidor general,  fechado  en  Tordesillas,  a  7  de  abril  de  1521,  para 
recoger  las  obras  de  Lutero  (5).  En  el  año  1523,  don  Alonso  Man- 
rique despachaba  una  abundante  correspondencia  a  diferentes  Inqui- 
siciones y  unas  letras  especiales  al  Corregidor  de  Guipúzcoa,  encar- 
gándole la  máxima  diligencia  para  que  las  obras  de  Lutero  se  entre- 
gasen a  los  inquisidores  (6).  Se  avisaba  también  a  los  de  Navarra 
para  poder  "cobrar"  los  libros  del  fraile  apóstata  que  fácilmente  atra- 
vesaban la  ra>a  fronteriza.  He  dado  a  conocer  en  mi  libro  La  Inqui- 
sición española  las  providencias  enviadas  a  la  provincia  de  Guipúz- 
coa, y  consignadas  al  inquisidor  Ayala.  Rezan  así  indicando  el  iti- 
nerario: "que  dexados  todos  los  negocios  luego  deue  yr  por  Santan- 
dria  (Santander)  a  Segura,  y  allá  ha  de  publicar  lo  de  los  libros 
que  se  tomaron  en  la  dicha  provincia  de  Guipúzcoa,  y  con  sermón, 
como  él  lo  acostumbra  bien  hazer,  e  imponer  edicto,  ha  de  amonestar 


(3)  Const.,  XXVIII,  n.  34. 

(4)  Capítulo  XIX,  vers.  19. 

(5)  A.  H.  N.  Inq.,  lib.  4.475. 

(6)  Ibídem. 

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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 

a  todos  los  que  supieron  alguna  cosa  contra  nuestra  santa  fe  chatóli- 
ca,  que  convenga  a  de  dezir.  La  misma  diligencia  ha  de  hazer  en  To- 
losa,  y,  porque  éste  es  uno  de  los  principales  pueblos  de  la  provm- 
cia,  puede  estar  alli  algunos  días,  y  de  allí  deue  >t  a  San  Sebas- 
tián, y  también  estar  allí   algunos  días,  y  publicar  en  el  Pasaje  y 
en  Oyarmín,  y  en  la  Rentería    la  prouisión  que  Ueua,  porque  allí 
se  tomaron  los  libros".  El  Protestantismo  constituyó  en  estos  años 
una  verdadera  preocupación  para  el  Santo  Oficio,  dado  su  afán  prose- 
litísta  y  propagandístico  extendido  a  todos  los  países.  He  dado  a  co- 
nocer anteriormente  en  mi  aludido  libro  otro  texto  del  mismo  inquisi- 
dor general,  Manrique,  escribiendo  desde  Valladolid  al  Prior  de  Lugo, 
interesándole  en  una  investigación  para  cerciorarse  de  la  no  exis- 
tencia de  libros  luteranos  por  la  región  gallega.  Por  los  años  1530  y 
1531  siguen  despachándose  cartas  acordadas  sobre  las  obras  de  Lu- 
tero  (7). 

Como  se  ve,  las  primeras  prohibiciones  de  libros  no  se  hicieron 
en  forma  de  Indices  Expurgatorios,  sino  por  cartas  acordadas  y  pro- 
visiones. Unas  veces  se  libran  para  recogerlos  por  dañosa  doctrina; 
otras,  para  expurgarlos,  continuándose  así  tradicionalmente.  Exis- 
tía, además,  la  costumbre  de  escribir  a  las  Universidades  del  Reino 
y  á  los  Colegios,  invitándoles  a  esta  clase  de  tareas  censorias.  Se 
reunieron  por  estos  apremios  doctas  asambleas  en  los  centros  uni- 
versitarios y  en  la  Corte  satisfaciendo  a  aquellas  demandas,  mientras 
que  los  comisarios  de  los  puertos  se  esmeraban  diligentemente  en 
las  habituales  inspecciones  de  las  "visitas"  de  los  navios  para  prohi- 
bir la  entrada  en  España  de  libros  heréticos  y  perniciosos.  Así  llega- 
mos hasta  el  año  1549,  fecha  del  primer  Edicto  librado  por  el  inqui- 
sidor general  don  Fernando  de  Valdés,  prohibiendo  la  lectura  de  li- 
bros prohibidos. 

Son  clásicas  algunas  de  las  quemas  de  libros  heterodoxos  veri- 
ficadas, unas  en  el  siglo  xvi  y  otras  en  la  primera  mitad  del  siglo 
siguiente.  En  la  plaza  de  Vivarrambla,  en  el  año  1500,  mandaba  el 


(7)  Cf.  Miguel  de  la  Pinta  en  La  Inquisición  española,  Madrid,  1948,  pá- 
gina 241. 

—  16  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Cardenal  Cisneros  arrojar  al  fuego  gran  número  de  alcoranes  y  de 
otras  materias.  Refieren  los  documentos  que  pasaron  de  "vn  quento  y 
cinco  mil  volúmenes"  sin  reservar  "illuminaciones  y  enquadernados 
de  mucho  valor".  Parece,  efectivamente,  que  muchos  de  aquellos  libros 
árabes  estaban  adornados  con  labores  de  plata  y  aljófar.  Cisneros 
residía  entonces  en  Granada,  y  no  había  llegado  aún  a  ser  Inquisi- 
dor General.  Achiqúese  el  acto  a  su  carácter  duro  e  inflexible  en 
materias  de  conciencia  y  de  fe,  sin  olvidar  sus  grandes  excelencias 
y  condiciones.  En  la  Atenas  salmantina  se  quemaron  públicamente  la 
cátedra  y  el  libro  de  Pedro  de  Osma.  Según  registro  de  la  Secretaría 
de  Aragón  (lib.  8),  el  año  1558  mandaba  el  Consejo  en  Valladolid 
que  se  quemasen  gran  número  de  libros.  En  25  de  noviembre  de  1623 
se  ordena  por  don  Antonio  Pacheco,  patriarca  e  inquisidor  general, 
recoger  los  libros  verdes  de  Aragón,  y  se  advierte  a  los  inquisidores 
de  Zaragoza  que  después  de  recogidos  se  quemen  públicamente,  y  que 
se  haga  con  acompañamiento  de  familiares  y  asistencia  del  alguacil 
y  notario  del  secreto,  ejecutándose  lo  dispuesto  el  día  de  San  An- 
drés (8).  Por  el  año  1632,  por  mandato  del  arzobispo,  inquisidor  gene- 
ral y  Consejo  de  la  Suprema,  se  quemaban  más  de  dos  mil  "cuerpos" 
de  libros  prohibidos,  verificándose  el  acto  en  el  Colegio  de  Agustinos 
de  Doña  María  de  Aragón,  ogaño  Palacio  del  Senado.  Más  de  se- 
senta mil  libros  de  artes  mágicas  y  encantamientos,  "sciencias  ilíci- 
tas  y  supersticiones",  se  quemaron  en  auto  público  en  Salamanca,  a 
la  vera  del  Convento  de  San  Esteban,  vedándose  por  edicto  públi- 
co la  retención  y  lectura  de  aquellas  artes  supersticiosas  y  vanas  (9). 

Aunque  por  las  leyes  de  la  Recopilación  española  se  establecía 
que  los  inquisidores  y  prelados  redactasen  todos  los  años  catálo- 
gos de  libros  prohibidos,  la  ejecución  de  esta  ley  se  reserva  úni- 
camente para  los  inquisidores.  Es  cierto  que  en  el  Indice  Expurga- 
torio de  Clemente  VIII  se  habla  indiferentemente  de  obispos  e  inqui- 
sidores ;  pero,  instituido  en  España  el  Santo  Oficio  con  su  autoridad 
y  procedimientos  para  conocer  la  herejía  y  proceder  contra  los  fau- 


(8)  .  A.  H.  N.  Inq.:  lib.  4.475. 

(9)  Cfr.  Grandezas  de  España...,  lib.  2,  fol.  228. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


tores  y  receptores  de  herejes,  se  mantuvo  el  criterio  de  independen- 
cia, con  potestad,  por  parte  de  los  inquisidores,  de  inhibir  a  jueces, 
obispos  y  arzobispos.  Conviene  precisar  unos  datos  muy  interesan- 
tes para  darse  cuenta  de  cómo  fue  favorecido  y  autorizado  este  pri- 
vilegio inquisitorial.  Por  la  "extravagante"  de  Julio  III  — "cum  me- 
ditatio"  — incluida  en  el  Catálogo  general  de  Lovaina,  impresión  de 
Toledo  (1551),  y  por  otro  "motu  proprio"  de  Pió  IV  — "cum  pro  mu- 
ñere"—  expedido  en  1564,  y  conservado  en  el  Bulario  Magno,  se 
revocaban  las  licencias  concedidas  a  toda  clase  de  personas,  incluidos 
obispos  )'  arzobispos,  de  leer  y  retener  libros  heréticos  o  sospechosos, 
excepto  los  inquisidores  y  comisarios  de  la  Sede  Apostólica.  Paulo  IV, 
por  otro  "motu  proprio"  del  21  de  diciembre  de  1558  — "exponi  nobis 
super  fecisti" —  revocaba  asimismo  las  mismas  licencias  y  facultades 
alcanzando  a  todas  las  dignidades  seculares  y  eclesiásticas,  para  leer 
libros  heréticos  condenados  o  reprobados  por  la  Santa  Sede,  o  por 
los  inquisidores  generales,  con  pena  de  excomunión  mayor  para  los 
contraventores.  El  mismo  Paulo  IV,  en  Breve  dirigido  a  don  Fer- 
nando de  Valdés  — incluido  en  el  Catálogo  del  año  1559 —  le  otorga 
facultades  para  compeler  con  censuras  y  penas  eclesiásticas  a  los 
lectores  y  ocultadores  de  libros  heréticos,  sin  exceptuar  a  prelados 
más  o  menos  eminentes  por  su  dignidad.  Clemente  VIII,  en  el  "motu 
l^roprio"  que  comienza  "cum  sicut  accepimus"  de  1612,  dirigido  al 
Cardenal  Sandoval  y  Rojas  revocaba  todas  las  licencias  de  leer  y  re- 
tener libros  prohibidos  con  censuras  "ipso  facto  incurrendas",  reser- 
vando la  absolución  al  Romano  Pontífice  o  a  los  inquisidores  genera- 
les. Lo  mismo  ordenaba  Urbano  VIII,  y  está  recogido  su  documento 
apostólico  en  el  Expurgatorio  de  1632.  Es  decir,  que  privilegios  tan 
excepcionales  y  notorios  se  cometen  exclusivamente  a  los  inquisido- 
res generales,  con  facultad  de  inhibir  a  los  obispos,  retirándose  todas 
las  licencias  anteriormente  concedidas  para  leer  }•  poseer  libros  heré- 
ticos y  sospechosos,  condenados  por  los  inquisidores  generales  de 
España,  confiriéndoles  la  potestad  de  proceder  contra  los  violadores 
de  esta  ley. 

Amplitud  tal  de  derechos  y  prerrogativas  tan  excepcionales  otorga- 
das graciosamente  a  las  Inquisiciones  hicieron  que  pudieran  éstas  lie- 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


nar  cumplidamente  su  cometido,  sucediendo  a  las  cartas  acordadas  y 
a  las  provisiones  los  Indices  Expurgatorios. 

Refiriéndonos,  a  título  incidental,  a  los  Catálogos  romanos  po- 
demos hacer  mención  de  algunos  de  los  publicados  por  los  Pon- 
tífices. El  primero  lleva  por  título  Index  Lihrorum  prohibitorimi 
cum  rcgulis  conjectis  per  Paires  a  Tridentina  Synodo  selectos,  aufo- 
ritate  FU  IV  primum  editus.  Su  data  es  el  año  1564.  Siguieron  las 
mejoras  y  ampliaciones  de  Sixto  V  y  Clemente  VIII,  reduciéndose 
la  obra  a  un  volumen  de  dimensiones  reducidas.  Después  del  Indice 
de  Clemente  VIII  se  publicaron  algunos  decretos  de  la  Congrega- 
ción de  Cardenales  de  la  Inquisición  y  del  Maestro  del  Sacro  Pa- 
lacio. 

Son  interesantes  los  edictos  del  Maestro  del  Sacro  Palacio.  El 
de  1603  prohibe  cincuenta  y  seis  autores.  En  1606  los  cardenales  in- 
quisidores intervienen  unos  libros  impresos  por  la  República  de  Ve- 
necia  sobre  las  censuras  de  Paulo  V  y  otros  Pontífices.  El  edicto  de 
1609  veda  tres  autores,  y  entre  ellos  figura  la  Apología,  del  Rey  de 
Inglaterra.  Otro  edicto  publicado  en  la  misma  fecha  prohibió  vein- 
tiséis autores,  destacándose  el  nombre  esclarecido  del  Padre  Suárez 
y  el  del  Rey  de  Inglaterra  con  su  Institutio.  En  1613  se  incluía  entre 
las  obras  vedadas  la  Apología,  de  Belarmino,  pro  jure  Principuvi.  En 
el  decreto  de  1621  de  la  Congregación  Cardenalicia  se  registra  entre 
otros  autores,  a  nuestro  Barbosa;  y  en  1628  la  misma  Congregación 
Cardenalicia  prohibía  diez  autores,  acusándose  principalmente  Ma- 
riana, vinculado  al  "Discurso"  sobre  el  gobierno  de  la  Compañía;  el 
desdichado  Padre  Poza,  con  su  Elncidarium  y  el  libro  De  regia  pro- 
tectione,  del  regalista  don  Francisco  Salgado.  Basten  estas  líneas  para 
satisfacer  la  curiosidad  erudita. 

Compete  especialmente  a  nuestra  tarea  investigadora  la  exposi- 
ción de  los  Indices  Expurgatorios  españoles  con  aspecto  muy  fun- 
damentales. 

El  año  1539  solicitaba  el  Emperador  de  la  Santidad  de  Paulo  III 
la  gracia  de  encomendar  a  los  inquisidores  españoles  la  expurga- 
ción y  prohibición  de  los  libros  luteranos.  Con  este  motivo  y  para 
asegurar  mejor  la  empresa  se  dirigía  el  Monarca  a  la  Universidad 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


de  Lovaina  con  el  ruego  de  que  se  redactase  un  Catálogo  de  libros 
prohibidos.  Simultáneamente  publicaba  varios  edictos  prohibiendo 
la  impresión  de  libros  de  perniciosa  doctrina.  Se  aspiraba  en  la  re- 
dacción del  Catálogo  de  Lovaina  a  una  censura  docta  de  libros  y 
proposiciones,  verificada  mediante  examen  "magistral,  consultivo  y 
escolástico",  con  la  ambición  de  lograr  un  Indice  básico  que  res- 
pondiera a  las  exigencias  del  momento.  Editado  el  Catálogo  de  Lo- 
vaina se  reimprimía  en  las  prensas  de  ValladoUd  en  el  año  1551,  y 
deseando  el  Inquisidor  general  don  Fernando  de  Valdés,  Arzobispo  de 
Sevilla,  ocurrir  al  remedio  de  la  circulación  de  los  libros  hetero- 
doxos, determinaba  en  el  mismo  año  de  1551  redactar  otro  Catálogo, 
como,  efectivamente,  se  ejecutaba,  incorporando  en  él,  el  Catálogo 
de  la  Universidad  de  Lovaina,  con  la  extravagante  de  Julio  III 
contra  los  lectores  y  retentores  de  libros  prohibidos  o  reprobados. 
Otrosí,  se  publica,  además,  un  edicto  para  que  se  guarde  dicho  Catá- 
logo, pena  de  excomunión  mayor  latee  sententice  y  se  amenazaba  a 
los  transgresores  como  inobedientes  y  sospechosos  en  la  fe.  El  Ca- 
tálogo se  imprimió  y  reimprimió  en  varias  localidades.  En  Toledo, 
en  la  "oficina"  de  Juan  de  Ayala  (1531),  y  en  Granada,  en  casa  de 
Juan  Blavio  (año  1552).  El  año  1554,  por  otro  edicto  de  don  Fernan- 
do de  Valdés,  se  publicaba  la  censura  general  contra  los  errores  es- 
parcidos por  los  herejes  en  la  Sagrada  Escritura:  "Censura  Genera- 
lis  contra  errores,  quibus  recentes  haeretici  sacram  scripturam  asper- 
serunt,  edita  a  supremo  scnatu  Inquisifionis  aduersus  hereticam 
prauitatem  et  apostasiam  in  Hispania,  et  aliis  regnis,  et  dominiis 
Cesarece  Majestatis  constituto" .  Se  imprimió  en  Valladolid,  en  la  im- 
prenta de  Francisco  Fernández  de  Córdoba,  con  privilegio  imperial, 
consignándose  principalmente  la  advertencia  de  no  poder  retenerse 
Biblias  impresas  desde  1528,  sin  licencia  y  advertimiento  del  Santo 
Oficio  (10).  Por  el  año  1559,  y  ordenado  también  por  Valdés,  se  pu- 

(10)  "Catalogi  Librorum  Reprobatorum  et  prselegendorum  ex  iudicio  Aca- 
demiae  Lovaiiiensis.  Cum  edicto  Caesareas  Maiestatis  evulgati.  Pinciae,  ex  offici- 
na  Francis.  Ferdi.  Corbuden.  Anno  Domini,  M.D.L.I.,  mandato  de  consilio  sanctse 
generalis  Inquisitionis. " 

"Catalogus  librorum  Reprobatorum  Ex  Ivdicio  Academiae  Lovaniensis  Cum 


—  20  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


blicaba  otro  Expurgatorio,  interesante  como  todos,  desde  el  punto 
de  vista  literario.  De  él  se  hicieron  dos  ediciones  en  Valladolid. 
Las  dos  se  imprimieron  en  casa  de  Sebastián  Martínez.  Abarca  las 
secciones  de  libros  prohibidos  latinos,  castellanos,  alemanes,  fran- 
ceses y  lusitanos.  Una  de  estas  ediciones  aumenta  )'  amplía  la  pri- 
mera, donde  ya  se  consignaban  los  trabajos  de  censura  que  se  esta- 
ban llevando  a  cabo  para  perfeccionar  la  redacción.  En  la  sección  de 
libros  en  romance  se  consideran,  sobre  todo,  los  peligros  de  los  ejem- 
plares y  ediciones  hebraicos  y  las  Horas,  Evangelios  y  epístolas 
paulinas,  editadas  en  lenguaje  vernacular.  Aluden  asi  a  ellos  los  in- 
quisidores: "todos  los  libros  hebraicos,  o  en  cualquier  lengua  es- 
criptos  que  contengan  ceremonias  iudaicas ;  todos  qualesquier  libros 
scriptos  en  hebraico,  o  en  otra  lengua  vulgar  que  sean  de  la  ley 
vieja,  y  libros  de  la  secta  de  Mahoma,  scritos  en  arábigo,  o  en  ro- 
mance, o  en  qualquiera  otra  lengua  vulgar...;  las  horas  sobredichas 
se  prohiben ;  porque  algunos  dellos  no  conuiene  que  anden  en  roman- 
ce ;  otros,  porque  contienen  cosas  vanas,  curiosas  y  apócrifas  y  su- 
persticiosas, y  otros  porque  tienen  errores  y  heregias ;  y  porque  ay 
algunos  pedamos  de  Euangelios  y  Epístolas  de  Sant  Pablo,  y  otros  lu- 
gares del  Nueuo  Testamento  en  vulgar  castellano,  ansí  impresos  como 
de  mano,  de  que  se  han  seguido  algunos  inconuenientes,  mandamos 
que  los  tales  libros  y  tractados  se  exhiban  y  se  entreguen  al  Sancto 
OfFicio,  agora  tengan  nombre  de  autor  o  no"  (ii). 

Hasta  los  años  1583  y  1584,  en  los  que  se  imprimen  los  dos  gran- 


Edicto  Caesareae  Maiestatis  Evvlgus  Extravagans  Sanctissimi  Domini  nostri 
D.  lulii  papje  tertii  contra  tenentes  seu  legentes  libros  prohibitos  vel  repróbalos. 
AHts  Catalogvs  Librorum  auctoritate  illustrissimi  ac  reuereiidissimi  domini 
D  Ferdinandi  de  valdes  archiepiscopi  Hispalen  inquisitoris  generalis ;  et  domi- 
norum  de  consilio  sanctíe  generalis  inquisitionis  iam  pridem  reprobatorum  cum 
edicto  dominorum  inquisitorum  apostolicoriim  in  ciuitate  Toletaa  residentium, 
quorum  censura  nonnulli  alii  libro  novissime  reprobati :  prioribus  adiuiigtintur. 
Toleti,  ex  Officina  Ion  de  Aisala.  Anno:  D.  1551." 

(11)  "Cathalfiguvs  librorum  qui  prohibendur  mandato  Illustrissimi  et  Reve- 
rend.  D.D.  Ferdinandi  de  Valdes  Hispalen.  Archiepi,  Inquisitoris  Generalis  His- 
panix,  necnon  et  Suprenii  Sanctoe  ac  Generalis  Inquisitionis  Senatus  Hoc  Anno 


—  21  — • 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


des  catálogos  del  Cardenal  Quiroga,  se  registran  en  la  serie  de  pu- 
blicaciones de  este  carácter,  llevando  en  las  portadas  el  nombre  de 
nuestro  Rey  Felipe  II,  diferentes  edictos  y  expurgatorios  editados  en 
el  extranjero,  en  los  países  políticamente  españoles  y  sujetos  a  nues- 
tro dominio.  Así,  los  editados  sucesivamente  en  Amberes  en  los  años 
1570  (dos  ediciones)  y  1571,  figurando  en  esta  edición  la  firma  del 
eximio  Arias  Montano,  quien  redactaba  la  advertencia  preliminar  o 
el  prefacio  disertando  sobre  la  elaboración  del  catálogo,  en  el  que  se 
recogen  — escribe —  los  prohibidos  de  más  uso  y  circulación. 

Fue,  como  decimos,  en  los  años  1583  y  1584  cuando  el  gran  Car- 
denal don  Gaspar  de  Quiroga,  inquisidor  general,  decidió  la  publica- 
ción de  los  dos  catálogos  que  llevan  su  noml^re,  y  que  se  editaron  con 
aplauso  de  todos  los  doctos ;  con  decir  que  tuvo  parte  activa  en  su 
redacción  el  Padre  Juan  de  Mariana,  ya  quedan  ponderadas  sus  ca- 
lidades y  excelencias.  Se  cuenta  que  el  ilustre  jesuíta  tuvo  consigo 
durante  mucho  tiempo  cuatro  amanuenses  ayudándole  en  la  fatigosa 
tarea.  El  Cardenal  explica  y  expone  la  urgencia  y  necesidad  de  su  In- 
dice expurgatorio:  "Y  auiéndose  platicado  y  conferido  diuersas  veces 
en  el  Consejo  de  la  santa  general  Inquisición,  ha  parescido  que  se 
deuía  ordenar  e  imprimir  otro  nueuo  Catálogo  e  Indice  vniuersal  de 
los  libros  que  se  deuan  prohibir  (de  que  se  tiene  noticia)  assí  de  au- 
thores  hereges,  como  otros  que  contienen  falsa  y  reprouada  doctrina 
o  sospechosa  doctrina ;  de  cuya  lectión  resultarían  muchos  y  grandes 
inconuenientes ;  y  dar  algunas  reglas  generales,  que  comprehendan  los 
demás  libros  y  tractados,  de  que  al  presente  no  hay  particular  noticia, 
y  que  de  aquí  adelante  (en  cualquier  tiempo)  se  descubrieren,  escrí- 
uieren  o  publicaren.  El  qual  dicho  nueuo  Catálogo  está  ordenado  e 
impreso  con  mucho  acuerdo  y  deliberación  de  las  Vniversidades  destos 


M.D.L.IX  editufl.  Quorum  iiissu  et  licentia  Sebastianus  Martincz  Escudebat 
Pinciae. " 

"Cathalogvs  librorum,  qui  prohibentur  mandato  Illustrissimi  et  Reuerend. 
D.D.  Ferdinandi  de  Valdes  Hispan  Archiepi,  Inquisitoris  generales  Hispanire. 
Necnon  et  Svpremi  Sanct:e  Ac  Generalis  Inquisitionis  Senatvs.  Hoc  anuo 
M.D.LIX  editus.  Quorum  iussu  et  licentia  Sebastianus  Martinez  Excudebat. 
Pincia'. " 


— •  22 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Reynos,  y  de  otras  muchas  personas  doctas  que  para  este  efifecto  se 
consultaron"  (12). 

Una  de  las  cuestiones  que  más  interesaron  a  través  de  todos  estos 
años  a  que  nos  acabamos  de  referir  fue  el  asunto  de  las  Biblias,  de 
las  Biblias  protestantes  que  penetraban  en  España,  burlando  la  vigi- 
lancia de  los  puestos  fronterizos.  Constantemente  se  introducían  con 
ellas  libros  heréticos  al  socaire  de  otras  mercancías.  Se  introdujeron 
muchos  valiéndose  los  agentes  hasta  de  las  botas  de  vino :  se  cons- 
truían en  el  fondo  o  en  el  medio  ciertos  compartimientos  con  tal  in- 
dustria y  sagacidad  que,  examinándolas  ya  por  la  boca  o  por  los  cos- 
tados, no  se  descubrían  fácilmente  los  libros  (13).  Entre  éstos  figura- 
ban para  los  inquisidores  como  blanco  especial  de  sus  preocupaciones 
y  solicitudes  las  Biblias  "deprabadas"  que  continuamente  penetraban 
en  la  Península.  En  el  mes  de  diciembre  de  1553  enviaba  el  Monarca 
español  unas  letras  a  Fray  Domingo  de  Soto  ordenándole  se  perso- 
nase en  la  Corte  para  intervenir  en  el  Consejo  de  la  Inquisición,  pró- 
ximo a  reunirse,  para  determinar  lo  pertinente  en  la  máteria.  Se  acude 
al  fraile  dominico  "por  la  qualídad  de  vuestra  persona  y  por  la  mu- 
cha noticia  y  experiencia  que  tenéys  destos  negocios"  (14).  También 
se  comisionaba  al  doctor  Millán  para  registrar  y  caHficar  los  libros 

Í12)  "Index  et  Catalogvs  Librorum  prohibitornm,  mandato  Illustrissimi  ac 
R'euerendiss.  D.D.  Gasparis  Qviroga  Cardenalis  Arcliicpiscopi  Toletani,  ac  in 
Regnis  Hispaniarum  Generalis  Inquisitoris,  denuo,  editus.  Cnm  Consilio  Sv- 
premi  Senatus  Sanctse  Generalis  Inquisitionis.  Madriti,  Apud  Alphonsum  Gome- 
zium  Regium  Typographum,  Anno  M.D.LXXXIII." 

"Index  Expnrgatorivs  Librorvm  Qvi  Hoc  SeccvIo  Prodiervnt,  Vel  doctrin;c 
non  sanae  errorüius  inspersis,  vel  inutilis  et  offensivas  nialedicentias  fellibus  per- 
inixtis,  justa  sacri  Concilii  Tridentini  decretum ;  Philippi  II  Regis  Catholici 
jussu  et  authoritate,  atque  Albani  Ducis  consolio  ac  ministerio  in  Belgia  con- 
cinnatus ;  anno  M.D.L.XXI.  Acceserunt  huic  aditioni  Excerpta  Aliorum  Li- 
brorum Expurgatorum,  qui,  in  Indice  hoc  Bélgico  desiderabantur,  Ex  índice 
Hispánico,  lUvslrissimi  D.D.  Gasparis  Qviroga,  Cardinalis  et  Archiespiscopi 
Toletani.  Hispa,  generalis  Inquisitoris  iussu  edito.  De  Consilio  Supremi  Senatu 
S.  Generalis  Inquisitionis,  justa  exemplar  quod  typis  mandatnm  est  Madriti, 
apud  Alphonsum  Gomezium,  regium,  Typographum,  anuo  M.D.T,XXXI\'." 

(13)  A.  H.  N.  Inq.,  lib.  1.278. 

(14)  A.  H.  N.  Inq.,  Hb.  248. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 

conservados  en  el  Hospital  de  Tavera.  Ocupaban,  al  parecer,  dos  pie- 
zas -randes  y  otras  estancias  menores  de  la  casa.  Informa  el  mqui- 
sidor  a  mediados  del  año  1561  "que  ay  Biblias  y  textos  ""evos  en 
cantidad  de  los  que  siguen,  ansí  en  latín,  como  en  vulgar.  Ay  Biblias 
de  las  defendidas  por  el  Catálogo  y  censuras,  las  quales  no  se  truxe- 
ron  en  el  término  de  la  corrección,  expresadas  en  el  Cathalogo  y  Cen- 
sura Ay  otras  Biblias  que  no  son  expresadas  en  la  censura  y  Catha- 
logo  las  quales  tienen  los  mismos  herrores  que  las  expresadas,  o 
algunos  dellos".  En  el  margen  se  anota:  "que  se  quemen".  Se  quema 
también  otra  clase  de  Biblias  ortodoxas  y  sin  incluir,  por  t^^t^' 
Catálogo,  pero  que  adolecen  de  una  tacha  curiosa:  "Ay  otras  Biblias 
contenidas  en  el  cathálogo  que  no  tienen  herrores  ningunos  de  los 
contenidos  en  la  censura,  ni  otro  alguno.  Créese  que  solamente  fueron 
prohibidas  por  auer  dicho  el  impresor  falsamente  que  eran  corregida, 
por  Fray  Domingo  de  Soto,  ympresas  en  Salamanca  por  Andrea  de 
Portonaris."  Las  exposiciones  de  Montesino  y  de  Valtanas  también 

se  quemaron  (15).  . 

Sobre  las  traducciones  en  romance  de  los  textos  sagrados  se  ha- 
bía ordenado,  por  la  regla  IV  del  Indice  del  Concilio  de  Trento,  edi- 
tado por  Pío  IV  en  1564,  atender  a  las  disposiciones  de  los  mqmsi- 
dores  en  todo  lo  referente  al  uso  de  aquellas  traducciones.  \  a  en  el 
Catálogo  de  libros  prohibidos  de  Paulo  IV  en  I559  se  prohibía,  como 
después  lo  hizo  el  inquisidor  Valdés,  imprimir,  leer  o  retener  sin  li- 
cencia de  la  Inquisición  Romana  Biblias  traducidas  en  lenguas  vul- 
gares, alemán,  francés,  espaííol  o  flamenco  (16).  Del  año  1603  se  con- 
serva una  epístola  de  los  inquisidores  de  Sevilla  insistiendo  en  que 
los  comisarios  de  los  puertos  -visiten"  con  toda  diligencia  los  navios 
arribados  a  nuestras  playas,  fiscalizando  fardos  y  baúles  para  inter- 
ceptar una  edición  de  Biblias  en  lengua  vulgar  que  quenan  introducir 
desde  Holanda  los  protestantes:  "Estén  con  mucho  cuydado  de  visi- 
tar los  nauíos  y  fardos  que  a  ellos  aportaren,  para  ver  si  en  ellos  vie- 
nen las  Biblias  en  lengua  española  corrumpida  e  instrucciones  de 

(15)  A.  H.  N.  Inq.,  Hb.  324- 

(16)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4-421. 


—  24 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


aíjuellos  estados  de  Flandes,  Olanda  y  Gelanda  que  han  echo  impri- 
mir a  su  costa  para  metellos  en  España,  y  que  este  cuydado  se  les 
está  encomendado  por  este  Santo  Oficio  a  los  dichos  Comisarios"  (17). 

Han  llegado  hasta  nosotros  muy  escasas  referencias  de  las  cola- 
boraciones de  intelectuales  en  la  elaboración  de  los  primeros  Indices 
expurgatorios  españoles.  Como  nota  excepcional,  se  acusan  las  activi- 
dades del  Padre  Juan  de  Mariana  y  del  polígrafo  extremeño  Benito 
Arias  Montano.  Sabemos  que  existía  entre  la  documentación  inquisi- 
torial una  copiosa  correspondencia  sobre  el  tema,  preocupándose  la 
Suprema  de  la  elección  y  nombramiento  de  calificadores.  El  2  de  se- 
tiembre de  1572,  el  Consejo  se  ponía  al  habla  con  el  doctor  Diego  de 
\'era,  doctoral  de  Salamanca  y  catedrático  de  Decretos  en  aquella 
ciudad,  con  la  pretensión  de  nombrarle  para  las  tareas  censorias  en 
la  redacción  de  los  Catálogos,  supliendo  con  su  asistencia  al  comisa- 
rio del  Santo  Oficio,  Francisco  Sancho,  hombre  de  muchas  historias, 
que  había  recibido  órdenes  reales  para  desplazarse  a  la  Ciudad  Eterna. 
Se  le  entregan  a  Vera  los  papeles  de  Sancho,  con  el  memorial  ya  re- 
dactado por  aquel  inquisidor,  y  se  recomiendan  para  su  trabajo,  como 
colaboradores,  a  Fray  García  del  Castillo,  monje  benito,  y  al  maes- 
tro León  de  Castro,  "por  ser  docto,  curioso  y  desocupado"  (18). 
A  fines  del  mismo  año,  y  prosiguiendo  el  Consejo  Supremo  en  estos 
negocios  y  debates,  se  enviaban  letras  al  decano  y  Colegio  de  Teólo- 
gos de  la  Salmanticense,  con  la  invitación  de  reunirse  para  tratar  so- 
bre el  tema:  "Ha  parescido,  señores,  pediros  y  encomendaros  mucho 
que  los  juntéis  en  el  lugar  que  os  pareciere,  que  si  le  vbiese  en  las 
schuelas,  sería  apropósito  para  tratar  de  lo  que  os  fuere  propuesto, 
continuando  lo  que  tan  bien  y  con  tanta  diligencia  aueis  hecho"  (19). 

¿Qué  valoraciones  críticas  profesaban  los  hombres  de  letras  de  la 
época  acerca  de  la  prohibición  de  obras  literarias  por  el  Santo  Ofi- 
cio ?  Se  ha  conservado  el  dictamen  de  Jerónimo  Zurita,  y  es  tan  in- 
teresante, y  a  la  vez  tan  poco  conocido,  que  merece  reproducirse  en 


(17)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  2.954- 

(18)  A.  H.  N.  Inq.,  lib.  326. 

(19)  A.  H.  N.  Inq.,  ibidem. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


estas  páginas.  Zurita  lo  dirige  a  la  Inquisición,  y  son  muy  de  notar 
sus  observaciones.  Escribia :  "En  lo  que  toca  a  los  libros  (jue  dañan 
las  costumbres,  parece  que  se  puede  considerar  en  dos  maneras :  o  son 
libros  latinos,  o  vulgares  en  español  o  en  otras  lenguas."  A  los  lati- 
nos los  divide  Zurita  en  tres  órdenes:  "O  son  — dice —  Epigramma- 
torios,  como  Catullo  y  Marcial  y  la  Priapeia,  que  anda  al  cabo  de  Vir- 
gilio ;  Elegiacos,  como  Tibulo  y  Propercio  y  Ouidio ;  otros  son  Cómi- 
cos, como  Planto  y  Terencio.  De  todos  éstos,  el  Indice  del  Concilio 
dice  que  los  puedan  tener,  mas  que  en  los  estudios  no  los  lean  a  los 
muchachos.  Esto  está  muy  sancta  y  prudentemente  mandado;  que  si 
los  vedaran  absolutamente  fuera  quitar  toda  la  imitación  y  propiedad 
de  la  lengua  latina,  ponqué  Ovidio  tiene  gran  ingenio  y  experiencia  de 
muchas  cosas,  >•  las  pone  delante  los  ojos  con  gran  facilidad  y  elo- 
quencia;  Tibulo  y  Propercio  tienen  mucha  elegancia  y  ornato,  y  tra- 
tan esta  materia,  como  caualleros  que  eran  muy  cuerdos  y  bien  ha- 
blados ;  Catullo  y  Marcial  tienen  mucha  agudeza,  y  aunque  en  Catullo 
ay  algunas  deshonestidades,  escríuelas  con  buen  término,  como  se  dixo 
de  Tibulo  y  Propercio :  ay  en  él  muchas  virtudes  de  poesía  y  imita- 
ción de  autores  griegos;  Marcial  habla  en  esto  más  deshonestamente: 
cuando  no  trata  de  cosas  lascivas  tiene  auisos  dichos  con  malicia  sa- 
brosa y  erudita,  embuelta  en  mucho  donayre,  por  donde  aduierte  de 
las  inepcias  y  pesadumbres  que  algunos  dan  por  no  mirar  en  ellas, 
o  por  no  saber  más." 

Acerca  de  los  libros  vulgares,  así  en  lengua  española  como  en  las 
extranjeras,  sigue  Zurita  alumbrando  con  su  ingenio  y  cultura  el 
tema:  "Los  de  otras  lenguas  en  la  gente  ordinaria  ay  pocos  que  los 
entiendan,  y  ansí  los  tales  Hbros  que  tubieren  eloquencia  o  ingenio, 
y  las  virtudes  de  poesía  que  aprouechan  para  formar  y  enriquecer  el 
st)'lo,  como  está  dicho  de  los  poetas  latinos,  aunciue  tengan  algunas 
cosas  menos  honestas,  o  que  traten  exprofeso  cosas  de  amores,  parece 
que  no  se  deben  vedar."  Así,  recomienda  el  cronista  aragonés  los  so- 
netos del  Petrarca,  los  "Asolanos"  de  Pedro  Bembo,  las  novelas  de 
Bocaccio  y  los  Cánticos  de  Ausias  March.  Las  lascivias  y  deshones- 
tidades de  Bocaccio  exigen  la  expurgación,  pero  recomienda  no  se  ve- 
den, "por  ser  las  más  de  ellas  ingeniosísimas  y  muy  eloquentes". 

—  26  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Los  libros  en  romance  patrio  le  ofrecen  otras  clasificaciones.  Pri- 
mero, los  devotos,  para  los  que  recomienda  las  reglas  generales.  Los 
de  "caballería"  e  imaginación  los  considera  "sin  artificio  y  erudición". 
Exceptúa  los  cuatro  libros  primeros  del  Amadís,  bien  compuestos. 
Valora  La  Celestina,  Cárcel  de  Amor  y  Qucstión  de  Amor,  entre  los 
libros  amorosos  escritos  con  honestidad  e  ingenio ;  en  cambio,  censu- 
ra la  Comedia  Florinea,  La  Thebaida  y  La  Resurrección  de  Celestina. 
Escribe  Zurita  que  estos  libros  están  escritos  con  "gazefatones,  que 
ningunas  orejas  honestas  los  deben  sufrir". 

Se  refiere,  finalmente,  después,  a  las  poesías  antiguas  y  modernas. 
Qué  podía  decir  Zurita  sino  el  dicho  conocido  de  Marcial :  Simt  hotia 
qucedam,  sunt  mediocria,  siint  mala  multa;  aliter  non  consfat,  Auite, 
liber.  "En  nuestras  coplas  de  amores  — así  se  expresa —  se  han  dicho 
muchas  agudezas,  y  también  muchas  liuiandades  e  impertinencias;  po- 
dría algún  hombre  de  juicio  diputado  para  esto  dexar  algunos  y  qui- 
tar otros."  Fina  poesía  que  no  debe  prohibirse  eran  para  Zurita  La 
Celestina,  Boscán  y  Garcilaso,  Don  Diego  de  Mendo:2a,  el  Cancione- 
ro General,  las  coplas  de  Rodrigo  de  Cota  y  el  Triunfo  del  Amor,  de 
x\lvar  Gómez  de  Mendoza.  Sobre  Garcilaso  vierte  este  juicio:  "De 
Garcilaso  se  puede  decir  que  compite  con  los  poetas  latinos,  y  que  con 
gran  felicidad  los  imita  y  le  pueden  leer  las  Vírgenes  Vestales  y 
así  sería  gran  pérdida  para  el  lustre  de  nuestra  lengua  vedar  sus 
obras"  (20).  ¿Qué  apreciaciones  formularía  un  saltatumbas  literario 
anticlerical  y  moderno  sobre  dictamen  tan  magnífico  de  Zurita,  oscu- 
rantista y  retrógrado? 

*    *  * 

El  proceso  de  la  cultura  y  la  incesante  evolución  de  la  vida  y  de 
la  historia  depararon  otros  tiempos  con  sus  exigencias  y  novedades 
intelectuales,  más  o  menos  fecundas  y  originales,  acusándose,  junto  al 
estiaje  espiritual  y  la  desorientación  de  muchos  países,  etapas  nutridas 
de  plenitud,  y  continuando  los  españoles,  pese  a  las  escisiones  religio- 

(20)    Conf.  R.  B.  A.  y  M.  (año  1903),  tomo  I,  págs.  218-221. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


sas  y  a  las  hendeduras  políticas,  con  su  ortodoxia  y  su  gran  tradi- 
ción especulativa...  Nuevas  generaciones  intelectuales  habían  surgido 
en  el  Continente,  y  se  imponía  la  revisión  cuidadosa  de  los  Indices 
Expurgatorios,  perfeccionando  los  antiguos  y  echando  las  bases  para 
la  elaboración  de  otros  modernos  que  respondiesen  a  las  nuevas  exi- 
gencias y  demandas. 

En  el  año  1605  precisamos  cómo  se  interesaba  en  la  edición  de  un 
nuevo  Indice  Expurgatorio  a  los  inquisidores  de  Valladolid,  ordenán- 
doles la  más  cuidadosa  diligencia  en  reunir  a  los  maestros  universi- 
tarios para  censurar  y  calificar  los  "exercicios  de  letras".  Se  recurría, 
principalmente,  a  la  Atenas  salmantina  para  que  fueran  allí  nombra- 
dos varios  profesores  teólogos  y  astrólogos,  doctos  en  su  especialidad, 
para  el  examen  de  las  materias  astrológicas,  confiriendo  sus  doctrinas 
con  las  reglas  del  Catálogo  y,  generalmente,  con  las  reglas  de  la  Igle- 
sia en  orden  a  averiguar  y  tomar  resolución  de  los  libros  prohibi- 
dos y  reprobados,  señalando  los  lugares  necesitados  de  enmienda.  Se 
recogían,  además,  una  serie  de  interesantísimas  notas  indicando  la 
preferencia  que  debería  darse  a  cierta  bibliografía  que  se  reproduce,  y 
digna  de  tenerse  en  cuenta  por  el  interés  doctrinal.  Destaquemos  aquí 
algunos  ejemplares  o  autores  que  preocupaban  al  Santo  Oficio.  Se 
alude  a  la  "Biblioteca"  de  los  Padres,  aumentada  en  varios  tomos 
después  de  la  publicación  de  los  anteriores  Catálogos.  Otrosí,  intere- 
san Erasto  y  Teofrasto,  Paracelso,  Raimundo  Lulio,  el  Theatrum  zñ- 
tce  humane,  de  Conrado  Liscosthemen,  ampliado  por  Teodoro  Zun- 
gueiro  y  hermano  en  variedades  humanísticas  de  los  Apothegmas  del 
mismo  autor ;  las  Sentencias,  de  Pedro  Lagneiro,  o  los  Axiomas  po- 
líticos, económicos  y  eclesiásticos,  de  Jorge  Richtero,  obras  llenas  de 
viveza,  de  humorismo  y  de  intención,  y  nutridas  de  experiencias  hu- 
manas, como  los  clásicos  Florilegios,  de  Gruntero  y  de  Langio.  Las 
"notas"  inquisitoriales  advierten  también  al  Thesaurus,  de  Estepefa- 
nom ;  a  los  Sermones,  de  Savonarola ;  a  las  obras  de  Juan  Pero  sobre 
el  Antiguo  Testamento,  y  a  los  Problemas,  de  Jorge  Véneto.  Estas 
preocupaciones  del  Santo  Oficio  se  extendieron  a  todos  los  distritos 
inquisitoriales.  En  el  de  Mallorca  se  verifican  investigaciones  en  tor- 
no a  Raimundo  Lulio.  La  preocupación  era  extremada ;  "luego  que 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


recibáis  ésta,  converná  que  encarguéis  a  algún  Comisario  o  qualifica- 
dor  de  esse  Santo  Oficio,  persona  de  inteligencia  en  materia  de  libros, 
saque  vna  relación  y  memoria  de  los  libros  y  doctrina  de  Raymundo 
Lull,  )'  controuersias,  della,  con  distinción  y  claridad,  no  sólo  de  los 
títulos  de  los  libros,  sino  en  qué  lengua,  y  de  qué  marca,  y  qué  vo- 
lúmenes, y  si  son  de  mano  o  impresos,  el  tiempo  y  lugar  de  la  im- 
presión, y  quándo  se  copiaron,  y  si  son  traslados  simples,  de  dónde 
se  copiaron,  pudiéndose  tener  razón  dello,  y  nos  los  remitáis  lo  más 
presto  que  se  pueda."  En  Barcelona  se  practicaban  las  mismas  dili- 
gencias (21). 

Es  muy  significativo  para  la  cultura  española  que  todavía  en 
24  de  diciembre  de  1605  se  redactasen  imas  lineas  para  la  Inquisición 
de  Valencia.  Se  refieren  a  que  en  aquella  ciudad  se  había  llevado  una 
Biblia  de  Vatablo  con  nuevas  anotaciones  y  con  los  textos  griegos  y 
hebreos.  Se  recomienda  la  mayor  diligencia  para  rescatar  aquel  ejem- 
plar, a  pesar  de  estar  dicha  obra  vista  y  corregida  por  el  Tribunal. 
Estas  búsquedas  de  ejemplares  eran  constantes  y  sistemáticas.  Citaré 
dos  casos.  En  el  Colegio  de  la  Compañía  se  conservaba  un  Theatrum 
vitce  humane,  expurgado  hasta  cierto  punto.  Fué  este  libro  donativo 
del  Cardenal  Zapata.  Desean  los  inquisidores  que  se  confronte  con  el 
Expurgatorio.  Una  referencia  mny  curiosa  toca  a  la  memoria  del  fa- 
moso arquitecto  Juan  de  Herrera.  "Se  tiene  noticias  — reza  el  tex- 
to—  que  Juan  de  Herrera,  criado  de  su  Magestad,  juntó  y  dexó  en 
Madrid  gran  copia  de  libros  y  muchos  papeles  y  controversias  a  la 
doctrina  de  Raymundo  Lullio,  y  en  particular  al  abono  y  defensa 
della."  Se  buscan  con  este  motivo  los  herederos  de  Herrera  para 
saber  el  paradero  de  dichos  papeles  y  libros  (22). 

Organizada  y  en  marcha  la  elaboración  del  nuevo  Indice  Expur- 
gatorio, que  llevaría  el  nombre  del  Cardenal  Sandoval  y  Rojas,  no 
hubo  descanso  en  las  tareas,  iniciándose  los  trabajos  en  todos  los  cen- 
tros culturales  de  la  Península,  y  procurando  incorporar  a  ellos  las 
figuras  más  distinguidas  y  de  mayor  responsabilidad.  Se  buscan  co- 


(21)  A.  H.  N.  Inq.,  lib.  291. 

(22)  A.  H.  N.  Inq.,  ibídcm. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


rrcsponsales  en  todas  las  regiones  y  se  trabaja  intensamente.  Cuentan 
noticias  pintorescas  y  extravagantes,  si  no  en  la  formal  sustancia,  sí 
en  las  expresiones  y  alegatos.  En  los  primeros  años  del  siglo  figuraba 
nada  menos  que  como  decano  de  la  Rota  Romana  el  auditor  Peña, 
de  nacionalidad  española.  Se  dirige  éste  a  la  Junta  del  Catálogo,  por 
medio  del  Cardenal  de  Toledo,  y  se  despacha  en  estos  pedantescos  y 
pintorescos  términos,  que  le  acreditan  como  extraña  y  singular  per- 
sonalidad. Después  de  referirse  a  los  libros  modernos,  llenos  de  mil 
novedades,  habla  de  que,  con  motivo  de  usarse  "esta  maldita  luxu- 
ria  (?)  de  estampar  libros,  la  Iglesia  ha  perdido  mucho",  puesto  que 
los  hombres  han  ido  olvidando  la  "antigua  y  segura  doctrina  de  bue- 
nos doctores  por  la  sofisticada  i  adulterina  de  los  modernos".  El 
doctor  Peña,  en  el  mismo  mes  de  setiembre  de  aquel  año  (1606),  alude 
a  los  constantes  peligros  que  tiene  la  Religión  en  España  por  parte 
de  los  extranjeros.  Se  ve  claramente  — dice —  "la  diligencia  que  pone 
el  calvinismo,  particularmente  de  Inglaterra,  para  hinchir  a  España 
i  Italia  de  heregías"  (23). 

En  medio  de  estas  incidencias  y  corresponsalías,  residía  en  la  ciu- 
dad hispalense  un  ilustre  y  doctísimo  jesuíta,  eje  de  todos  los  traba- 
jos y  esfuerzos  consagrados  a  lograr  la  pronta  aparición  del  nuevo 
Catálogo  Expurgatorio.  Era  este  famoso  hijo  de  la  Compañía  el  Pa- 
dre Juan  de  Pineda,  varón  de  egregia  memoria  en  los  fastos  de  nues- 
tra cultura  eclesiástica.  Incorporado  a  aquellas  actividades,  le  vemos 
incesantemente,  en  medio  de  sus  personales  trabajos,  aquejado  por 
las  preocupaciones  del  Indice  que  por  obediencia  se  le  habían  impues- 
to. El  Padre  Pineda  está  pidiendo  a  voces  un  libro  que  yo  brindaría 
desde  estas  páginas  a  tantos  jesuítas  cultos,  eruditos  y  modernos. 
Desde  Sevilla  escribía  al  Consejo,  con  fecha  8  de  marzo  de  161 1, 
recomendándole  a  varones  doctos  de  aquella  tierra  que  podían  cola- 
borar en  la  expurgación  de  libros.  "Hay  aquí  — escribe  Pineda — 
quatro  o  seis  hombres  eruditos  y  curiosos,  y  de  grandes  librerías  y 
noticias  de  libros,  de  cuya  amistad  y  trato  me  voy  aprovechando  para 
el  Catálogo."  Eran  estas  personas  el  licenciado  Juan  de  Carranza,  ju- 


(231    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  .1.517. 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


lista  y  abogado  docto  y  curioso ;  el  maestro  don  Juan  de  la  Serna, 
teólogo  y  predicador;  don  Francisco  de  Calatayud,  muy  erudito,  "de 
gran  librería"  — dice  Pineda — ,  de  gran  memoria  y  muy  trabajador; 
el  licenciado  Juan  de  Torres,  predicador,  erudito  y  humanista ;  don 
Juan  de  Fonseca,  maestrescuela  de  la  Iglesia  sevillana,  hermano  del 
marqués  de  Orellana,  erudito  y  docto  en  latinidades,  y  el  licenciado 
dftn  Francisco  de  la  Rioja,  docto  también  en  griego  y  latín. 

Según  los  censores  y  calificadores  de  la  época,  se  imponía  la 
edición  del  nuevo  Catálogo  por  haberse  redactado  el  Expurgatorio 
del  83  con  alguna  prisa.  Se  expurgaron  autores  varios  en  ciertos  lu- 
gares, dejando  otros  de  mayor  inconveniente  y  de  doctrina  más  per- 
niciosa. Así,  por  ejemplo,  Budeo  y  Erasmo.  En  éste  se  señalaba  el 
tercer  tomo  de  las  Epístolas,  que  recogía  cartas  para  Carnerario,  Lu- 
lero }•  otros.  En  ellas  — en  la  misiva,  entre  otras,  dirigida  a  Cartu- 
jano— insistía  Erasmo  en  sus  acerbas  criticas  contra  el  estado  reli- 
gioso. Escribía  de  los  monasterios :  Istiusmodi  ergastula  non  sinc 
instinctu  Sathance  fuisse  instituía.  Podían,  efectivamente,  recogerse  au- 
tores varios  no  sometidos  hasta  la  sazón  a  expurgaciones  y  censuras. 
Entre  las  minorías  selectas,  corrían  sin  oposición  proposiciones  vitan- 
das de  Jorge  Véneto,  los  Comentarios  de  Serrano  a  Platón,  y  las  ci- 
tas marginales  a  la  Utopía  de  Tomás  Moro.  Nuevas  obras  exigían 
cautelas  crecientes.  Así,  los  impresos  del  Obispo  Muso,  de  Sado- 
leto  y  de  Juan  Mérula,  entre  otros.  No  se  advirtió  ni  consideró  al 
autor  de  la  Magia  Natural,  ni  se  habían  interesado  los  antiguos  cen- 
sores en  las  anotaciones,  prefacios  y  escolios  de  autores  griegos  y 
latinos,  tan  estimados  entre  los  hombres  eruditos.  Postulaba  el  nuevo 
Catálogo  las  exigencias  de  incluir  los  nuevos  autores  condenados  o 
expurgados  con  las  respectivas  órdenes  y  mandatos,  sin  insertar  en 
los  Catálogos.  Menudeaban,  para  escrupulosos  y  detallistas,  en  el  an- 
tiguo Expurgatorio  del  83,  en  reglas  generales  y  cláusulas  particula- 
res, palabras  oscuras  y  ambiguas. 

Una  pregunta  se  suscitó  en  los  trabajos  preliminares  para  la  re- 
dacción del  Catálogo.  ¿  Se  debían  expurgar  algunas  proposiciones  de 
autores  graves  y  reputados,  ni  santos  ni  antiguos,  pero  profesores 
universitarios  de  buena  doctrina  u  hombres  de  bien  asentada  cultura, 


—  31  — 


MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


como  Melchor  Cano,  Fray  Andrés  de  Vega,  el  doctor  Juan  de  Me- 
dina o  el  Complutense?  ¿Cómo  habían  de  ser  expurgados  autores  de 
estas  características  y  de  esta  personalidad?  Se  respondió:  "No  se 
expurguen  por  la  reverencia  que  se  debe  a  las  personas  )•  doctrinas, 
y  seguridad  en  la  fe,  y  que  se  les  aga  la  cortesía  que  se  les  hace  en  el 
cathálogo  del  Ilustrísimo  Don  Gaspar  de  Quiroga  en  la  segunda  par- 
te de  la  carta  ad  lectorem,  a  donde  dize,  "y  por  esta  misma  conside- 
ración tampoco  se  censuran  en  este  cathálogo  los  libros  y  tratados  de 
algunos  authores,  como  son  algunas  sentencias  que  se  hallan  en  Ca- 
yetano, y  de  la  mesma  manera  se  pueden  nombrar  Vega,  el  Complu- 
tense y  otros  tales,  sin  censurarles  más  sus  proposiciones"  (24). 

En  13  de  marzo  de  1610  dirigía  el  Monarca  español  a  la  Sede 
Apostólica  una  carta  en  creencia  de  su  Embajador  en  Roma  sobre  la 
necesidad  e  importancia  de  un  nuevo  Catálogo.  En  la  epístola  se  ad- 
vertía al  Pontífice  de  la  inconveniencia  de  intervenir  los  Obispos  en 
estas  materias,  según  la  costumbre  romana,  acreditada  en  el  Indice 
de  Pío  IV  y  de  Clemente  VIII.  Los  españoles  rehusaban  las  inter- 
ferencias episcopales,  ofreciendo  el  Santo  Oficio  desde  su  estableci- 
miento en  la  Península  unas  características  propias,  radicalmente 
opuestas  a  instituciones  de  otro  tipo,  carentes  de  la  importancia  y 
de  la  disciplina  de  nuestro  Santo  Oficio.  Se  fundaban  también  los 
inquisidores  españoles  para  vindicar  su  derecho  en  el  motu  proprio  o 
"extravagante"  de  Julio  III,  a  la  que  anteriormente  hemos  aludido, 
revocando  facultades  y  licencias  de  antiguo  otorgadas,  exceptuando 
en  sus  letras  a  los  inquisidores  y  comisarios  de  la  Sede  Apostólica 
sobre  el  crimen  de  herejía. 

La  preocupación  del  nuevo  Catálogo  había  acuciado  al  Patriarca 
Inquisidor  General,  ordenando  una  Junta  en  Valladolid,  integrada 
por  el  licenciado  Alonso  Márquez  de  Prado,  decano  del  Consejo  Su- 
premo ;  Fray  Ignacio  de  Ibero,  Abad  de  Fitero,  de  la  Orden  de  San 
Bernardo ;  Fray  Diego  de  Arce,  franciscano ;  el  doctor  Camargo,  Ca- 
nónigo Magistral  de  Avila;  el  maestro  Tiedra,  de  los  Predicadores, 


(24)    A.  H.  N.  Inq.,  lib.  4.517. 

_  32  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


y  el  licenciado  don  Juan  de  Hoces.  Los  trabajos  se  llevaron  con  ac- 
tividad, contando  con  la  colaboración  que  día  tras  día  se  había  bus- 
cado, y,  así,  el  20  de  diciembre  el  Consejo  deputaba  a  uno  de  sus 
miembros,  Miguel  García  de  Molina,  para  notificar  al  Rey  la  termi- 
nación del  nuevo  Indice  Expurgatorio,  acabado  felizmente  con  la  ayu- 
da y  asistencia  de  las  escuelas  de  teología  del  país  y  las  censuras  de 
los  hombres  de  letras  más  destacados  de  la  época  (25). 

Vista  la  satisfacción  del  Monarca,  se  ordenó  por  el  Inquisidor  Ge- 
neral la  publicación  del  Catálogo  con  trompetas  y  atabales,  señalando 
como  lugar  de  la  publicación  la  iglesia  de  Santa  María.  El  día  21  de 
diciembre  de  aquel  año  (161 2)  se  verificaba  el  acto,  estando  presentes 
los  Obispos  de  Tortosa  y  Canarias,  marqués  de  Prado  y  Francisco 
de  Sosa.  Ambos  a  dos  se  sentaron  en  la  capilla  mayor  de  Santa  Ma- 
ría, "en  unas  sillas  de  terciopelo  carmesí  con  almohadas",  acompa- 
ñándoles el  doctor  Jerónimo  Ruiz  de  Camargo,  Canónigo  de  la  Ma- 
gistral de  Avila ;  el  doctor  don  Juan  de  Hoces ;  el  Padre  maestro 
Fray  Diego  de  Tiedra,  predicador  real ;  el  insigne  Maluenda ;  el  Pa- 
dre Juan  de  Pineda,  y  Fray  Francisco  de  Jesús,  del  Carmen  Calzado, 
todos  ellos  miembros  de  la  Junta  del  Catálogo  Expurgatorio.  Des- 
pués de  la  lectura  de  la  provisión  del  Cardenal,  el  Obispo  de  Cana- 
rias subió  a  un  tablado  con  sitial  y  predicó  de  la  feria  y  del  Indice, 
fijándose  después  a  las  puertas  de  la  iglesia  las  letras  del  Cardenal 
Inquisidor. 

No  escasearon  al  final  de  los  debates  correspondencias  muy  cor- 
tesanas a  la  Sede  Apostólica  y  a  los  Cardenales,  recibiendo  el  Inqui- 
sidor General  del  Monarca  español  y  de  la  Silla  Pontificia  plácemes 
y  enhorabuenas  por  el  éxito  de  la  reciente  publicación.  También  se 


(25)  El  Consejo  lo  integraban  a  la  sazón  el  Obispo  de  Tortosa,  Valdcs, 
Zapata,  Castro,  Obispo  de  Canarias  y  Trejo.  He  aquí  la  portada  del  Indice: 
"  Index  Librorum  Prohibitorum  et  Expurgatorvm  Illmi.  Ac.  Rmi.  D.  D.  Ber- 
nardi  de  Sandoval  Et  Roxas,  S.  R.  E.  Presb.  Cardin.  Tit  S.  Anastasiae  Ar- 
chiepiscop.  Toletani  Hispaniarum  Primatis  Maioris  Castellx  Cancellarii  Gene- 
ralis  Inquisitoris  Regii  Statvs  Consilliarii  etc.  Avctoritate  et  Ivssv  Editvs.  De 
Consilio  Svpremii  Senatus  Stae  Generalis  Inquisitionis  Hispaniarvm.  Madriti 
Apud  Lvdovicuni  Sánchez  Typographum  Regivm.  M.DC.XII. 


—  33  — 


3 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


obsequió  con  billetes  y  letras  muy  protocolarias  al  Cardenal  Nepote, 
a  Zapata,  Borja  y  Belarmino. 

La  publicación  del  Catálogo  del  año  1612  suscitó  una  cuestión 
referente  al  Real  Monasterio  de  El  Escorial.  Una  provisión  del  Car- 
denal Sandoval  y  Rojas  acusa  el  episodio.  Según  el  nuevo  Expurga- 
torio, la  librería  real  de  San  Lorenzo  se  descabalaba,  conforme  las 
normas  entre  libros  prohibidos  y  condenados.  El  Prior  Jerónimo,  en 
memorial  dirigido  al  Rey,  alude,  para  dar  más  fuerza  a  sus  argu- 
inentos  de  que  se  respetase  la  regia  y  célebre  librería,  a  que  los 
monjes  utilizaban  ordinariamente  para  sus  quehaceres  de  cultura  una 
biblioteca  particular  de  la  Comunidad.  El  monje  jerónimo  deseaba 
que  los  libros  vedados  se  conservasen  en  sus  anaqueles,  como  hasta 
entonces,  poniéndoles  algún  título  o  censura  por  donde  se  conociese 
su  calidad  y,  en  lo  tocante  a  códices  o  manuscritos,  se  respetasen  sin 
tocar  ni  expurgar  dichas  obras.  Se  delegó  para  estudiar  la  cuestión 
a  Fray  Francisco  de  Jesús,  y,  según  los  informes  y  relaciones,  San- 
doval }"  Rojas  redactaba  las  siguientes  normas :  Se  permite  y  otorga 
licencia  para  que  permanezcan  en  sus  estanterías  y  puedan  ser  leídos 
por  el  Prior,  bibliotecario  y  catedráticos  del  Colegio  — por  ser  hom- 
bres doctos —  los  libros  prohibidos  que  tratan  de  letras  humanas  sin 
tocar  materias  religiosas,  libros  inofensivos  por  su  doctrina  y  sólo 
odiosos  por  la  condenación  de  sus  autores.  Sin  embargo,  las  tales 
obras  deberían  estar  señaladas.  Los  libros  de  autores  de  esta  clase 
referentes  a  cuestiones  y  asuntos  religiosos  o  concernientes  a  ellas, 
como  las  cronologías  sagradas  e  historias  de  Pontífices,  se  apartarían 
en  librería  especial  destinada  a  estas  materias,  redactándose  dos  In- 
dices, uno  de  los  cviales  estaría  en  poder  del  Consejo  y  otro  en  la 
misma  librería  de  los  libros  prohibidos.  En  lo  concerniente  a  códices 
y  manuscritos  la  provisión  dictamina:  "Se  sacarán  dos  liliros  de  he- 
resiarcas  que  ay  en  ella  para  poner  con  los  otros  desta  clase  en  su 
librería,  los  quales  y  los  de  los  Raninos  y  Biblias  en  romance,  per- 
niiíimos  se  puedan  quedar  dentro  de  la  dicha  librería,  como  condición 
que  todos  se  pongan  juntos  en  otros  estantes  aparte  con  título  de 
prohibidos,  y  damos  licencia  al  dicho  Prior,  librero  mayor  y  cathedrá- 
tícos  para  poderlos  leer,  como  hasta  aquí  lo  han  tenido ;  y  así  mismo 


—  34  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


damos  licencia  al  religioso  que  ha  hecho  la  botica  del  dicho  conuento 
para  que  solo  él,  y  no  otra  persona  alguna,  para  las  distilaciones  de 
las  quintas  esencias,  y  para  otros  usos  de  importancia,  pueda  tener  y 
aprouecharse  de  algunos  libros  de  la  facultad  de  medicina"  (26). 

Editado  el  Cathálogo,  sabemos  que  el  Consejo  comenzó  a  re- 
partirlo por  los  distritos  inquisitoriales:  "Juan  González  lleuó  en 
20  de  hebrero  vna  caxa  para  los  Inquisidores  de  Córdoba,  y  otra 
para  los  de  Seuilla,  y  otra  para  los  de  Canarias.  Posa  en  el  mesón 
de  la  Herradura.  F'rancisco  González,  vecino  de  Salamanca,  ordina- 
rio de  Santiago  a  esta  villa,  lleuo  vna  caxa  con  seis  libros  para  aquella 
Inquisición.  En  este  día  a  Rodrigo  de  Aguila,  ordinario  de  Granada, 
se  le  dió  otra  caxa  con  siete  libros.  Juan  Muñoz,  ordinario  de  To- 
ledo lleuó  otra  caxa  con  seis  catálogos.  Francisco  Hernández,  ordi- 
nario de  Portugal,  que  posa  en  el  mesón  nueuo,  en  la  calle  de  Alcalá, 


(26)  A.  H.  N.  Inq.,  lib.  291.  El  Prior  del  Monasterio,  Fr.  Juan  de  Peralta, 
con  fecha  4  de  i.oviembre  de  1613,  escribía  así  al  Inquisidor :  "Mil  gracias  doi 
a  Va.  Illustrisinia  por  la  merced  que  me  higo  en  enuiar  al  padre  Dr.  Francisco 
de  Jesús  a  que  tomase  ragón  por  menudo  de  todos  los  libros  prohibidos  que  ay 
en  esta  liberia,  que  como  hombre  tan  docto  y  erudito  lo  ha  hecho  con  gran 
satisfacción  de  su  Magestad,  y  me  a  mandado  que  escriba  a  V.  Illustrisima  se 
da  por  seruido  de  que  se  execute  lo  que  el  Padre  Fr.  Francisco  ha  tratado  con 
su  Magestad  y  conmigo,  siendo  parecer  de  V.  Illustrisima  de  que  se  haga  par- 
ticular librería  en  un  piega  que  su  Magestad  ha  señalado,  donde  estén  en  cus- 
todia todos  los  libros  prohibidos,  sin  que  naide  los  pueda  ver  sin  especial  orden 
de  V.  Illustrisima,  o  de  quien  sus  beces  hubiere ;  y  asi  mismo  estén  en  esa 
misma  piega,  en  su  enterega  todos  los  libros  expurgables  para  muchos  fines 
vtiles  que  se  pueden  ofrecer,  quedando  estos  mismos  expurgados  en  la  librería 
vsual,  adonde  no  ha  de  haber  cosa  que  no  esté  por  menuda  corregida,  conforme 
al  Expurgatorio,  por  manera  que  aya  tres  librerías  en  esta  casa :  dos  vsuales, 
que  son  la  principal  y  la  manuscrita,  y  la  tercerá  reserbada,  adonde  esté  todo 
lo  prohibido,  y  lo  expurgable  en  su  enterega,  sin  que  naide  pueda  entrar  en  ella 
sin  orden  expresso,  de  quien  V.  Illustrisima  fuere  serbido,  esto  ha  parecido  a 
su  Magestad  se  escriba  a  Y .  Illustrisima  para  que  no  haubiendo  inconueni^nte 
sescriba  mandado  executar  en  esta  forma,  o  en  la  que  a  V.  Illustrisima  mejor 
pareciere,  cuyo  orden  y  disposición  aguardo  en  esto  y  en  todo  lo  que  demás 
que  V.  Illustrisima  me  quisiere  mandar,  como  a  sierbo  suyo.  Fr.  Juan  de  Pe- 
ralta. "  ( Ib'idem.) 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


lleuó  una  caxa  de  Llerena  con  siete  catálogos  en  22  de  hebrero 
de  1613"  (27). 

Cerca  de  trescientos  ejemplares  se  repartieron  por  orden  del  Car- 
denal a  diversas  personalidades.  Unos,  en  papel;  otros,  dorados,  y 
los  más  sencillamente  encuadernados.  Al  P.  Juan  de  Pineda  se  le  ob- 
sequió, además  del  suyo,  con  dos  ejemplares  para  enviar  a  dos  co- 
legios de  Francia  y  Alemania,  colaboradores  en  la  redacción  del  Ca- 
tálogo. Por  el  mismo  servicio  se  remitió  un  ejemplar  a  Pedro  de 
Valencia,  que  también  trabajó  en  la  obra.  Cuatro  fueron  para  los 
confesores  de  los  Re>'es  y  del  Principe,  más  al  Maestro  de  éste.  Apun- 
ta la  referencia:  "En  23  de  henero  se  dieron  trece  cathálogos  con 
listones  de  seda  para  dar  a  los  señores  del  Consejo  Real,  que  no  se 
les  hauia  dado."  Se  regaló  por  orden  del  Inquisidor  otro  ejemplar  al 
portero  del  Consejo,  Guarnicio,  por  lo  mucho  que  trabajó  en  las  noti- 
ficaciones y  avisos  dados  a  los  libreros.  No  faltaron  tampoco  ejempla- 
res a  los  oficiales  de  la  imprenta  que  tiró  el  libro.  Se  hace  entrega  de 
dos  Catálogos  a  dichos  artesanos  por  los  derechos  "llamados  de  capi- 
lla". A  Su  Santidad  se  remitió  un  ejemplar  en  oro  y  listones  de  seda. 

Los  informes,  las  críticas  y  las  censuras  procedentes  de  toda  Es- 
paña prosiguieron  a  través  de  los  años,  y  cuajaban  después  de  la  publi- 
cación del  Catálogo  del  año  1612  en  la  redacción  de  una  serie  de  normas 
o  reglas  propuestas  por  el  Consejo  a  los  calificadores  y  censores  para 
su  estudio,  aprovechando  iniciativas  de  los  criterios  más  dispares  y 
opuestos.  Se  reducen  a  catorce  y  es  muy  interesante  su  contenido.  Se 
prohiben  en  principio  toda  clase  de  impresos,  cuyos  autores  sean  here- 
jes, y  los  tratados  de  moros  o  judíos,  "cuj-o  argumento  fuese  contra 
las  cosas  de  nuestra  santa  fe  chatólica,  o  contra  las  costumbres  y  vniuer- 
sales  cerimonías  de  la  Iglesia  Romana,  o  contra  las  comunes  exposicio- 
nes de  la  Sagrada  Escritura  en  el  sentido  literal  della,  o  que  enseñen 
su  secta  judaica  o  mahometana,  y  errores  reprobados  de  ella";  pero 
dentro  de  esta  prohibición  destaca  una  providencia  sumamente  in- 
teresante, pues  se  eximen  de  la  prohibición  general  los  estudios  de  los 
biblistas  judíos,  va  exposiciones  del  Texto  o  vocabularios  y  libros  de 


(27)    A.  H.  N.  Inq.  (Ibidem.) 


_  36  - 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


gramática.  Reza  así  este  inciso  de  la  regla,  que  satisfará  seguramente 
a  los  hebraístas;  "pero  no  por  esto  se  entienda  ser  prohibidos  Josepho, 
ni  Philón,  ni  el  Parafraste  chaldaico,  ni  los  rabinos  que  describen  ex- 
poniendo la  Escritura,  ni  tampoco  se  prohiben  los  vocabularios  o  dic- 
cionarios y  libros  de  gramática,  compuestos  por  semejantes  autores  ni 
los  que  tratan  de  historia  y  otras  sciencias  y  facultades".  La  regla  4 
completa  la  referencia  anterior.  No  se  vedan  las  traslaciones  e  in- 
terpretaciones de  los  autores  heréticos  sobre  textos  griegos  o  hebreos, 
exentos  de  errores  y  doctrinas  sospechosas,  ni  las  obras  acerca  de 
santos,  filósofos  o  poetas  — apotegmas,  diccionarios,  índices — ,  pero 
queda  prohibida  cualquier  traducción  bíblica,  así  del  viejo  como  del 
Nuevo  Testamento,  trabajada  por  autores  heterodoxos.  Se  prohiben 
por  la  regla  5  las  traducciones  de  la  Sagrada  Escritura  en  lenguas 
romances,  aún  sin  contenido  herético,  pero  no  así  las  notas,  textos, 
alegaciones,  cláusulas  )■  sentencias  para  ilustración  de  los  lectores  pia- 
dosos. La  regla  6  interviene  y  condena  las  oraciones  y  textos  con 
"promesas  fabulosas"  y  vanas  predicciones,  tales  como  son  "que  quien 
tal  oración  o  deuoción  rezare  no  morirá  muerte  súbita,  ni  en  agua 
ni  en  fuego,  o  que  sabrá  la  hora  de  la  muerte,  o  que  verá  a  Nuestro 
Señor  en  aquella  hora  con  otras  cosas  semejantes.  En  la  7  se  pro- 
hiben los  comentarios,  exégesis,  censuras  y  prólogos  sobre  textos  sa- 
grados y  santos,  escritas  contra  la  estimación  y  creencias  de  la  Igle- 
sia. Se  entiende,  además,  escritas  por  autores  cristianos,  porque  los 
libros  de  gentiles  no  se  prohiben  de  no  estar  particularmente  consig- 
nados en  los  Indices.  Se  vedaban  por  la  regla  8  las  disputas  y  con- 
troversia entre  católicos  y  heterodoxos,  de  manera  especial  los  libros 
donde  se  hostiliza  a  la  secta  mahometana  por  los  inconvenientes  que 
podrían  resultar.  Se  atiende  en  la  regla  9  a  la  lectura  y  ejercicio  de  la 
Nigromancia,  Hidromancía,  Piromancia,  Geomancia,  invocación  de 
Demonios,  encantamentos  y  cercos,  }'  en  general  las  materias  de  arte 
mágica,  hechicerías,  brujerías,  supersticiones  y  agüeros,  entendién- 
dose únicamente  por  lícitos  los  exorcismos  y  conjuros  admitidos  en 
los  manuales  eclesiásticos.  Item,  se  vedan  categóricamente  toda  la 
literatura  de  Astrología  judiciaria,  y  demás  ciencias  y  artes  referen- 
tes a  las  cosas  futuras  y  contingentes,  dependientes  siempre  del  libre 


—  37  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


albedrío  y  de  la  voluntad  humana.  La  regla  lo  es  curiosa,  y  la  vamos 
a  reproducir  textualmente:  "Otrosí,  se  prohiben  todos  los  pasquines 
y  liuelos  infamatorios,  infamosos,  debaxo  de  qualquier  título  y  nom- 
bre, salgan  o  se  escriban  debaxo  e  intitulen,  en  los  quales  con  autori- 
dades }••  palabras  de  la  Sagrada  Escritura,  se  dizen  y  tractan  cosas 
y  materias  profanas;  y  lo  mesmo  se  entienda  de  todas  las  canciones, 
coplas,  sonetos,  prosas  y  versos  y  rimas  de  qualquier  lengua,  com- 
puestos, que  traten  cosa  de  la  Sagrada  Scriptura,  interpretándola  pro- 
fanamente, y  a  otros  propósitos,  fuera  de  lo  que  común  y  ordinaria- 
mente la  santa  madre  yglesia  romana  admite  y  vsa,  y  contra  la  re- 
verencia y  respecto  deuido  a  las  palabras  de  la  divina  Scriptura."  Las 
impresiones  sin  nombre  de  autor  y  pie  de  imprenta,  a  partir  del  año 
1611,  quedaban  prohibidas  por  la  regla  11.  La  12  insiste  en  la  pro- 
hibición formal  de  toda  clase  de  libros  atentatorios  contra  la  "doctrina, 
costumbres,  cerimonias"  de  la  Iglesia.  Es  muy  curiosa  la  "disposi- 
ción" 12.  Es  de  este  tenor:  "asi  mesmo  prohiben  todas  y  cualquier 
ymagenes,  retratos,  figuras,  monedas,  empresas,  invenciones  y  meda- 
llas que  sean  en  yrrisión  de  los  santos,  en  desacato  e  yrreuerencia  su- 
yas, y  de  sus  imágenes  y  reliquias,  o  milagros,  hábito,  profesión  y  vida, 
y  así  mismo  los  que  fuesen  en  desacato  de  la  Santa  Sede  Apostólica, 
de  los  romanos  pontífices,  cardenales  y  obispos,  y  de  su  estado  y  orden, 
dignidad  y  autoridad,  clanes  y  poderío  espiritual,  las  quales  cosas 
todas  en  ([ualquier  materia  que  estén  estampadas,  pintadas,  dibuxa- 
das.  labradas,  texidas  o  figuradas,  se  prohiben  y  vedan,  bien  así  como 
los  libros  de  los  herejes  y  heresiarcas,  de  que  en  este  cathálogo  se 
haze  mención."  Y  finalizan  las  reglas  apuntando  la  14  unas  conside- 
raciones sobre  la  corrección  de  libros  que  pudieran  ser  fácilmente  cfi- 
rregidos,  pero  por  personas  delegadas  del  Santo  Oficio,  y  no  por 
otros  libros  o  autores,  sin  dispensa  y  permiso  de  la  Inquisición  {28). 

Nos  haríamos  harto  difusos  si  procediéramos  a  insertar  en  estas 
páginas  todas  las  circunstancias  que  acompañan  a  las  Juntas  cele- 
bradas ininterrumpidamente  para  alcanzar  la  perfección  más  acaba- 
da en  la  impresión  de  los  catálogos  futuros,  enmendando  yerros  y 


(28)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.517- 


_  38  - 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


omisiones  de  los  pasados ;  pero  merece  la  pena  de  ampliar  este  capí- 
tulo comentando  algunos  aspectos  de  aquellas  historias  antes  de  ex- 
poner breve  y  sintéticamente  las  últimas  ediciones  de  los  Indices  Ex- 
purgatorios españoles. 

¿  Tuvieron  nuestros  hombres  de  letras  criterios  independientes  y 
personales  en  sus  trabajos,  soslayando  las  influencias  de  los  docu- 
mentos romanos  ?  La  respuesta  es  afirmativa.  Los  Indices  expurgato- 
rios no  influyeron  positivamente  en  la  elaboración  de  nuestros  Catá- 
logos nacionales,  salvo  como  instrucciones  particulares  y  avisos, 
aprovechables  siempre  como  a^'uda  e  ilustración.  Fue  asi  muy  oportu- 
no y  conveniente  para  las  tareas  españolas,  como  criterio  ejemplar 
y  como  experiencia,  el  Indice  del  Maestro  del  Sacro  Palacio,  Juan 
María  Brasichelense,  impreso  en  Roma  en  1607  y  después  en  Bér- 
goma,  en  1608.  Fueron  también  muy  recomendables  y  de  resultados 
muy  positivos  las  censuras  particulares,  como  las  del  Cardenal  Ba- 
ronío  y  las  de  César  Baronio,  que  precisaban  en  sus  trabajos  la  ca- 
lidad y  ortodoxia  de  autores  varios  sin  olvidar  tampoco  las  adverten- 
cias y  valoraciones  manuscritas  del  Padre  Gretser,  controversista  in- 
signe y  profundo  conocedor  de  la  literatura  de  la  época. 

Pero  pese  a  informaciones  extrañas  3^'  a  influencias  alienígenas, 
muy  útiles  y  beneficiosas,  no  se  olvide,  sin  embargo,  el  carácter 
independiente  de  nuestro  genio,  muy  característico  por  aquellos  días, 
aun  en  materias  de  disciplina  y  política  eclesiástica,  y  asi  los  espa- 
ñoles se  movían  en  estos  negocios  con  independencia  de  criterio, 
guiándose  por  sus  propias  y  ricas  experiencias,  y  resolviendo  los 
problemas  planteados  por  las  censuras  y  prohibiciones,  "quitando 
y  poniendo,  aprobando  y  reprobando,  sin  obligarnos  a  seguir  pare- 
cer o  calificación  agena ;  )■  a  veces  permitiendo  lo  que  otros  permi- 
tían", como  muy  doctamente  apuntaba  el  padre  Juan  de  Pineda  en 
escrito  dirigido  al  Consejo  de  Inquisición  el  24  de  julio  de  1628  (29). 

Por  confidencias  particulares  conocemos  noticias  muy  curiosas 
y  concretas  de  la  elaboración  del  Indice  del  Maestro  del  Sacro  Pa- 
lacio, y  las  destacamos  por  ilustrar  mejor  las  cosas  españolas.  Aun- 


(2g)    A.  H.  N.  Inq.,  lib.  291. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


que  con  el  nombre  del  Prelado  romano,  el  alma  y  la  vida  de  aquel 
Expurgatorio  fueron  dos  clarísimos  españoles:  el  Maestro  Maluen- 
da  y  su  colega  de  hábito  Jerónimo  de  Tiedra.  El  Padre  Pineda 
había  conocido  a  Maluenda  en  la  Ciudad  Eterna  por  el  año  1603,  y 
no  obstante  tener  noticia  el  Padre  Jesuíta  de  cómo  se  habían  llevado 
las  cosas  en  aquella  Corte,  sin  dejar  de  rendir  la  consideración  debida 
al  Catálogo  impreso  bajo  el  cuidado  del  Pontífice,  véanse  sus  diferen- 
cias y  los  criterios  liberales  de  los  españoles.  En  la  Summa,  de  Ma- 
nuel de  Saa  el  Indice  romano  expurga  ciento  noventa  y  siete  capítu- 
los, mientras  el  Indice  Expurgatorio  español  tacha  únicamente  dos 
lugares,  estampando  estas  palabras :  alia  autem  omittuntur  qucF  ñeque 
ad  Sancti  Officii  iudicium  spectant,  ñeque  gravcm  ojfensionem  ha- 
bere  videntur.  En  las  obras  del  Maestro  Aria  Montano  se  mandan  Ix)- 
rrar  por  el  Catálogo  extranjero  cincuenta  y  un  lugares.  La  censura 
española  se  constriñó  a  marginar  ocho  o  nueve  lugares.  El  Padre  Pi- 
neda refiere  unas  confidencias  muy  sabrosas.  Son  un  trozo  de  la  pe- 
queña historia  de  nuestros  hombres  de  letras  que  no  puedo  menos  de 
dar  a  conocer  a  mis  lectores.  Escribe  así :  "En  las  obras  de  Arias  Mon- 
tano en  que  el  dicho  Maestro  nota  y  manda  borrar  cinquenta  y  un 
lugares  tan  largos  que  él  mismo  señala  y  quenta,  v  quántos  renglones 
se  ayan  de  borrar,  en  una  parte  20,  en  otra  30,  en  otra  ciento  por 
cuenta;  en  otras,  medias  páginas  y  páginas  enteras,  y  en  alguna  todo 
el  Comentario  de  Apocalipsis,  que  pareció  intolerable  rigor,  no  expur- 
gar siquiera  lo  que  pudiera  ofender,  sino  borrarlo  todo,  bueno  y  malo 
a  hecho ;  y  aunque  sobre  este  autor  tuuimos  muchas  conferencias  v- 
dificultades  no  fueron,  ni  nos  pasó  por  el  pensamiento,  por  confor- 
marnos con  el  Maestro  del  Sacro  Palacio,  ni  aún  con  sus  notas  (pues 
en  otros  autores  de  menos  importancia  nos  apartamos  de  él),  sino 
porque  el  señor  Obispo  dp  Canarias,  don  Francisco  de  Sosa,  no  que- 
ría que  Arias  Montano  estuviese  sujeto  a  nuestra  censura,  ni  entrase 
en  número  de  los  demás  autores  en  poco  ni  en  mucho,  sobre  que  uvo 
pesadumbre  y  bozes  que  nos  daña,  y  palmadas  en  la  mesa,  y  última- 
mente apeló  a  consulta  particular  con  el  señor  Cardenal  don  Bernar- 
do de  Sandoval,  en  que  se  resolvió  que  no  se  dexase  de  aduertir  (aun- 
que lo  menos  que  se  pudiese)  en  el  dicho  autor,  todo  lo  qual  so- 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


licitaua  Pedro  de  Valencia,  discípulo  de  Arias  Montano,  el  qual  en 
este  particular  pretendió  recusarme,  teniéndome  por  poco  aficionado 
a  el  dicho  autor  por  auer  yo  escrito  en  mis  libros  en  general,  }•  sin 
nombrar  a  nadie  que  no  me  contentauan  los  intérpretes  de  las  Els- 
crituras  que  las  interpretauan  con  autoridades  de  Horacio,  TibuUo,  Ca- 
tuilo  y  Propercio,  y  casi  nunca  allegauan  los  santos  doctores  de  la  Igle- 
sia, en  que  parecía  que  notaua  al  dicho  Montano,  más  acabadas  todas 
estas  contiendas,  auiendo  una  y  muchas  veces  examinado  al  dicho 
autor,  y  mirando  por  la  autoridad  )•  entereza  del  Santo  Oficio  no  halló 
nuestro  Expurgatorio  lugar  ninguno  digno  de  borrarse,  y  de  todos 
los  cinquenta  y  uno  que  borraua  el  Maestro  del  Sacro  Palacio,  en 
solos  ocho  o  nueuc  se  puso  a  la  margen  alguna  breue  advertencia  de 
buena  y  breue  explicación,  que  cabía  en  el  dicho  autor  para  que  el 
lector  no  se  engañase  con  menos  buen  sentido"  (30). 

Otro  libro  curioso,  español.  De  sacra  Philosophia,  del  Doctor 
Valles,  mereció  la  acritud  censoria  del  Catálogo  romano.  Se  tachan 
quince  lugares  que  en  el  Indice  español  se  atemperan  y  disminuyen. 
Los  censores  españoles  siguen  la  norma  de  siempre :  su  estricto  cri- 
terio, sin  escribir  al  dictado.  Proceden  quitando,  poniendo,  aproban- 
do o  reprobando  como  juagábamos  convenir. 

De  idéntica  forma  intervino  la  censura  española  con  otros  mu- 
chos libros  católicos  y  doctos.  Valga  la  pena  de  citar  entre  los  ex- 
tranjeros y  nacionales  las  obras  del  padre  Enrique  de  Lesio,  de  Valen- 
tín de  Erice,  textos  de  Navarro  y  de  Covarrubias,  las  Obras  de 
Fr.  Diego  de  Estella,  según  la  impresión  de  Alcalá,  la  Praxis  epis- 
copalis,  de  Tomás  de  Zerola,  o  la  edición  salmantina  del  Hipotypo- 
sron,  del  Maestro  Martínez  de  Cantalapiedra,  monumento  de  cien- 
cia castiza  y  nacional,  gloria  de  nuestro  espíritu  universitario  rena- 
centista. 

El  omnino  prohihentur  romano  se  modera  constantemente  en  el 
Indice  español,  siempre  que  se  trata  de  obras  que  puedan  expurgarse 
dejando  lo  bueno  y  útil,  conforme  las  normas  de  Clemente  VIII  (31). 


Í.30)    A.  H.  N.  Inq.,  lib.  2QI. 

(31)    A.  H.  N.  Inq.  (Ihidem.)  Son  muy  interesantes  las  manifestaciones  del 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 

La  Junta  Española  lo  somete  todo  al  tamiz  de  su  critica  mtel.gen- 
te    sin  furores  censorios,  ni  cerrazones  inquisitoriales.   La  misma 
independencia  de  juicio,  puesta  de  manifiesto  con  el  Indice  del  Maes- 
tro romano,  se  estila  con  la  censura  nacional.  En  la  Intiuisicion  de 
Toledo,  con  asentimiento  del  Consejo,  y  precediendo  consulta  de  ca- 
tedráticos alcalainos,  se  había  tachado  una  proposición  sobre  los  actos 
vitales  de  las  criaturas,  consignada  en  el  libro  de  los  Opúsculos,  del 
padre  Mariana.  Pese  a  ello,  y  probándose  nuevamente  que  la  afirma- 
ción de  Mariana  no  tenia  calidad,  y  que  era  verdadera  la  proposi- 
ción, fué  admitida  y  aprobada  por  todos  los  teólogos  calificadores  de 
la  Asamblea.  El  padre  Pineda  se  expresa  informando  de  estos  me- 
nesteres, en  los  que  se  actuó  con  tanta  libertad  de  movimientos,  "que 
por  reglas  ^para  lo  venidero  no  fuera  prudente,  estando  -escribe 
al  Inquisidor  General-  siempre  en  pie  el  último  juizio  de  \  .  A.,  que 
según  las  nueuas  circunstancias  del  tiempo,  lugar  y  personas  orde- 
nará lo  más  conueniente"  (32). 


padre  Pineda  aludiendo  a  estas  cosas.  "En  el  dicho  Ind.ce  del  Maestro  no  so 
ay  algunas  notas  y  expurgaciones  superfinas,  más  otras  ofensivas,  como  es  en 
sintos  muy  antiguos  y  venerados  en  la  Iglesia,  ponerles  notas  de  descrédito., 
y  poca  reuerenca.  como  a  San  Gregorio  Turonense  ponerle  nota  por  expresas 
palabras,  que  escribió  muchas  cosas  falsas,  y  agenas  de  verdaü,  lo  cual  se  v  - 
ñera  en  el  tomo  7  de  la  Biblioteca  Patrum ;  y  en  otros  antiquísimos,  y  nuiy 
"cibidos.  ponerles  acada  paso,  "cante  lege",  que  aunqu.  para  algunos  católicos 
u  d    se    cautela  y  aduertencia  vtil.  para  otros,  y  aún  para  los  '--.es,  puede 
er  daüosa,  haziondo  sospechosos  de  mala  doctrma.  o  de  ^^^^^^"^^^^ 
regías  a  los  santos  y  escritores  antiguos  que  también  es  contra  la  eUcio, 
y  reglas  del  Indice  de  Clemente  VIII.  En  lo  qual  ^^"^^  ^^.^^ "^^^ J 
"caute  lege",  como  nueva  en  la  Iglesia,  y  solamente  usada  del  dicho  Mae.tn. 
o  por  mejor  dezir,  del  Maestro  Maluenda.  que  estaba  presente,  y  aprobada  del 
Sr    Márquez  de  Prado,  Obispo  de  Tortosa,  que  nos  presidia  en  el  Expurga- 
torio, no  fué  bien  recibida,  sino  antes  extrañada,  y  aun  murmurada  en  el  Con- 
sejo, como  me  lo  dixo  el  Sr.  D.  Juan  Capata.  Ob.spo  después  de  Zamora 
porque  si  es  autor  antiguo  a  quien  no  se  ha  de  tocar,  tampoco  se  deue  haz.r 
con  la  tal  nota  de  sospechoso,  si  es  moderno,  y  causa  ofensión,  se  deue  ex- 

purgar. "  ■•ir- 

(32)    No  quiero  silenciar  que  los  años  1619  ó  1620  se  denuncio  en  el  Con- 
sejo una  proposición  que  eximía  a  la  Madre  de  Dios  no  solo  de  la  culpa  on- 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Por  aquellas  calendas  (año  1629)  integraban  el  Consejo  Supre- 
mo de  la  ínquición  los  siguientes  sefaores :  Cifuentes,  Sotomayor, 
Ortiz,  Carrillo,  Chacón,  Pacheco  y  Serrano.  Las  Juntas  para  orde- 
nar el  nuevo  Catálogo  se  celebran  en  casa  del  Consejero  Pacheco 
con  la  asistencia  de  don  Juan  Dionisio  Portocarrero,  Inquisidor  de 
Sevilla,  el  Dr.  Don  Cristóbal  de  Guzmán,  Maestro  del  Infante  Car- 
denal, Fr.  Juan  de  Santo  Tomás  de  la  Orden  de  los  Predicadores; 
Fr.  Esteban  Pérez,  franciscano ;  el  agustino  Fr.  Martín  de  Albiz  y  los 
Padres  Luis  de  Torres  y  Juan  de  Pineda.  Todos  ellos  eran  varones 
graves  y  doctos.  Pacheco  pertenecía,  como  he  apuntado,  al  Consejo 
Supremo  y  era  canónigo  de  Cuenca ;  Portocarrero,  inquisidor  de  Sevi- 
lla ;  don  Cristóbal  de  Guzmán,  Calificador  del  Consejo ;  Fr.  Juan  de 
Santo  Tomás,  Calificador  del  Consejo,  IMaestro  en  Teología  y  Regen- 
te del  Colegio  de  Santo  Tomás  de  Alcalá ;  Fr.  Esteban  Pérez,  Cali- 
ficador del  Consejo  y  Lector  de  Teología  en  su  Provincia;  Fr.  Mar- 
tín de  xA.lbiz,  de  la  Orden  de  San  Agustín,  Calificador  del  Consejo, 
Maestro  en  Sagrada  Teología  por  su  Orden,  Doctor  de  la  Universidad 
de  Alcalá  y  catedráticos  de  Prima  de  Escoto  por  la  misma  Escuela  y 
Fr.  Juan  de  Pineda,  Visitador  General  de  las  librerías  del  Reino. 
El  Padre  Luis  de  Torres  no  contó  para  nada  en  las  Juntas  por  haber- 
se excusado,  dadas  las  obligaciones  a  que  estaba  consagrado  por  ór- 
denes del  Rey. 

Las  Juntas  en  casa  de  Pacheco  comenzaron  en  21  de  diciembre, 
a  las  dos  y  medía  de  la  tarde.  Refieren  los  documentos  que  congre- 
gados los  Calificadores,  sin  orden  a  la  antigüedad  de  asientos,  y 
en  forma  circular,  explicó  el  padre  Pineda  los  motivos  de  haberse 
reunido,  que  no  eran  otros  si  no  examinar  las  censuras  dadas  a  dife- 
rentes libros,  y  tratar  de  cosas  pertenecientes  al  nuevo  Indice  que 
se  proyectaba  publicar.  El  P.  Pineda  había  residido  en  Madrid  para 
dedicarse  a  estas  tareas  por  espacio  de  año  v'  medio,  abandonando  su 

ginal,  más  también  de  delito  de  incurrir  en  ella.  No  obstante  de  tacharla  por 
herética  o  errónea  graves  autores,  como  Cayetano,  Belarmiro,  Suárez,  Váz- 
quez, Córdoba  y  otros,  el  Consejo  Supremo  mandó  examinar  sus  fundamentos 
y  razones,  resultando  del  examen  absuelta  tal  proposición  de  la  censura  y  dada 
por  piadosa  y  probable. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


conventualidad  de  Sevilla,  y  esperaba  de  todos  los  asistentes  cola- 
boración decidida  para  resolverlo  todo,  como  podía  esperarse  de  su 
"larga  experiencia,  letras  y  celo". 

Iniciados  los  debates  y  consultas,  el  padre  Juan  de  Pineda  se 
expresó  en  estos  términos :  "A  maj-or  gloria  de  Dios  Nuestro  Señor, 
servicio  de  la  Iglesia,  pureza  de  la  fe  y  servicio  del  Consejo  Su- 
premo de  la  Santa  General  Inquisición,  a  quien  toca  su  conservación 
en  estos  Reynos,  diré  de  la  utilidad  y  necesidad  de  este  nuevo  Ca- 
thálogo,  o  de  la  renovación  del  pasado,  que  es  el  fundamento  de  lo 
que  el  Consejo  año  y  medio  a  me  mandado  trabajar,  como  quien  desto 
tiene  alguna  más  particular  noticia  y  experiencia". 

La  utilidad  y  la  necesidad  eran  evidentes  para  el  P.  Pineda.  Se 
habian  agotado  las  ediciones  del  Catálogo  antiguo,  pudiendo  adqui- 
rirle únicamente  a  altos  y  excesivos  precios.  Se  excusaban  así  en 
muchas  librerías  la  venta  de  libros  prohibidos  o  por  expurgar,  dada 
la  ignorancia  del  Catálogo  y  de  sus  reglas  por  la  escasez  de  ejem- 
plares. Otra  razón  era  la  difusión  de  catálogos  extranjeros,  que  aún 
no  desvirtuando  en  sus  aspectos  fundamentales  la  sustancia  de  nues- 
tros Expurgatorios,  incluían  prefaciones,  comentarios  y  aun  críticas 
acerbas  contra  nuestros  Catálogos.  Se  alude  también  a  la  impresión 
del  catálogo  expurgatorio  de  Portugal  (1624),  que  aunque  influido 
por  el  español,  contenía  otras  muchas  prohibiciones  y  expurgos.  Ejem- 
plo claro  de  animadversión  a  lo  nuestro  lo  ofrecía  la  impresión  ex- 
tranjera de  Génova.  Contaba  una  razón  muy  interesante  expuesta 
así  por  el  padre  jesuíta:  "El  auer  en  estos  doce  o  catorce  años  des- 
pués del  otro  cathálogo,  salido  a  la  luz  más  libros  de  herejes  huma- 
nistas, juristas,  políticos,  poetas,  y  sobre  Escritura  que  en  tremta 
años  atrás,  de  que  herbía  toda  esta  Corte  y  todos  los  curiosos  del 
Reyno,  y  con  la  nouedad  se  buscaba,  y  se  embiaua  por  ellos,  fuera 
del  Reyno,  y  como  nueuos  no  estañan  nombrados,  ni  prohibidos,  en 
especial,  con  que  algunos  más  entendidos  aduertían  ser  autores  he- 
reges,  ó  por  lo  menos  sospechosos,  disimulauan  por  no  estar  nom- 
bradamente todos",  razón  fundamental,  efectivamente,  y  que  exigía 
sabias  y  nuevas  disposiciones.  Existían,  además,  fuera  del  Catálogo 
dos  Apéndices  y  otros  documentos  -cartas  acordadas—  y  prohibi- 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CU  LTV  KA 


ciones  que  contribuían  al  confusionismo  e  inseguridad  en  materias 
tan  delicadas. 

Las  razones  propias  e  intrínsecas  del  Catálogo  postulaban  la 
misma  exigencia  de  la  impresión. 

Se  refiere  el  P.  Pineda,  en  primer  lugar,  a  la  falta  de  clari- 
dad del  Indice  anterior  por  las  muchas  "remisiones  y  alphabeíos" 
que  tenía,  y  consiguientemente  la  poca  facilidad  para  dar  con  lo  que 
se  buscaba  e  interesaba  al  lector,  suponiendo  tiempo  y  trabajo.  El 
índice  presentaba  también  muchas  menudencias  fijas,  v.  g.,  escribien- 
do de  algún  hereje  bene  dixit,  o  mérito  sensit,  eleganter,  sapienter,  et- 
cétera, se  consignaba,  dele  "eleganter" ,  dele  ''mérito" ,  dele  "bene" ,  con 
otras  pequeñeces  insustanciales,  puesto  que  ni  todo  lo  escrito  por  un  in- 
telectual heterodoxo  es  pecado  o  inexacto.  De  insignificancias  de  esta 
clase  — indiscutiblemente,  criterios  aldeanos  y  absurdos. —  estaba  pla- 
gada la  redacción  del  antiguo  Expurgatorio.  Se  eludían  epítetos  y  tra- 
tamientos honrosos.  Se  tacharon  frases  como  ésta :  historiografus  di- 
ligentissimus.  A  Enrique  Estéfano  se  le  regateaba  un  peritissimus  en 
griego.  Se  fundaban  todas  estas  limitaciones  y  criterios  de  vía  estre- 
cha en  que  el  Catálogo  romano  mandaba  en  la  Instrucción  del  ex- 
purgo de  libros,  ut  omnia  epiteta  honorijica  et  omnia  in  laudem  hac- 
reticorum  deleantur.  Todo  lo  cual  podía  hacerse  con  advertencia,  o, 
tratándose  de  alabanzas  generales,  en  abono  de  la  persona,  como 
cuando  se  dice  vir  optimus,  probus,  bonae  memoriae,  piae  memoriae, 
virtutibus  exornatus,  de  re  bene  meritiis,  o  cosas  parecidas,  como  ex- 
presiones o  encarecimientos  notorios  en  todos  los  países  europeos 
— consagraciones  científicas  o  literarias  definitivas —  por  las  excelen- 
cias insignes  de  autor  de  fama  internacional,  verbigracia,  de  Erasmo, 
a  quien  se  apellidaba  Germaniae  decus,  Bataviae  lumen,  eruditorum 
princeps,  o  como  alcanzó  a  ponderarse  la  obra  erudita  de  Scalígero, 
denominándole  Deus  eruditorum. 

Tampoco  se  incluyeron  en  el  anterior  Expurgatorio,  según  las  ad- 
vertencias del  P.  Pineda,  muchos  autores  que  deberían  haberse  ano- 
tado, y  que  no  se  realizó  por  economía  de  tiempo  o  por  no  haber  sus 
libros  a  la  mano.  El  Padre  Pineda  añadía,  además,  negligencias  y 
equivocaciones  parecidas  de  otra  clase.  En  el  catálogo  antiguo  se  pro- 


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hibían,  por  ejemplo,  todos  los  libros  de  Jerónimo  Cardano,  incluj-en- 
do,  por  tanto,  su  Arithmetica,  ni  expurgada  ni  prohibida,  y  otra  obra 
ac¡rca  de  Tolomeo,  cuya  expurgación  fué  fácil.  El  ilustre  jesuíta  se 
congratula  en  su  exposición  de  haberse  corregido  estos  y  otros  erro- 
res y  defectos  quantum  vires  humanae  patiuntur,  acrecentando  el  nue- 
vo Expurgatorio  con  dos  mil  títulos  nuevos  entre  prohibidos  y  expur- 
gados, y  consignando  haber  utilizado  veinte  Indices  importantes  de 
libros,  más  otros  tantos  Catálogos  ordinarios  de  Francfort,  informa- 
ciones alemanas  del  Padre  Jaime  Cretser,  de  la  Universidad  de  In- 
glostadt  y  de  sus  doctores,  del  Colegio  de  Burdeos,  más  el  examen 
de  librerías  y  bibliotecas  muy  importantes  de  la  Corte  y  de  otras  ca- 
pitales. Se  trató,  finalmente,  para  facilitar  el  trabajo  de  encontrar  los 
autores,  redactar  un  índice  alfabético  con  la  maj-or  claridad,  citando 
los  folios,  y  añadiéndose  a  los  autores  la  naturaleza  y  la  secta  profe- 
sada, a  satisfacción  de  la  más  exigente  curiosidad. 

Las  sesiones,  presididas  por  don  Pedro  Pacheco,  fueron  muy  inte- 
resantes, y  revelan  en  conjunto  el  excelente  criterio  de  los  Consejeros 
y  la  ponderación,  ciencia  y  ecuanimidad  del  Padre  Juan  de  Pineda. 

Se  ventiló,  por  ejemplo,  el  caso  de  las  obras  del  Tostado.  El  Ca- 
tálogo Expurgatorio  de  Portugal  del  año  1624  llegaba  a  tachar  cues- 
tiones enteras  del  Ahulense.  Los  calificadores  consideran  en  sus  digre- 
siones la  antígüedad,  la  fama  y  hasta  la  santidad  que  envolvían  su 
figura  y  para  librarle  de  las  censuras  apoyan  sus  dictámenes  en  la 
Instrucción  del  Catálogo  romano  que  decía:  m  libris  cathohcorum  ve- 
terum  nihil  mutare  jas  sit...  si  quid  autcm  maion  momentt  et  am- 
madversione  dignum  occurrerit  liceat  vel  ad  margines,  y  conforme  con 
estas  normas  se  apostíllan  y  declaran  con  breves  notas  o  comentarios 
marginales  la  doctrina  "equíuoca"  del  autor,  sin  tachaduras  y  con- 
denaciones textuales. 

Se  confirió  largamente  en  la  segunda  sesión,  tenida  a  23  de  di- 
ciembre, sobre  el  problema  que  podría  plantearse  acerca  de  las  obras 
de  Pío  II  (Eneas  Silvio  Piccolomini).  y  notadas  con  palabras  generales, 
m  actis  Aeneae  Svhii  prohibentur,  quae  ipse  in  Bulla  retractattoms 
damnavit.  Se  convino  en  advertir  lo  particular  del  autor,  con  expre- 
sa y  particularísima  mención  de  una  epístola  donde  se  detraía  a  la 

-  46  - 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


autoridad  apostólica.  También  se  expurgaron  las  calumnias  vertidas 
contra  los  Príncipes  y  los  Religiosos  contenidas  en  el  Epitome  de  la 
Historia  de  Portugal  de  don  Manuel  de  Faria  y  Sonsa.  El  alud  de 
letanías  compuestas  en  honor  de  nuestra  insigne  y  esclarecida  Doc- 
tora Santa  Teresa,  invocándola  como  Mater  y  Virgo  obligaron  a  los 
caliñcadores  a  ordenar  se  recogiesen,  confomie  al  Decreto  de  Cle- 
mente VIII. 

En  la  quinta  sesión  tocaron  los  padres  calificadores  la  obra  litera- 
ria de  don  Francisco  de  Quevedo.  El  texto  es  curioso  e  interesante : 
"Pareció  que  las  Obras  de  don  Francisco  de  Quevedo  que  vuiesen 
impreso  hasta  el  día  de  oy  (después  de  auerse  prohibido  (como  lo 
están)  se  aduierta  lo  siguiente,  que  las  obras  que  han  salido  en  nom- 
bre de  don  Francisco  Oueuedo,  se  mandan  recoger,  y  las  que  con- 
forme a  los  dichos  originales  se  imprimiesen,  con  lo  qual  no  se  pasó 
adelante." 

Se  conserva  entre  la  documentación  inquisitorial  el  edicto  o  "for- 
ma de  publicación"  del  nuevo  Expurgatorio.  Salió  el  acompañamien- 
to de  las  casas  del  Eminentísimo  Cardenal,  y  pasando  por  la  plazuela 
de  Santo  Domingo  a  Palacio,  allí  se  dio  el  primer  pregón  del  catá- 
logo. Merecen  reproducirse  los  textos  como  expresión  de  aquel  epi- 
sodio histórico  en  los  fastos  de  la  historia  de  la  villa  madrileña : 
"Manda  el  Eminentísimo  Señor  Cardenal  Inquisidor  General  y  otros, 
señores  del  Consejo  de  Su  Magestad  de  la  santa  general  Inquisición 
a  todos  los  vecinos  y  moradores  dcsta  villa  de  Madrid  que  se  halla- 
ren mañana  domingo,  diez  y  ocho  deste  presente  mes  en  la  yglesia 
parrochial  de  Santa  María,  a  la  hora  de  la  misa  mayor,  a  oír  el  edicto 
y  prouisíón  de  Su  Eminencia  Reverendísima  sobre  la  reuocación  de 
las  licencias  para  tener  libros  prohibidos  y  leerlos,  conforme  al  nuevo 
Indice  y  Catálogo  Expurgatorio  que  desto  ha  salido,  la  qual  así  hagan 
y  cumplan,  so  pena  de  excomunión  mayor.  Mandóse  pregonar  para 
que  venga  a  noticia  de  todos."  V.n  la  Puerta  de  Guadalajara  se  dió 
el  segundo  pregón,  3,'  en  la  Puerta  del  Sol,  el  tercero.  Continuó  el 
acompañamiento  por  la  calle  del  Príncipe  y  la  del  León,  saliendo  a 
la  plazuela  de  Antón  Martín,  donde  se  dio  el  cuarto,  y,  buscando  el 
cortejo  la  calle  de  Atocha,  recaló  en  la  Plaza  Mayor,  atravesando  La 


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MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Provincia,  dándose  alli  el  quinto  pregón,  y  finalizando  en  la  plaza  de 
Santo  Domingo,  donde  se  dió  el  último,  después  de  bajar  a  San  Gi- 
nés  y  atravesar  el  Postigo  de  San  Martín  y  la  calle  de  los  Preciados. 

El  protocolo  inquisitorial  nos  refiere  el  suceso  del  domingo.  Kl 
acompañamiento  se  ordenó  así:  "Delante  de  todos  iban  dos  familia- 
res con  baras  que  para  actos  semejantes  los  nombra  la  Congregación, 
y  luego  hasta  setenta  Familiares,  que  así  allí  se  hallaron  de  dos  en 
dos,  y  al  fin  de  ellos  iba  el  estandarte  dicho,  el  qual,  aunque  es  cos- 
tumbre llevarlo  los  mayordomos  con  orden  del  dicho  señor  Inquisidor 
le  dieron  a  don  Vicente  Baltorra,  Cauallero  del  hábito  de  Calatrava, 
hijo  primogénito  del  Conde  la  Villa  Nova,  varón  de  Torres,  y  una 
borla  don  Francisco  Manrrique,  Cauallero  del  hábito  de  Alcántara,  y 
familiar,  hermano  del  Duque  de  Galisteo,  Conde  de  Osorno ;  y  la  otra 
lleuó  el  Mayordomo  más  antiguo,  y  junto  al  dicho  estandarte  los  mi- 
nistros del  Santo  Oficio  Eclesiásticos,  como  Notarios  y  Comisarios  de 
diferentes  partidos,  que  aquí  residen  y  se  hallaron  allí,  y  detrás  de 
ellos  los  padres  calificadores  de  diferentes  Inquisiciones,  y  los  vltimos 
los  del  Consejo  y  los  dos  Comisarios  de  esta  Villa,  que  son  el  Maes- 
tro Sebastian  de  Mesa,  Cura  de  San  Justo  y  Pastor,  y  el  Doctor  Juan 
de  la  Peña,  y  Niso,  Cura  de  San  Miguel,  se  les  dió  el  penúltimo  lu- 
gar, llevando  en  medio  al  Padre  Pedro  González  de  Mendoza,  Rector 
del  Colegio  de  la  Compañía  de  Jesús  desta  Villa,  que  entre  todos  los 
ministros  eclesiásticos  y  calificadores  serían  quarenta,  poco  más  o  me- 
nos ;  y  luego  siguieron  los  dichos  alguazil  mayor  y  notario  de!  secreto, 
y  después  el  dicho  Inquisidor  don  Christobal  de  Ybarra  y  Mendoza 
en  una  muía  bien  adereqada,  y  a  su  mano  derecha  iba  el  dicho  Duque 
de  Galisteo,  Conde  de  Osorno  y  Familiar  del  Santo  Oficio,  y  a  la 
mano  izquierda  don  Balthasar  de  Chaues,  Cauallero  del  hábito  de 
Santiago,  Conde  de  la  Calzada,  y  asi  mismo  Familiar,  hijo  del  señor 
don  Antonio  de  Chaues  y  Mendoza,  el  Consejo  y  Cámara  de  Su  Mn- 
gestad,  y  Gouernador  en  su  Real  Consejo  de  Ordenes,  y  en  esta  for- 
ma fué  el  dicho  acompañamiento  por  la  Plazuela  de  Santo  Domingo 
a  San  Martín,  y  salieron  a  la  calle  Mayor,  y  desde  allí  a  Santa  María, 
donde  se  apearon  y  a  la  puerta  della  algtmos  de  los  Familiares  que 
auía  en  la  iglesia  salieron  a  recil)ir  al  Inquisidor  con  otro  estandarte 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


mayor  de  la  dicha  Congregación,  y  el  Cura  rebestido  y  con  capa  y 
diácono  y  subdiacono  y  otros  clérigos  con  sobrepellices,  cantó  el  As- 
perges me  y  dió  el  agua  bendita  al  Inquisidor  y  el  Coro  respondió  en 
la  forma  ordinaria,  y  caminando  por  medio  de  la  Iglesia  el  Inquisi- 
dor haziendo  oración  al  altar  mayor  subió  las  gradas  solo  y  se  sentó 
en  una  silla  de  terciopelo  carmesí  con  su  almohada  a  los  pies,  que  es- 
taña el  presbiterio  al  lado  del  euangelio,  y  aunque  se  acostumbra  po- 
ner un  paño  de  terciopelo  detrás  en  la  pared,  no  fué  necesario  por 
estar  colgada  la  capilla  mayor  con  una  colgadura  bordada,  y  el  estan- 
darte grande  se  puso  detrás  en  el  dicho  lugar,  y  el  menor  al  lado  del 
altar;  los  dichos  Duques  de  Galisteo,  Conde  de  la  Calzada,  don  Vi- 
cente Valterra  y  don  Fernando  Manrique,  se  sentaron  bajo  de  las 
gradas  al  dicho  lado  del  evangelio  en  quatro  sillas,  lo  qual  se  hizo  con 
orden  del  Consejo,  como  se  aduierte  arriba. 

"Frontero  de  las  dichas  sillas  se  puso  un  banco  de  respaldar,  como 
es  costumbre,  en  que  se  sentaron  el  dicho  alguazil  mayor  y  notario  del 
secreto,  y  de  las  dichas  sillas  y  banco  abajo,  así  en  la  capilla  mayor 
como  en  el  cuerpo  de  la  yglesia,  se  seguían  bancos  rasos  cubiertos 
con  sus  tapetes,  y  en  los  que  tocaron  a  la  capilla  mayor  se  sentaron 
los  dichos  padres  calificadores,  y  ministros  eclesiásticos,  en  la  forma 
}•  por  el  orden  que  vinieron  en  el  acompañamiento,  y  detrás  de  ellos, 
en  bancos  a  una  y  otra  banda,  asi  mismo  cubiertos  los  secretarios  y 
ministros  de  Su  Magestad,  como  contadores  y  otros  semejantes;  y  en 
todo  el  resto  de  los  bancos  hasta  los  pies  de  la  yglesia,  todos  los  di- 
chos Familiares,  dixo  la  misa  el  Cura  de  la  dicha  iglesia,  y  oft'ició  la 
capilla  del  Carmen,  y  diósele  al  Inquisidor  la  paz  e  incienso,  como  es 
costumbre ;  después  del  credo  el  dicho  notario  del  secreto,  dió  al  li- 
cenciado Pedro  de  Montaluo  Morales  (su  hermano)  clérigo  presbítero 
y  notario  del  Santo  Oficio,  el  Breue  de  Su  Santidad  y  Prouisión  de 
Su  Eminencia  Reuerendísima,  y  fué  al  pulpito  acompañado  de  los  al- 
guaziles  de  la  dicha  Congregación  y  lo  leyó  en  alta  voz :  y  luego  fixó 
el  dicho  edicto  y  prouisión  a  la  Puerta  de  la  dicha  yglesia,  a  que  se 
siguió  el  sermón  que  predicó  el  Padre  Agustín  de  Castro,  de  la  Com- 
pañía de  Jesús,  y  Calificador  del  Consejo  a  quien  el  Eminentísimo  In- 
(juisidor  General  (y  señores  del  Consejo  le  auían  encargado,  y  acabada 


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4 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


la  misa,  se  volvió  el  acompañamiento  adonde  salió,  de  la  manera  que 
llegó  a  la  >'glesia"  (33). 


La  publicación  del  Catálogo  de  1632  perfeccionó,  efectivamente,  las 
ediciones  anteriores  con  aportaciones  de  calidad,  resultado  de  los 
constantes  y  sistemáticos  trabajos.  Con  respecto  al  Expurgatorio  de 
161 2,  el  nuevo  Indice  censuraba  nuevos  textos  literarios,  en  particu- 
lar a  Erasmo,  Hotomano,  e  Indices  de  San  Agustín.  Al  Indice  de 
Sandoval  v  Rojas  se  le  añadieron  más  de  dos  mil  autores  censurados. 
El  Santo  Oficio  reconoció  públicamente  los  trabajos  del  Padre  Juan 
de  Pineda.  Se  le  libró  como  ayuda  de  costa  para  su  viaje  de  retorno 
a  Sevilla  mil  quinientos  reales,  enderezando  sendas  epístolas  en  su 
alabanza  al  General  de  la  Compañía,  Padre  Viteleschi,  y  al  Provin- 
cial de  Andalucía,  Muñoz  de  Gálvez. 

Por  el  año  1633,  es  decir,  un  año  después  de  haber  salido  el  Ex- 
purgatorio del  Cardenal  Zapata  comenzaron  a  llegar  al  Consejo  nue- 
vas enmiendas,  censuras  y  juicios  desfavorables  en  el  sentido  de  po- 
derse mejorar  los  Indices,  verificadas  y  contrastadas  las  faltas  y  yerros 
contenidas  en  la  última  edición  del  año  1632.  Como  las  correspon- 


Ux)  El  sermón  del  P.  Agustín  de  Castro  se  publicó,  el  mismo  ano  de  1632, 
en  Madrid  por  !a  viuda  de  Luis  Sánchez,  impresor  del  Reino  bajo  os  auspi- 
cios del  Sr.  Cardenal:  "Sermón  que  predicó  el  P.  Agustm  de  Castro,  de  la 
Compañía  de  Jesús,  Calificador  de  la  Santa  General  Inquisición,  en  la  publica- 
ción del  Indice  Expurgatorio  de  los  libros  que  se  hizo  en  18  de  Ene  o  de  :6  3 
en  esta  Corte  "Dedicado  al  Eminentísimo  y  Reverendísimo  Sr.  U^  Entorno 
Zapata,  Cardenal  de  la  Santa  Yglesía  Rom^a,  titulo  de  Santa  Balbina  Pro 
tector  de  Espai^a,  Inquisidor  General  en  los  Reynos  y  Senoru^s  de  -^^^"^-1; 
y  de  su  Consejo  de  Estado.  En  Madrid.  Por  la  Vda.  de  Luis  Sánchez  ^no  1632^ 
He  aquí  la  inscripción  del  Indice  Expurgatorio:  "Novus  Index  Librorvm  Pro- 
hibitorvm  et  Expurgatorvm :  Edítivs  Autoritate  Et  lussu  Emintm.  ac  Reuenmi 
hiDitorvm  P    -  Presbvt   Card  Tit   S.  Balbins ;  Protectons  His- 

D.D.  Antonn  Zapata,  S.  R.  E.  Presoyt,  L,aru.  iiu  o  ,  , 

paniarum-  Inquisitoris  Generalis  in  ómnibus  Regnis  et  ditionibus  Ph.hpp.  I\  - 
R  C  "  ¡b  eL  Statu.  etc.  De  Consilio  Svpremi  Senatus  S^  Geiierahs  Inqu.si- 
tionis.  Hispali  Ex  Typographeo  Francisci  De  Lyra.  An.M.DC.XXX.II. 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


dencias  son  muy  abundantes  y  reflejan  los  criterios,  algunas  veces 
muy  particulares,  de  sus  autores,  no  insistiré  demasiado,  poniendo 
exclusivamente  de  manifiesto  las  "notas"  redactadas  por  el  Inquisi- 
dor sevillano  don  Juan  Dionisio  Portocarrero,  otrora  miembro  muy 
destacado  de  las  Juntas  de  calificadores  en  los  tiempos  de  don  Anto- 
nio Zapata. 

Se  alude,  en  principio,  en  la  exposición  de  referencia  a  las  con- 
diciones esenciales  de  orden,  distinción  y  claridad  que  debían  adornar 
a  los  Expurgatorios,  procurando  que  cada  libro  y  autor  ocupasen  el 
lugar  propio,  expresándose  la  enmienda  y  el  expurgo  de  cada  uno  de 
ellos.  Las  normas  empleadas  en  la  Iglesia  desde  el  Tridentino  se  ha- 
blan sujetado  a  unos  criterios  que  distinguían  tres  clases  de  libros. 
En  la  primera  contaban  concretamente  las  obras  de  autores  heréticos, 
llevando  siempre  aneja  la  infamia,  la  sospecha  y  la  prohibición,  aun 
sin  tratar  de  religión,  vedándose  su  lectura  sin  la  oportuna  licencia 
del  Inquisidor  General,  juzgando  éste  que  podrían  su  lectura  y  estu- 
dio reportar  utilidad.  En  la  segunda  clase  se  registraban  los  libros 
de  autores  ortodoxos,  pero  de  doctrina  dañosa  y  calificable,  y,  así,  se 
prohibían  o  in  totum,  o  con  expurgación,  si  el  libro  lo  permitía.  La 
tercera  clase  abarcaba  los  libros  de  autores  desconocidos,  versaran  o  no 
sobre  materias  religiosas.  Al  principio  se  redactaron  estos  Indices  con 
demasiada  brevedad,  estampando  únicamente  los  títulos  de  los  libros 
que  se  prohibían,  sin  particularizar  la  expurgación,  y  se  consideraban 
así  más  como  Indices  o  tablas  de  libros  prohibidos  que  como  Expur- 
gatorios. Creciendo  el  número  de  las  ediciones  y  pareciendo  que  mu- 
chos podían  permitirse  con  expurgación,  se  varió  el  parecer,  y  de  las 
enmiendas  o  expurgaciones  se  redactó  un  libro  con  tablas  o  índice  de 
todas  las  obras  expurgadas  o  prohibidas  para  encontrar  fácilmente  el 
libro  que  se  quisiera  intervenir. 

Considera  Portocarrero  el  Catálogo  del  año  1632  plagado  de  equi- 
vocaciones y  sin  responder  a  las  características  generales  de  esta  clase 
de  obras.  Así,  la  tabla  — .dice —  o  índice  del  Expurgatorio  contenía 
muchas  equivocaciones.  Registraba  muchos  libros  que  después  no  se 
hallaban  en  el  cuerpo  de  la  expurgación ;  otros  estaban  expurgados  o 
prohibidos  sin  registrarse  en  el  índice.  Se  citaban  más  de  setenta  au- 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


tores  que,  precisados  en  el  índice,  no  se  hallaban  en  el  cuerpo  del  Ca- 
tálogo, al  revés,  más  de  ciento  sesenta  que  se  registraban  en  el 
Expurgatorio  sin  anotarse  en  el  índice.  Un  yerro  fundamental  del  Ca- 
tálogo consistía  en  hacer  a  muchos  autores  juntamente  herejes  y  or- 
todoxos. Las  erratas  de  imprenta  eran  considerables,  mermando  el 
crédito  y  la  labor  de  la  Junta.  Se  omitieron  también  en  los  autores 
su  profesión  y  doctrina,  y  se  estampaban  libros  sin  haber  padecido 
censura,  multiplicando  y  acumulando  vanamente  títulos,  pues  aun  en 
el  caso  de  no  haber  sido  examinada  la  obra  (ni  puesta,  por  tanto,  en 
el  Indice),  siendo  hereje  el  autor,  quedaba  ipso  jacto  excluido  por  la 
regla  general. 

El  remedio  único  y  verdaderamente  eficaz  para  remediar  las  la- 
gunas del  Expurgatorio  lo  ve  el  inquisidor  sevillano  en  la  publicación 
de  otra  obra  de  esta  clase:  "Hacer  uno  —escribe —  de  mucho  menos 
coste,  más  usual  y  practicable  y  sin  los  yerros  que  en  éste  se  hallan, 
lo  qual  nos  parece  dificultoso,  según  la  disposición  en  que  están  los 
papeles,  que  en  esta  parte  se  han  trabaxado.  Lo  que  mueue  a  propo- 
ner esto  a  V.  A.  en  primer  lugar  es  la  obligación  que  tiene  a  su  mes- 
mo  crédito  y  authoridad  tan  necesaria  para  la  defensa  de  la  fe.  Cosa 
cierta  es  que  ninguna  cosa  tanto  aborrecen  los  herejes,  y  aún  muchos 
de  los  catholicos  de  fuera  de  España,  como  el  nombre  de  la  Santa  In- 
quisición. De  todas  las  calumnias  se  ha  defendido  y  a  todas  ha  supe- 
rado la  grande  authoridad  de  V.  A.  con  la  madurez,  espacio  y  aten- 
ción, con  que  siempre  ha  procedido  en  sus  juizios.  Si  aora  ven  los 
herejes  y  calumniadores  que  se  publica  este  Expurgatorio  por  orden 
de  V.  A.,  y  se  manda  usar  dél,  y  le  ven  lleno  de  tantos  yerros,  como 
se  ha  mostrado,  los  que  más  cumplidamente  juzgaren  dél,  será  dezir 
que  se  hizo  muy  apresuradamente,  y  sin  aquel  peso  }'  madurez  con 
que  gouierna  V.  A.  este  santo  tribunal  con  toda  entereza  y  justizia... 
Quedando  este  Expurgatorio  en  pie,  es  necesario  echarle  muchos  re- 
miendos, con  apéndices,  añadiduras,  o  otro  género  de  suplementos,  con 
que  se  siguen  inconuenientes.  El  vno  que  se  hace  intolerable  y  diffi- 
cilisima  la  expurgación  de  los  libros,  porque  será  menester  usar  de  los 
Expurgatorios,  el  vno  el  que  aora  ay,  y  luego  el  apéndice  o  suple- 
mento que  se  haze  para  reformar  este,  como  Expurgatorio  de  Expur- 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


gatorio,  y  auer  de  expurgar  los  libros  en  dos  Expurgatorios.  El  otro 
inconueniente  es  que  no  se  extinguiendo  este  Expurgatorio,  aunque  se 
reforme  por  nueuos  suplementos,  siempre  queda  en  pie,  y  anda  a  los 
ojos  de  todo  el  mundo  lo  errado,  y  como  hallan  en  la  fachada  del 
libro  el  nombre  y  authoridad  de  V.  A.,  los  que  no  buscasen  excusas 
)•  reformaciones  destos  yerros,  sino  con  que  calumniar  la  veneración 
que  se  deue  a  V.  A.  y  excurecerla,  tomarán  solamente  lo  errado,  y 
dexarán  lo  que  lo  reforma.  En  los  libros  que  V.  A.  manda  expurgar, 
si  se  halla  ser  muy  grande  el  número  de  los  errores  y  proposiciones 
malas,  no  se  permite  el  libro,  sino  se  prohibe  m  totmn.  Cotéjese  quam 
gran  número  es  el  de  las  planas  que  en  este  Expurgatorio  están  con 
algunos  destos  j'erros,  y  quizá  se  hallarán  ser  tantas,  que  más  con- 
ueniente  parecerá  el  suprimirle  totalmente  que  el  remedarle."  Siguen 
a  estas  consideraciones  las  razones  de  tipo  económico  que  hacía  cos- 
tosa la  adquisición  del  Catálogo  (34). 

Conforme  con  estas  orientaciones  que  se  repiten  arreo  en  las  co- 
rrespondencias inquisitoriales,  publicaba  en  el  año  1640  el  Santo  Ofi- 
cio el  Catálogo  Expurgatorio,  bajo  los  auspicios  del  Inquisidor  ge- 
neral don  Antonio  de  Sotomayor.  El  motivo  de  la  edición  del  nuevo 
Expurgatorio  lo  basaba  el  Arzobispo  de  Damasco,  como  era  lógico,  en 
la  aparición  de  nuevos  libros  heréticos  y  en  la  abundancia  de  Biblias 
en  romance.  Pese  a  las  visitas  de  los  navios  y  a  la  investigación  y  es- 
crutinio en  las  librerías,  los  volúmenes  llegaban  a  España  en  pliegos, 
y  cisí  se  introducían  con  mayor  éxito  y  facilidad  (35). 

Sucesivamente,  fueron  editándose  los  últimos  Catálogos  Expurga- 
torios de  la  Inquisición  española.  En  el  año  1667  se  publicaba  un 


(34)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  291. 

(35)  "Novissimvs  Librorvni  Prohibitorvm  Et  Expurgatorvm  Index  Ca- 
tholicis  Hispaniaium  Regnis,  Philippi  IIII.  Reg.  Cath.  .^nn.  1640. — -lussu  ac 
studiis  illmi.  ac  R.  D.  D.  Antonii  a  soto  Maior  supremi  praesidis,  ac  in  Regnis 
Hisp.  Sicil,  et  iridiar.  Generalis  inquisitoris  etc.  Libroeum  expurgandorum,  lu- 
culenter  ac  vigilantissime  recognitus,  Noiiissimus  index  De  Cousilio  Supremi 
Senatus  Inquisilioiiis  General.  Madriti  Ex  Typographeo  Didaci  Diaz  Au. 
M.DC.X.L." 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


nuevo  Indice,  protegido,  como  el  anterior,  por  el  Arzobispo  de  Da- 
masco, don  Antonio  de  Sotomayor  (36).  En  él  se  recogia  una  inte- 
resante colección  de  decretos,  el  Indice  del  Tridentino  y  el  de  libros 
prohibidos  de  Alejandro  VII,  editado  en  Roma  en  1665,  más  el  edic- 
to o  provisión  del  año  1640  suscrito  por  el  mismo  Inquisidor  general. 
Se  consigna  entre  sus  páginas  una  preciosa  advertencia  referente  a 
las  obras  de  don  Francisco  de  Quevedo.  Se  permite  la  Política  de 
Dios,  Govierno  de  Christo,  impresa  en  Madrid  en  el  año  1626  por 
la  viuda  de  Alonso  Martínez,  y  no  otra  impresión.  Se  permiten  tam- 
bién los  siguientes  libros:  La  defensa  del  Patronato  de  Santiago;  Ju- 
guetes de  la  niñez,  impreso  en  Madrid  el  año  1629;  La  Cuna  y  la 
Sepultura;  La  traducción  del  Róniulo,  del  Marqués  Virgilio;  La  tra- 
ducción de  la  vida  devota  de  San  Francisco  de  Sales ;  El  conocimiento 
propio ;  Consolación  de  Séneca  a  Gallón,  en  castellano.  Todos  los  demás 
libros  y  tratados  impressos  y  manuscritos,  que  corren  en  nombre  de 
dicho  Autor  se  prohiben,  "lo  qual  ha  pedido  por  su  particular  petición 
no  reconociéndolos  por  propios".  El  tema,  como  se  ve,  es  interesan- 
tísimo, y  a  él  dedicaremos  en  capítulos  siguientes  algunas  considera- 
ciones. 

Por  el  mes  de  julio  de  1679  llamaba  a  su  residencia  el  Obispo  de 
Badajoz,  y  entonces  Consejero  de  Inquisición,  don  Juan  Marín  de 
Rodezno,  al  secretario  Cantolla.  Martín  de  Rodezno  tenía  entonces  a 
su  cargo  la  Superintendencia  del  nuevo  Expurgatorio,  y  explicó  a 
Cantolla  cómo  don  Diego  Sarmiento  de  Valladares,  Obispo  e  Inqui- 
sidor general,  antecesor  de  Rocaberti,  y  el  Consejo,  le  nombraban  se- 
cretario para  asistir  a  escribir  y  ayudar  en  la  redacción  de  un  nuevo 
Catálogo  y  corregir  y  ajustar  lo  ya  trabajado,  previniendo  que  para 
esta  obra  y  tarea  se  contase  con  el  Padre  Ignacio  de  Zulueta,  de  la 


(36)  "Index  Librorvm  Prohibitorvm  Et  Expurgandorvm  Novissimvs  Pro 
Catholicis  Hispaniarvin  Regnis  Philippi  IV,  Regis  Cathol.  III.  Ac  R.  D.  I). 
Antonii  A.  Sotomaior  Supremi  Prassidis,  et  in  Regnis  Hispaniarum,  Siciliae,  et 
Indiarum  Generalis  Inquisitoris,  etc.  jussu  ac  studiis  luculenter  et  vigilantissimc 
recognitus ;  De  Consilio  Supremi  Senatus  Inquisitionis  Generalis.  Juxta  Exeni- 
plar  excussum.  Madriti.  Ex  Typographeo  Didaci  Diaz.  Svbsignatum  Lldo. 
Hverta.  M.DC.LXVII." 


—  54  — 


LA  INQi  lSICION  y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Compañía  de  Jesús,  hombre  de  prendas  distinguidas  y  versado  en 
lenguas. 

Dio  principio  la  Junta  en  casa  del  señor  Marín,  asistiendo  Zulue- 
ta  y  Cantolla  con  los  papeles  y  documentos  reunidos  por  don  Fernan- 
do Gallego,  secretario  por  Aragón,  y  don  Gregorio  Ojea  y  Ulloa,  ofi- 
cial mayor.  Pista  documentación  era  fundamental  y  preciosa.  Se  contó 
así  en  la  Junta  con  el  Registro  de  cartas  acordadas  de  prohibiciones 
de  libros,  "borradores",  hechos  por  los  secretarios  Juan  de  Clavijo, 
José  de  Ribera  y  don  Diego  de  Rubalcaba,  ordenado  por  disposición 
de  los  inquisidores  generales  y  los  señores  del  Consejo  en  diferentes 
épocas  y  etapas.  Contaron,  además,  los  reparos  y  advertencias  hechos 
por  los  calificadores  del  Consejo  hasta  el  año  1640,  las  "delaciones" 
presentadas  desde  el  año  1640  hasta  el  tiempo  de  la  Junta,  con  los 
pareceres  de  los  censores,  y  lo  resuelto  y  acordado  en  el  Consejo ;  los 
"libros  del  Consejo"  o  de  los  "Inquisidores  generales",  con  prohi- 
biciones taxativas  e  inserción  de  los  Breves  Apostólicos ;  "edictos  e 
impresos"  de  prohibiciones  de  libros  y  proposiciones  condenadas  por 
los  Pontífices;  los  "Expurgatorios"  anteriores  al  año  1640,  y  los  Ca- 
tálogos romanos.  Con  este  material  se  comenzó  a  trabajar,  asistiendo 
el  Padre  Zulueta,  no  sólo  a  la  Junta  particular,  sino  también  a  las 
que  se  tuvieron  para  expurgar  algunos  de  los  libros  prohibidos. 

Se  formaron  en  casa  de  don  Juan  Marín  dos  salas  de  calificado- 
res, cu}'Os  pareceres  vistos  en  Consejo  se  traducían  en  resolución  de- 
finitiva que  pasaba  inmediatamente  a  la  Junta  particular  con  los  pa- 
peles originales,  añadiéndose  al  Indice  las  prohibiciones  acordadas 
por  el  Consejo.  Se  nombró  corrector  de  la  obra  al  P.  Zulueta,  en- 
cargándose de  todo  el  secretario  don  Fernando  Gallego,  y  de  la  im- 
presión Bernardo  de  Villadiego,  que  acometía  la  empresa  por  el  año 
1684,  entregando  de  cada  pliego  que  se  "tiraba  o  imprimía",  tres:  uno 
para  el  Inquisidor  General,  otro  para  el  secretario  del  Consejo  y  el 
tercero  para  el  corrector,  quien  se  entendía  directamente  con  el  im- 
presor para  los  menesteres  de  las  correcciones  o  enmiendas.  Se  de- 
terminó que  el  volumen  fuese  proporcionado  o  discreto,  "ciñéndose 
la  letra"  y  despojando  en  las  notas  sobre  los  autores  heréticos  de 
primera  clase,  dictados  y  títulos,  referencias  de  su  vida  }  muerte, 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


respetando  únicamente  su  patria,  secta  y  obras,  según  se  determinó 
por  el  P.  Zulueta,  don  Gerónimo  Ximénez,  Fr.  Jacinto  Parra  y  otros 
calificadores.  Se  admitieron  las  obras  de  autores  de  primera  clase, 
remitidas  por  las  Universidades  alemanas,  sin  preceder  examen  parti- 
cular a  ejemplo  de  los  Expurgatorios  de  los  años  1612  y  1632,  por 
ser  notorio  hacerse  anualmente  Catálogos  para  las  "nundinas"  de 
Francfort. 

En  mayo  de  1685  moría  el  P.  Zulueta,  recogiendo  sus  papeles  y  no- 
tas don  Fernando  Gallego,  >•  haciéndose  cargo  de  ellos  don  Jeróni- 
mo Díaz  Ximénez.  Por  muerte  también  de  éste  escribe  don  Domingo 
de  Cantolla  y  Miera,  que  se  le  entregaron  por  don  Juan  de  Ocampo 
todas  las  notas,  documentos  y  papeles  originales,  encontrándoles  suel- 
tos, descosidos,  sin  foliar  y  con  muchos  pliegos  divididos  en  dos  hojas. 
Pero,  a  pesar  de  convenirse  en  seguir  la  impresión  del  Catálogo  éste 
había  de  retrasarse  hasta  el  año  1707  en  que  se  publicaba,  llevando 
al  frente  el  nombre  de  don  Diego  Sarmiento  de  Valladares  y  de  su  su- 
cesor don  Vidal  Marín,  Obispo  de  Ceuta.  En  él  se  rendía  un  homenaje 
a  los  altos  méritos  del  P.  Zulueta,  firmando  el  edicto,  como  era  es- 
tilo y  costumbre,  el  Obispo  inquisidor  y  excusándose  de  la  tardanza 
de  la  publicación  por  el  suceso  de  la  muerte  de  don  Diego  Felipe  Sar- 
miento de  Valladares  (37). 

Resta  ya  poco  por  historiar.  En  el  año  1747  se  imprimía  el  Ca- 
tálogo de  don  Francisco  Pérez  de  Prado,  en  el  que  intervinieron  de 
consuno  los  jesuítas  PP.  José  Cassani  y  José  Carrasco,  hombre  el 
primero  de  muchos  viceversas  y  gramáticas,  }•  a  quien  pensamos  dedi- 
car en  obra  de  interés  nuestra  curiosidad  investigadora.  El  Catálogo 
recogía  como  novedades  abundante  bibliografía  quietísta  y  jansenis- 
ta que  como  es  sabido  constituyen  unos  capítulos  interesantísimos  en 
la  historia  de  la  cultura  y  del  sentimiento  religioso  de  aquellos  tiempos. 

Los  Indices  Expurgatorios,  es  decir,  la  censura  inquisitorial,  a  la 
que  nos  acabamos  de  referir,  significaba  indiscutiblemente  un  orden 


(37)  "Index  Kxpurgatorivs  Hispanvs  Ab  Excmo.  Domino  ü.  Didaco  Sar- 
miento Et  Valladares  Inceptvs,  Et  Ab  lUmo.  Domino  D.  Vitale  Marn,  Per- 
fectvs.  Anno  M.DCC-VH"  (Frontis  del  volumen). 

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LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


intelectual  que  urgía  preconizar  y  establecer  en  los  países  europeos, 
en  medio  de  las  disidencias  religiosas  y  de  los  vinos  fuertes  y  espesos 
del  Htimañismo  paganizante,  racionalista  y  ateo.  No  incurramos,  sin 
embargo,  en  declamaciones  torpes,  ni  en  lugares  comunes.  Cuando 
este  orden  intelectual  se  quebranta  en  el  tránsito  de  los  viejos  méto- 
dos, del  ideario  clásico,  de  la  antigua  tradición  intelectual,  a  la  secula- 
rización de  la  cultura,  a  la  libertad  de  opinión,  a  la  época  moderna,  en 
una  palabra  — no  silenciará  el  autor  de  este  libro  sus  excelencias,  su 
progreso —  fueron  posibles,  por  lo  que  a  España  se  refiere,  todas  las 
crisis  nacionales  y  políticas.  Dos  guerras  civiles,  veintitantas  asonadas 
y  motines,  la  quema  de  los  conventos  y  las  palizas  a  los  clérigos, 
la  pérdida  de  las  colonias,  la  desnacionalización...  Porque  la  fuerza  de 
los  pueblos  es  su  diferenciación,  su  originalidad ;  ser  profundamente 
diferente  de  los  demás  pueblos,  consecuencia  de  la  unidad,  de  la  cohe- 
rencia ideológica,  del  tono  y  del  carácter,  que  constituyen  los  elementos 
vitales  de  un  país.  De  este  genio  propio  y  peculiar,  del  carácter  ori- 
ginal peninsular  clásico  y  católico  surgía  nuestra  maravillosa  perso- 
nalidad... 


CAPITULO  II 


Doble  significación  del  erasmismo. — Versiones  españolas  de  las  obras  de  Eras- 
mo. — Intervenciones  de  obras  de  Erasmo. — Algunas  notas  de  las  Juntas  de  los 
expurgatorios. — Erasmistas  españoles. — Las  Asambleas  de  Valladolid. — Materias 
doctrinales  calificadas. — Algunos  juicios. — Clausura  de  las  Asambleas. — El  doc- 
tor Juan  de  Vergara. — Su  actividad  intelectual. — Familia  del  Doctor. — Acusa- 
ción del  fiscal  de!  Santo  Oficio  de  Toledo. — Respuestas  de  Vergara. — Aspectos 
de  la  causa  del  Doctor. — Carácter  y  personalidad  de  Vergara. — Respuestas  de 
Vergara  a  la  publicación  de  testigos. — Trato  dado  a  Vergara  en  las  cárceles  in- 
quisitoriales.— Sus  valedores. — .A.spectos  jurídicos  del  proceso. — Rechazo  de  pro- 
banza.— Alegatos  del  Doctor. — Fallo  y  sentencia. — El  benedictino  Fr.  Alonso  de 
Virués. — Referencias  de  Llórente  sobre  Virués. — Cargos  contra  Virués  y  su  re- 
clusión en  el  Monasterio  de  San  Benito,  de  Valladolid. — Testifica  el  benedic- 
tino contra  Vergara. — La  personalidad  humana  y  científica  de  Fr.  José  de  Si- 
güenza,  bibliotecario  de  El  Escorial. — .Acusaciones  de  los  monjes  contra  Sigüen- 
za. — Su  reclusión  en  la  isla  de  Toledo. — Los  cargos  contra  el  monje  jeróninio 
y  sus  comentarios  y  deposiciones. — Significación  renacentista  de  Sigüenza  y  po- 
breza intelectual  de  los  monjes  de  F.l  Escorial. 


MARCEL  Bataillón  ha  expuesto  extensamente  la  historia  espiri- 
tual del  erasmismo  en  la  Península.  No  es  nuestra  misión 
repetir  lo  tantas  veces  expuesto  con  sutileza  crítica  y  con  copiosa  eru- 
dición, j)ero  pese  a  valoraciones  precisas  y  adecuadas  sobre  los  aspec- 
tos negativos  de  aquel  movimiento,  fue  el  erasmismo  dentro  del  inte- 
lectualismo  europeo  levadura  maravillosa  para  la  posibilidad  de  un 
renacimiento  de  los  espíritus,  y  consiguientemente  de  la  cultura,  en- 
quistada  en  las  viejas  rutinas  escolásticas  y  en  los  canceles  mohosos 
de  las  tradicionales  rutinas,  suficientes  a  través  de  los  años  para  secar 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


las  raíces  jugosas  de  todo  florecimiento  creador  >•  humano.  ¿Qué  vir- 
tudes de  fina  y  preciosa  poesía  y  cultura  pueden  alumbrar  cuando  la 
vida  interior  del  hombre  está  desasistida  de  los  criterios  del  previo 
examen,  de  la  duda  analítica,  del  elenco  socrático,  en  una  palabra, 
aplicados  a  los  problemas  de  la  vida  y  de  la  cultura?  Erasmo  repre- 
sentaba todas  estas  modalidades,  de  contenido  eficaz  y  positivo  para 
recrear  y  fecundar  la  cultura  tradicional,  desvalorizada  por  los  for- 
mulismos escolásticos  con  vigencia  en  la  especulación  y  repercutiendo 
en  la  vida  práctica  y  cotidiana  de  los  menesteres  de  la  vida  piadosa. 
Se  caracteriza  esta  última  modalidad  por  los  puntos  y  las  comas,  por 
el  practicismo  rutinario,  tanto  más  grave  en  nuestro  país,  clásico  por 
el  puritanismo  y  la  estrechez  de  los  juicios  en  materia  de  regla  moral. 
A  esta  ausencia  de  estilos,  de  desembarazo  y  de  originalidad  práctica 
y  creadora,  se  denominaba  mojigatería  y  fariseísmo,  acusándose  los 
aspectos  especulativos  y  científicos  por  los  que  se  ha  convenido  en 
conocer  con  el  nombre  de  filisteísmo  intelectual. 

El  año  1521  aparecía  la  versión  española  del  Enchiridion,  de 
Erasmo,  debida  a  Alonso  Fernández  de  Madrid.  Desde  el  año  1520 
hasta  el  1556  se  sucedieron  las  ediciones  y  reimpresiones  del  huma- 
nista holandés.  Es  conocida  la  referencia  textual  de  Vives  a  Erasmo 
sobre  la  fortuna  de  sus  versiones  en  tierras  castellanas.  Marcel  Batai- 
llon  consigna  las  prohibiciones  del  Indice  de  Milán  de  1554,  regis- 
trando en  sus  páginas  los  "Coloquios",  la  "Moría",  las  "Anotaciones 
sobre  el  Nuevo  Testamento"  y  los  "Escolios  sobre  San  Jerónimo". 
El  Indice  de  Venecía  incorpora  a  la  lista  más  obras,  algunas  muy  im- 
portantes en  la  extensa  producción  erasmiana.  En  los  Indices  de  Val- 
dés  figuran  ya  las  obras  del  fecundo  humanista,  manteniendo  el  Con- 
sejo Supremo  su  rigurosa  prohibición,  pese  a  censuras  benévolas  ex- 
presadas por  el  Decano  de  Salamanca,  Francisco  Sancho  (i).  En  el 
año  1559  el  rigor  se  extremaba  prohibiendo  la  Inquisición  la  Mona, 
los  Coloquios  y  el  Modus  Orandi,  editadas  en  latín  y  en  castellano. 
En  romance  se  intervenían  los  Comentarios  sobre  el  Pater  Noster, 
la  Exposición  sobre  el  salmo  Bcatiir  vir,  el  Miserere  mei  Deus  y  Cum 

(i)    Cfr.  Marcel  Batailloii  en  Erasme  et  VEspagne,  págs.  759-761. 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


invocarem  (2).  No  es  menester  extremar  nuestras  referencias  sobre 
estas  prohibiciones  y  censuras,  conociendo  la  personalidad  singula- 
rísima del  autor  de  aquellos  libros.  En  el  curso  de  las  ediciones  de 
los  Expurgatorios,  se  anotaron  frecuentemente  en  las  Juntas  textos 
erasmianos.  Así,  en  la  edición  agustiniana  se  mandaron  borrar  "cier- 
tas'' anotaciones  del  editor,  incluyendo  por  cierto  escolios  de  Vives. 
La  misma  censura  sufrió  el  tercer  tomo  de  las  epístolas.  Se  trataba  de 
la  impresión  de  Basilea  por  Frobenio  en  1538,  y  menudean  con  reite- 
ración las  palabras  dele  y  deleantur  (3).  En  el  año  16 16  se  censura- 
ban algunas  páginas  del  Antibarharorum,  publicado  también  en  Ba- 
silea en  1520.  Llama  la  atención  la  censura  eclesiástica  al  prurito 
de  Erasmo  de  encarecer  la  erudición  profana  con  merma  de  la  Teo- 
logía, a  cuyos  profesionales  motejaba  de  "idiotas",  sobre  todo  a  los 
frailes,  con  la  apreciación  de  sostener  que  más  debía  la  Iglesia  a  algún 
hereje  que  a  los  confesores  de  la  fe  (4). 

La  llama  viva  del  erasmismo  prendió  entre  las  inquietudes  espi- 
rituales de  algunos  ingenios  españoles,  articulándose  una  tradición 
de  hombres  de  ciencia-teólogos,  eruditos,  humanistas,  escriturarios, 
cuya  lucidez  crítica  y  talento  convierten  todo  lo  racional  en  objeto 
concreto  de  valoración,  un  intelectualismo  que  da  primacía  a  la  razón 
y  a  la  cultura  en  el  juego  de  los  valores,  sin  descarríos  heterodoxos  y 
contumacias  antidogmáticas.  Citemos  como  exponentes  a  Gracián  de 
Alderete,  a  los  Arzobispos  don  Alonso  de  Fonseca  y  don  Alonso  Man- 
rique, a  Luis  Núñez  Coronel,  al  doctor  Juan  de  Vergara,  a  Pedro  de 
Lerma,  exilado  en  París,  a  Juan  Maldonado,  al  benedictino  Alfonso 
de  Virués,  al  Obispo  Cabrero  y  al  Arcediano  de  Alcor,  sin  recordar 
a  Alfonso  de  Valdés,  de  más  complicada  biología  espiritual. 

Pero  no  obstante  de  valedores  de  la  calidad  de  los  consignados  y 
de  las  albórbolas  y  euforia  de  los  simpatizantes  y  fervorosos  discípulos 
y  admiradores  del  Maestro,  un  alud  de  enérgicos  y  apasionados  disi- 
dentes y  detractores  creaban  el  ambiente  de  escándalo  intelectual  (¡ue 


(2)  Ib  ídem. 

(3)  A.  H.  N.  Inq.,  legs.  5.062  y  5.555- 

(4)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  5.599. 


MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


cuajaba  en  el  año  1527  en  las  conocidas  Asambleas  o  Congregaciones 
de  Valladolid.  En  la  Sorbona  se  habia  puesto  en  entredicho  la  orto- 
doxia erasmiana,  y  en  Valladolid  se  quería  calificar  y  depurar,  confor- 
me a  normas  de  ortodoxia  y  sana  Teología,  la  labor  intelectual  del 
humanista  holandés.  No  se  ventilaban  los  ataques  y  la  crítica  acerba 
y  sangrienta  contra  las  abigarradas  sutilezas  de  la  escuela  degenerada, 
contra  los  alambicamientos  y  casuísmos  de  la  seudodialéctica  con  sus 
declaraciones  pretenciosas  y  gárrulas.  La  Junta  de  Valladolid  aspira- 
ba a  cosas  más  sustanciales :  a  discriminar  la  doctrina  de  Erasmo 
en  torno  al  conjunto  de  creencias  dogmáticas  proclamadas  por  el  ma- 
gisterio eclesiástico,  sin  atender,  por  tanto,  a  criterios  particulares  o 
a  actitudes  y  posturas  críticas,  admisibles  en  todo  lo  accidental  y  su- 
jetos a  valoraciones  subjetivas  inteligentes.  Una  ojeada  a  las  materias 
que  habían  de  tratarse  orientarán  definitivamente  al  erudito  lector. 
Se  desnatan  todas  las  referencias  erasmianas  en  varias  y  delicadas  pro- 
posiciones:  Contra  Sacrosantam  Dei  Trinitatem;  Contra  Chrisli  Di- 
vinitatem,  dignitaten  et  gloriam;  Contra  Spiritus  Sancti  divinitatem ; 
Contra  sanctam  haereticorum  Inquisitionem;  Contra  Baptismum;  Con- 
tra Confessionem ;  Contra  Eucharistiam ;  Contra  Sacramentum  Ordi- 
nis;  Contra  Matrimonium ;  Contra  auctoritatem  Sacres  Scripturce  Evan- 
gelistarum  et  Apostolorum ;  Contra  christianitatem ,  Concilia  et  Patrcs 
Orthodoxos;  Contra  Virginis  Marte  honorem;  Contra  auctoritatem 
Summi  Pontificis;  Contra  ecclesiasticas  ccercmonias ;  Contra  delectum 
ciborum  et  Ecclesice  jejunia;  Contra  celibatum;  Contra  scholasticos 
Doctores;  Contra  indulgentias ;  Contra  sanctorum  venerationes,  sa- 
cras reliquias  et  imagines  et  percgrinationes  ad  pia  loca;  Contra  jus 
in  bonis  temporalibus ;  Contra  libertatem  arbitrii ;  Contra  poenas  in- 
jerorum. 

Los  juicios  valorativos  en  torno  de  cuestiones  tan  delicadas  fue- 
ron diversos  y  contradictorios.  El  Maestro  Francisco  de  Vitoria  salva 
la  intención  general  de  Erasmo,  a  pesar  de  controvertir  puntos  deli- 
cadísimos de  éste  en  materia  dogmática  — boniis  enim  quandoque  dor- 
mitat  Homerus,  recordaba  Vitoria—.  El  Obispo  Cabrero  le  reputa 
por  ortodoxo  y  cristiano,  considerando  sus  libros  de  la  mayor  utilidad 
para  los  lectores  sencillos  y  piadosos:  "credo,  teneo  et  judico  Erasmum 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


esse  verum  et  orthodoxum  christianurn...  constat  mihi  ex  multis  operi- 
bus  ab  eo  editis  cuín  multa  utilitate  omnium,  qui  pie  et  candide  sine 
sfomacho  et  bile  legent."  El  Abad  de  Alcalá,  después  de  discutir  la  con- 
veniencia de  suprimirse  en  los  libros  de  Erasmo  los  equívocos,  las  ter- 
giversaciones y  argucias  consignadas  sobre  la  divinidad  de  Cristo,  con- 
sagra como  ortodoxas  y  católicas  las  sentencias  erasmianas. 

En  el  día  lo  de  agosto  de  aquel  año  1527  se  proseguían  las  Asam- 
bleas, pero  el  día  13  quedaban  disueltas  por  el  Arzobispo  de  Sevilla, 
a  pretexto  de  una  general  pestilencia  que  obligaba  a  Carlos  V  a  retirar- 
se fugitivo  a  Falencia,  }•  a  los  Embajadores  al  cercano  burgo  de  Paredes. 
Es  incuestionable  que  los  frailes  castellanos  tenían  razón,  si  se  estu- 
diaba el  contenido  de  algunas  de  las  proposiciones  entresacadas  de  los 
libros  de  Erasmo,  precisados  los  títulos  y  capítulos,  pero  el  Arzobispo 
erasmista  trató  con  su  decisión  de  obstaculizar  una  probable  condenación 
del  Maestro,  donde  coexistían  junto  a  excelencias  intelectuales  tan  fi- 
nas y  extraordinarias,  aspectos  negativos  tan  acusados  y  categóricos. 
¿Qué  juicio  formular  sobre  problema  tan  completo  y  contradictorio,  si 
prescindimos  de  la  ganga  que  acompañaba  a  tantas  preciosidades  y  joyas 
de  cultura  trabajadas  por  un  indiscutible  ingenio  sazonado  por  la  más 
variada  ciencia  )■  sabiduría  ?  El  autor  de  estas  páginas  lo  ha  condensado 
en  oportuna  ocasión.  Seguramente  se  unió  el  peligro  de  la  pestilen- 
cia a  las  discordancias  y  encontradas  razones  surgidas  entre  los  teólo- 
gos y  humanistas  en  torno  del  problema  erasmíano.  Las  divergencias  fue- 
ron tan  grandes ;  las  influencias  tan  marcadas  )'  de  tanto  peso,  que  el 
Arzobispo  sevillano  tuvo  por  bien  dejar  esta  controversia  para  más  ade- 
lante. Amigos  y  enemigos  se  ufanaron  del  triunfo.  Unicamente  puede 
afirmarse  que  al  poco  tiempo  de  la  Junta  de  Valladolid  los  erasmístas 
comenzaron  a  ser  perseguidos  y  acusados  en  la  Inquisición  española. 
Las  Congregaciones  de  Valladolid  plantearon  y  acusaron  e!  movimiento 
de  cultura  intelectual  que  se  abría  con  el  nombre  de  Erasmo  en  Europa. 
Un  movimiento  de  independencia  romántica,  de  sabio  espíritu  crítico  en- 
treverado con  osadías,  irreverencias  y  desfilantes  en  nombre  precisa- 
mente de  la  mentalidad  crítica.  Era  el  primer  capítulo  de  una  historia 
de  cultura  que,  junto  a  las  desviaciones,  burlas  y  vayas  irrespetuosas 
que  indiscutiblemente  hicieron  mucho  daño  en  muchas  conciencias, 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 

empalmaba  con  el  renacimiento  del  Petrarca,  y  producía  la  fermentación 
espiritual  que  ha  influido  en  todas  nuestra  cultura  moderna  (5). 

Clausuradas  tan  inesperadamente  las  Congregaciones  erasmianas 
de  Valladolid,  los  erasmistas  españoles  se  dispersaron,  viviendo  su  vida 
y  andanzas  con  mayor  o  peor  fortuna,  según  sus  actividades,  su  carácter 
y  su  vocación  intelectual.  De  entre  ellos  cúmplenos  destacar  de  una  ma- 
nera singular  los  perfiles  de  tres  varones  de  peregrino  ingenio:  el  Doc- 
tor Juan  de  Vergara,  Fr.  Alonso  de  Virúes  y  Fr.  José  de  Siguenza, 
célebre  en  los  anales  del  Renacimiento,  y  cuya  memoria  va  asociada  a 
la  historia  de  la  librería  laurentina. 

El  Doctor  Juan  de  Vergara  era  hombre  de  una  personahdad  ex- 
traordinaria. El  carácter,  la  ciencia  clásica  y  el  espíritu  crítico  sa- 
zonaban su  Musa  y  su  rica  vida  interior,  traducida  por  la  sinceridad  y 
el  desgarro  en  grato  maridaje  con  la  gravedad  eclesiástica  y  la  honda 
reflexión  intelectual.  ¡Cómo  nos  place  verle  asociado  a  las  actividades 
del  Cardenal  Cisneros,  "galga  envuelta  en  manta  de  jerga",  como  reza 
el  dicho  del  cronista  burlesco  del  Emperador!  Fué,  efectivamente,  secre- 
tario del  gran  político  en  el  último  año  de  su  vida.  Fué,  ademas,  cate- 
drático de  la  Complutense  y  canónigo  de  la  Metropolitana.  Paso  des- 
pués a  secretario  del  Arzobispo  Fonseca,  quien  se  hsonjeaba  de  poseer 
para  sus  epístolas  un  rival  de  Bembo  y  de  Sadoleto.  Gómez  de  Castro 
le  llama  vir  ómnibus  modis  maximus,  y  Luis  Vives,  vir  erudiHone  tan 
rara  quam  vul  incógnita  et  iuditio  sanissimo,  et  supra  quam  dtn  possü 
exacto.  Se  trata  indiscutiblemente  de  una  personalidad  excepcional. 
Don  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo  le  considera  "padre  de  nuestra 
crítica  histórica",  como  refutador  de  las  Fábulas  del  Beroso,  de  Juan 
Antonio  Viterbiense,  y  Melchor  Cano  le  recuerda  en  su  obra  clasica  de 
los  loci  theologici.  Intervino  Vergara  en  la  gran  edición  cntica  de  Aris- 
tóteles que  el  Cardenal  proyectaba,  y  por  su  encargo  llegó  a  traducir 
y  compendiar  en  latín  los  ocho  libros  de  la  Física,  los  trece  de  la  Me- 
tafísica y  los  tres  del  tratado  Del  alma.  En  la  respuesta  al  cargo  diez 


(r)  Cfr  Marcel  Bataillon  en  Braswr  et  VEspagne,  págs.  243-29Q;  Y  Miguel 
de  la  Pinta  Llórente,  en  En  torno  a  hombres  y  problemas  del  Remcun.ento 
español  (i944),  págs-  81-102. 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


y  siete  de  la  acusación  fiscal  puesta  contra  él  en  la  Inquisición  de  To- 
ledo, ilustra  el  eximio  humanista  sus  actividades  intelectuales  escri- 
biendo que  "como  teólogo  y  como  medianamente  enseñado  en  las  len- 
guas, especialmente  griega  e  latina,  a  dicho  muchas  veces  que  en  doc- 
tores mu}'  auténticos  se  hallan  equivocaciones  y  yerros  cometidos  por 
falta  de  lengua  griega  y  hebraica;  asimismo  en  traslaciones  hechas  de 
las  dichas  lenguas  en  latín  existen  faltas,  por  donde  los  glosadores  no 
pudieron  bien  atinar  el  verdadero  sentido  del  texto,  conociendo  de  la 
lengua  original,  e  que  esto  pudo  muy  bien  dezir,  ni  nada  tiene  de  ex- 
traño, porque  además  de  trasladar  en  latín  por  mandato  del  señor  Car- 
denal, Don  Francisco  Ximénez  la  mayor  parte  de  la  filosofía  e  meta- 
física de  Aristótilcs,  notó  destas  faltas  de  expositores  mucho  número, 
de  que  comenzó  hazer  un  tratado;  y  más  tarde  por  disposición  del  Car- 
denal trasladó  de  griego  en  latín  por  ynterpretación  lineal  los  Prover- 
bios y  Sapiencia,  Eclesiástico  y  Eclesiastes,  y  Job,  y  otros  tratados  a 
libros  de  la  Sagrada  Escritura,  donde  notó  lo  mismo,  y  todo  esto  es 
notorio  a  los  que  algo  saben..."  (6). 

Como  homenaje  a  su  Mecenas  y  protector,  Vergara  escribió  — lo 
reproduce  Gómez  de  Castro  en  su  obra  sobre  el  Cardenal —  el  elogio  de 
su  sepulcro  en  unos  claros  versos  latinos  : 

Considerat  musís  Franciscus  grande  lyceum, 
Cóndor  in  exiguo  nunc  cgo  sarcophago. 

Praetextam  iunxi  sacco,  galeamque  galero. 
Frater,  dux,  praesitl,  cardinusque  pater. 

Quin  virtute  mea  uinctmn  est  diadema  cucullo 
Cum  mihi  regnanti  paruit  Hesperia  (7). 


(6)  Cfr.  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  334,  fol.  284. 

(7)  Vid.  Gómez  de  Castro,  De  rcbus  gcsfis  a  Francisco  Ximenio  Cisncrio, 
página  243.  Francofurti,  1581.  (En  el  Ms.  K.  III-31,  de  la  Biblioteca  Real  de 
El  Escorial,  fol.  49,  se  encuentra  la  siguiente  referencia :  "  Copla  focha  por  doc- 
tor Vergara :  "Toma  tres  partes  de  dieta  —  y  cuatro  de  golondrina  —  con  otras 
tres  de  resina  —  de  la  de  color  muy  prieta.  —  Y  el  quexido  tomarás  -~  de 
cosa  que  mucho  duela  —  y  una  de  las  Qon  que  huela  —  el  águila  y  sanarás." 
Se  dirige,  .según  parece,  a  Diego  López  Ayala.  Fué  éste  familiar  del  Carde- 


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5 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Parece  indiscutible  que  Vergara  fué,  después  de  los  Valdés,  el 
admirador  y  secuaz  más  decidido  de  Erasmo  en  España.  Acusado  pre- 
cisamente de  erasmismo  ingresaba  en  las  cárceles  secretas  del  Santo 
Oficio  de  Toledo  el  23  de  junio  de  1533,  pese  a  su  crédito  y  persona- 
lidad. 

La  familia  del  Doctor  se  componía  de  Juan,  y  sus  hermanos  Fran- 
cisco, Isabel  y  Bernardino  Tovar,  este  último  hermano  uterino.  Fué 
la  causa  o  el  motivo  de  su  prisión  las  acusaciones  y  cargos  puestas  con- 
tra él  por  la  célebre  beata  Francisca  Hernández,  conocida  en  la  historia 
de  nuestro  sentimiento  religioso.  Francisca  Hernández  mantenía  rela- 
ciones amorosas  con  Tovar,  adscrito  apasionadamente  al  cenáculo  que 
presidía  la  beata  en  Valladolid.  Llevada  de  su  espíritu  andariego  y 
errante,  la  Beata  se  había  establecido  sucesivamente  en  Salamanca,  en 
Valladolid  y  en  Castrillo  de  Tejeriego,  acomodándose  luego  en  Tole- 
do y  nuevamente  en  Valladolid.  Fué  procesada  en  el  año  1530,  y, 
viéndose  perdida,  quiso  comprometer  al  Doctor  Vergara,  por  haber 
éste  separado  a  Tovar  de  su  perniciosa  influencia.  Así  desencantado, 
Tovar  se  incorporaba  al  bando  de  María  Cazalla,  y,  acusado  por  ve- 
hementes sospechas  de  iluminado  y  luterano,  ingresaba  también  en 
los  calabozos  del  Santo  Oficio  de  Toledo.  En  esta  ciudad,  precisamen- 
te a  27  de  julio  de  1530,  declaraba  Francisca  Hernández  ante  el  in- 
quisidor \^aguer  contra  el  Doctor  Juan  de  Vergara.  Con  Francisca 
Hernández  era  también  procesado  su  "espiritual  enamorado",  Fran- 
cisco Ortiz,  sucesor  en  los  favores  de  la  Beata  del  hermano  uterino 
del  Doctor.  En  presencia  de  los  inquisidores  Alonso  Mexía  y  Vaguer, 
manifestaba  a  principios  de  octubre  haberle  recomendado  Francisca 
Hernández  que  no  comunicase  con  Tovar,  por  haberse  éste  contagia- 
do de  los  errores  de  su  hermano  Vergara  acerca  de  las  Bulas  y  la 
oración  vocal.  Acusa  Ortiz  al  Doctor  de  poner  en  duda  la  eficacia  de 
las  Bulas,  sobre  cuyo  asunto  disputó  en  Valladolid  el  declarante  cier- 
ta tarde  que  predicaba  en  la  morada  de  la  Beata ;  de  alabar  en  Eras- 
mo el  que  no  se  rezasen  las  horas  canónicas,  si  se  estaba  consagrad ) 


nal  Cisneros,  y  suministró  datos  a  Gómez  de  Castro  para  su  obra.  ¿  Será  el 
coplero  el  doctor  Vergara,  de  quien  hacemos  historia? 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


a  graves  tareas  y  estudios,  y,  finalmente,  aseguró  que  Bernardino  To- 
var  llamaba  "cagajonería"  a  las  interpretaciones  y  comentarios  del 
Sagrado  Texto  hechas  por  San  Bernardo. 

No  parecieron,  sin  embargo,  suficientes  los  cargos  de  Ortiz  y  de 
Francisca  líernández  para  proceder  contra  el  Doctor.  Pese  a  estas  y 
otras  acusaciones  del  corte  de  las  ya  expuestas,  el  Santo  Oficio  se 
movía  con  su  habitual  lentitud  y  prudencia.  Hallándose  en  Medina 
del  Campo  cumpliendo  ciertas  diligencias  tocantes  al  proceso  de  Fran- 
cisca Hernández  los  inquisidores  Niño,  el  licenciado  Aguirre  y  los 
Obispos  de  Orense  y  Mondoñedo,  de  la  Suprema,  acordaron  suspen- 
der todo  intento  de  procesar  a  Vergara  hasta  las  nuevas  declaraciones 
que  se  esperaban  obtener  de  Francisca  Hernández  y  de  su  criada, 
Mari-Ramirez. 

No  es  posible  en  un  libro  de  las  dimensiones  del  presente  expo- 
ner ampliamente  un  proceso  tan  nutrido  de  referencias  y  textos ;  pero 
ello  no  debe  obstar  para  reproducir  en  estas  páginas,  como  parte  la 
más  sustancial  de  estos  protocolos,  la  acusación  del  Fiscal  Diego  Or- 
tiz de  Angulo,  con  las  respuestas  del  Doctor,  además  de  sus  princi- 
pales alegatos  para  la  comprensión  de  este  capitulo  tan  interesante  de 
la  historia  de  nuestro  espíritu  crítico. 

La  acusación  del  Fiscal  se  presentó  a  12  de  julio  de  1533,  es  de- 
cir, a  las  dos  semanas  de  haber  ingresado  Vergara  en  cárceles  secre- 
tas. El  Fiscal  Ortiz  de  Angulo  denuncia  y  acusa  al  Doctor  Vergara 
"por  hereje  apóstata  de  nuestra  sancta  fe  cathólica,  por  factor  y  de- 
fensor de  herejes...  porquestando  en  nombre  e  posesión  de  christiano, 
e  por  tal  ser  nombrado,  e  gozando  de  los  preuilegios,  libertades  y  esen- 
ciones  que  los  cathólicos  christianos  gozan,  pueden  y  deven  gozar,  en 
ofensa  de  Dios  nuestro  Señor,  e  de  su  santa  yglesia  nuestra  Madre, 
y  en  menosprecio,  y  con  gran  escándalo  del  pueblo  cathólico  y  reli- 
gión christiana,  pospuesto  el  temor  de  Dios  y  la  saluación  de  su  áni- 
ma herético  y  apostató." 

.Sobre  veintidós  artículos  o  cargos  versa  la  acusación  fiscal : 

I.  "Que  tenía,  favorecía  y  aprobaba  la  opinión  y  errores  lutera- 
nos, diziendo  que  quitado  lo  de  la  confesión,  que  todas  las  otras  opi- 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


niones  que  tenía  el  dicho  Luthero  le  parecían  muy  bien,  y  loava  mu- 
cho al  dicho  Lutero  y  a  todas  sus  cosas." 

2.  "Yten,  quel  dicho  doctor  Vergara  dezia,  defendía  y  afirma  va 
que  lo  que  dezia  Luthero  de  las  Bullas,  que  nuestro  muy  santo  padre 
concedía,  a  los  fieles  christianos,  ansí  biuos  como  difuntos  del  thesoro 
de  la  yglesia,  que  dezia  verdad  Luthero,  que  era  cosa  de  burla,  po- 
niendo el  defecto  en  el  Papa,  que  no  las  podía  dar,  y  no  en  las  per- 
sonas que  tomavan  las  dichas  bullas,  y  mofaua  dellas,  diziendo  "que 
me  hagan  a  mí  creer  que  en  dando  el  sonido  el  real  salga  vn  ánima 
del  purgatorio,  y  fauorezcan  y  aprovechen  aquellas  indulgencias  a  los 
fieles  christianos,  poniendo  las  manos  una  sobre  otra,  como  quien 
cuenta  dineros." 

3.  "Otrosí,  que  el  dicho  doctor  Vergara  fauorescía  mucho  las 
cosas  del  dicho  Luthero,  aprouando  su  persona,  errores  y  cosas,  di- 
ziendo que  por  eso  el  Papa  le  perseguía,  porque  rreprehendía  sus  co- 
sas, no  porque  las  cosas  del  dicho  Luthero  no  fuesen  de  Dios." 

4.  "Ansí  mesmo  quel  dicho  doctor  Vergara  tenía  libros  e  qua- 
dernos  en  su  poder  del  dicho  Luthero,  e  sus  sequaces  reprovados,  sa- 
biendo quel  dicho  Luthero,  y  secuaces,  }'  libros,  estaban  rreprovados 
por  heréticos,  e  que  aviéndose  leydo  cartas  de  edicto  mucho  tiempo 
avía  por  este  Sancto  Officio,  para  que  todas  las  personas  que  tuviesen 
libros  de  Luthero,  e  sus  secuaces,  y  sus  obras  y  libros  estando  repro- 
vados y  condenado  por  herético,  no  los  manifestó,  ni  exhibió  hasta  , 
que  supo  que  su  hermano  el  bachiller  Tovar  estaba  preso  por  el  San- 
to Officio;  y  entonces  por  temor  quel  dicho  Tovar  lo  diría  y  mani- 
festaría en  este  Sancto  Officio,  y  por  no  haber  exhibido  y  presentado  . 
en  el  dicho  Sancto  Officio  los  dichos  libros,  dentro  de  los  términos  , 
contenidos,  en  las  cartas  de  edicto  que  mucho  tiempo  se  avían  leydo 

e  publicado  se  dexó  caer  y  ha  dexado  estar  mucho  tiempo  ha  en  las 
censuras  en  ellas  contenidas."  jl 

5.  "Yten,  quel  dicho  doctor  Vergara  dezia  }•  afirmava  que  en-  H 
tre  otras  cosas  buenas  que  tenía  Martín  Luthero  tenía  vna  que  era  H 
dezir  misa  después  de  comer ;  y  siendo  reprendido  por  ello,  dezia  que  H 
no  yva  nada  en  ello,  porque  nuestro  Señor  avía  consagrado  después  H 
de  comer."  H 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


6.  "Otrosí,  quel  dicho  doctor  Vergara  tenía,  dezía  e  afirmava  que 
no  eran  necesarias  las  cerimonias  de  la  misa,  e  que  contradiziéndoselo 
cierta  persona,  e  diziéndole  que  aquello  era  heregía,  porque  la  yglesia 
gobernada  por  spíritu  santo  avía  ordenado  el  lugar  e  tiempo,  e  las 
cerimonias  de  la  misa,  e  que  lo  que  Jesu  Christo  avía  hecho  era  para 
dar  fin  a  las  cosas  de  la  ley  vieja,  y  para  dar  orden  en  la  ley  nueua, 
y  el  dicho  doctor  se  quedó  en  su  error  y  opinión." 

7.  "Ansí  mesmo  quel  dicho  doctor  Vergara  loava  a  los  que  te- 
nían libertad  y  dezían  misa  sin  rezar,  e  dexava  él  de  aj-unar,  e  de  oyr 
misa,  diziendo  que  Erasmo  se  lo  avía  dicho  en  Flandes,  y  por  su 
consejó  dexó  la  dicha  persona  de  rezar." 

8.  "Yten,  quel  dicho  doctor  Vergara  dezía  e  afirmava,  como 
alumbrado,  que  no  era  menester  oración  vocal,  j'  que  bastaua  la  men- 
tal, porque  rezar  vocalmente  no  era  sino  para  quebrar  la  cabeza,  y  que 
a  qué  propósito  se  dezía  vn  "Ave  María"  a  vn  santo,  que  era  quebrar 
la  cabeqa,  y  que  bastaba  con  el  pensamiento  ponerse  en  Dios ;  y  sien- 
do reprendido  por  ello,  se  quedó  en  su  mala  opinión  y  error.  Yten, 
tampoco  a  las  ymágenes  de  los  santos,  como  lutherano,  llama  de  los 
santos:  "esos  santillos",  por  menosprecio." 

9.  "Otrosí,  quel  dicho  doctor  Vergara  dezía  e  afirmava,  como 
tal  alumbrado,  que  las  obras  exteriores  de  ayunar  y  disciplinar  e  ha- 
zer  limosnas  e  todas  las  otras  cosas  semejantes  eran  superfinas." 

10.  "Ansí  mesmo  quel  dicho  doctor  Vergara  dezía  otras  vezes, 
como  alumbrado,  quel  rezar  e  los  ayunos,  que  eran  cosas  superfinas 
y  ordenadas  por  ydiotas." 

ir.  "Yten,  quel  dicho  doctor  Vergara  tenía  e  creya,  e  afirmava 
las  opiniones  y  errores  de  los  que  se  dizen  alumbrados,  en  especial 
cerca  de  los  susodichos,  e  otras  cosas,  e  por  ser  ombre  de  tanta  es- 
tima y  crédito,  se  cree  que  ha  hecho  mucho  daño  contra  la  fe  cerca 
de  las  cosas  susodichas  y  otras  semejantes." 

12.  "Otrosí,  quel  dicho  doctor  Vergara  dezía  y  afirmava  que  la 
confesión  no  era  de  derecho  divino,  e  que  así  lo  tenía  Erasmo." 

13.  "Ansí  mesmo,  quel  dicho  doctor  Vergara  diziéndole  que  avía 
errores  en  las  obras  de  Erasmo  condenados  por  el  concilio  de  Cons- 
tancia, dezía  que  jurava  a  Dios,  que  no  avía  error  ninguno  en  ellas, 

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MIGUEL  DE  LA  FLVTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 

ni  estaría  ansí  determinado  en  el  dicho  concilio,  y  se  enojó  sobre  ello 
con  cierta  persona,  porque  se  lo  contradezía,  aviendo,  como  a>',  mu- 
chos errores,  y  cosas  sospechosas,  y  escandalosas  y  malsonantes  contra 
la  fe  y  santa  madre  yglesia  en  las  dichas  obras  del  dicho  Erasmo." 

14.  "Yten,  quel  dicho  doctor  Vergara  es  tan  demasiadamente 
amigo  del  dicho  Erasmo,  y  lo  defendía  en  tanta  manera,  y  a  sus  obras, 
que  diziendo  que  en  ellas  avía  muchos  errores,  y  cosas  sospechosas, 
y  escandalosas  y  malsonantes  contra  la  fe  y  madre  sancta  yglesia:  y 
que  por  tales  estañan  condenadas  y  reprouadas  por  los  doctores,  maes- 
tros e  vniuersidad  de  París,  y  quel  dicho  Erasmo  era  segundo  Luthe- 
ro ;  e  como  glosa  dél  dezia  e  hablaua  mucho  mal  el  dicho  doctor  Ver- 
gara  in  contentu  y  menosprecio  de  los  dichos  doctores,  maestros  e 
vniuersidad  de  París,  porque  avían  condenfido  los  dichos  errores  de 
Erasmo." 

15.  "Otrosí,  quel  dicho  doctor  Vergara  como  factor  e  defensor 
de  hereges,  y  personas  que  sentía  y  siente  mal  del  Santo  Oficio  de  la 
Inquisición  y  Santa  Cruzada  y  Bullas,  que  nuestro  muy  sancto  padre 
concede,  dezía  que  dos  santas  superfinas  avía  en  el  mundo,  que  no 
erán  bautizadas  ni  canonizadas,  de  quien  poco  se  seruía  Dios,  que  era 
la  sancta  Ynquisíción  >•  la  santa  Cruzada,  mofando  dellas,  y  siendo  re- 
prendido por  ello  se  quedó  en  su  opinión  e  pertinacia." 

16.  "  Ansí  mesmo,  quel  dicho  doctor  Vergara,  como  enseñador  e 
dogmatizador  de  los  dichos  errores  de  Lutero  e  alumbrados,  trabajó 
mucho  de  doctrinar  e  ymponer  en  ellos  a  cierta  persona,  y  tuviera  en 
mucho  a  la  tal  persona,  y  quisiera  seguir  su  doctrina,  y  estar  en  los 
dichos  errores." 

17.  "Yten,  quel  dicho  doctor  Vergara  hablando  con  otra  perso- 
na sobre  las  traslaciones  que  se  avían  hecho  de  griego  en  latín,  dixo 
que  sant  Agustín  por  no  saber  griego,  no  supo  lo  que  se  hizo  en  la 
declaración  que  hizo  en  los  salmos  de  David,  y  en  su  libro  de  las 
Quinquagenas ;  e  diziéndole  que  parezía  muy  mal  dezir  aquellas  pa- 
labras, y  mu>'  desacatadas,  por  ser  aquel  vn  libro  a  quien  toda  la 
yglesia  vniuersal  tiene  en  muy  gran  deuoción,  y  que  le  parecía  que 
quien  aquello  dezía  no  sentía  bien  de  la  fe,  pues  era  libro  aprovado 
por  la  yglesia,  y  sant  Agustín  le  escriuió  lleno  de  spíritu  santo,  el 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


dicho  doctor  dixo  a  esto  muchas  injurias,  diziendo  quél  que  dezía  lo 
contrario,  quél  no  sabía  que  cosa  era  spíritu  sancto ;  y  que  los  frayles 
en  contradezir  a  Erasrno  eran  necios,  y  que  algunas  palabras  ansí  de 
los  salmos  como  de  Salomón,  no  están  trasladadas  en  la  Sagrada  Scrip- 
tura  que  tenemos,  de  la  manera  que  están  en  lo  griego,  syno  que  quie- 
re dezir  otra  cosa,  dando  más  autoridad  a  lo  griego,  quél  y  otros  he- 
reges  quieren  dezir  contra  la  Sagrada  Escriptura,  y  que  se  le  antoja 
a  Erasmo  dezir  y  a  otros  que  quieren  impugnar  las  cosas  de  la  ygle- 
sia,  a  lo  que  la  santa  madre  yglesia  alumbrada  por  el  Espíritu  santo 
tiene  aprovado  tanto  tiempo  ha;  que  de  crer  es  y  de  tener  que  ovo 
personas  más  sabias  en  la  lengua  griega,  y  que  la  entendieron  mejor 
y  con  mejor  espíritu,  )■  fe,  y  santidad  que  agora  las  ay;  y  es  grauí- 
simo  atreuimiento  querer  poner  lengua  en  tan  grandes  doctores  y 
santas  personas,  como  fueron  sant  Gerónimo  y  sant  Agustín,  y  los 
otros  doctores  de  la  yglesia,  y  que  se  reveyeron  mucho  de  la  trasla- 
ción que  hizieron,  y  que  para  aprouarlo  y  tenerlo  por  tal  que  lo  vie- 
ran otras  personas  muy  sabias  en  las  lenguas  latina,  griega  }•  hebray- 
ca,  y  dezir  lo  contrario  es  error." 

i8.  "Otrosí,  quel  dicho  doctor  Vergara,  como  factor  e  defensor 
de  hereges,  e  impedidor  del  santo  Oficio,  e  corrompedor  de  las  per- 
sonas que  entienden  en  la  execución  y  seruicio,  deteniendo  preso  en 
la  cárcel  de  dicho  Santo  Oficio  al  bachiller  Bernardino  de  Tovar,  su 
hermano,  por  el  crimen  e  delito  de  la  heregía,  le  ha  embiado  muchos 
avisos,  fuera  de  la  cárcel,  escriptos  de  ciertas  formas,  que  no  parecía 
que  venía  escripto  nada,  por  donde  tenía  más  sospecha,  avisándole  de 
muchas  cosas,  ansí  para  que  no  confessase,  ni  dixese  los  errores  que 
avía  hecho,  e  cometido,  e  visto  hazer  e  cometer  a  otras  personas  con- 
tra nuestra  santa  fe  cathólica,  como  de  otras  cosas  en  perjuicio  del 
santo  Oficio ;  e  recibió  ansí  mesmo  el  dicho  doctor  otras  muchas  car- 
tas e  avisos  del  dicho  Tovar,  su  hermano,  de  la  dicha  cárcel  sobre  lo 
mesmo,  y  de  la  mesma  forma,  y  ansí  el  dicho  Tovar  ha  estado  nega- 
tivo, y  para  hazer  lo  susodicho  y  otras  cosas  han  corrompido  con  pa- 
labras, obras  e  promesas  algunas  personas  en  gran  deservicio  de  Dios 
nuestro  Señor,  e  de  nuestra  santa  fe  cathólica  y  daño  e  perjuicin  del 
Santo  Oficio  e  infamia  de  las  tales  personas." 


—  71  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


19.  "Ansí  mesmo  qiiel  dicho  doctor  Vergara,  como  persona  odio- 
sa al  Santo  Oficio,  ha  dicho  palabras  injuriosas  contra  él  e  sus  mi- 
nistros e  oficiales,  e  personas  que  entienden  en  la  execución  dél." 

20.  "Yten,  quel  dicho  doctor  Vergara  ha  sido  factor  y  defensor 
y  encubridor  e  participante  de  hereges  y  de  sus  heregías,  y  como  per- 
sona que  siente  mal  de  nuestra  santa  fe  católica  no  lo  ha  dicho  ni 
manifestado  en  este  Santo  Oficio,  según  e  como  era  obligado." 

21.  "Otrosí,  quel  dicho  doctor  Vergara  sintiendo  mal  de  las  cen- 
suras y  juramento,  y  no  creyendo  que  obliga  su  guarda,  como  lu- 
therano  y  alumbrado,  se  ha  permitido  estar  en  sentencia  de  exco- 
munión maj'or  mucho  tiempo  ha,  por  auer  cometido  los  susodichos 
errores  y  otros,  y  no  manifestándolo,  e  por  lo  callar  e  yncubrir  se  a 
perjurado  cerca  de  algunas  cosas  que  ha  seydo  preguntado." 

22.  "Ansí  mesmo  quel  dicho  doctor  Vergara,  además  y  allende 
de  lo  susodicho,  ha  fecho,  dicho,  e  comentado,  y  enseñado  y  doctri- 
nado, e  visto  hazer,  dezir,  e  cometer,  e  doctrinar  a  otras  muchas  per- 
sonas los  dichos  errores  y  heregías,  y  cosas  escandalosas  y  sospecho- 
sas, y  malsonantes  contra  la  fe  que  protesto  dezir  y  declarar  en  la 
prosecución  desta  causa,  cada  e  quando  a  mi  derecho  conviniere,  con 
ánimo  e  protestación  de  lo  añadir  a  esta  actisación." 

A  15  de  julio  respondía  Vergara  a  la  acusación,  ciñéndose  estric- 
tamente a  la  sustancia  de  los  cargos.  Si  ofrece  interés  como  primera 
manifestación  del  Doctor,  sus  alegatos  más  importantes  están  repar- 
tidos entre  los  folios  del  proceso,  culminando  sobre  todos  la  respuesta 
a  la  publicación  de  testigos,  pieza  a  la  que  otrora  consagramos  un 
breve  comentario,  destacando  algunos  de  los  aspectos  más  esenciales 
de  documento  autógrafo  tan  soberbio  por  acusarse  en  él  las  magní- 
ficas cualidades  del  autor,  y  al  que  nos  hemos  de  referir  en  las  pá- 
ginas siguientes. 

A  las  inculpaciones  fiscales  contesta  Vergara,  como  indicamos,  con 
precisión  y  segundad.  Sobre  ser  afecto  a  las  doctrinas  de  Lutero, 
responde  el  Doctor  con  su  escasa  curiosidad  por  conocerle  cuando  se 
hallaba  en  Alemania,  y  le  reputa  por  abominable,  junto  con  su  doc- 
trina. A  la  cuestión  de  las  indulgencias,  se  expresa  en  el  sentido  de 
ser  sus  dichos  cosa  de  chanza  y  humor  festivo.  A  los  capítulos  ter- 


—  72  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


cero,  cuarto  y  quinto,  referentes  a  Lutero,  los  niega,  acusando  úni- 
camente haberlo  podido  decir  narrative,  como  expresión  del  mismo 
Lutero.  Al  cargo  sexto  lo  rechaza,  suponiendo  ser  especie  vertida  por 
la  Beata  Francisca  Hernández.  Al  capítulo  séptimo  lo  niega  categó- 
ricamente, como  acusación  graciosa  y  gratuita.  Al  octavo,  precisa  no 
haber  escuchado  a  nadie  que  rechazase  la  oración  vocal,  habiendo  te- 
nido siempre  que  la  oración  común  "que  se  haze  por  los  ministros  de 
la  yglesia,  y  en  persona  de  ella,  ha  de  ser  vocal,  y  que  la  particular 
y  privada  de  cada  vno  de  los  que  no  son  sacerdotes  ni  beneficiados, 
no  es  menester  que  sea  vocal,  avnque  sea  bueno,  para  incitar  la  mental, 
y  que  quando  en  alguno  la  vocal  estorvase  a  la  mental,  los  santos 
ductores  aconsejan  que  se  dexe  la  vocal".  La  acusación  de  alumbrado 
la  desprecia,  diciendo  que  ni  les  habló,  ni  conoció  nunca  sus  opiniones. 
Niega  en  el  cargo  noveno  sus  diálogos  con  Francisca  Hernández,  con- 
fesando que  la  vio  cuatro  o  cinco  veces  en  Valladolid,  siempre  de- 
lante de  muchas  personas,  y  teniendo  como  causa  el  librar  a  su  her- 
mano de  aquella  compañía.  El  capítulo  décimo  lo  considera  como 
invención  calumniosa  de  la  Beata,  siendo  inverosímil  en  un  letrado  de 
su  calidad  expresarse  en  el  sentido  de  ser  impuesta  por  "idiotas"  la 
obligación  del  ayuno  y  rezo.  Contaba  un  cargo  gravísimo,  expuesto 
en  las  acusaciones  duodécima  y  decimotercera :  el  de  la  confesión.  La 
materia,  tan  grave,  la  resuelve  y  explica  Vergara  de  esta  guisa :  "que 
siempre  tuvo  por  opinión  más  cierta  que  la  confesión  era  de  derecho 
divino,  pero  que  ha  dicho  algunas  veces  que  no  tenía  él  la  opinión 
contraria  por  errónea,  hasta  que  viese  determinación  de  la  Iglesia  so- 
bre ello,  porque  resulta  temeraria  cosa  condenar  tantos  doctores  como 
la  tienen.  Que  él  no  ha  visto  esta  determinación ;  que  si  la  hubiera 
leído  en  el  Papa  Adriano,  pues  es  tan  moderno  y  tan  docto,  la  hu- 
biera leído,  y  él  dize  en  su  quarto  expresamente  que  el  que  dize  que 
la  confesión  es  de  derecho  positivo,  no  es  hereje,  pues  decirlo  no  es 
quitar  la  obligación  de  confesión,  pues  quedamos  obligados  a  obede- 
cer..." Vergara  sostenía  que  no  había  condenación,  pero  declaraba 
que.  de  haberla,  "el  baxava  su  cabeza,  y  dezía  que  no  avía  más  que 
disputar",  pero  digamos  resueltamente  que  Vergara  tenía  por  sana  y 

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MIGUEL  DE  I-A  PINT.-i  LLORENTE.  O.  S.  A. 


cierta  la  opinión  de  ser  la  confesión  de  derecho  divino.  Sobre  ser  afi- 
cionado y  amigo  de  Erasmo,  replica  que  lo  era,  como  todos  los  prín- 
cipes eclesiásticos  y  seglares,  y  precisa  con  gran  criterio  su  juicio  sobre 
la  condenación  de  Erasmo  por  la  Sorbona,  donde  simultaneó  la  pasión 
con  la  crítica  real  y  objetiva.  El  cargo  quince  lo  juzga  versión  ten- 
denciosa de  la  Beata  Hernández.  Se  le  acusaba  en  el  artículo  dieciséis 
de  dogmatizante,  aludiendo  a  cierto  discípulo  suyo  a  quien  pretendía 
ilustrar  en  doctrina  de  alumbrados  y  otros  descarríos.  Responde  Ver- 
gara  que  era  en  su  vida  ajeno  a  charlas  y  tratos  humanos,  ocupado 
en  negocios  y  letras,  "e  que  esto  es  público  e  notorio".  La  acusación 
diecisiete  sobre  las  equivocaciones  de  San  Agustín  la  niega  tal  como 
se  la  imputan,  y  refiere  un  episodio  acaecido  en  Madrid,  en  presencia 
del  Arzobispo  de  Toledo,  entre  él  y  el  agustino  Fr.  Bernardino  de 
Flores.  Escribe  Vergara  que  en  la  ]ilática  hubf)  "muchas  simplezas  y 
mu>'  apasionadas".  Se  ventilaba  la  ignorancia  de  lenguas,  causa  de 
tantas  equivocaciones  en  traducciones  y  exégesis.  Vergara  reprochó 
al  contrincante  su  desconocimiento  en  la  materia,  achacándole  no  ha- 
ber leído  más  que  los  sermones  de  .San  Vicente  Ferrer.  a  lo  que  con- 
testó Fr.  Bernardino  que  más  provecho  había  en  la  iglesia  San  Vi- 
cente que  San  Gerónimo.  Xo  pudiendo  sufrir  el  doctor  alcalaíno  tal 
osadía  e  impertinencia  le  dijo  cort  alteración  "que  su  sant  Agustín  por 
falta  de  las  lenguas,  especialmente  de  la  hebrea  en  que  fue  escrito  ori- 
ginalmente el  salterio,  no  avía  acertado  en  muchas  partes  de  su  Quin- 
cuagenas el  verdadero  sentido  del  profeta...  e  tiene  por  sí  a  San  Ge- 
rónimo, al  cual  no  le  agradó  nada  esta  obra  de  las  Quincuagenas,  como 
él  lo  escribe  al  mismo  San  Agustín".  Diserta  después  el  doctor  sobre 
la  sustancia  de  la  materia,  indicando  que  aprobado  el  libro  de  San 
Agustín  por  la  Iglesia  no  quería  decir  que  se  pecase  contra  la  fe,  afir- 
mando sus  inexactitudes  y  yerros.  Los  mismos  doctores  se  contradicen 
en  obras  aprobadas  por  el  magisterio  eclesiástico.  Recordemos  a  San 
Pablo  respondiendo  a  San  Pedro  sobre  la  cuestión,  De  observatione 
legalium  diciendo  que  no  andaba  el  dicho  San  Pedro  conforme  a  la  ver- 
dad del  Evangelio.  Al  capítulo  diez  y  ocho  responde  V'ergara  en  el  sen- 
tido de  haber,  efectivamente,  escrito  a  Tovar,  aconsejándole  declarar 


LA  hVQL  lSIClO.X  y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


con  toda  lisura  la  verdad ;  y  niega  después  categóricamente  los  cargos 
diez  y  nueve,  veinte,  veintiuno  y  veintidós  (8). 

Con  la  acusación  fiscal  reproducida  y  los  descargos  que  el  eru- 
dito lector  acaba  de  leer  se  inició  este  proceso  de  cultura,  uno  de 
los  más  célebres  de  la  Península  por  las  materias  en  él  discutidas  y 
por  la  personalidad  eximia  del  encartado. 

La  Causa  presenta  dos  aspectos:  el  doctrinal  y  el  jurídico  o  inqui- 
sitorial ;  concretamente,  cómo  fué  tratado  Vergara  por  el  Santo  Oficio 
durante  su  reclusión.  El  aspecto  doctrinal  ofrece  cuestiones  funda- 
mentales, dignas  de  ser  ilustradas. 

El  caso  del  Doctor  presenta  un  interés  flagrante.  Preguntamos : 
¿se  habla  contagiado  Vergara  de  la  heterodoxia  que  en  su  tiempo 
arruinaba  a  tantos  espíritus  en  el  Continente?  En  Vergara,  hombre  de 
gran  ingenio  }'  entregado  intensamente  a  la  vida  especulativa,  que  le 
había  regalado  con  pingües  rendimientos,  beneficiando  aquella  natura- 
leza intelectual  tan  pródigamente  hasta  convertirle  en  un  extraordi- 
nario Maestro,  se  acusaban  primordialmente  unas  condiciones  nativas 
de  aspereza  y  sinceridad  que  sin  llegar  a  lo  bronco  y  desgarrado,  no 
favorecen  precisamente  a  los  que  las  poseen  cuando  han  de  desenvol- 
verse en  ambientes  y  medios,  donde  se  aplican  las  clásicas  medidas... 
Vergara  se  definía  por  su  libre  manera  de  negociar,  sti  libre  manera  de 
avisar  y  su  libre  manera  de  hablar  lo  que  sentía.  Estas  características 
tan  personales  se  agravaban  por  la  curiosidad  insaciable  del  crítico, 
enjuiciador  de  tantas  sinrazones  y  rutinas  con  categoría  de  verdades 
consagradas,  a  la  vez  que  aceptador  de  novedades  y  nuevas  aportacio- 
nes incorporadas  al  acervo  común  por  la  cultura  y  el  desarrollo  racio- 
nal de  la  crítica,  novedades  y  aportaciones  que  han  de  sufrir  contras- 
tes prolongados  hasta  obtener  la  vigencia  definitiva.  Juzgue,  por  tanto, 
el  lector,  situando  el  problema  dentro  de  estos  términos,  la  disconfor- 
midad y  hostilidad  que  promovería  el  Doctor  en  los  ambientes  tradi- 
cionales y  estáticos,  donde  cada  innovación  supone  una  lucha  recia  )• 
\iri!,  hasta  llegar  muchas  veces  a  lo  dramático  y  sangriento.  Hombre 
de  pro,  Vergara  era  una  personalidad  desbordante  y  sin  falsillas,  donde 


(8)    A.  H.  X.  Inq.,  leg.  665,  fol.  91. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


el  temperamento  y  la  expresión  originales  estaban  a  flor  de  labio  para 
zaherir  corruptelas,  y  caracterizar  más  o  menos  duramente  a  perso- 
nalidades y  doctrinas.  Es  decir,  hombre  de  una  pieza,  un  castellano 
castizo  y  excepcional,  alumbrado  por  las  luces  del  espíritu  y  la  pe- 
sadumbre gloriosa  de  una  rica  personalidad.  Todos  sus  dichos  subra- 
yan nuestras  valoraciones.  Contestando  a  la  testificación  del  Arcediano 
De  la  Fuente,  Canónigo  de  Alcalá,  se  expresa  así  Vergara:  "y  a  lo 
que  dice  que  soi  hombre  que  me  alargo  en  el  hablar,  diré  que  después 
de  un  hombre  estar  preso,  luego  vienen  todos  a  estas  apariencias,  que 
se  alargava  en  el  hablar,  \'  avn  en  el  escopir,  y  como  a  él  le  parece  que 
me  alargava  yo  en  el  hablar,  assí  me  parece  a  mí  que  se  alarga  en  el 
deponer"  (9).  Cuentan  asi  en  el  proceso  dichos  muy  expresivos  del 
Doctor  cortados  por  este  patrón,  y  muy  ejemplares  para  denunciar  su 
genialidad.  Predicando  en  Toledo  el  Maestro  Diego  Fernández  contra 
los  doctores  que  no  enseñaban  la  palabra  divina,  se  ofendió  Vergara, 
y  diciendo  Fernández :  el  Espíritu  Santo  habla  por  mi  boca;  y  dijo 
Vergara :  reniego  yo  de  vuestro  Espíritu  Santo.  Don  Manuel  Serrano 
y  Sanz  exhumó  un  texto  curioso  del  proceso.  Al  verse  Vergara  rodeado 
de  contradicciones  y  sinsabores,  como  sometido  a  los  trámites  enfado- 
sos de  un  proceso  criminal,  perdidas  su  ecuanimidad  y  ponderación  le 
vemos  enfrentarse  con  el  inquisidor  Juan  Yáñez,  exclamando :  Aqui 
las  causas  son  inmortales;  lo  cual  dijo:  faciendo  meneos  con  las  ma- 
nos e  por  otras  palabras. 

Es  indiscutible  que  las  libertades  }•  desembarazos  de  expresión 
unidas  a  la  amplitud  de  criterio  que  el  Doctor  mantenía  en  muchos  as- 
pectos de  la  ciencia  y  de  la  vida,  consecuencia  de  su  talento  y  cultura,  le 
perjudicaron  extraordinariamente,  agravando  su  situación,  de  suyo  com- 
plicada por  su  espíritu  renacentista  y  moderno.  Pero  el  fondo  del  pro- 
blema, es  decir,  su  erasmismo,  constituye  la  acusación  fundamental 
donde  se  ensamblan  y  encajan  los  cargos  rtiás  importantes  de  que  se 
hace  responsable  al  Doctor.  Explicando  su  pensamiento,  escribe  en  la 
respuesta  a  la  publicación  de  testigos  haber  conocido  a  Erasmo  y  ha- 
blado con  él  ligeramente,  "sin  tocar  en  cosas  de  veras,  de  lo  que  me 


(9)    Ibídem,  fol.  450. 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


pesa,  porque  quisiera  averie  mucho  comunicado  y  tratado".  Manifes- 
tada así  su  simpatía  intelectual  hacia  el  humanista  holandés,  añade  in 
continenti  unas  líneas  sobre  el  artículo  de  la  oración  vocal:  "Porque 
caso  que  así  fuera,  que  yo  ouiera  loado  en  Erasmo  el  dexar  de  rezar 
el  oficio  diuino  por  estudiar  alguna  cosa  que  importase  (lo  que  nunca 
por  el  pensamiento  me  passó),  ¿qué  tiene  que  ver  esto  con  el  error 
cerca  de  la  oración  vocal?  Sé  que  cierto  es  que  podía  Erasmo  dexar 
el  officio  diuino  por  estudiar,  aunque  fuese  mal  dexado,  o  yo  loárselo, 
aunque  fuese  mal  loado,  sin  tocar  en  el  error  de  los  que  quitan  la  ora- 
ción vocal,  quanto  más  que  en  ello  podía  ser  bien  hecho,  e  por  consi- 
guiente licitamente  loado,  si  la  importancia  de  lo  que  estudiava  era 
sufificiente,  como  en  tal  razón  se  presupone." 

El  cargo  más  delicado  donde  se  conjuga  también  el  nombre  de 
Erasmo  fue  el  referente  a  si  la  "confesión"  era  negada  por  Erasmo  en  el 
sentido  de  ser  de  derecho  divino.  Ciertamente,  pese  a  sutilezas  )'  a  alam- 
bicamientos eruditos,  Vergara  reputaba  la  "confesión",  como  de  dere- 
cho divino,  pero  ha  de  tenerse  en  cuenta,  prescindiendo  de  doctrinas 
antiguas,  que  el  episodio  que  historiamos  acaecía  en  los  años  1533  y 
1534,  diez  y  ocho  años  antes  de  la  sesión  XI V  de  la  segunda  etapa  del 
Concilio  de  Trento  (i  de  mayo  de  1551-28  de  abril  de  1552).  Por  lo 
demás,  ateniéndose  a  opiniones  y  escuelas,  Vergara  pudo  "entonces" 
declarar:  "Lo  que  dize  este  testigo  de  la  tradición  de  los  santos  e  vso 
de  la  yglesia  vniuersal,  concluye  bien,  quod  confessio  est  de  necessitate 
sahitis,  y  esto  ningún  católico  lo  niega,  más  no  concluye,  quod  huius- 
modi  necessitas  proveniat  ex  jure  divino  potius  quam  humano,  sicut  et 
notat  Adrianus,  2  q.,  "De  confessiones ',  respondiendo  ad  rationes 
Scoti." 

Vergara  tenía  que  ser  "enemigo  e  odioso"  para  los  hombres  de 
claustro.  Ellos  dirigieron  la  batalla  en  la  Sorbona  para  condenar  las 
obras  de  Erasmo,  e  indiscutiblemente  ellos  habían  sido  el  blanco  de  las 
críticas  sangrientas  y  vehementes  del  Maestro,  extendidas  por  todo  el 
Continente,  y  donde  el  descoco  y  las  osadías  no  pudieron  alcanzar  más 
vigor  y  fuerza  demoledora.  Aquellas  gracias  gruesas  y  brutales  empal- 
maron con  la  Ilustración,  llegando  hasta  nuestros  meridianos  intelec- 
tuales. Consiguientemente  con  estas  realidades,  Vergara  tachó  en  su 


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MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


proceso  las  testificaciones  de  los  frailes,  reputándoles  por  enemigos  sin- 
gulares:  "Otrossy,  por  quanto  los  frailes  por  la  mayor  parte  me  tienen 
por  enemigo  e  odioso,  a  causa  de  averme  yo  mostrado  amigo  e  afificio- 
nado  de  Erasmo,  digo  que  los  recuso,  assí  para  que  sus  dichos  contra 
mí  sean  repellidos  como  de  enemigos,  como  para  ninguno  dellos  sea  ad- 
mitido a  ver  ni  votar  mi  proceso ;  e  ansí  pido  e  juro  a  Dios,  e  a  esta  f 
que  no  hago  excusación  maliciosamente,  sino  con  temor  que  tengo  que 
por  la  dicha  causa  perjudicarán  mi  justicia."  Xada  más  lejos  de  creer 
en  una  enemistad  violenta  y  tendenciosa  por  parte  de  \^ergara  contra 
los  hombres  del  clero  regular,  enemigos  indiscutibles  y  sistemáticos  de 
Erasmo  y  de  su  influencia  en  Europa.  Como  hombre  ponderado  vuelve 
a  repetir  Vergara  en  la  respuesta  a  la  publicación  de  testigos  sus  pun- 
tos de  vista,  notando  aspectos  muy  curiosos  del  tema,  y  haciendo  refe- 
rencia a  las  oposiciones  a  cátedra  en  la  Universidad  salmanticense. 
El  texto  merece  los  honores  de  la  reproducción,  como  muestra,  ade- 
más, de  los  matices  finos  de  la  crítica  del  Doctor,  pese  a  su  castellanis- 
mo enjuto  y  seco.  "Digo,  señores,  que  no  soi  tan  ignorante  ni  tan  apa- 
sionado que  no  conozca  muy  bien  que  entre  jrayies  ay  grandes  personas 
en  letras  y  vida,  y  todas  buenas  calidades,  y  mucho  más  en  España  que 
en  otras  naciones,  a  las  quales  por  ventura  touo  respecto  Erasmo  quan- 
do  tan  resueltamente  habló  dellos.  Más  como  yo  no  sepa  quién  son  los 
que  dellos  han  de  ser  llamados  a  la  vista  de  mi  proceso,  ni  los  co- 
nozca, es  me  jorgado  hablar  en  general,  como  es  general  entre  ellos 
el  odio  y  enemistad  contra  Erasmo  y  contra  sus  amigos,  quanto  más  que 
muy  notorio  es,  señores,  con  qiiánta  vehemencia  y  conspiración  acos- 
tumbran los  religiosos  en  estas  cosas  de  parcialidad  que  les  tocan,  jun- 
tarse en  vn  parecer  y  ser  todos  a  vna.  En  Salamanca  vemos  cada  vez 
que  se  ofrece  oposición  de  algunos  dellos  a  cáthedra,  que  todos  los  de 
su  Orden  se  conforman  luego  con  él  contra  cualquiera  otro  por  emi- 
nente que  sea;  y  quando  faltando  dellos  opposifor  quieren  ayudar  a  vn 
extraño,  donde  va  vno,  allí  van  todos,  sin  que  falte  voto.  No  quiero  yo 
juzgar  sus  conciencias.  Mas  mysterio  grande  parece  que  en  tanta  diuer- 
sidad  de  condiciones  y  juycios  de  hombres,  salgan  tantos  pareceres  siem- 
pre tan  yguales  y  tan  redondos,  como  si  de  vnas  mismas  turquesas  salie- 
sen; y  pues  fuera  de  frayles  ay  en  España  letras  y  zelo,  y  todo  lo  que  se 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


requiere,  sin  nota  de  pasión  y  de  parcialidad,  no  es  razón  dczir  que 
sin  ellos  no  se  descubrirán  los  errores,  do  quiera  que  los  ouicrc,  como 
el  jiscal  lo  significa"  (lo). 

Quede,  pues,  constancia  del  fervor  erasniista  de  Vergara,  pero 
quede  también  constancia  de  la  ortodoxia  del  Doctor.  "Se  quejaba  Ver- 
gara  — dice  el  Doctor  Medina —  que  en  Paris  oviesen  maltratado  la 
doctrina  de  Erasmo,  y  añadía  Vergara  que  la  Asamblea  de  la  Sorbona 
"fué  subrepticiamente  hecha".  Pero  su  actitud  encajaba  dentro  de  la 
ortodoxia.  Vergara  estaba  incorporado  al  erasmismo  en  su  sentido  de 
renovación  fecunda  de  las  instituciones  y  de  la  cultura,  en  su  amor  por 
las  clásicas  antigüedades  y  por  el  espíritu  crítico  que  anima  en  general 
su  extraordinaria  labor.  Esto  era  ejemplar  en  un  país  como  España, 
tan  apegado  a  fórmulas  preestablecidas...  Enjuiciando  así  el  sentido 
del  humanista  toledano,  bien  podía  decirse  que  articuli  parisienses  non 
transeunt  montes  vel  mare... 

¿Cómo  fué  tratado  el  Doctor  Juan  de  Vergara  en  la  Inquisición 
de  Toledo,  y  cómo  se  desenvolvió  el  curso  de  su  proceso  ? 

En  medio  de  las  competencias  y  de  las  envidias,  una  personalidad 
del  corte  de  la  del  doctor  Juan  de  Vergara  tenía  que  tener  valedores 
que  le  protegieran  y  se  preocuparan  de  su  destino  y  fortuna,  honrán- 
dose con  la  amistad  y  los  servicios  de  clérigo  tan  insigne.  Así  lo  com- 
probamos en  el  proceso.  En  los  primeros  días  de  junio  de  1533  llega- 
ban a  Alcalá  rumores  e  informaciones  del  expediente  que  se  estaba  in- 
coando al  Doctor,  y  de  los  propósitos  de  los  inquisidores  toledanos  de 
detenerle  en  cárceles  secretas.  De  esta  versisón  se  hizo  eco  inmediata- 
mente el  Arzobispo  de  Toledo,  Don  Alonso  de  Fonseca,  preocupado  por 
la  suerte  de  su  egregio  secretario,  enviando  unas  letras  al  Licenciado 
Peña,  Abad  de  San  Vicente  y  Vicario  general  de  Toledo.  Le  escribe 
Fonseca  que  en  unión  del  doctor  Vivel,  a  quien  enviaba  a  la  ciudad  me- 
tropolitana, interesasen  a  los  inquisidores  para  evitar  la  prisión  de  Ver- 
gara  en  los  calabozos  del  Santo  Oficio.  El  Arzobispo  proponía  varias 
soluciones :  libertad  sobre  fianzas  hasta  de  cinquenta  mil  ducados ;  re- 
clusión en  la  "claustra"  de  la  catedral  con  las  mismas  fianzas  y  con  las 


(10)    Ibídem,  fol.  514  r.-igS  v. 

—  79  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 

guardas  convenientes,  y,  finalmente,  reclusión  en  las  casas  que  la  In- 
quisición señalase,  suplicando,  además,  a  los  inquisidores  se  demandase 
al  Doctor  con  diligencia  para  despachar  la  causa  con  toda  brevedad.  El 
gran  Fonseca  escribía:  "es  mucha  razón  que  se  tenga  consideración 
a  la  persona  del  doctor,  y  al  lugar  que  en  mi  casa  tiene,  para  que  así 
en  esto  como  en  la  carcelería,  no  la  llenen  por  el  estilo  que  a  los  otros; 
y  en  esto  poned  el  cu>'dado  y  diligencia  que  yo  de  vos  confío,  pues  véis 
quánto  en  ello  va,  y  procurad  que  quando  por  ac^uí  vengáis,  traygáis  es- 
ta cosa  bien  sabida  para  que  aquí  se  provea  lo  que  convenga.  Nuestro 
Señor  vuestra  venerable  persona  guarde".  Sabemos  la  ineficacia  de  es- 
tas preocupaciones.  Efectivamente,  el  17  de  mayo  había  demandado 
a  Vergara  el  fiscal  Diego  Ortiz  de  Angulo.  Le  acusaba  de  hereje  e  in- 
famador del  Santo  Oficio,  solicitando  su  prisión,  a  lo  que  accedía  la 
Inquisición,  como  sabemos,  ingresando  el  doctor  en  prisiones  el  23  de 
junio  de  1533.  En  el  mes  de  agosto  nada  menos  que  el  Cardenal  de 
Sevilla  urgía  a  los  inquisidores  el  buen  trato  que  se  debía  dar  a  Ver- 
gara:  "A  nos  penado  que  huviese  cabsa  para  la  presión  o  detenimiento 
del  doctor  Vergara,  por  ser  tan  digno  y  tan  preheminente  oficial  del 
señor  Arzobispo  de  Toledo,  a  quien  es  mucha  razón  que  tengamos  res- 
peto para  le  servir  y  agradar,  y  también  por  ser  onrada  persona  y  es- 
timada, y  ansí  mismo  lo  sentimos  en  que  es  canónigo  de  esa  santa  ygle- 
sia,  a  do  devemos  y  somos  muy  obligados  por  nuestra  naturaleza,  y  por 
ao's  aver  largo  tiempo  criado  en  ella...  Os  rogamos  y  encargamos  que 
ayáis  por  recomendada  la  persona  del  dicho  doctor  y  su  buen  tratamien- 
to, que  para  esto  ay  mucha  razón  que  ansy  se  haga,  y  también  os  enco- 
mendamos la  brevedad  de  la  causa"  (n). 

Detenido  Vergara  en  los  calabozos  inquisitoriales  ocupaba  una  cel- 
da con  ventanas  a  la  calle,  y  según  referencias  se  asomaba  frecuente- 
mente por  ellas  para  distraerse  y  curiosear.  Como  le  pareciese  al  fiscal 
Angulo  excesiva  piedad  y  benevolencia  solicitó  de  los  inquisidores  fuese 
trasladado  a  otra  pieza,  "donde  nadie  le  pueda  ver,  ni  comunicar  con  él, 
ni  él  comunicar  con  otra  persona".  Vista  la  petición,  parecióles  a  los 
inquisidores  de  Toledo  lo  más  oportuno  y  discreto  cerrar  y  clavar  las 


(11)    Ibídem,  fol.  460  r. 


—  80  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


ventanas.  Con  este  episodio  comenzó  la  vida  de  V'ergara  en  las  cárceles 
inquisitoriales.  Según  los  protocolos,  el  doctor  Vergara  ocupaba  la  par- 
te alta  de  las  prisiones,  en  el  departamento  contiguo  a  la  cámara  del 
secreto,  en  una  celda  conocida  con  el  nombre  de  "sala  dorada",  en  donde 
permaneció  casi  hasta  el  final  del  proceso. 

Desde  las  primeras  fechas  eligió  Vergara  como  procurador  y  le- 
trado al  Licenciado  Mora,  del  Consejo  del  Arzobispo  de  Toledo,  y  éste 
le  ayudaría  a  conllevar  las  penalidades  y  triljulaciones  de  su  espíritu 
durante  su  encerramiento.  Es  muy  difícil  suponer  que  un  hombre  del 
temperamento  y  de  la  vitalidad  del  doctor  Juan  de  Vergara  asistiese 
con  calma  y  según  estilo  corriente  al  curso  de  su  causa.  En  efecto,  en 
26  de  junio  comienzan  a  acusarse  la  actividad  y  las  inquietudes  del 
Maestro.  Nada  más  pasar  los  umbrales  del  Santo  Oficio,  Vergara  ape- 
laba de  su  prisión  a  los  señores  del  Consejo.  Así  en  el  primer  escrito 
firmado  a  los  tres  días  de  su  prisión,  hace  alusión  a  su  gesto,  e  insiste 
vivamente  en  la  apelación.  Son  muy  interesantes  todos  estos  alegatos 
para  conocer  su  espíritu  y  su  indomable  carácter,  asistido  por  otra 
parte  con  razones  de  peso  que  él  expone  con  sapientísimo  criterio : 
"El  doctor  Vergara  digo  que  al  tiempo  que  vuestras  mercedes  me  man- 
daron quedar  preso  en  esta  cárcel,  yo  apellé  de  la  injusta  prisión  para 
ante  los  señores  del  Consejo  de  la  santa  y  general  Inquisición,  y  lue- 
go el  día  siguiente  pedí  papel  y  escrivanía  para  dar  mi  apellación  por 
escrito,  lo  qual  me  fué  negado...  por  ende  yo  acortando  razones,  y  co- 
nociendo los  agravios,  y  queriendo  que  los  agrabios  cesen,  digo,  afir- 
mándome en  la  dicha  mi  appellación,  que  appello  de  la  prisión  que  vues- 
tras mercedes  mandaron  hazer  de  mi  persona,  porque  hablando  con  el 
acatamiento  deuído  fué  y  es  injusta,  y  muy  agrabiada,  y  digna  de  ser 
reuocada,  como  hecha  sin  información,  ni  causa  bastante,  por  las  ra- 
zones que  del  proceso  se  pueden  collegir..."  La  exposición  sigue  su 
curso,  y  el  Doctor  va  basando  su  demanda  en  argumentos  de  urgen- 
cia jurídica  y  moral:  "...  y  por  solas  sospechas  sin  mucho  fundamento, 
no  se  deuen  assí  deshonrar  a  personas  de  honra ;  que  avn  para  solo 
inquirir  quiso  el  Derecho  que  precediesse  clamoro.sa  insinuación  de 
muchos,  quanto  más  para  prender".  Soslayadas  las  relaciones  entre 
Vergara  y  Tovar.  preso  éste,  y  que  se  aducen  contra  el  Doctor  como 

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6 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


cargo,  podrían  contar  testificaciones  de  otros  declarantes,  e  insiste  así 
Vergara:  "Lo  otro  porque  si  la  causa  de  la  dicha  mi  prisión  es  por  aver 
otras  testificaciones,  o  dichos  de  testigos  contra  mi,  estos  no  pueden  ser 
sino  de  qualesquier  palabras,  como  en  estos  tiempos  es  vso  y  costum- 
bre; )■  pues  yo  no  soi  idiota,  y  pudiera  dar  razón  de  mí,  que  por  ventura 
satisfaziera,  primero  deviera  ser  examinado  cerca  de  las  tales  palabras, 
que  se  procediera  a  deshonrarme,  pues  saben  vuestras  mercedes  questo 
se  ha  hecho  assí  con  otros  muchos  que  tenían  menos  honra  que  perder 
que  yo".  Seguidamente  se  enfrenta  con  los  inquisidores,  y  les  indica 
que  si  su  apelación  es  denegada,  apela  también  al  Consejo  de  semejante 
denegación.  En  las  primeras  líneas  de  su  exposición  aludía  el  r^Iaestro 
a  la  actitud  del  tribunal  en  la  primera  audiencia,  actitud  quizá  moti- 
vada por  alguna  osadía  del  Doctor,  y  que  consistió  en  negarle  papel 
para  poder  escribir  sus  descargos.  Téngase  el  suceso  como  extraordi- 
nario, pues  en  la  Inquisición  española  siempre  se  facilitaba  tinta  y  fo- 
lios de  papel  para  el  servicio  de  sus  presos  y  para  sus  expansiones  y 
defensas,  máxime  en  los  expedientes  de  importancia.  Partiendo  de 
aquella  negación,  Vergara  precisa  su  significación  con  su  clásico  des- 
embarazo y  libertad:  "Por  quanto  vuestras  mercedes  me  niegan  papel 
para  escreuir,  y  yo  tengo  necesidad  descreuir  muchas  cosas  tocantes 
a  mi  defensa,  y  para  escribirlas,  indirectamente  se  me  niega  la  defensa 
ques  de  jure  naturali,  pido  y  supplico  a  vuestras  mercedes,  pues  al 
fiscal  y  a  quantos  quisieren  dezir  contra  mí,  no  se  les  quitará  el  aparejo, 
no  sea  yo  de  peor  condición ;  y  avnque  hasta  agora  no  se  me  haya 
puesto  acusación,  basta  estar  preso  para  tener  necesidad  descreuir"  (12). 

La  apelación  constituía  para  Vergara  su  más  íntima  preocupación 
en  aquellos  días.  Hacia  fines  del  mes  en  curso  suplicaba  a  los  inquisi- 
dores no  se  dilatasen  más  en  entregarle  certificado  de  su  apelación, 
dado  que  ya  habían  transcurrido  siete  días  desde  que  puso  su  deman- 
da, sufriendo  lógicamente  en  la  dilación  muchos  agravios.  El  5  de 
julio  volvía  sobre  lo  mismo  con  verdadera  insistencia  como  cosa  que 
competía  a  la  justicia  de  su  Causa:  "No  sé  si  sigue,  ni  veo  que  se  haze 


(12)    Ibídetn,  fols.  140  r.-iúy  v. :  198  r.-549  r.  y  189  r. 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


nada",  y  consigna  que  cada  día  está  "más  mal  dispuesto  de  salud". 
A  instancias  tales  se  le  comunicó  que  la  apelación  se  le  otorgaba. 

Pero  sin  embargo  de  esta  información  se  desvanecían  los  días,  y 
el  Doctor  continuaba  llenando  folios  para  salir  adelante  con  su  intento. 
Vergara  aceptaba,  desde  luego,  el  estilo  corriente  del  Santo  Oficio,  y 
en  espera  de  la  resolución  de  los  señores  del  Consejo  se  vió  sor¡)ren- 
dido  por  las  medidas  tomadas,  después  de  aguantar  cerca  de  un  mes, 
y  que  agravaban  más  su  prisión,  pues  se  clavaban,  como  conoce  el  lec- 
tor, las  ventanas  de  su  aposento  y  se  echaba  "red  a  la  puerta  dél".  Se 
querella  el  humanista  de  que  no  se  espere  la  determinación  de  la  Su- 
prema, una  vez  concedida  y  otorgada  la  apelación.  La  pesadumbre 
motivada  por  esta  actitud  se  refleja  en  estos  renglones:  "Poniéndome 
en  tanto  estrecho  que  yo  no  lo  puedo  tolerar,  sin  grave  daño  de  mi 
salud,  y  peligro  de  mi  persona,  dando  por  causa  desto,  que  los  dichos 
señores  del  Consejo  diz  que  embiaron  a  mandar  que  se  pusiese  cierta 
acusación  qüe  se  me  ha  puesto,  e  porque  desta  manera  de  proceder, 
yo  recibo  notorio  agrabio,  digo  que  affirmándome  en  la  dicha  primera 
apellación,  añadiendo  agrabio  a  agravio,  e  apellación  a  apellación,  torno 
apellar  de  vuestra  merced  de  la  dicha  innovación  y  estrechura  de  mi 
prisión  para  ante  los  dichos  señores,  e  digo  hablando  con  el  acatamiento 
que  debo,  la  dicha  manera  de  mi  prisión  ser  muy  agraviada  e  injusta- 
mente hecha."  Es  esta  exposición  memorable  entre  los  folios  del  pro- 
ceso por  haber  destacado  en  ella  Vergara  algunas  de  sus  condiciones 
espirituales,  que  él  traduce  en  sus  hábitos  ordinarios  y  costumbres 
corrientes.  Notorio  era  a  todo  el  mundo  en  Toledo  que  Vergara  era 
hombre  con  sus  rarezas  y  peculiaridades,  que  le  acusaban  como  origi- 
nal y  algo  intemperante,  pero  no  podía  admitirse  que  fuera  hombre 
vinculado  a  movimientos  extraños  y  a  cenáculos  peligrosos,  como  los 
de  los  alumbrados.  Vergara  era  hombre  de  clara  vida  y  de  intachable 
ortodoxia,  sin  complicaciones  místicas  heterodoxas:  "Deue  constar  a 
los  dichos  señores  mu)'  abiertamente,  pues  conocen  mi  persona,  e  saben 
que  mi  trato  e  conuersación  no  ha  sido  conforme  al  de  los  que  dizen 
alumbrados,  ni  he  andado  jamás  en  beaterías,  ni  extremidades  de  detio- 
ción,  ni  en  conpañía  de  hombres  apartados  de  la  común  conuersación, 
ni  en  mi  hábito,  trato  y  palabras,  tal  cosa  se  ha  notado;  antes  he  sicm- 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


pre  andado  metido  en  todo  el  tráfago  y  ocupación  de  negocios  y  coséis 
por  las  Cortes,  e  por  otras  partes,  fuera  de  donde  los  dichos  alumbra- 
dos conuersauan,  e  jamás  hablé  palabra  con  ellos,  ni  hombre  dcllos  con- 
migo, ni  llegaron  a  mis  orejas  sus  proposiciones  y  errores"  (13).  Asi 
se  sinceraba  el  Doctor  de  la  tacha  de  alumbrado,  y  precisaba  con  toda 
claridad  su  propósito  de  llevar  adelante  su  apelación.  En  autógrafo 
posterior  de  Vergara  comprobamos  que  la  apelación  concedida  al  fin 
por  los  inquisidores  de  Toledo  no  tenía  eco  ninguno  en  Madrid,  donde 
residía  a  la  sazón  la  Suprema,  acabando  los  inquisidores  del  distrito, 
viendo  las  continuadas  protestas  del  doctor,  por  aceptar  sus  deseos  de 
cometer  al  procurador  de  la  Causa  la  misión  de  trabajar  en  la  Corte 
la  respuesta  del  Consejo  de  Inquisición,  respuesta  que  después  de  tan- 
tos dimes  y  diretes  )•  no  llegó,  siguiendo  el  proceso  su  curso  y  des- 
arrollo habituales. 

Con  fecha  dos  de  octubre  comenzaba  Vergara  a  interesar  en  el  tri- 
bunal la  entrega  de  la  publicación  de  testigos  para  responder  a  ella  y 
abreviar  los  trámites  del  proceso.  Esta  preocupación  de  resolver  la 
causa  por  todos  los  medios,  aclarando  situación  tan  deplorable  para  la 
fama  del  encartado,  se  contrasta  a  la  continua  en  el  proceso,  y  pese 
a  los  baches  que  presenta  y  a  sus  aspectos  negativos  y  desagradables, 
no  tuvo  ciertamente  el  Doctor  muy  adversa  fortuna,  comparándola  so- 
bre todo  con  los  procesos  ruidosos,  y  muy  parecidos,  que  se  iban  a 
abrir  no  tardando  muchos  años  en  la  Inquisición  de  Valladolid.  Con 
muy  pocas  semanas  de  cárcel,  ya  el  letrado  Alora,  que  asistía  a  Verga- 
ra, protestaba  que  no  se  le  hubiese  aiín  entregado  el  traslado  de  la  acu- 
sación ñscal,  y  que  bastaba  ese  tiempo  "para  aver  hecho  vn  proceso 
sobre  la  sucesión  de  vn  Reyno".  Más  tarde  solicitaba  Mora,  después 
de  haber  hablado  con  tan  notoria  exageración,  que  si  la  causa  de  su 
patrocinado  estaba  conclusa,  que  se  dignasen  los  inquisidores  recibirla 
a  la  prueba,  con  órdenes  al  Promotor  Fiscal  de  verificar  su  probanza 
para  facilitar  la  publicación,  "porque  este  negocio  no  se  haga  inmor- 
tal". Parece  ser  que  por  estas  calendas  los  inquisidores  quisieron  lle- 
var al  ánimo  del  Doctor  la  seguridad  de  que  su  causa  constituía  para 


(13)    Ibideni,  fols.  256  r.-i7s  v. 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


ellos  la  máxima  preocupación,  siendo  la  más  atendida  y  cuidada  entre 
todas  las  que  se  ventilaban  en  aquel  tribunal. 

A  23  de  noviembre  sabemos  se  le  había  entregado  a  Vergara  la  pu- 
blicación, referencia  conocida  por  los  extremos  del  Arzobispo  Fonseca, 
quien  desde  Alcalá  volvía  a  recomendar  muy  expresivamente  la  per- 
sona del  detenido,  con  estos  términos:  "...  mucho,  señores,  os  pido  yo, 
y  ruegos  queráis  abreviar  de  aquí  adelante  lo  que  resta  para  final  despa- 
cho deste  negocio,  conforme  a  su  calidad,  y  a  la  persona  y  méritos  del 
Doctor".  A  siete  de  diciembre  reitera  el  Arzobispo  sus  deseos  solici- 
tando de  la  amabilidad  de  los  inquisidores  copia  de  la  publicación,  en- 
viando para  la  custodia  de  las  respuestas  a  su  familiar  el  Doctor  Vivel. 
El  diez  y  ocho  del  mismo  mes  insistía  Fonseca,  y  escribe  — vale  la  pena 
recoger  su  expresión — ■:  "no  sabría,  señores,  dezir  el  cuydado  que  ten- 
go deste  negocio,  y  el  aliuio  y  plazer  que  me  daría  verle  despachado ; 
y  por  esto  torno  a  pedir  por  merced  a  vuestra  merced  se  quisieran  acor- 
dar que  al  doctor  se  le  ha  estrechado  cada  día  más  la  carcelería,  y  que 
se  ha  procedido  hasta  publicación,  y  ésta  se  ha  dado,  pasados  cinco 
meses,  y  que  todo  ha  seydo  al  contrario  de  lo  que  yo  hasta  aquí  he  pe- 
dido'', expresión  esta  última  que  revela  la  ingenuidad  del  Arzobispo 
Fonseca,  pues  pese  a  la  silla  primada  de  Toledo,  en  aquellos  años  el 
Santo  Oficio  solo  atendía  las  instancias  del  Rey  de  España,  y  dentro 
de  los  tribunales,  a  las  recomendaciones  y  solicitudes  del  Inquisidor  Ge- 
neral. Pero  de  todas  formas,  eran  inútiles  los  deseos  del  prelado  por 
no  haberse  entregado  por  Vergara  la  respuesta  a  la  publicación  hasta 
el  día  7  de  marzo  del  año  1534.  El  día  anterior  precisamente  hacía 
constar  el  Doctor,  terminado  ya  de  escribir  su  maravilloso  alegato,  ante 
los  inquisidores,  no  haberse  probado  cosa  contra  él  ni  "plene"  ni  "se- 
miplene"  "ni  por  otra  vía  de  indicio  ni  presunción,  que  me  arguya  de 
nial  cristiano,  ni  en  mí  jamás  obo  error  en  el  entendimiento  con  perti- 
nencia en  la  voluntad,  por  donde  no  procede  ni  avía  lugar  la  dicha  acu- 
sación contra  mi  puesta,  ni  fuera  raqón  que  con  mi  persona  se  oviera 
hecho  lo  que  se  ha  hecho  en  la  prisión  y  cárcel".  Así  toda  la  argumen- 
tación de  Vergara  para  rechazar  su  prisión  y  su  deshonra  se  fundamen- 
taba en  la  ausencia  de  testificaciones  positivas  y  concluyentes  que  pusie- 
ran en  entredicho  manifiesto  y  sospecha  su  ortodoxia  y  sacerdocio.  Nota 

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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


de  esta  manera  a  los  testigos  de  cargo.  Las  acusaciones  de  la  beata 
Hernández  eran  simples  invenciones  contra  él,  una  vez  que  ella  se  vió 
recluida.  Los  catorce  testigos  postreros  los  considera  testigos  únicos  y 
singulares,  deponiendo  por  conjeturas  y  referencias  extrañas.  Añade 
Vergara  que  son  sus  enemigos  y  le  tienen  mala  voluntad,  y  les  reputa 
por  falsos  y  perjuros.  Entre  testigos  de  esta  clase  se  daban  contradic- 
ciones notorias.  Asi  el  primero  y  tercero  capítulos  del  primer  testigo 
sobre  materia  de  confesión  y  alumbrados.  Cuentan  en  el  proceso  del 
Doctor  testigos  que  deponen  solamente  de  generalidades,  surgiendo 
frecuentemente  en  sus  determinaciones  las  conocidas  contradicciones. 
Refiriéndose  a  la  acusación  de  Francisca  Hernández  y  su  criada  Mari- 
Ramírez,  escribe  Vergara  que  "la  señora  y  criada  procuraron  ser  con- 
textes",  fuera  de  que  las  mujeres  no  son  ordinariamente  fidedignas. 
Alude  también  Vergara  a  la  responsabilidad  y  garantías  de  muchos  cri- 
terios expositivos  en  estos  términos :  "Deponen  de  palabras  que  oyeron 
muchos  días  y  años  ha ;  las  cuales  en  caso  negado  que  yo  las  hubiera 
dicho,  no  se  pudieran  tener  en  la  memoria  tan  formal  y  expresamente 
como  se  dixeron.  porque  en  cosa  de  palabras  desde  a  dos  días  que  se 
digan,  no  se  pueden  acordar  del  todo  en  ellas,  quanto  más  al  cabo  de 
tanto  tiempo,  en  el  qual  aun  en  el  hecho  propio  de  derecho  se  presume 
oluido,  quanto  más  en  el  ageno"  (14).  Consciente  de  su  personalidad 
y  categoría,  rechaza  otras  proposiciones  y  palabras  que  se  le  achacan, 
propias  de  hombre  idiota  y  vulgar,  especies  increíbles  en  un  letrado, 
doctor  en  Teología  y  "leído  en  la  sagrada  scriptura  y  cathólicos  docto- 
res". Todo  lo  cual  le  hace  concluir  que  no  existe  causa  ninguna  por  la 
que  pueda  ser  acusado  ni  detenido  en  cárceles,  "de  donde  tanta  aíTren- 
ta  se  me  ha  seguido  a  mí,  a  mi  linaje,  y  a  otras  personas"  (15). 

Pero  sin  embargo  de  estas  preciosas  referencias,  que  indiscutible- 
mente eran  de  peso  para  aliviar  el  proceso  de  trámites  enfadosos,  evi- 
tando preguntas  y  repreguntas,  testificaciones,  abonos  e  inculpaciones, 
el  proceso  siguió  su  curso,  entreverándose  incidencias  con  incidencias 
y  surgiendo  continuamente  nuevos  imponderables,  que  iniciaban  cues- 


(14)  Ibídem,  fols.  982  r.-igi  v. 

(15)  Ibídem. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


tiones  nuevas,  todas  ellas  causa  de  dilaciones  y  entorpecimientos,  y, 
por  tanto,  perjudiciales  para  la  resolución  del  expediente.  A  Vergara 
le  esperaban  todavía  muchos  meses  de  cárcel,  de  aquella  cárcel  que  él 
llamó  en  alguna  ocasión  "peladero",  y,  comprobando  que  su  negocio 
seguiría  con  los  clásicos  plazos  dilatorios,  renunció  a  la  probanza  para 
ver  de  acordar  incidentes  y  complicaciones.  En  25  de  ma^'o  de  i535 
se  presentó  Vergara  en  la  audiencia  del  tribunal  diciendo  "que  lo  que 
quiere  es  suplicar  a  sus  mercedes  que  se  acuerden  de  su  negocio,  e 
de  mandarle  despachar,  aviendo  respecto  a  los  grandes  trabajos  que 
ha  pasado  e  pasa,  e  que  ya  ni  la  paciencia  ni  la  salud  le  bastan,  es- 
pecialmente estando  como  está  tantos  dias  ha  estrechado  en  vn  rincón, 
iviéndole  quitado  lo  más  e  más  principal  de  su  aposento,  e  que  esto 
ss  lo  que  quiere". 

A  3  de  noviembre  de  1535  los  inquisidores  y  doctores  Vaguer, 
Diego  Girón  de  Loaisa ;  Blas  Ortiz,  canónigo  y  vicario  de  Toledo ; 
[uan  Ubago,  inquisidor  de  Zaragoza ;  Juan  de  Medina,  canónigo  y  ca- 
:edrático  de  Alcalá,  juntamente  con  el  maestro  Juan  de  Villarreal,  ca- 
lónigo  de  Sigüenza,  y  el  doctor  Diego  Rodríguez,  abogado  del  fisco, 
"ecibían  de  los  calificadores  las  proposiciones  censuradas  y  comenta- 
das. Entresacaremos  algunas  para  que  se  vea  su  estilo  y  espíritu. 

A  la  proposición  de  que  las  opiniones  de  Lutero  eran  buenas, 
salvo  lo  de  la  confesión,  se  califica  así:  "Esta  proposición  vniuersal, 
10  singularizando  opinión  alguna,  se  pudo  dezir  en  tiempo  que  se  pu- 
liesse  tolerar ;  pero  dicha  en  estos  tiempos,  mayormente  después  de 
leclarados  los  errores  de  Lutero  y  condenados,  est  escandalosa,  erro- 
lea,  sapiens  manifieste  herereses  et  favet  haereticos."  Sobre  las  tra- 
lucciones  del  griego  al  latín  que  Vergara  censura,  los  calificadores 
ipostillaron  su  criterio  con  estas  palabras:  "Esto  puede  pasar."  Las 
)piniones  del  Doctor  sobre  San  Agustín  en  sus  Quincuagenas  mar- 
jínanlas :  "Esto  es  dicho  atrevido,  injurioso  y  gran  desacato  al  San- 
o."  Obsérvese  en  ello  la  gran  ingenuidad  de  los  señores  docto- 
"es  de  Toledo.  Acerca  de  la  testificación  de  que  Vergara  defendía 
a  opinión  de  Erasmo  de  no  rezar  por  estudiar  materia  grave  e  im- 
portante, los  calificadores  escriben  que,  efectivamente,  "i)odría  ser  tal 
f  de  tanta  importancia  el  tal  estudio,  que  díxo  verdad".  ^'  asi  con- 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


tinúan  los  críticos  de  la  Inquisición,  con  bastante  buen  sentido  y  cri- 
terio, salvo  alguna  que  otra  valoración.  Pero  téngase  en  cuenta  que  la 
mayoría  de  las  opiniones  que  se  enjuician  eran  especies  gratuitas  de 
que  se  acusaba  al  Doctor  sin  haber  tenido  éste  arte  ni  parte  en  ellas. 

Nada  más  interesante  que  la  lectura  y  el  examen  de  los  votos  de 
este  proceso,  que  se  prolongó  hasta  el  mes  de  diciembre  de  aquel  año 
de  1535.  El  doctor  Medina  reconoce  que  no  estaba  plenamente  pro- 
bado contra  Vergara  el  cargo  de  herejía,  consignando  que  casi  todos 
los  testigos  — a.  excepción  de  los  dos  primeros —  no  le  perjudicaban, 
o,  simplemente,  le  excusaban.  Medina  juzgaba  que  las  deposiciones 
carecían  de  valor,  juzgándolas,  como  las  juzgaba  el  mismo  Vergara, 
"singulares",  "de  oydas"  o  "de  credulitate".  Las  testificaciones  de 
Francisca  Hernández  y  de  su  criada  no  constituían  para  el  juez  de 
la  Inquisición  entera  probanza.  En  primer  lugar,  se  desestiman,  me- 
jor dicho,  se  estiman  en  poco,  "porque  son  mujeres",  además  de  ser 
criminosas  como  procesadas  por  el  Santo  Oficio,  habiéndose  únicamen- 
te admitido  sus  dichos  por  tratarse  de  un  negocio  en  favor  de  la  fe. 
Otrosí,  la  relativa  importancia  de  tales  testigos  quedaba  disminuida, 
atento  que  se  limitaba  a  dos  personas,  y,  aunque  contextes  ambas  a 
dos,  unidas  por  responsabilidades  y  delitos.  Se  disminuía  aún  más  la 
importancia  de  los  testigos  acusando  a  hombre  de  la  categoría  del 
Doctor,  "que  es  sacerdote  y  persona  de  estima,  y  tenida  comúnmente 
por  hombre  de  verdad,  según  requería  el  oficio  de  secretario  que  a 
tenido  con  los  Arzobispos  de  Toledo  passados".  Hechas  estas  consi- 
deraciones por  el  doctor  Medina,  >•  descartados  los  dos  primeros  tes- 
tigos, condena  el  inquisidor  a  Vergara  como  suspecto,  atendidas  las 
restantes  testificaciones.  Podía  ponerse  a  Vergara  al  tormento,  pero 
cree  que  ha  de  templarse  la  justicia  con  la  misericordia,  principalmen- 
te habidas  la  honra  y  reputación  del  reo,  canónigo  de  Toledo  y  exi- 
mio hombre  de  letras,  contra  quien  se  había  depuesto  con  "cargos 
solapados  y  yndírectos",  y  que  había  padecido  extraordinariamente 
en  su  prestigio  durante  su  permanencia  en  cárceles  secretas,  por  todo 
lo  cual  concreta  Medina  su  voto  en  este  parecer,  que  abjure  de  ve- 
hementi,  por  lo  menos,  los  tres  artículos  más  graves  y  de  más  peso: 
el  de  los  preceptos  eclesiásticos,  el  de  las  indulgencias  y  el  de  los  sa- 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


cramentos.  Dicha  abjuración  habría  de  hacerla  el  Doctor  delante  de 
veinte  o  treinta  personas  honradas,  católicas  y  seglares,  recluyéndole 
luego  en  un  monasterio,  donde  hiciera  penitencia,  por  lo  menos  du- 
rante medio  año,  y  condenándole  a  pagar  mil  ducados.  Merece  no- 
tarse que  en  el  voto  del  doctor  Medina  se  registra  un  pasaje  referen- 
te a  la  simpatía  intelectual  que  profesaba  Vergara  a  Erasmo  (i6). 

El  doctor  Blas  Ortiz  opinó  que,  como  compensación  de  tantos 
días  de  cárcel,  se  le  descontara  a  Vergara  parte  de  la  pena,  remitién- 
dole el  castigo  de  salir  en  público  en  el  cadalso,  optando  por  que  se 
fallase  la  sentencia  en  San  Juan  de  los  Rej-es  o  en  San  Pedro  Már- 
tir y  que  abjurase  de  vehementi  de  los  tres  artículos  señalados  por 
el  doctor  Medina,  condenándole  a  pagar  dos  mil  ducados.  Añadió  Or- 
tiz que  los  teólogos  no  le  habían  probado  a  Vergara  el  crimen  de  he- 
rejía (17). 

Pero  fueron  en  vano  votos  de  esta  calidad,  que  favorecían  a  nues- 
tro Doctor  en  el  sentido  de  evitarle  la  pública  infamia  de  salir  en  un 
auto  de  fe  de  la  Inquisición  en  la  ciudad  de  Toledo,  de  la  que  era 
ornamento  y  gloria  por  las  excelencias  de  su  espíritu,  por  su  densa 
humanidad  y  por  su  extraordinaria  cultura.  La  sentencia  y  fallo  con- 
dena a  Vergara  a  salir  al  auto  de  fe,  como  penitente,  con  una  vela 
de  cera  en  la  mano,  y,  después  de  leída  la  sentencia,  abjuraría  de 
vehementi  el  crimen  de  herejía,  con  el  castigo  de  recluirse  en  un  mo- 
nasterio, penitenciándole,  además,  en  mil  quinientos  ducados  de  oro, 
a  su  valor,  para  gastos  del  Santo  Oficio.  Leído  y  pronunciado  el  fallo 
en  la  sala  de  la  audiencia,  se  le  volvía  a  leer  al  Doctor  el  día  11  de 
diciembre  de  1535,  estando  Vergara  "encima  otro  cadalhaso,  donde 
estauan  otras  muchas  personas,  hombres  e  mugeres  penitentes".  El 
día  24,  según  se  estilaba  en  la  Inquisición  española,  en  audiencia  in- 
quisitorial, se  ordenaba  al  Maestro  la  maj-or  discreción  sobre  lo  que 
había  visto  en  el  Santo  Oficio  durante  su  prisión,  dándole  licencia 
para  retirarse  a  la  morada  de  Diego  López  de  Ayala,  canónigo  de 
Toledo,  donde  residiría  hasta  pasado  el  día  de  Reyes,  en  que  se  tras- 


Ció)  Ibídem,  fols.  440  r.-55i  v. 
(17)    Ibídem,  fols.  1.187  r.-i.286. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  Ll  ORENTE,  O.  S.  A. 


ladaría,  para  cumplir  la  pena  de  reclusión  de  un  año,  al  monasterio 
de  los  agustinos  de  la  imperial  ciudad.  En  otros  trabajos  míos  he  ex- 
puesto las  andanzas  y  las  historias  de  Vergara,  hasta  abrírsele  un  se- 
gundo proceso  por  desobediencia.  Resta  por  añadir  que  Vergara  pa- 
gaba el  tributo  mortal  el  día  20  de  febrero  del  año  1557,  dejando  todos 
sus  bienes  al  manicomio  de  Toledo. 

*    *  ♦ 

En  mi  libro  En  torno  a  hombres  y  problcuias  del  Renacimiento 
español,  he  recogido  una  serie  de  notas  eruditas  muy  interesantes 
sobre  Fr.  Alonso  de  Virués.  Este  benedictino  habia  nacido  en  Tierra 
de  Campos,  en  Olmedo,  uno  de  los  parajes  más  característicos  y  ex- 
presivos de  Castilla.  Era  hombre  interesante,  y  uno  de  los  predicado- 
res más  predilectos  y  queridos  del  Emperador.  Juan  Dantisco,  suegro 
de  Gracián  de  Alderete,  escribía  en  1529  acerca  de  él  desde  Valla- 
dolid  a  Alonso  de  Valdés,  con  frases  encomiásticas:  "Cada  domingo 
oigo  la  predicación  verdaderamente  piadosa  y  cristiana  del  hermano 
benedictino  Alonso  de  Virués;  no  le  conozco  más  que  por  el  pulpito, 
pero  si  tú  tienes  alguna  relación  con  él,  hazme  a  mi  también  parti- 
cipante de  ella."  Acompañó  a  Carlos  V  por  Flandes  y  Alemania  en 
los  años  1540  y  1541.  El  canónigo  Llórente  consigna  en  su  Historia 
crítica  de  la  Inquisición  unas  preciosas  referencias  sobre  su  proceso, 
que  queremos  repetir:  "Fue  preso  en  las  cárceles  secretas  de  la  In- 
quisición de  Sevilla,  como  sospechoso  de  herejía  luterana;  el  Empe- 
rador, que  no  solamente  le  conocía  por  sus  sermones,  sino  por  trato 
particular  en  sus  viajes  de  Alemania,  lo  sintió  tanto  que,  suponiendo 
ser  todo  efecto  de  conjuración  capaz  de  ser  evitada  por  el  inquisidor 
general,  desterró  a  éste  de  la  Corte,  y  lo  mandó  pasar  a  residir  a  su 
arzobispado  de  Sevilla,  donde  murió  en  28  de  septiembre  de  1538." 
En  una  obra  de  Virués,  Philippiccc  Disputationcs  viginti  advcrsus  Lu- 
therana  dogmata  per  Philippnm  Melanchthoncm  defensa,  se  hace  eco 
de  sus  tribulaciones  antiguas,  es  decir,  de  su  permanencia  en  las  cár- 
celes inquisitoriales.  Se  refiere  al  empacho  jurídico  que  padecían  los 
hombres  de  la  Inquisición.  Todo  son  testificaciones,  preguntas,  repre- 


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LA  INQUISICIOX  y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


guntas,  cargos  y  descargos  (nomina  qucr  et  ipso  pocne  timenda  sonó), 
dice,  dirigiéndose  a  su  protector  regio  Carlos  V.  Según  Llórente,  se 
le  consideró  como  sospechoso  de  herejía  luterana  )•  se  le  penitenció 
condenándole  dos  años  a  estar  recluso  en  un  convento,  suspendiéndo- 
le, además,  de  las  licencias  de  predicar. 

A  Virués  le  cita  don  Fermín  Caballero  en  su  Alonso  y  Juan  de 
Valdés;  don  Marcelino  Menéndez  Pelayo,  en  sus  Heterodoxos ;  el 
P.  Beltrán  de  Heredia,  en  alguno  de  sus  trabajos,  y  Marcel  Bataillon 
escribe  reiteradamente  de  él  en  su  obra  clásica  sobre  el  erasmismo  en 
España.  En  mi  obra  anteriormente  aludida  expuse  algunos  aspectos 
de  su  naturaleza  intelectual  con  el  título  Aportaciones  para  la  vida  del 
erasmista  Fr.  Alonso  de  Virués.  Desgraciadamente,  los  papeles  inqui- 
sitoriales sobre  esta  extraña  personalidad  se  han  perdido,  o,  al  menos, 
no  se  ha  logrado  hasta  la  fecha  la  fortuna  de  descubrir  su  paradero. 
La  documentación  sobre  Virués,  exceptuando  referencias  ligeras  es- 
parcidas aquí  y  acullá  en  los  registros  del  Archivo  del  Santo  Oficio, 
donde  nosotros  trabajamos,  habrían  de  encontrarse  entre  los  protoco- 
los del  Santo  Oficio  de  Sevilla,  al  parecer,  todos  ellos  perdidos;  entre 
los  documentos  de  la  Inquisición  de  Valladolid,  casi  todos  también 
desaparecidos  por  voraces  incendios,  o  entre  los  legajos  del  distrito 
inquisitorial  de  Toledo,  perseguidos  también  por  adversa  fortuna. 
Ciertamente,  se  ha  conservado  una  cantidad  considerable  de  procesos 
del  mayor  interés  documental,  catalogados  todos  ellos  hace  ya  bastan- 
tes años  con  la  escrupulosidad  que  preside  todos  los  trabajos  de  eru- 
dito tan  fino  y  concienzudo  como  lo  es  don  Miguel  Gómez  del  Cam- 
pillo; pero,  de  todas  formas,  consta  por  los  textos  eruditos  cómo  en 
tiempo  de  la  "francesada"  fué  llevado  todo  el  dossier  documental  de 
aquella  Inquisición  al  Alcázar,  considerándolo  como  el  lugar  que  ofre- 
cía más  seguridad,  y  allí  se  extraviaron  muchos  documentos  del  más 
preciado  valor.  Sea  lo  que  fuere,  quizá  el  porvenir  reserve  algún  feliz 
hallazgo  a  los  futuros  investigadores  para  poder  desvelar  una  exis- 
tencia tan  rica  de  matices  y  lances  como  seguramente  serán  la  vida  v 
las  actividades  del  célebre  erasmista. 

Es  un  poco  desconcertante  la  personalidad  de  Virués  )•  presenta 
contrastes  muy  marcados.  Como  hombre  de  prendas  intelectuales  y 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


adscrito  a  los  movimientos  modernos  renacentistas,  más  o  menos  exa- 
gerados, fué,  al  parecer,  extremado  e  imprudente  en  alguno  de  sus 
dichos  decideros.  La  tradición  literaria  nos  cuenta  que  participaba  de 
ideas  muy  peregrinas.  Así,  por  ejemplo,  entendía  Virués  que  debía 
preferirse  el  estado  del  matrimonio  al  del  celibato,  y  apreciaba  que  la 
vida  activa  es  más  meritoria  y  valiosa  que  la  contemplativa.  El  vali- 
miento del  Emperador  le  sacó  adelante  de  las  persecuciones,  aunque 
no  pudo  disimularse  la  gravedad  de  sus  asertos,  viéndose  comprome- 
tido y  sometido  a  expediente.  Las  proposiciones  del  benedictino  fue- 
ron encomendadas  a  la  censura  alcalaína,  y  no  precisamente  a  los  teó- 
logos de  Salamanca,  que  hubieran  puesto  en  entredicho  definitivo  la 
ortodoxia  de  Virués.  En  Alcalá  se  aplicaban  medidas  más  benévolas, 
anchas  y  transigentes.  Carlos  V  se  preocupó  de  suavizar  las  aspere- 
zas y  el  rigor  habitual,  recomendando  su  persona:  "me  será  muy 
grata  }•  acepta  por  el  buen  concepto  y  edificación  que  tengo  de  su 
doctrina",  dice  aludiendo  al  buen  trato  que  se  había  de  dar  al  encau- 
sado. Se  hizo  todavía  más.  El  Emperador  orilló  toda  clase  de  dificul- 
tades, logrando  breve  de  absolución,  con  la  habilitación  respectiva,  y, 
por  sus  buenos  oficios,  lograba  conseguirle  del  Consistorio  la  mitra 
de  Canarias,  vacante  desde  el  año  1534. 

Hemos  consignado  que  su  personalidad  ofrece  contrastes  sorpren- 
dentes. Vergara  dijo  de  él  que  era  Erasmi  usque  ad  invidiam  percu- 
pidus,  y,  como  hombres  de  letras  ambos  a  dos  y  de  los  mismos  gustos 
intelectuales,  parece  que  deberían  ser  excelentes  camaradas,  pues  cons- 
ta que  el  día  30  de  abril  del  año  1534  se  presentaba  Virués,  sin 
ser  llamado,  en  los  tribunales  de  la  Inquisición  de  Toledo  para  de- 
poner contra  el  doctor  Juan  de  Vergara,  procesado,  como  es  sabido, 
en  aquella  sazón.  Frisaba  Virués  por  entonces  en  los  cuarenta  y  un 
años,  y  mucho  le  debió  urgir  la  conciencia  para  consignar  la  siguiente 
testificación  contra  el  secretario  del  Arzobispo  Don  Alfonso  de  Fonse- 
ca :  "...  hablando  este  testigo  con  el  doctor  Juan  de  Vergara  en  cosas 
de  theología  tocantes  a  conciencia,  comentaron  a  disputar  sobre  ellas, 
y  este  testigo  no  se  acuerda  a  qué  propósito  allegó  la  doctrina  general 
de  los  sacramentos  que  dan  gracia  ex  opere  operato ;  y  el  dicho  doctor 
Juan  de  Vergara  se  lo  negó  escarneciendo  de  ello;  e  diziendo  que  de 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


dónde  sabía  este  testigo  aquello ;  que  aquello  era  fantasía  de  opinio- 
nes, e  dixo  otras  palabras  semejantes,  escarneciendo  e  rriyéndose  dello ; 
e  avn  le  parece  a  este  testigo  que  teniéndolo  el  dicho  doctor  Juan  de 
Vergara  por  mala  doctrina,  avnque  desto  no  se  acuerda  distintamente ; 
y  este  testigo  en  confirmación  desta  doctrina  de  los  sacramentos  que 
davan  gracia  ex  opere  opcrato,  no  se  acordando  de  las  determinaciones 
de  la  yglesia  que  ay  sobre  ello,  se  allegó  de  presto  la  doctrina  vniuersal 
de  los  doctores  y  de  toda  la  escuela  de  theología ;  y  el  dicho  doctor  Ver- 
gara  se  burló  también  desto,  como  de  lo  que  antes  este  testigo  le  avía 
dicho..."  La  testificación  fué  ampliada  en  el  mes  de  enero  del 
año  1535,  pero  en  circunstancias  muy  críticas  para  el  deponente  Vi- 
rués.  Los  inquisidores  solicitaron  que  les  esclareciese  la  antigua  de- 
posición, y  la  esclareció  efectivamente  Virués  delante  de  los  inquisido- 
res en  una  celda  del  monasterio  de  San  Benito  de  Valladolid,  donde 
arrastraba  la  condena  de  su  proceso  por  expresiones  extremadas  e  in- 
temperantes revueltas  con  osadías  y  atrevimientos  del  mismo  tipo  que 
muchas  del  Doctor  Juan  de  Vergara.  El  lance,  como  se  ve,  es  suma- 
mente interesante,  y  no  podemos  valorarlo  adecuadamente  por  insu- 
ficiencia de  documentación  y  de  puntos  de  apoyo.  Desde  luego  antes 
de  la  segunda  testificación  del  benedictino,  que  se  caracteriza  por  ser 
una  digresión  de  enjundiosa  teología,  salvaba  la  ortodoxia  del  huma- 
nista toledano,  indicando  que  como  no  podía  conocer  el  ánimo  de  Ver- 
gara,  "le  tiene  en  dubda  por  buen  christiano"  (18). 

Resta  por  puntualizar  aspectos  muy  curiosos  del  erasmista  Fr.  José 
de  Sigüenza,  aspectos  que  no  han  trascendido  debidamente,  y  que  urge 
perfilar.  A  mi  compañero  de  hábito  Fr.  Julián  Zarco  Cuevas  se  debe 
la  primera  publicación  de  las  proposiciones  del  monje  jerónimo.  Fue- 
ron publicadas  en  la  revista  Religión  y  Cultura,  y  yo  las  recogí  más 
tarde  en  mi  mencionado  libro  En  torno  a  hombres  y  problemas  del  Re- 
nacimiento español,  donde  ocupan  con  unas  advertencias  las  páginas 
117-127. 

¿Fué  Fr.  José  de  Sigüenza  víctima  de  la  Inquisición?  ¿Estuvo  re- 


(18)  Vid.  Miguel  de  la  Pinta  Llórente  en  En  torno  a  hombres  y  problemas 
del  Renacimiento  español,  págs.  103-115,  Madrid,  1944. 


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MIGUEL  DE  í.A  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 

cluído  como  el  doctor  Juan  de  Vergara  en  las  cárceles  del  Santo  Oficio  ? 
No  cuentan  apenas  referencias  para  exponer  con  seguridad  el  episodio 
de  Sigüenza  con  los  inquisidores.  Parece  ser  que  estuvo  recluido  más  de 
medio  año  en  el  monasterio  de  La  Sisla,  por  orden  de  los  jueces  de 
Toledo,  a  quienes  se  habían  delatado  dichos  y  proposiciones  del  monje 
jerónimo.  Llórente,  en  su  célebre  "Historia  crítica...",  apunta  como 
causa  de  su  delación  la  envidia  de  sus  compañeros  de  claustro  que  no 
le  podían  perdonar  su  talento  y  su  personalidad  "el  haber  sido  (el  P.  Si- 
güenza) uno  de  los  mejores  predicadores,  y  el  más  agradable  al  Rey,  le 
produjo  persecución  amarga.  Los  otros  monjes,  cuyos  sermones  no 
conseguían  tanto  aplauso,  le  delataron  a  la  Inquisición  de  Toledo,  como 
sospechoso,  de  la  herejía  luterana.  Estuvo  preso  cerca  de  un  año  en  el 
monasterio  de  su  Orden,  llamado  de  La  Sisla,  con  obligación  de  pre- 
sentarse al  tribunal,  cuando  se  le  avisara.  Satisfizo  a  gusto  de  los  cali- 
ficadores;  fué  absuelto,  y  murió  después  de  prelado  de  su  propia  co- 
munidad". Tuvo,  desgraciadamente,  la  envidia,  base  sólida  para  des- 
acreditarle, dada  la  mala  lengua  del  ilustre  bibliotecario  de  El  Es- 
corial. De  su  pluma  escribió  Fr.  Lucas  de  Alaejos  "que  era  cortada  \' 
cortadora".  Y  de  su  ingenio  fresco  y  de  sus  libertades  en  el  hablar  baste 
con  citar  un  famoso  pasaje  que  reza  así:  "que  lo  que  llaman  Teología 
es  ingenio  de  Platón  y  Aristóteles,  mezclado  con  la  palabra  divina,  y 
ansí  ni  parece  uno  ni  otro,  sino  un  mulo  contra  el  precepto  de  Dios". 
Acháquese  la  especie  no  a  influencia  herética,  sino  a  exageraciones  en 
el  decir  y  a  la  enemiga  que  Sigüenza  profesaba  a  las  Escuelas. 

Pero  de  todas  formas,  si  son  ciertas  e  innegables  estas  sombras  y 
exageraciones  del  carácter  del  bibliotecario  de  El  Escorial,  la  versión 
de  Llórente  sobre  las  competencias,  celos  y  despecho  de  los  "fratres" 
está  autorizada  nada  menos  que  por  el  cronista  de  su  propia  Comu- 
nidad. Fr.  Francisco  de  los  Santos,  varón  íntegro  y  escrupuloso  his- 
toriador, que  se  expresa  de  esta  guisa:  "Leía  la  lección  de  Escriptura 
con  autoridad,  magisterio  y  espíritu,  que  parecía  otro  San  Jerónimo  en 
Belén,  y  esto  les  daba  enojos.  Escribía  este  tiempo  un  libro  (muy  como 
de  su  talento)  de  Discursos  sobre  los  doce  capítulos  del  Ecclesiastes  de 
Salomón,  y  la  Historia  del  Rey  de  los  Reyes...,  obras  doctísimas,  lle- 
nas de  erudición  y  de  esplendor  para  lustre  y  enseñanza  de  los  estudio- 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


sos ;  y  éstos  (que  no  deuíiin  de  serlo)  hacían  poco  aprecio  y  estima  de 
ellas,  como  también  de  su  elección  en  las  doctrinas  y  de  su  modo  en  el 
pulpito...  Al  fin,  el  enemigo  los  cegó  tanto  que,  para  que  perdiese  la 
digna  aceptación  que  tenía  universalmente  con  el  Fundador,  con  los 
cortesanos  y  con  la  Comunidad,  se  atrevieron  a  tocarle  en  lo  que  más 
resplandecía,  que  era  en  la  Fe  y  en  la  doctrina,  y  denunciaron  de  él 
en  el  Santo  Oficio  de  la  Inquisición  de  Toledo"  (19). 

Las  proposiciones  atribuidas  al  Padre  Sigüenza  presentan  el  más 
vivo  interés  y  responden  a  los  criterios  intelectuales  mejor  asentados, 
dentro  de  las  influencias  renacentistas  y  del  espíritu  científico  más 
moderno.  Huelga  afirmar  que  este  cuerpo  doctrinal  del  monje  jerónimo 
ha  de  ser  interpretado  con  la  exégesis  y  escolios  de  Sigüenza,  y  no 
concretamente  según  la  enunciación  literal  de  las  proposiciones,  ex- 
puesta así  a  deformaciones  y  equívocos,  cuando  no  a  manifiestas  here- 
jías y  desviaciones  heterodoxas.  Uno  de  los  cargos  hacía  referencia  a 
que  Sigüenza  reprobaba  la  lectura  de  libros  piadosos  y  devotos.  Dicho 
cargo  se  enuncia  así  en  la  "primera  respuesta" :  que  aconsejó  a  algu- 
nos frayles  que  ni  leyesen  libros  de  deuoción,  sino  sólo  los  Euangelios, 
que  era  lo  demás  perder  tiempo.  Responde  Sigüenza:  "A  vn  solo  fray- 
le  lo  he  dicho,  y  lo  aconsejaré  a  todos  quantos  de  ueras  quisieran  apro- 
uechar  en  vida  de  verdadera  penitencia,  y  mortificación,  y  deuoción, 
porque  allí  está  en  su  fuente,  y  los  demás  son  arroyos,  y  cada  día  salen 
mil  librillos,  que  no  tienen  número."  En  la  segunda  respuesta,  "el  car- 
go se  concretaba  con  más  precisión":  Aconseja  que  lean  el  Evangelio, 
y  se  encomienden  a  Dios.  Y  dió  por  consejo  a  un  religioso  que  dejase 
de  leer  los  libros  de  deuoción,  y  leyese  el  Euangelio,  y  se  encomendase 
a  Dios,  y  El  le  alumbraría ;  y  otras  veces  le  dijo  lo  mismo.  Sigüenza  se 
explica  más  explícito  en  estos  términos:  "respondo:  este  es  vn  frayle 
que  se  da  a  deuoción  y  yo  trataua  por  esto  mucho  con  él,  y  tras  cada 
libro  de  deuotión  que  sale  se  ua  luego,  y  ansí  nunca  asienta  en  nada, 
ni  toma  orden  de  proceder  en  su  oratión  con  firmeza.  Dígele  lo  que 


(19)  Historia  crítica  de  la  Inquisición  de  España,  tomo  IV,  págs.  ,?07-,3oS ; 
y  Qvarta  Parte  de  la  Historia  de  la  Orden  de  San  Jerónimo...,  lib.  cap.  111, 
páginas  707-708,  Madrid,  1680. 


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MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


yo  he  hecho  para  mí,  que  también  anduue  variando  en  este  exercitio ; 
que  para  lo  que  toca  al  amor  de  Dios  y  del  próximo,  en  que  consiste  la 
perfection  chiristiana,  y  las  buenas  obras  que  uan  enderezadas  aquí,  que 
en  ningún  libro  los  hallará  más  altamente,  ni  con  más  fuerza  y  espíritu 
encomendadas  que  en  el  Euangelio;  y  en  lo  que  toca  a  la  deuoción  de 
la  Pasión,  ninguna  cosa  más  le  despertará  que  leer  las  Pasiones  que 
escriuieron  los  Euangelistas,  y  que  resine  su  voluntad  >•  amor  en  Dios, 
que  Él  dará  allí  a  entender  más  que  por  ningunos  otros  libros.  Y  este 
frayle  es  sacerdote,  y  a  él  y  a  otros  muchos  les  he  persuadido  que  lean 
la  Santa  Scriptura  y  en  particular  Epístolas  y  Euangelios.  porque  ay 
muchos  dellos  que  nunca  la  leen;  y  como  llora  Sanct  Joan  Chrisósto- 
mo  hay  muchos  sacerdotes  que  aún  no  saben  quántas  escriuió  Sanct 
Pablo;  y  >'o  no  he  dicho  mal  de  los  libros  de  deuoción,  antes  acon- 
sejo a'  los  que  no  la  tienen  que  los  lean,  y  se  los  compro  de  mis  li- 
mosnas, y  me  han  costado  más  de  ciento  reales  los  que  les  he  com- 
prado; y  esto  no  lo  he  visto  hazer  a  ninguno  de  la  casa  donde  viuo." 
La  proposición  séptima  de  la  "primera  respuesta"  rezaba  asi:  "que 
se  pierde  mucho  tiempo  en  los  estudios  de  la  Theohgía  escolástica, 
y  que  son  de  poco  prouecho".  Sigüenza  responde:  "Nunca  he  dejado 
de  persuadir  a  todos  los  estudiantes  que  estudien  muy  de  veras,  y  con 
gran  cuydado  theología  escolástica,  aun  hasta  aquellas  questiones  que 
parezen  muy  poco  necesarias.  Y  con  todo  eso  digo  que  en  muchas 
questiones  se  pierde  mucho  tiempo,  y  son  de  poco  o  ningún  prouecho, 
especiahiiente  para  los  que  >-a  vna  vez  las  estudiaron."  En  la  "se- 
gunda respuesta"  amplía  los  conceptos,  perfilando  más  sus  ideas  en 
torno  al  tema:  "Respondo,  que  es  falso  testimonio,  y  prouaré  con  mu- 
chos que  les  he  aconsejado  que  la  estudien  muy  de  ueras,  y  princi- 
palmente he  aconsejado  esto  a  todos  los  que  oían  hebreo,  y  dígoles 
que  es  muy  necesaria  para  no  dar  en  errores,  y  para  que  no  nos  en- 
gañe nadie;  y  me  quejo  de  quien  tal  ha  dicho  de  mi,  pues  no  hay 
frayle  en  la  Orden  de  Sanct  Hierónimo  que  la  aya  estudiado  ni  es- 
tudie más  que  yo.  Es  verdad  que  he  dicho  que  se  pierde  mucho  tiem- 
po en  el  modo  con  que  agora  leen  multiplicando  infinitas  questiones, 
V  ansí  leen  pocas  de  las  de  la  S.  Theología.  y  de  las  que  hacen  más 
¡1  caso,  por  detenerse  en  methafísicas,  y  en  hazcr  questiones  vanas  y 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


ynútiles":  sí  es  esta  la  opinión  de  Sancto  Thomás,  si  la  de  Cayetano, 
sí  la  de  Scoto";  y  ansí  lo  lloran  esto  mismo,  y  lo  reprehenden  mu- 
chos doctores..."  Así  se  explicaban,  y  casi  con  las  mismas  palabras, 
los  hebraístas  salmantinos.  Martínez  de  Cantalapiedra  respondía  a  la 
"publicación"  diciendo  "que  alaba  la  Escriptura  escolástica  mejor  que 
ninguno  la  a  sabido  alabar...  y  que  no  obstante  esto,  quando  le  pareze 
que  a}'  algo  que  reprehender,  lo  haze  no  por  contención  sino  por  hon- 
rar la  verdad,  ques  Dios  principalmente,  que  en  Sagrada  Escriptura 
no  saben  ellos  tanto,  como  los  que  an  ocupado  toda  la  bida  en 
ello"  (20).  Las  tachas  puestas  contra  los  hebraístas  se  repiten  en  es- 
tas inculpaciones,  y  ello  denuncia  y  advierte  claramente  la  influencia 
de  ciertas  ideas  que  se  fueron  abriendo  paso  en  la  Península,  pese  a 
retardatarios  apegados  a  las  corruptelas  y  al  moho.  Respondiendo 
también  el  Maestro  Gaspar  de  Grajal  a  la  "publicación  en  el  año  1573. 
se  expresaba  en  el  sentido  de  negar  que  él  quitase  autoridad  a  los 
santos:  "Dize  que  yo  me  reya  y  mofaba  de  las  declaraciones  de  los 
Santos  en  algunos  pasos  de  la  Scriptura...  y  no  dará  testigo  que  ja- 
más me  haya  visto  reyr  ni  mofar  de  cosa  de  Sanctos..."  A  Sigüenza 
se  le  tildaba  de  decir  "que  le  muestren  algún  Sancto  que  declare  la 
Sancta  Scriptura,  y  lo  que  en  ella  Dios  quiere  deair,  y  que  en  la  ex- 
posición van  largos  y  difusos,  y  se  diuierten  a  sus  consideraciones  que 
diuierten  la  conexión  de  la  letra".  Manifiesta  Sigüenza:  "No  he  visto, 
ni  creo  que  agora  le  ay,  algún  sancto  que  haya  comentado  toda  la 
sancta  scriptura  en  el  sentido  literal,  y  desto  era  la  plática;  lo  demás, 
¿quién  lo  puede  negar  que  aya  leydo  alguna  cosa  en  ellos,  pues  tienen 
muchas  moralidades,  alegorías  y  disputas?  Con  anterioridad,  en  la 
"primera  respuesta"  había  declarado:  "Claro  está,  que  los  sanctos  in- 
finitas veces  se  diuierten  a  sus  propósitos,  y  al  pueblo  a  quien  predi- 
can, y  a  las  alegorías  que  son  fuera  del  sentido  literal,  y  así  van  lar- 
gos..." La  última  proposición  de  las  dos  respuestas  es  pintoresca  y 
arguye  el  humor  de  Sigüenza:  "que  Christo  mandaua  que  no  se  lla- 


(20)  Vid.  Miguel  de  la  Pinta  Llórente  en  Proceso  crimina!  contra  el  he- 
braísta salmantino  Martín  Martínez  de  Cantalapiedra  (C.  S.  I.  C),  Institiitoi 
Arias  Montano  de  estudios  hebraicos  y  Oriente  próximo,  pág.  185,  Madrid,  1946. 

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MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 

masen  padres  ni  maestros,  y  que  por  enmendallo  dezimos,  ''Padre 
Maestro",  a  lo  que  depone  el  bibliotecario  de  El  Escorial:  "Esto  dije 
casi  sonriéndome,  y  como  por  donayre,  alegando  (y  es  uerdadj  que 
se  lo  oy  dezir  a  un  hombre  discreto"  ;  y  más  adelante  dice  Sigüenza : 
"Esto  dige  como  por  donayre,  y  agora  digo  de  veras  que  muchos  en 
el  mismo  sentido  que  Christo  lo  veda  se  atreuen  a  llamarse  "Padres" 
y  "Maestros";  o  llaman  "Padre  Maestro",  o  por  adulación  o  lisonja, 
o  por  ambiíión,  deseando  las  honras  y  preminencias  que  ally  Christo 
reprehende,  porque  estos  vicios  no  son  agora  menores  que  entonces, 
y  esto  es  muy  reprehensible"  (21). 

Hemos  de  advertir,  para  la  valoración  exacta  de  este  episodio  y 
pequeña  historia,  que  algunos  de  los  cargos  puestos  contra  Sigüenza 
adquieren  un  subido  precio:  están  tomados  casi  al  pie  de  la  letra  de 
sentencias  y  afirmaciones  erasmianas,  desnatadas  ya  en  las  Asambleas 
<ie  Valladolid,  ya  desfloradas  de  sus  libros  por  doctos  y  sabios  censo- 
res, probando  asi  categóricamente  el  arraigo  que  en  el  espíritu  de  Si- 
güenza tenían  y  su  notoria  influencia  en  la  formación  espiritual  del 
monje  de  El  Escorial.  Se  trata  de  una  naturaleza  intelectual  de  rara 
calidad  y  méritos,  de  un  renacentista  que  discurría  valientemente,  ais- 
lado y  solitario,  como  Grajal,  como  Fr.  Luis,  como  Cantalapiedra, 
como  el  Brócense,  como  tantos  otros  egregios  españoles,  en  medio  de 
la  "claustra"  o  de  los  patios  universitarios,  riñendo  la  batalla  de  la 
ciencia,  dentro  de  un  intelectuaHsmo  de  cepa  castiza  y  tradicional..., 
sin  asociaciones  peyorativas  o  heterodoxas.  Fr.  José  de  Sigüenza  es 
la  joya  única  y  preciosa  del  Monasterio  de  El  Escorial.  Como  expo- 
líente de  cultura  nacional  no  salvan  a  la  Orden  jerónima  en  España 
ni  Vera,  ni  Mauricio,  ni  Santos,  ni  Reinoso,  ni  ^.lanzanares  o  Ci- 
íuentes.  Pero  en  Sigüenza  se  desposó  la  tradición  eclesiástica  con  el 
renacimiento  sabio  y  moderno,  con  características  muy  ricas  y  talento 
muy  personal.  Fuera  de  él  no  existió  en  El  Escorial  más  que  riqueza 
material,  pero  una  riqueza  que  encajó  con  la  decadencia  y  el  marasmo 
en  la  alta  especulación,  en  la  poesía,  en  la  historia,  en  el  Humanis- 


(21)  Vid.  Miguel  de  la  Pinta  Llórente  en  En  torno  a  hombres  y  problemas 
del  Renacimiento  español,  págs.  120-126. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


mo...  Por  eso  he  escrito  en  otra  ocasión,  destacando  la  ilustre  figura 
de  Sigüenza,  cómo  en  él  afloraba  la  viva  simpatía  de  la  historia,  arran- 
cando del  conocimiento  de  las  fuentes  eruditas  y  clásicas.  ¿Qué  lector 
español  no  recuerda  su  magna  Historia,  su  Historia  de  la  Orden  de 
San  Jerónimo  (1600),  donde^  coexisten  tantos  elementos  de  belleza  in- 
telectual, trabados  por  la  ironía,  por  la  avidez  insaciable  del  saber, 
por  la  amplia  cultura  y  la  íntima  emoción  del  espíritu  ? 


CAPITULO  III 

Historia  interna  de  los  expurgatorios. — La  tragicomedia  de  Calixto  y  Melibea. 
Las  Trescientas,  de  Juan  de  Mena. — El  Speculum  Vitce  Humance. — El  padre 
Vázquez  y  Alonso  de  Valdés. — La  Historia  Pontifical,  de  Illescas. — El  Juan 
Fero. — Pedro  R'amus. — León  de  Castro  y  su  libro  sobre  Isaías. — Fr.  Luis  de 
León. — El  Quijote. — Don  Francisco  de  Quevedo  y  don  Luis  de  Góngora. — Es- 
critores místicos :  Santa  Teresa,  San  Ignacio  de  Loyola,  fray  Luis  de  Granada, 
el  beato  Juan  de  Avila,  Fr.  Francisco  de  Osuna  y  Fr.  Diego  de  Estella.^ — 
Fr.  Francisco  de  Vitoria  y  Arias  Montano,  Agustín  Barbosa,  y  notas  sobre 
Suárez,  Gabriel  Vázquez,  Tomás  Sánchez  y  Salmerón.  • —  Padre  V alderrama, 
Leonardo  de  Argensola,  Gerónimo  Román  y  Tirso  de  Molina. — Censuras  varias 
sobre  humanistas,  Fr.  Hortensio  Paravicino,  León  Hebreo  y  el  "  Ente  dilucida- 
do" del  padre  de  Fuente  la  Peña. — Sátira  política. — Fr.  Gerundio  de  Campazas, 
las  Noches  lúgubres,  de  Cadalso;  las  cartas  de  Abelardo  y  Eloísa. — Extracto  de 
un  índice  de  papeles  prohibidos  del  año  1812. — Unas  breves  consideraciones  so- 
bre la  Constitución  y  los  constitucionalistas. — El  sí  de  las  niñas  y  otros  libros 
de  la  Inquisición  de  Barcelona. — El  edicto  del  año  1815  de  don  Francisco  Ja- 
vier Mier  y  Campillo. — Género  pornográfico. — Algunos  libros  extranjeros. 


LA  elaboración  y  redacción  de  los  Indices  Expurgatorios  constitu- 
yen la  expresión  indiscutible  de  la  extraordinaria  actividad  inte- 
lectual y  del  examen  censorio  a  que  hubieron  de  estar  consagrados 
aquel  conjunto  de  hombres  de  letras,  seleccionados  de  todos  los  rin- 
cones de  la  Península  por  el  Santo  Oficio  para  llenar  misión  tan  de- 
licada y  de  tanta  responsabilidad  como  era  la  de  valorar  doctrinas  teo- 
lógicas, sistemas  políticos  y  morales  y  creaciones  literarias...  Cumple, 
por  tanto,  reseñar  estos  aspectos  eruditos  puntualizando  obras  y  au- 
tores, matices  y  orientaciones,  tendencias  espirituales;  en  una  palabra, 


—  lOI  — 


MIGUBL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


discriminándose  así  el  oro  de  ley  y  las  perlas  preciosas  de  la  hetero- 
doxia larvada  y  replegada  muchas  veces  in  altare  sancto.  Tarea  tan 
singular  merece  ser  destacada,  por  ir  en  ella  contenido  un  conspectus 
generalis  o  panorama  de  la  ciencia  ibérica  y  de  la  cultura  europea 
con  detalles  muy  significativos  y  notoriamente  interesantes  para  el  ser- 
vicio de  la  crítica  moderna  en  su  función  de  precisar  valoraciones 
doctas  y  cuasi  definitivas...  ¿Opresión  del  pensamiento?  ¿Intransigen- 
cia española  y  fanatismo  religioso...?  El  tema  es  delicado  y  la  expo- 
sición ha  de  ser  completa  en  sus  aspectos  fundamentales. 

Del  año  1609  son  las  primeras  referencias  inéditas  que  he  reco- 
gido sobre  denuncias  y  críticas  contra  la  Tragicomedia  de  Calixto  y 
Melibea,  publicada  por  vez  primera  en  1499,  y  una  de  las  obras  más 
clásicas  de  la  literatura  española.  El  argumento  de  la  obra  lo  declara, 
como  es  sabido,  su  mismo  autor,  con  estas  palabras:  "Calixto,  de 
noble  linaje,  de  claro  ingenio,  de  gentil  disposición,  de  linda  crianza, 
dotado  de  muchas  gracias,  de  estado  mediano,  fué  preso  en  el  amor 
de  Melibea,  mujer  moza  muy  generosa,  de  alta  y  serenísima  sangre, 
sublimada  en  próspero  estado,  una  sola  heredera  a  su  padre  Pleberio 
y  su  muy  amada ;  por  solicitud  del  pungido  Calixto,  vencido  el  casto 
propósito  della,  interveniendo  Celestina,  mala  y  astuta  mujer,  con  dos 
sirvientes  del  vencido  Calixto,  engañados  y  por  éste  tornados  deslea- 
les, presa  su  fidelidad  con  anzuelo  de  codicia  y  de  deleite,  vinieron 
los  amantes  y  los  que  los  ministraron  en  amargo  y  desastrado  fin." 

No  es  de  nuestra  incumbencia  entretenernos  en  desnatar  las  mil 
preciosidades  de  obra  de  tan  cabal  ingenio  y  poesía,  donde  hasta  las 
impurezas  están  veladas  y  desdibujadas  por  una  categoría  estética  y 
por  una  belleza  ideal,  infrecuentes  dentro  del  realismo  dramático  y 
de  lo  popular  y  castizo.  En  su  aspecto  moral,  que  es  el  que  nos  inte- 
resa, viene  bien  recordar  el  dicho  de  Cervantes  sobre  La  Celestina: 

Libro,  en  mi  entender,  divi- 
si  encubriera  más  lo  huma- 

Pues  la  Inquisición  española  dejó  circular  franca  la  edición  de  la 
obra  del  judío  Rojas,  pese  a  las  salvedades  morales  que  se  derivan 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


lógicamente  de  su  lectura.  Sabemos  que  en  la  villa  de  Cabra  presen- 
taba una  denuncia  sobre  el  mencionado  libro  el  Corregidor  de  aquella 
ciudad.  Tacha  en  el  acto  séptimo  unas  lineas  dignas,  al  parecer,  de 
ser  corregidas.  Dirigiéndose  Celestina  a  una  mujer,  le  dice:  "i'or 
hermosa  te  tenía  hasta  agora,  viendo  lo  que  todos  podían  ver,  pero 
agora  te  digo  que  no  ay  en  la  ciudad  tres  cuerpos  tales  como  el  tuyo 
en  quanto  yo  conozco,  ni  parece  que  ayas  quince  años.  ¡  O  quién  fuera 
hombre  y  tanta  parte  alcanzara  de  ti  para  go^ar  de  tal  vista !  Por 
Dios,  pecado  harías  en  no  dar  parte  destas  gracias  a  todos  los  que 
bien  te  quieren,  que  no  te  las  dejó  Dios  para  que  pasasen  en  balde 
por  el  frescor  de  tu  jubentud,  debajo  de  seis  dobleces  de  paño  y  lien- 
go."  En  1609  se  siguen  criticando  y  censurando  pasajes  varios  de  La 
Celestina.  Desde  Almería,  el  Comisario  del  Santo  Oficio  manifestaba 
que  el  autor  de  tal  obra  introducía  en  escena  a  un  mancebo  "liviano" 
que  se  expresaba  en  estos  términos :  "Los  ángeles  del  cielo  no  tienen 
tanta  gloria  en  presencia  de  Dios  como  él  en  presencia  de  su  amiga." 
Dice,  sin  embargo,  el  Comisario  del  Santo  Oficio  que  el  garzón  apa- 
rece allí  como  apasionado  y  fuera  de  sí  (i).  Del  Indice  Expurgatorio 
de  1747  resulta  que  se  manda  expurgar  la  Tragicomedia  de  Calixto 
y  Melibea  y  que  se  corrija  eji  cualquiera  otra  lengua.  Fundamental- 
mente, se  mandaron  expurgar  los  pasajes  aludidos  con  otros  varios 
en  las  ediciones  de  Sevilla,  en  1539  y  1599;  en  las  de  Salamanca, 
1558  y  1570 ;  en  las  de  Alcalá,  años  1536,  1569  y  1591,  y  en  la  de 
Madrid  del  año  1601,  como  resulta  del  Expurgatorio  de  1707  y  del 
año  mencionado  1747  (2). 

En  el  mismo  año  1609,  el  Licenciado  Alonso  Berbegal,  catedrá- 
tico en  la  ciudad  de  Vélez,  denunciaba  dos  coplas  entre  las  "trescien- 
tas" de  Juan  de  Mena,  publicadas  con  anterioridad  a  La  Celestina,  y 
conocidas  por  el  Laberintho  (1444),  o  alegoría  que  consta,  como  reza 
el  subtítulo,  de  trescientas  estrofas.  Se  tildan  como  inconvenientes  la 
copla  96,  que  comienza  "cesárea",  y  la  97,  que  principia,  "si  tal  te- 
rremoto nos  sobreviniere"  (3). 

(1)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.468. 

(2)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.483. 

(3)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.467. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A 


De  la  misma  época  es  la  censura  contra  el  Spccnluni  vitce  hu- 
mance,  compuesto  también  en  el  siglo  xv  por  Don  Rodrigo,  Obispo 
de  Zamora  y  luego  de  Calahorra,  y  dedicado  al  Pontífice  Paulo  II. 
La  obra  se  había  impreso,  según  creo,  por  el  año  1473,  y  en  el  se- 
gundo libro  del  tratado,  capítulo  XIII  y  siguientes,  fustigaba  el  Obis- 
po a  los  clérigos,  comenzando  desde  los  Deanes  y  discurriendo  por 
todas  las  dignidades,  canónigos  y  simples  sacerdotes,  imputándoles  di- 
versos vicios.  En  los  papeles  inquisitoriales  se  lee  enjuiciando  la  obra: 
"modo  de  dezir  menos  modesto  de  lo  que  a  un  prelado  conviene"  (4). 

No  quiero,  como  excepción,  antes  de  pasar  a  exponer  el  desarro- 
llo de  la  crítica  valorativa  del  Santo  Oficio,  omitir  dos  nombres  in- 
signes :  el  del  agustino  Fr.  Dionisio,  como  se  le  llama  en  los  docu- 
mentos de  la  época,  o  Fr.  Dionisio  Vázquez  Vicario  de  la  Orden  de 
-San  Agustín  en  España,  excelso  orador  y  catedrático  de  Teología  po- 
sitiva en  Alcalá,  y  el  del  celebérrimo  Alonso  de  Valdés. 

Figura  el  primero  en  las  Asambleas  erasmianas  de  Valladolid  de 
1527,  y  en  Archivo  Agustiniano  he  dado  a  conocer  una  epístola  del 
Emperador,  preocupado  por  las  andanzas  del  fraile  agustino.  Se  trata 
de  un  "renacentista"  español  perseguido  por  supuesto  delito  de  here- 
jía, que  hemos  de  creer,  dados  los  antecedentes  religiosos  de  Vázquez, 
se  reduciría  a  las  clásicas  sospechas  de  heterodoxia,  motivadas,  como 
en  el  caso  del  Doctor  Juan  de  Vergara,  por  los  criterios  científicos  y 
el  espíritu  renacentista  del  Catedrático  de  Alcalá.  Parece  ser  que  el 
agustino  apeló  a  Roma,  alcanzando  de  la  Ciudad  Eterna  letras  inhi- 
bitorias. El  Emperador  ordena  que  se  estudie  el  caso  y  se  obedezca, 
de  haber  razones  justificantes  y,  de  lo  contrario,  se  solicite  del  Pon- 
tífice el  remedio  oportuno:  "Yo  he  seydo  informado  que  nuestro  muy 
santo  padre  por  falsa  relación  que  a  Su  Santidad  fué  hecha  por  parte 
del  fray  Dionisio,  frayle  de  la  Orden  de  San  Agustín,  cometió  su  cau- 
sa criminal  que  ante  vos  pende  sobre  el  delicio  de  la  herejía  apostasia 
a  ciertos  juezes  de  la  Corte  Romana,  los  quales  diz  que  han  dado 
carta  inhibitoria  para  vosotros  en  la  dicha  razón..."  El  proceso  con- 
tra Fr.  Dionisio  \'ázquez  no  ha  sido  aún  exhumado,  y  conviene  ano- 


(4)    A.  H.  N   Inq.,  leg.  4.467. 


—  104  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


tar  estas  referencias  por  la  importancia  del  encartado  y  por  su  signi- 
ficación intelectual.  El  dato  aportado  por  nosotros  es  de  1510,  y  por 
el  texto  se  desprende  que  el  fraile  agustino,  al  verse  comprometido, 
intentó  soslayar  la  acción  inquisitorial  española  con  uno  de  los  clási- 
c(js  recursos  a  la  curia  romana  (5). 

Por  el  testamento  de  Valdés,  publicado  por  el  P.  Zarco  Cuevas, 
sabemos  que  Alfonso  de  Valdés  no  extremó  sus  opiniones  arribando 
definitivamente  al  protestantismo,  sino  encajando  íntimamente  con  las 
libertades  erasmianas.  El  testamento  ordena,  además  de  las  mandas 
pias,  la  celebración  de  mil  misas,  dato  que  excluye  categóricamente  al 
testador  de  la  disidencia  luterana. 

El  Diálogo  de  Lactancio  y  un  arcediano,  editado  en  1528,  y  al 
(|ue  llamó  don  Marcelino  "tesoro  de  lengua",  había  de  estar  sujeto  a 
las  censuras  inquisitoriales,  conocido  su  espíritu,  y  aquel  realismo 
crudo  con  que  Valdés  expone  sus  libres  ideas  erasmianas.  A  pesar 
de  las  acusaciones  recibidas,  el  inquisidor  Manrique  había  protegido 
la  obra,  pero  en  el  año  en  que  moría  Valdés  (1532)  se  llevaba  a  cabo 
la  censura  del  Diálogo,  encomendándola,  entre  otros,  al  Maestro  Pe- 
dro Oliverio.  Pese  a  la  benevolencia  del  censor,  opina  éste  que  tal 
libro  no  debe  correr  con  libertad,  para  evitar  el  escándalo  de  los  in- 
doctos con  novedades  que  no  respondían  a  las  tradiciones  nacionales 
y  a  las  doctrinas  antiguas. 

Con  anterioridad,  en  el  año  1531,  había  enviado  desde  Murcia  sus 
calificaciones  el  Doctor  Vélez,  donde  se  acusaba  a  Valdés  como  neto 
erasmista.  La  censura  del  inquisidor  murciano  no  es  muy  extensa, 
pero  si  muy  sabrosa  e  interesante.  Destaca  las  libertades  de  Valdés 
acerca  de  las  observancias  de  la  Iglesia.  Valdés  escribía  que  las  bulas 
no  se  daban  sino  al  que  da  dineros,  olvidado  de  su  aplicación  a  pías 
V  santas  obras.  Sobre  las  indulgencias  declaraba  Valdés  que  siempre 
holgó  de  caminar  por  el  camino  real,  y  no  por  los  atajos,  denomina- 
ción que  aplicaba  a  jubileos  e  indulgencias,  afirmando  que  confiaba 


(S)  Vid.  Miguel  de  la  Pinta  Llórente:  "Documentos  históricos"  (textos 
históricos  y  literarios),  en  Archivo  Agustiniano,  septiembre-octubre  de  1952, 
páginas  381 -394- 


—  105  — 


MIGUEL  DE  LA  FINTA  LLORENTE,  O.  S.  A 


solamente  en  Jesucristo.  Tocan  otros  capítulos  al  patrimonio  de  la 
Iglesia.  Sobre  él  escribe  Valdés  que  fue  gentil  invención  llamar  pa- 
trimonio de  San  Pedro  a  las  ciudades,  villas  y  lugares  poseídos  por 
el  Pontífice,  siguiendo  el  espíritu  de  Lorenzo  Valla  cuando  éste  figu- 
raba como  secretario  del  Rey  de  Aragón.  Se  acusaban  también  entre 
los  dichos  de  Valdcs  ideas  muy  sospechosas,  sobre  los  alumbrados  \ 
la  Inquisición,  sobre  las  insignias  episcopales,  sobre  la  virginidad, 
"que  causa  grandes  enfermedades  en  el  cuerpo  )•  mayores,  y  más  re- 
zias,  en  el  ánima,  y  avn  quasi  generales".  Otro  tema  — exigencia  en 
un  erasmista —  aludía  a  los  religiosos,  a  los  que  llama  "lobos  que  per- 
siguen y  asustan".  Habla  Valdés  de  los  "diversos  hábitos".  Burla  de 
los  cartujos,  "porque  los  que  dcllos  no  son  eclesiásticos  o  del  coro 
traben  barba  en  lugar  de  cilicio,  y  como  personas  que  están  en  el 
desierto,  ymitando  a  sant  Juan  Baptista".  Los  frailes  mantienen  la 
superstición,  escribe  Valdés,  con  otras  especies  escandalosas. 

El  Diálogo  llegado  a  la  Inquisición  procedía  del  canónigo  Valdés, 
hermano  de  Alfonso,  que  estaba  "muy  penado  y  con  mucho  senti- 
miento por  le  aver  tomado  este  libro".  También  se  le  había  quitado 
el  Diálogo  de  doctrina  christiana,  impreso  en  Alcalá.  El  Diálogo  de 
Laclando  lo  había  recibido  el  canónigo  del  extranjero,  enviado  por 
Alfonso  para  que  lo  "guardase"  (6). 

Una  nutrida  correspondencia  y  una  abundante  documentación  se 
ha  conservado  entre  los  viejos  papeles  sobre  la  Historia  Pontifical  y 
Católica,  de  Gonzalo  de  Illescas,  sobre  los  Comentarios  al  Evangelio 
de  San  Juan,  de  Juan  Wild,  universalmente  conocido  con  el  nombre 
de  Juan  Fero,  y  sobre  autor  y  escritor  tan  curioso  como  Pedro  Ramu.-^. 

La  Historia  Pontifical  de  Illescas  se  había  publicado  en  Due- 
ñas (1565).  En  el  mes  de  abril  de  1568,  el  Comisario  Francisco  San- 
cho escribía  desde  Salamanca  al  Consejo.  Por  esas  letras,  sabemos 
que  se  le  había  escogido  para  la  censura  del  libro  de  Illescas,  in- 
corporando al  examen  de  la  obra  al  Padre  Maestro  Fr.  Gaspar  de 
Torres  y  al  Maestro  León  de  Castro,  justificando  la  elección  de  éste 
de  esta  guisa:  "por  ser  muy  vniuersal.  y  de  mucha  y  varia  lectión, 


(6)    A.  H.  N.  Inq..  leg.  4.520. 

—  106  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


ansí  en  la  hystoria,  como  en  otra  qualquiera  cosa".  Según  las  infor- 
maciones de  Sancho,  por  aquella  fecha  se  habían  ya  censurado  varios 
cuadernos  que  había  visto  el  mismo  Dbctor  Illescas  al  pasar  por  Sa- 
lamanca, camino  de  su  tierra.  Las  referencias  del  mismo  Comisario 
Sancho  avisaban  de  la  muerte  de  Gaspar  de  Portonaris  y  de  la  re- 
ciente impresión  de  la  primera  parte  de  la  Historia  Pontifical,  rema- 
tada por  el  hijo  del  fallecido  impresor,  precisando  que  la  edición  no 
contenía  cosa  que  ofendiese  a  nadie  "que  estuviese  libre  de  pasión". 
Sancho  valoraba  la  obra  como  muy  buena  y  declaraba  a  la  Suprema 
haber  puesto  en  la  corrección  la  máxima  diligencia.  Pero,  según  no- 
ticias del  mes  de  junio  del  mismo  año,  la  Historia  Pontifical  no  circu-  , 
ló  por  las  advertencias  del  Consejo,  insistiendo  en  la  corrección  del 
texto,  que  preocupaba,  por  lo  visto,  extraordinariamente  a  los  inqui- 
sidores. Pese  a  las  informaciones  del  i8  de  marzo  de  haber  acabado 
Andrés  de  Portonaris  la  impresión  de  la  primera  parte,  no  había  tal 
cosa,  hasta  el  extremo  de  que  por  el  mes  de  junio  se  seguían  reci- 
biendo del  Consejo  Supremo  "apuntamientos"  y  "advertencias"  que 
deberían  servir  de  norma  a  los  censores  del  libro  de  Illescas.  Una  de 
las  preocupaciones  de  aquéllos  fue  recoger  la  Historia  — las  dos  par- 
tes— •  de  la  impresión  de  Dueñas,  cosa  que  todavía  preocupaba  por  el 
mes  de  julio,  habiéndose  ausentado  por  entonces  uno  de  los  califica- 
dores, Fr.  Gaspar  de  Torres,  por  la  urgencia  de  un  viaje  a  Compos- 
tela.  Con  fecha  i6  de  noviembre,  daba,  por  fin,  cuenta  Francisco  San- 
cho de  la  impresión  de  la  primera  parte  de  la  Pontifical,  corregida  con 
escrupulosa  diligencia,  según  las  normas  preestablecidas :  "Andrea  de 
Portonaria,  impresor  de  la  Historia  Pontifical,  dará  a  V.  Alte<;a  con 
ésta  la  Primera  Parte  desta  historia,  la  qual  se  a  enmendado  con  cui- 
dado e  diligencia  deuida,  con  comunicación  del  padre  maestro  fra\* 
Gaspar  de  Torres,  y  del  maestro  León  de  Castro,  y  de  otros  en  su 
falta ;  y  esto  conforme  a  las  instrucciones  de  V.  Alte(^a  a  mandado 
enbiar,  y  también  se  a  tenido  quenta  con  otras  cosas  que  an  parecido 
se  deuían  notar  para  que  quedase  la  lectura  sana  y  sin  ocasión  de  mal 
para  el  vulgo,  y  van  las  planas  rrubrícadas  de  mi  mano,  ansí  de  lo 
que  estaua  impreso  antes  que  viniese  el  mandato  de  V.  Alteqa,  como 
de  lo  que  después  se  imprimió,  para  que  conforme  a  las  enmiendas 


—  107  — 


MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


cjue  en  este  se  an  hecho  vaya  esta  segunda  impresión.  A  se  trabajado 
lo  que  se  a  podido,  aunque  no  tanto  como  se  deue  al  servicio  de 
V.  Alteza"  (7). 

Sin  embargo  de  preocupaciones  tan  singulares  tomadas  por  parte 
del  Consejo  en  la  censura  del  libro  de  Illescas,  tan  estimable  como 
fuente  de  valor  informativo,  es  curioso  contrastar  que  las  principales 
causas  para  intervenir  la  circulación  de  la  Historia  Pontifical  residían 
en  la  exposición  de  Illescas  sobre  los  asuntos  de  Inglaterra,  informa- 
ción que  podía  "molestar"  a  los  ingleses.  Como  se  trata  de  un  epi- 
sodio donde  hasta  se  emplea  la  mesura  y  la  discreción  diplomática, 
voy  a  consignar  aquí  los  pasajes  tachados  de  la  Historia  Pontifical 
que  no  debían  leer  los  lectores  españoles.  Se  califican  por  los  inqui- 
sidores como  "infamias"  (?)  contra  la  serenísima  Reina  de  Inglaterra. 

"Fol  272.  Con  estas  y  otras  palabras  pestilenciales  pensó  el  pér- 
fido Luthero  engañar  entonces  al  desuenturado  Re)'  Henrico,  pero  lo 
que  no  pudo  él  hazer  cuando  el  Rey  estaua  sin  passión,  hízolo  el  De- 
monio, cegándole  después  con  los  negros  amores  de  su  dama  Anna 
Bolonia. 

"Fol.  277.  El  año  de  treynta  y  dos  comienzó  el  desuenturado  Rey 
Henrico  VIII  de  Inglaterra  a  desmandarse  contra  la  santa  yglesia. 
Entonzes  hizo  aquel  abominable  repudio  della  santa  doña  Catalina  su 
muger. 

"Fol.  278.  En  este  mesmo  tiempo  padecieron  martirio  Juan  Fi- 
shero.  Obispo  Roff,  y  Thomás  More,  cárcel,  por  mano  del  pérfido  Rey 
Henrico  de  Inglaterra. 

"Fol.  317.  Concertaron  su  liga  y  confederación  contra  el  Empe- 
rador metiendo  consigo  en  ella  el  Rey  de  Inglaterra,  que  ya  andaba 
fraguando  el  abominable  repudio,  que  poco  después  hizo  de  la  Sere- 
nísima Rejna  doña  Catalina,  su  legítima  muger. 

"Fol.  359.  Es  de  sauer  que  estando  el  desuenturado  Rey  Henrico 
casado  con  la  Serenísima  Reyna  doña  Catalina,  contentóse  dellos  ne- 
gros amores  de  su  dama  Anna  Bolonia.  El  suceso  deste  adulterino 


(7)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  3.189. 


—  108  — 


1.A  INQUISICION  y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


matrimonio  de  Anna  Bolonia  veremoslo  adelante  oy  día  está  aquel 
Reyno  muy  más  perdido  que  nunca  estuvo. 

"Fol.  372.  El  Rey  de  Inglaterra  por  otra  parte  (con  estar  rebelde 
a  la  iglesia)  es  persona  no  más  de  auer  occasión  para  iunctarse  con 
el  francés  contra  su  capital  enemigo  el  Emperador,  a  quien  particu- 
larmente auía  oíYendido  en  el  abominable  repudio  de  su  muger. 

"Fol.  385.  Toda  la  primera  parte  del  párrafo  4  infamoso  contra 
la  Serenísima  Reyna  y  Regno  de  Inglaterra,  la  qual  por  ser  tan  largo 
la  dexo  de  escriuir. 

"Fol.  424.  Parecía  cosa  indecente  que  vn  príncipe  christiano  hu- 
uiese  querido  hazer  paz  con  vn  hereje  apóstata  y  rebelde  a  los  man- 
damientos de  la  yglesia,  y  oluidar  tan  presto  el  atrocissimo  tratamien- 
to della  santa  Reyna  doña  Catalina,  su  tya. 

"Fol.  450.  Luthero  quedará  en  el  fuego  del  infierno  para  siempre, 
adonde  le  accompagnará  su  amigo  el  Rey  Henrico  octano,  que  murió 
diez  y  ocho  días  antes  que  él  de  vna  enfermedad  suzia  y  enojosa, 
como  la  que  merescía  morir,  quien  por  hartar  su  carne  quiso  negar 
tan  maliciosamente  a  Christo  y  rebellarse  contra  su  yglesia. 

"Fol.  472.  La  gran  christiandad  suya  della  doña  María  y  del  Re)' 
nuestro  Señor,  su  marido,  bastaron  a  tener  la  ryenda  a  los  ingleses, 
para  que  no  boluiesen  como  perros  a  su  vómito,  por  lo  qual  Su  Ma- 
gestad  se  fué  de  aquella  bárbara  gente,  y  echó  de  si  casi  todos  los 
que  al  principio  se  le  dieran ;  puso  en  libertad  a  Madama  Ysabella, 
hermana  suya,  hyja  del  Rey  Henrico  y  de  su  muger  (o  por  mejor 
decir)  manceba  Anna  Bolonia.  Esta  es  la  que  oy  regna  en  Inglaterra 
con  no  mejor  fama  de  castidad  que  su  madre,  ni  menos  errada  y 
fuera  del  camino,  en  lo  que  toca  a  la  fe,  y  religión  de  lo  que  vivió 
su  padre  en  los  últimos  años  de  su  vida. 

"Fol.  481.  Succedió  en  su  lugar  de  María  Isabella,  hermana  suya, 
que  oy  vive  sin  marido,  y  aun,  según  fama,  sin  mucha  honestidad"  (8). 

En  el  año  1564  editaba  el  P.  Domingo  Soto  unas  Advertencias  al 
Comentario  de  "Juan  Fero"  sobre  el  Evangelio  de  San  Juan.  La  obra 

(8)  Ibtdem. 


—  109  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


de  Fero  habia  corrido  por  la  Península  con  libertad  y  sin  interferen- 
cias, no  obstante  censuras  y  críticas  negativas  y  condenatorias.  Los 
rumores  sobre  su  pretendida  heterodoxia  determinaron  a  Soto  a  es- 
tudiar detenidamente  el  libro  de  Fero,  que,  aunque  aprobado  otrora 
por  él,  había  sido  prohibido  con  anterioridad  en  la  Sorbona.  Las  acu- 
saciones contra  Fero  se  concretaban  en  tacharle  expresiones  de  carác- 
ter protestante.  Después  de  im  examen  detenido,  Soto  se  vió  obligado 
a  dar  el  alerta  a  los  lectores,  publicando  sus  Annotationcs  in  comen- 
tarios Joannis  Feri  Moguntinensis  super  Evangclium  Joannis  per  jra- 
trem  Dominicum  Soto  Scgobien.  Theologum,  Ordinis  Prcedicatorum. 
Ad  lectores  admonendos.  La  actitud  sincera,  impersonal  y  ortodoxa 
del  padre  dominico  motivó  una  desviación  episódica,  con  la  salida  al 
ruedo,  para  defender  a  Fero,  de  su  compañero  de  hábito  Fr.  Miguel 
de  Medina,  originándose  con  esta  intervención  unos  trámites  inquisi- 
toriales, de  los  que  dió  cuenta  hace  ya  muchos  años  el  investigador 
dominicano  Fr.  Vicente  Beltrán  de  Heredia  en  las  páginas  de  la  re- 
vista La  Ciencia  Tomista.  Precisemos  como  curiosidad  la  participación 
de  Fr.  Luis  de  León,  de  Martínez  de  Cantalapiedra  y  de  Gaspar  de 
Grajal  en  las  Juntas  de  Salamanca  para  valorar  y  aquilatar  como  cen- 
sores la  Apología  del  P.  Fr.  Miguel  de  Medina  (9). 

En  el  año  1 568,  Francisco  Sancho  acusaba  en  unas  letras  las  ór- 
denes del  Consejo  sobre  la  corrección  de  los  Comentarios  de  San  Juan 
y  su  Canónica  escritas  por  Juan  Fero,  con  la  particularidad  de  que, 
habidas  en  cuenta  las  censuras  dadas  en  los  años  anteriores  y  vuelto 
a  estudiarse  el  caso  con  los  catedráticos  salmantinos,  se  llegase  a  una 
fórmula  consistente  en  que  los  Comentarios,  despojados  y  limpios  de 
errores,  se  pudiesen  imprimir  sin  ofensa  de  los  "ánimos  píos".  Con  la 
intervención  efectiva  de  varios  correctores,  avisaba  Sancho  que  el 
"Fero"  quedaría  limpio  y  exento  de  errores  doctrinales  juntamente 
con  el  comentario  a  la  Epístola  ad  romanos,  según  los  deseos  mani- 
festados por  el  P.  Fr.  Miguel  de  Medina,  que  se  había  presentado  en 
Salamanca  a  los  inquisidores  con  letras  comendaticias  de  la  Suprema. 
El  libro  se  enmendó,  según  la  edición  de  Alcalá,  y  para  su  impresión. 


^9)    A.  II.  N.  Inq..  leg.  3-i89. 

—  no  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


juntamente  con  el  Comentario  de  San  Juan  y  su  Canónica,  se  despa- 
charon por  la  Inquisición,  con  fecha  ii  de  mayo  de  1568,  las  perti- 
nentes licencias,  contándose,  desde  luego,  con  la  del  Consejo  Real.  En 
el  mes  de  octubre  del  mismo  año  se  vuelven  a  tratar  varias  inciden- 
cias que  surgieron  con  motivo  de  la  producción  literaria  de  Juan  Fero. 
Así,  se  reciben  nuevas  acusaciones  sobre  los  Comentarios  de  San 
Juan,  confundiéndolos  manifiestamente  con  otro  libro  del  autor  sobre 
el  Evangelio  de  San  Mateo,  que  se  había  impreso  en  Lyon  en  el 
año  1559,  vedado  y  recogido  por  la  Inquisición,  según  las  censuras 
del  comisario  de  Valladolid.  Corregido  por  Fr.  Miguel  de  Medina,  se 
editó  la  obra  el  año  1562  en  Alcalá,  permitiéndose  su  circulación  y 
lectura.  En  el  año  1569,  por  orden  del  Consejo  Supremo,  tenían  lu- 
gar en  Salamanca  varias  reuniones  de  la  Facultad  de  Teología,  des- 
tacándose de  ella  como  censores  y  calificadores  del  estudio  de  Juan 
Fero  sobre  San  Mateo  los  catedráticos  Fr.  Juan  de  Guevara,  Fr.  Luis 
de  León  y  el  "sustituto"  de  la  cátedra  de  Biblia,  Gaspar  de  Grajal, 
acompañados  de  Sancho  y  del  P.  Miguel  de  Medina.  Se  convino  y 
acordó,  y  así  se  cursaba  a  la  Suprema,  que,  corregido  el  texto,  y  te- 
niéndose en  cuenta  las  tachas,  se  editasen  dichas  censuras  en  el  mis- 
mo libro,  para  aviso  y  comodidad  de  los  lectores  (10). 

Son  muy  interesantes,  para  la  redacción  de  un  capítulo  de  la  his- 
toria del  humanismo  español,  los  textos  inquisitoriales  sobre  la  inter- 
vención de  las  obras  de  Pedro  Ramus.  El  episodio  lo  he  recogido  hace 
años  en  mi  libro  En  torno  a  hombres  y  problemas  del  Renacimiento 
español  (11),  y  bastaría  recordar  dos  ilustres  nombres  españoles:  el 
protestante  abulense  Núñez  Vela  y  García  Matamoros,  para  recordar 
aquí  a  un  humanista  del  corte  de  Ramus,  uno  de  los  más  feroces  anti- 
aristotelistas  que  registran  las  luchas  de  la  cultura  en  el  Continente,  y 


(10)  A.  II.  N.  Inq.,  ibídem,  y  P.  Beltrán  de  Heredia,  en  "Domingo  de 
Soto,  O.  P. ;  Juan  Fero,  y  Miguel  de  Medina,  O.  F.  M."  (Ciencia  Tomista, 
año  XXV,  tomo  XLVIII,  julio  a  diciembre  de  1933.) 

(11)  Cfr.  Miguel  de  la  Pinta  en  En  torno  a  hombres  y  problemas  del  Re- 
nacimiento español:  "Una  investigación  inquisitorial  sobre  Pedro  Ramus  en 
Salamanca",  págs.  55-69,  Madrid,  1944. 


—  ITI  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


cuyo  destino  trágico  le  logró  una  definitiva  popularidad  por  todos  los 
meridianos  geográficos.  Añádase  a  sus  manías  desaforadas  contra  el 
Estagirita  y  a  sus  acerbas  criticas  contra  los  métodos  clásicos  em- 
pleados en  la  enseñanza  de  la  Retórica  y  de  la  Dialéctica,  su  apos- 
tasía  ortodoxa,  y  se  explicarán  adecuadamente  las  interferencias  del 
Santo  Oficio.  Sabemos  cómo  se  mandan  recoger  todas  las  obras  de 
Pedro  Ramus,  "ansí  en  dialéctica,  e  philosophía,  e  retórica,  como  en 
Sagrada  Ecriptura  y  theología".  Francisco  Sancho  avisaba  al  Consejo 
haberse  recogido,  conforme  los  deseos  manifestados,  los  libros  del  hu- 
manista parisiense,  cuya  calidad  se  reducía,  según  apunta,  a  "dialéc- 
tica, y  aritmética,  y  philosophía,  y  animadversiones  contra  Aristóteles 
y  contra  Cicerón,  y  gramática  griega  e  latina,  y  annotationes,  o  es- 
colios en  las  oraciones  de  Cicerón  y  retórica".  Como  se  aprecia,  no 
figuraban  en  las  librerías  particulares  españolas  títulos  de  Sagrada 
Escritura  o  Teología,  reduciéndose  la  bibliografía  ramista  en  la  Pen- 
ínsula a  obras  de  carácter  gramatical  y  humanista.  De  ello  informa  a 
Madrid  Sancho,  congratulándose  de  la  noticia ;  pero  consta  cómo  casi 
a  finales  de  aquel  año  de  1568  se  insistía  en  el  asunto  de  los  libros 
de  Pedro  Ramus,  y  el  Comisario  de  Valladolid  exponía  su  criterio  al 
Consejo  en  estas  líneas  muy  significativas:  "Ansí  mesmo  se  an  exi- 
uido  buen  número  de  libros  de  las  obras  de  Pedro  Ramos,  las  quales 
todas  son  de  latinidad,  retórica  y  lógica,  3."  según  relación  de  los  que 
los  an  visto  en  estas  materias  es  singular  y  extremado,  empero  en 
todos  sus  libros  que  por  acá  an  andado,  no  ay  cosa  alguna  que  toque 
a  la  sancta  fe  y  religión  christiana ;  y  lo  más  mal  que  tienen  es  ser  de 
tal  autor,  tan  malo  y  tan  hereje ;  y  por  ser  tal  no  es  razón  que  los  ca- 
thólicos  le  auctorizen,  ni  se  aprouechen  de  su  doctrina,  aunque  quizá 
quando  los  escriuió  no  era  tan  malo,  como  aora  es.  V.  Alteqa  mandará 
lo  que  se  deue  hazer  de  todos  estos  libros."  Los  lectores  españoles  as- 
piraban a  que  se  les  devolviesen  los  libros  del  humanista  francés,  toda 
vez  que  no  trataban  materias  religiosas,  con  la  única  condición  de  bo- 
rrar en  los  mismos  libros  el  nombre  del  autor,  consideradas  las  preocu- 
paciones religiosas.  La  investigación  inquisitorial  fué  muy  curiosa,  pues 
desfilaron  delante  de  los  inquisidores  de  Salamanca  personajes  como 
León  de  Castro,  el  Brócense,  Pedro  Chacón  y  el  IMaestro  Navarro,  sin 


—  112  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


olvidar  a  Fuentidueñas,  Cantalapiedra  y  el  Maestro  Miguel  Venegas. 
Sánchez  de  las  Brozas  declaró  que  poseía  en  su  biblioteca  las  Geór- 
gicas de  Virgilio  anotadas  por  el  Maestro  francés,  y  que  le  había  en- 
viado su  "arte"  de  gramática,  disconforme  en  algunos  aspectos  de  las 
normas  preconizadas  por  aquél,  con  el  autógrafo  Franciscus  Sancius 
Brocensis  Petro  Ramo  dono  mittit.  ¡  También  la  erudición  tiene  sus 
delicias  y  su  poesía,  y  bien  están  estas  quisicosas  históricas  entre  hom- 
bres de  tales  medidas.  Recuérdense  los  desplantes  de  Ramus,  y  las  ge- 
nialidades de  nuestro  profesor  salmantino  ! 

Como  referencia  curiosa  para  contrastar  actitudes,  doctrinas  y  orien- 
taciones científicas,  cumple  anotar  algunos  detalles  en  torno  del  famoso 
libro  del  Maestro  León  de  Castro.  Por  el  año  1570  había  publicado> 
Castro  su  libro  sobre  Isaías,  editado  en  Salamanca '  en  las  prensas 
de  Matías  Gast.  Pese  a  las  epístolas  laudatorias  del  doctor  Balbás,  de 
Gaspar  Cardillo  de  Villalpando  y  del  dominico  Diego  de  Chaves,  la. 
obra  fracasó  ruidosamente,  debido  sin  duda  a  su  coste  excesivo,  dado 
que  alcanzaba  una  extensión  de  1.021  páginas.  León  de  Castro  achacó, 
sin  prueba  alguna,  el  fracaso  a  manejos  inconfesables  de  Fr.  Luis  de 
León,  considerándole  sobre  todo  como  el  responsable  de  que  la  cen- 
sura hubiese  retenido  largo  tiempo  su  libro.  ¿  Qué  criterios  intelectuales 
animaban  al  famoso  antihebraizante,  al  energúmeno  "aniñado  y  sus- 
piciosísimo",  contradictor  sistemático  del  espíritu  renacentista,  de  la' 
crítica  sabia  y  moderna  ?  Se  conserva  un  precioso  texto,  sin  fecha,  diri- 
gido al  Consejo  que  no  tiene  desperdicio.  En  él  recusa  Castro  a  Fr.  Luis 
de  León,  a  Cantalapiedra,  Grajal  y  Bravo.  Su  obra  la  juzgaba  el  autor 
como  una  "cadena  de  la  interpretación  de  los  doctores  sagrados  grie- 
gos y  latinos  contra  algunos  escritores  modernos,  parte  vedados  por 
V.  Alteza  en  sus  Expurgatorios,  pero  que  andan  en  otras  muchas 
partes ;  parte  no  vedados,  que  son  hechos  de  flores  de  Rabinos,  para 
que  por  el  sentido  de  los  santos,  comparado  con  el  de  los  Rabies,  se  vea 
nuestra  verdad  )■  la  falsedad  judáica".  Así  se  explicaba  aquel  insigne 
pedantón.  inmortalizado  por  las  luchas  y  controversias  de  Salamanca, 
derivadas  de  la  vanidad  herida  y  de  los  criterios  estáticos.  A  Fr.  Diego 
de  Chaves  le  pareció  el  libro  de  Castro  sobre  Isaías  obra  de  mucha 
erudición,  como  efectivamente  lo  es,  y  añadía  que  era  muy  a  pro- 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


pósito  para  convencer  a  los  judíos  de  muchos  errores.  Se  determinó 
que  la  carta  de  aprobación  de  Chaves  se  imprimiese  al  principio  del 
libro  (12). 

De  Fr.  Luis  de  León  no  he  registrado  nunca  entre  las  censuras  re- 
ferencias sobre  su  prosa  y  poesía,  porque  los  "avisos"  sobre  la  "Expo- 
sición de  Job",  o  "Los  Nombres  de  Cristo"  poco  podrían  significar.  La 
censura  al  libro  de  Job  es  laudatoria.  Es  del  año  1594,  y  reza  así: 
"...  E  visto  vna  declaración  del  libro  de  Job,  compuesta  por  el  padre 
Maestro  fray  Luis  de  León,  cathedrático  que  fué  de  Sagrada  Escritura 
en  la  Vniuersidad  de  Salamanca,  y  parézeme  en  la  forma  de  exponer, 
y  en  su  doctrina  muy  conforme  con  la  de  la  Iglesia,  >•  de  los  Santos,  y 
de  gran  importancia  para  entender  a  Jol),  y  que  así  para  el  prouecho 
vniuersal  de  la  Yglesia  será  razón  que  se  imprima,  y  no  ande  escon- 
dida en  poder  de  pocos".  Así  escribía  honrando  su  talento  el  censor 
real  Juan  Antonio  Curiel,  pero  considerando  que  en  la  sexta  regla 
del  Catálogo  inquisitorial  se  prohibían  las  Biblias  en  lengua  vulgar 
con  todas  sus  partes,  se  acuerda  primero  solicitar  licencia  del  Consejo 
de  Inquisición. 

Los  Nombres  de  Cristo  sufrieron  una  censura  del  inquisidor  de 
Córdoba  don  Alvaro  de  Palacios.  La  censura  está  fechada  a  3  de  octu- 
bre de  1609,  y  el  inquisidor  cordobés  precisa  el  concepto  y  opiniones 
de  Fr.  Luis,  opuestas  manifiestamente  a  la  manera  de  resolverse  el  pro- 
Mema  de  los  descendientes  de  judíos.  Se  expresaba  así :  "porque  en 
este  discurso  pica  este  padre  al  Santo  Oficio  de  la  Inquisición,  porque 
castiga  con  afrenta :  culpa  al  Derecho  porque  haze  infames  a  los  nietos 
de  los  penitenciados;  reprehende  al  Rei  de  España,  porque  excluye  de 
los  hábitos  a  los  descendientes  de  éstos ;  y,  finalmente,  llama  error  y 
mal  consejo  al  tener  los  confesos  excluidos  de  las  iglesias  de  los  estatu- 
tos i  de  los  Colegios,  y  quiere  que  sean  todos  iguales,  y  que  puedan  en- 
trar en  las  Inquisiciones,  y  este  lenguaje  común  de  todos,  a  quien  toca 
esta  mala  raza,  y  se  opone  todo  esto  a  la  nobleza  >•  a  la  sangre  limpia, 
y  más  a  los  santos  tribunales  de  la  Inquisición".  El  Padre  Abad  y  el 


(12)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  3-i89- 

—  114  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 

Maestro  Tiedra  opinaron  que  se  borrasen  las  expresiones  de  Fr.  Luis 
por  parecerles  temerarias,  mientras  los  restantes  calificadores  mani- 
festaron que  podían  pasar  tales  conceptos.  ¿  Qué  decir  sobre  materia  tan 
compleja  y  delicada?  Parece  ser  que  en  los  claustros  salmanticenses  en 
la  época  de  Fr.  Luis  y  en  otros  muchos  centros  contaban  un  sano  libe- 
ralismo y  criterio  sobre  el  asunto  que  interesa  a  la  censura  inquisitorial, 
según  las  líneas  transcritas  de  don  Alvaro  de  Palacios.  En  Salamanca 
se  prohibía  el  tratar  y  discutir  la  no  exclusión  de  los  descendientes  de 
judíos  y  moros  de  la  vida  oficial.  La  Inquisición,  objetivamente  con- 
siderada, fué  una  defensa  del  espíritu  y  de  la  raza  españolas;  pero  la- 
mentemos aquellos  de  la  limpieza  y  mala  sangre,  conceptos  que  pre- 
conizan los  sistemas  de  casta.  Así,  la  sangre  no  contaminada  valía  más 
que  la  capacidad.  Claro  está  que  la  materia  abraza  aspectos  muy  con- 
tradictorios, y  sustancialmente  constituye  un  verdadero  problema  muy 
difícil  de  resolver,  pero  nunca  podríamos,  hombres  cristianos  y  moder- 
nos, defender  el  castigo  extendido  a  generaciones  de  descendientes  ino- 
centes, que  tenia  vigencia  en  nuestra  patria.  Y  conste  que  al  redactar 
estas  líneas  tenemos  presente  las  razones  del  "estatuto"  de  limpieza 
de  Toledo,  lo  mismo  que  el  criterio  habido  en  la  benemeritísima  Or- 
den de  San  Francisco,  o  en  los  estatutos  redactados  en  las  Indias,  pres- 
cindiendo ya  de  su  aplicación  estricta  o  de  su  abandono  (13). 

No  figura  en  el  Expurgatorio  del  Cardenal  Rojas  ningún  pasaje 
de  la  Primera  Parte  del  Quijote,  editada,  como  es  sabido,  en  1605. 
Entre  la  publicación  de  las  dos  transcurrieron  siete  años,  tiempo 
más  que  suficiente  para  que  corriera  la  obra  cervantina  por  toda  la 
Península.  Unicamente  en  el  Indice  expurgatorio  del  Cardenal  Zapata 
he  visto  incluida  una  brevísima  referencia  sobre  el  Quijote  que  dice 
así:  "segunda  parte  de  Don  Quijote,  cap.  36,  al  medio,  bórrese,  las 
obras  de  caridad  que  se  hasen  tibia  y  jloxamente  no  tienen  mérito,  ni 
valen  nada" .  Con  anterioridad,  en  1624,  se  recoge  en  el  Indice  portu- 
gués del  obispo  Mascareñas,  inquisidor  general  de  la  nación  vecina, 
el  nombre  de  Don  Miguel  de  Cervantes,  ordenando  tachar  en  la  Pri- 


Í13)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.444. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


mera  Parte  de  El  Ingenioso  Hidalgo  algunos  pasajes  de  los  capítu- 
los XIII,  XIV,  XVII,  XX,  XXVI  y  XXVIII.  Téngase  en  cuenta  que 
los  Catálogos  de  Portugal,  como  los  romanos,  carecían  en  España  de 
fuerza  legal,  y  la  nota  reproducida  del  Cardenal  Zapata  es  el  único  de- 
talle concerniente  al  Quijote  que  hemos  encontrado  durante  veintidós 
años  de  investigaciones  históricas. 

Las  varias  notas  sobre  las  actividades  inquisitoriales  en  torno  a  la  ' 
producción  literaria  de  Don  Francisco  de  Quevedo,  cumbre  española, 
una  especie  de  mastodonte  literario,  prez  de  nuestra  casta  y  de  nues- 
tra tradición,  son  conocidas  ya  por  la  erudición  de  don  Luis  Astrana 
Marín.  Sea  la  primera  puntualizar  una  denuncia,  procedente  de  Al- 
calá en  1626  sobre  la  Política  de  Dios,  Gobierno  de  Cristo,  que  tuvo 
eco  en  la  Inquisición  de  Toledo.  Se  refiere  el  texto  quevedesco  a 
Cristo,  y  decía  asi :  "y  con  ser  acción  natural,  y  forzosa  y  honesta 
el  dormir,  no  se  dize  jamás  que  durmió,  porque  es  palabra  escanda- 
losa en  el  cuidado  del  príncipe,  y  sospechosa  al  cargo  y  ofificio  real, 
y  la  supieron  guardar  a  la  persona  de  Cristo  este  decoro  los  evan- 
gelistas, y  aunque  él  dijo,  "yo  duermo  y  mi  corazón  vela"  anduvie- 
ron tan  corteses  que  no  se  acordaron  desta  pasión".  El  fraile  de 
Alcalá  escribe  de  la  proposición  que  sapit  haeresi.  En  efecto,  confe- 
sando y  reconociendo  que  Cristo  es  hombre  perfecto  — hofno  perfec- 
tus —  adolecía  de  todos  los  defectos  naturales :  sueño,  hambre,  sed, 
etcétera,  sin  bien,  le  negamos  los  defectos  morales,  impropios  de  la  Di- 
vinidad. Cita  el  denunciante  otro  pasaje  de  la  misma  obra,  donde  se 
consignaban  las  palabras,  "a  San  Pedro,  su  valido,  su  sucesor,  porque 
le  quiso  excusar  los  trabajos,  y  él  buscaba  el  descanso".  Pero  como 
el  denunciante  reconoce  la  proposición  carece  totalmente  de  calidad. 

A  12  de  enero  de  1629  se  remitía  en  Madrid  a  los  calificadores  del 
convento  de  Santo  Tomás  el  libro  de  los  "Sueños",  adjuntando  la  cen- 
sura de  la  denuncia  original.  En  9  de  julio  se  enviaban  al  Padre  Luis 
Torres,  residente  en  el  Colegio  Imperial  de  la  Compañía  los  "Sueños", 
y  la  "Historia  de  la  Vida  del  Buscón".  En  1630  se  califican  en  Ma- 
drid por  los  dominicos  la  "Política  de  Dios,  Gobierno  de  Cristo", 
y  el  "Chitón  de  las  Tarabillas".  El  Expurgatorio  del  año  1632  con- 
dena y  prohibe  "  Política  de  Dios,  Gobierno  de  Cristo",  y  en  la  misma 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


fecha  se  entregaban  todos  los  libros  de  Quevedo  a  la  censura  de  los 
frailes  franciscanos  (14). 

Es  interesantísima  la  referencia  contenida  en  el  Legajo  4.470  de 
la  sección  "Inquisición"  del  Archivo  Histórico  Nacional.  Está  fechada 
en  1Ó46  y  se  trata  de  unas  letras  de  Don  Juan  Ponce  de  León  al  In- 
quisidor General.  Se  alude  a  la  prohibición  del  Buscón,  y  se  añade  que 
sólo  permiten  de  los  libros  que  corren  con  el  nombre  de  Ouevedo  los 
que  éste  reconocía  únicamente  como  obras  suyas.  Quevedo  se  recono- 
cía autor  de  la  Vida  de  Santo  Tomás  de  Villanueva,  de  la  Defensa  del 
Patronato  de  Santiago,  Juguetes  de  la  niñez,  La  cuna  y  la  Sepultura, 
y  de  las  traducciones  de  Rómulo,  del  Marqués  de  Virgilio  Malvezzi ; 
Vida  devota  de  San  Francisco  de  Sales,  y  Consolación  de  Séneca  a  Ga- 
llón. Citados  estos  títulos,  se  añade  la  siguiente  cláusula:  "Todos  los 
demás  libros  y  tratados  impresos  y  manuscritos  que  corren  en  nombre 
del  dicho  autor,  se  prohiben ;  y  siendo  el  Buscón  vno  de  los  que  V.  A. 
no  aprueba,  por  esta  causa  lo  reprueba,  a  petición  de  su  autor,  el  qual 
no  le  reconoce  por  suyo" ,  texto  por  el  que  comprobamos  cómo  Que- 
vedo rechazaba  la  paternidad  de  su  hijo  espiritual...  La  referencia  era 
ya  conocida,  pues  la  ha  publicado  el  insigne  Astrana  Marín  en  su  mag- 
nífica edición  de  Don  Francisco  de  Quevedo. 

En  1627  se  publicaban  en  Madrid,  impresas  por  la  Viuda  de  Luis 
Sánchez,  las  Obras  en  verso  del  Homero  español,  recogidas  por  Juan 
López  de  Vicuña,  y  dedicadas  nada  menos  que  al  Inquisidor  General 
Don  Antonio  Zapata,  para  escudarse  así  con  la  dedicatoria :  "encubrien- 
do la  indignidad  de  la  Obra",  escribe  el  calificador  del  Santo  Oficio. 
No  podía  faltar  en  este  elenco  de  escritores  el  Cisne  del  Betis,  Don 
Luis  de  Góngora,  poeta  humanista.  Monarca  de  la  técnica  y  del  color, 
Musa  castiza... 

Dos  censores  intervinieron  en  el  examen  de  las  obras  de  Don  Luis 
de  Góngora.  La  primera  censura  y  calificación  lleva  el  nombre  del 
Padre  Juan  de  Pineda.  La  segunda  va  firmada  por  Fr.  Fernando  Ho- 
rio,  fraile  de  la  Merced. 

La  primera  tarea  del  Padre  Juan  de  Pineda,  antes  de  ofrecer  a 


(14)   A.  H.  N.  Inq.,  legs.  3.100,  4.444,  4.470  y  4.519. 


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MIGUEL  UE  LA  FINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


los  inquisidores  un  espécimen  de  los  versos  vitandos  de  Góngora,  con- 
sistió en  redactar  unas  apreciaciones  de  conjunto  sobre  la  obra  del  gran 
poeta  cordobés.  He  aquí  algunos  de  sus  juicios  — los  más  esenciales — 
justificando  la  obligación  del  expurgo:  "...  porque  el  dicho  libro  es 
contra  la  honra  y  reputación  del  autor,  y  averio  impreso  y  publicado 
es  averie  hecho  manifiesto  agrauio,  porque  el  autor,  mirando  pruden- 
temente por  su  honra,  no  quiso  ni  permitió  en  su  vida  que  sus  obras 
se  imprimiesen,  por  lo  mucho  que  desdecían  de  la  tan  dignidad  y  decen- 
cia de  su  estado  de  sacerdote,  prebendado  de  una  tan  santa  y  principal 
iglesia  de  España,  como  la  de  Córdoba,  y  capellán  de  Su  Majestad,  a 
los  quales  títulos  repugnan,  como  cosas  indecentíssimas,  composiciones 
y  obras  llenas  de  todo  género  de  inmundicia,  que  pasando  de  burlas 
y  chocarrerías  passan  a  pura  lascivia  y  descompostura  intolerable,  y  aun 
picardías,  que  tal  las  juzgó  el  mismo  autor,  quando  llamó  a  su  Musa 
"picaril",  las  quales  son  tan  comunes  y  ordinarias  en  el  dicho  libro, 
que  a  cada  paso  se  ofrecen,  y  consta  no  auer  querido  ni  permitido  el 
autor  que  se  imprimiese,  ni  publicase,  por  lo  qual  el  recopilador  deste 
libro  dize  en  la  oja  6  al  lector:  ''que  la  modestia  del  autor  fué  tanta 
que  viviendo  llegó  a  ser  el  aborrecimiento  y  desesperación  de  los  ver- 
daderamente estudiosos,  porque  casi  con  pertinacia  les  defendió  la  fá- 
cil y  agradable  comunicación  de  sus  obras,  de  que  gozaran,  si  las  per- 
mitiera a  la  estampa ;  y  así  el  mismo  recopilador  confiesa  que  a  sido  in- 
modestia suya  el  auerlas  impreso  y  publicado  contra  la  vergüenza  y 
modestia  del  autor,  que  es  don  Litis  de  Góngora.  el  qual,  ni  en  el  título, 
ni  en  otra  parte  del  libro  se  lee,  sino  solo  vna  vez,  en  la  Dedicatoria". 
El  P.  Pineda  pone  después  de  manifiesto  la  infamia  y  la  falta  de  re- 
putación que  se  sigue  en  la  publicación  del  libro,  no  sólo  al  autor  cor- 
dobés, sino  a  toda  la  clase  sacerdotal,  "el  detrimento  de  la  estimación 
de  la  fe  y  costumbres  de  la  Iglesia  española",  añade. 

No  satisfecho  el  P.  Pineda  con  los  juicios  reproducidos,  sigue 
escribiendo,  y  declara  la  calidad  moral  de  los  versos  de  Góngora.  No 
le  parece  el  libro  completamente  lascivo  y  deshonesto,  pero  deduce 
la  gravedad  de  la  obra  del  alto  prestigio  conseguido  por  Góngora  en  el 
género  de  las  chanzas  picantes  y  alegres,  "...  mas  porque  el  autor  solo 
tuvo  su  famosa  eminencia  en  lo  lasciuo  y  pueril,  verde  }"  picante,  por 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


esta  sola  materia  y  titulo  es  leído  y  buscado,  como  si  desto  solo  es- 
criuiera,  y  assí  haze  tanto  daño,  y  se  deue  reputar  como  si  ex-profeso 
ouiera  escrito  de  sola  ella ;  y  es  derechamente  comprendido  en  la  regla 
séptima  del  Indice  romano  y  de  España,  que  condena  y  prohibe  los  li- 
bros que  tratan,  cuentan  y  enseñan  cosas  lascivas,  y  en  parte  combida 
a  ellas  y  las  aconseja".  Son  asi  los  versos  de  D.  Luis  de  Góngora,  con- 
siderados como  poesía  contra  las  buenas  costumbres,  y  tanto  más  per- 
judicial como  compuestos  en  romance,  y  adobados  de  chistes  y  rearan- 
cilios  ridículos,  que  hacían  de  este  modo  más  apetitosa  la  golosina,  ha- 
ciéndose populares  entre  "doctos  e  indoctos,  varones  y  mugeres,  reli- 
giosos y  monjas,  y  todo  estado".  Atiende,  sobre  todo,  Pineda,  a  que 
Góngora  picaba  en  todas  las  profesiones,  diciendo  mal  de  clérigos  y 
"bonetes",  de  frailes,  de  monjas,  de  jueces;  de  abogados,  de  la  vida  de 
la  Corte,  de  los  títulos,  de  los  casados  y  de  las  doncellas. 

El  juicio  del  censor  de  la  Orden  de  la  Merced  está  resumido  en  las 
primeras  líneas  de  su  escrito,  y  se  condensa  asi :  "  Se  alian  muchas 
proposiciones  que  totalmente  son  contra  las  buenas  costumbres,  obs- 
cenas y  deshonestas,  indignas  que  se  dediquen  a  tan  gran  príncipe  — se 
alude  al  Inquisidor  General — ;  otras,  ofensivas  de  personas  gravísimas  ; 
otras  escandalosas ;  otras,  que  son  libellos  infamatorios  contra  todos 
los  estados ;  otras  malsonantes,  herróneas,  temerarias,  heréticas  y  sos-, 
pechosas  en  la  fe  chatólica,  por  cuya  causa  deuen  ser  expurgadas  del 
dicho  libro". 

El  expurgo  de  Pineda  es  extenso  e  interesante.  Vamos  a  desnatar 
las  principales  composiciones  que  el  docto  jesuíta  extracta  de  la  obra 
total  de  Góngora.  Entre  los  "sonetos  amorosos"  se  apunta  el  14,  a 
folio  18.  Se  intitula:  "Al  Sol  porque  salió  estando  con  una  dama."  El 
soneto  ha  sido,  sin  embargo,  recogido  en  todas  las  antologías  de  Don 
Luis,  hasta  la  de  Isabel  y  Juan  Mille,  aunque  sin  título  alguno,  como 
las  restantes  composiciones  gongorinas.  Reza  asi : 

Ya  besando  unas  manos  cristalinas, 

ya  anudándome  a  un  blanco  y  liso  cuello, 

ya  esparciendo  por  él  aquel  cabello 

que  Amor  sacó  entre  el  oro  de  sus  minas, 


—  119  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 

ya  quebrando  en  aquellas  perlas  ¡inas 
palabras  dulces  mil  sin  merccello, 
ya  cogiendo  de  cada  labio  bello 
purpúreas  rosas  sin  temor  de  espinas, 
estaba,  oh  claro  Sol,  envidioso, 
cuando  tu  luz,  hiriéndome  los  ojos, 
mató  mi  gloria,  y  acabó  mi  suerte. 

Si  el  cielo  ya  no  es  menos  poderoso, 

porque  no  den  los  tuyos  más  enojos, 

rayos,  como  a  tu  hijo,  te  den  muerte. 

Pineda  le  califica  de  "indecente". 

Se  tacha  también  éntre  los  "sonetos  amorosos  el  22  a  folio  15, 
Idolo  bello,  a  quien  humüde  adoro.  El  censor  escnbe  ^^''^ 
ción  de  profanos  poetas,  que  en  boca  de  un  ¡'¿  ^^^se 

otras  demasías,  se  haze  más  intolerable  y  menos  digna  ^ 
Figura  también  entre  los  "amorosos",  tildado  por  el  expurgo  el  « 
nocido  e  incluido  también  en  las  ediciones  posteriores  sm  y  con  cen 
Ta  eclesiástica,  e  intitulado  en  la  edición  de  ^^^^l^^Zl^^^^^ 
.ripción  de  las  partes  de  una  dama  que  comienza,   De  pura  honestiüa 

""ttrX'Cnet^  satíricos"  destaca  Pineda  el  compuesto  al  túmu- 
lo de  Ecija  en  las  honras  de  la  Reina  Doña  Margarita.  El  jesuíta  le 
ontnde  lomo  uno  de  los  escritos  para  los  funerales  que  se^-eri  ^aron 
en  Córdoba.  Censura  el  primer  verso  del  primer  terceto     dice  mal  de 

Córdoba  por  el  túmulo  que  hizo  a  las  honras  de  la  Reyna  Dona 

Córdoba  (..r;p  ,^  ^^^^     ^^^^  ^^^^  , 

7Td'LZ   ecetos  es  mal  consonante,  y  parece  que  condena 
7tJ:¡^     cllZ^^'^norosj  las  lu.es  junerales  de  los  entierros 

en  medio  de  la  lus  del  ..".  Eos  dos  tercetos 
son  conocidos  y  registrados  en  las  ediciones  del  poeta: 

No  des  más  cera  al  Sol,  que  es  bobcría, 
funeral  avestruz,  máquina  alada, 
i  alimentes  Gazetas  en  Europa. 


nt 

—  120  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Aguarda  a  la  ciudad,  que  a  mediodía, 
si  masse  Duelo  no  en  capirotada, 
la  servirá  masse  Bochorno  en  sopa. 

La  atención  del  censor  se  fija  igualmente  dentro  de  los  "soné 
tos  satíricos",  en  el  de  Isabel  de  la  Paz,  también  conocido  de  los 
lectores.  Le  tilda  de  indecente  desde  el  primer  verso  del  segundo 
cuarteto.  Aquello  "...  de  pajes  fue  orinal  y  de  picados".  Su  férula 
enjuiciadora  nota  también  el  soneto  dedicado  a  don  Francisco  de 
Ouevedo.  Le  considera  como  "muy  picaril  e  inmundo".  El  soneto  es 
famoso  y  merece  la  pena  de  reproducirse: 

Cierto  poeta,  en  jorma  peregrina 
cuanto  devota,  se  metió  a  romero  - 
con  quien  pudiera  bien  todo  barbero 
lavar  la  más  llegada  disciplina. 

Era  su  benditísima  esclavina, 
en  cuanto  suya,  de  un  hermoso  cuero; 
su  báculo,  timón  del  más  zorrero 
bajel,  que  desde  el  Faro  de  Cecina 

a  Brindis,  sin  hacer  agua,  navega. 
Este  sin  landre  claudicante  Roque, 
de  una  venera  juntamente  vano, 

que  en  oro  engasta,  sancta  insignia  aloque, 
a  San  Trago  camina,  donde  llega; 
que  tanto  anda  el  cojo  como  el  sano. 

Los  célebres  sonetos  que  tratan  de  la  Corte  — el  15,  16  y  17,  a 
folios  23  y  24  de  la  edición  censurada —  le  merecen  a  Pineda  el  jui- 
cio de  que  "pueden  ofender,  porque'  son  muy  libres  y  claros".  Se 
acusa,  entre  los  "satíricos",  el  conocido  soneto  dedicado  a  "una  dama 
cortesana"  ¿las  no  piadosas  martas  ya  te  pones...?,  de  vocabulario 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


sucio  y  bajo,  y  donde  el  poeta  nota  a  Italia  del  "pecado  nefando". 
Resta  por  señalar,  finalmente,  entre  esta  clase  de  sonetos,  el  registra- 
do en  el  folio  23,  soneto  13.  Se  intitula  "A  una  dama  que  tuvo  amis- 
tad veintidós  años  con  un  caballero  de  el  apellido  La  Cerda".  Se  cen- 
sura con  estas  palabras:  "Nota  nombradamente  el  amancebamiento 
de  un  caballero,  y  nota  a  la  muger  de  beata,  y  mal  amigada  de  22 
años,  y  en  el  último  verso  dize  "a  quatro  amigas,  quatro  mili  co- 
ronas". 

Entre  las  composiciones  burlescas  se  apuntan  cuatro  sonetos : 
folio  26,  el  soneto  2,  que  comienza  "Piso  las  calles".  Es  suzio;  nota 
y  señala  a  algunos  particulares  poetas ;  folio  26,  página  2,  sone- 
to 3,  al  Duque  de  Umena,  nota  a  Francia  de  comedores  y  bebe- 
dores, y  también  a  Sus  Altezas ;  el  soneto  4  afrenta  a  Jaén  y  a  Bae(;a 
de  los  pobres  túmulos  y  honras  reales  que  hizieron ;  folio  29,  página  i , 
soneto  13,  no  habla  bien  del  Presidente  Manso,  ni  del  alcalde  Bravo." 
Entre  los  sonetos  burlescos  se  encontraba  el  compuesto  con  motivo 
del  viaje  del  Conde  de  Lemus  y  del  Duque  de  Feria  a  Nápoles  y  a 
Francia,  respectivamente.  .-Xlli  escribía  Góngora : 

Con  pocos  libros  libres  (libres  digo 
de  expurgacionesj  passo  y  me  poseo, 
ya  que  el  tiempo  me  pasa  como  higo. 

No  espero  en  mi  verdad  lo  que  no  creo  : 
espero  en  mi  consciencia  lo  que  digo, 
mi  salvación,  que  es  lo  que  más  deseo. 

Entre  los  "sonetos  sacros"  destaca  el  P.  Pineda  dos:  el  soneto 
primero,  folio  33,  página  2.  En  él  se  compara  la  muerte  y  Pasión  del 
Señor  con  el  frío  y  estrechez  del  Nacimiento.  Escribía  Góngora : 
"...  pero  más  fué  nazer  en  tanto  estrecho...  no  jué  esta  más  hasaña, 
o  gran  Dios  mío?  que  más  fué  sudar  sangre,  que  auer  frío.  "No  bas- 
ta — dice  el  P.  Pineda —  lo  que  desjiués  en  el  último  verso  se  quiso 
declarar,  y  no  está  bien  dicho,  por  ser  cierto  auer  sido  la  muerte  \' 
passión  la  mayor,  más  gloriosa  y  preciosa  hazaña  de  Nuestro  Re- 
demptor  y  Redención,  y  se  deue  enmendar."  .Sobre  el  soneto  cuarto 


—  122  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


(folio  34,  página  i)  discurre  asi  Pineda:  "Dice  que  la  naturaleza  de 
la  Santísima  Virgen  fué  incapaz  de  la  limpieza  de  su  Concepción, 
aunque  fué  limpia,  porque  dize :  "si  ociosa,  no  asistió  naturaleza,  in- 
capaz a  la  tuya,  o  gran  Señora,  Concepción  limpia...,  etc."  no  habla 
bien,  porque  la  naturaleza  criada  no  es  incapaz  de  los  dones  y  bienes 
sobrenaturales." 

El  Diálogo  entre  Coridón  y  otro  lo  inclu>'e  con  censura : 

Cuán  venerables  que  son, 
cuán  digno  de  reverencia, 
las  tocas  de  la  apariencia, 
el  manto  de  la  opinión. 

Entre  las  mismas  "décimas  satíricas"  incluye  en  el  expurgo  Pi- 
neda la  letrilla  "A  una  oposición  de  un  canonicato  de  la  santa  igle- 
sia de  Toledo  que  llevó  el  doctor  Cámara"  : 

Cierto  opositor,  si  no 
el  más  valiente,  el  no  menos, 
votos  personando  ajenos, 
él  mismo  se  proveyó; 
cúlpanle  algunos,  mas  yo 
siempre  me  he  hecho  entender, 
que  sabiendo  había  de  ser 
Cámara  el  canonicando, 
se  hizo  cámara  cuando 
cuando  pretendió  mejor  leer. 

He  aquí  otras  anotaciones  sobre  letrillas  burlescas  que  consigna 
el  P.  Pineda:  "Pol.  67,  letrilla  I,  comienza  "Si  en  todo"  etc.,  es 
toda  poco  limpia,  y  nombra  al  Papa  y  al  Pastor." 

"Pol.  68,  pág.  T,  letrilla  4.  Comienza  "Qiie  lleva  el  señor  Esgue- 
va".  Esto  suzio  y  huele  mal. 

"Fol.  69,  página  2,  letrilla  (jue  comienza,  "Mandadero  es  el  ar- 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


quero",  toda  es  dezir  cosas  indignas  de  monjas,  frayles,  bonetes, 
zelos,  etc. 

"Fol.  70,  página  1,  letrilla  10,  que  comienza  "Da  bienes  fortu- 
na" dize,  "a  unos  da  encomiendas,  a  otros,  sambenitos",  no  habla 
bien,  porque  lo  que  se  da  por  méritos  o  deméritos  en  materia  de  fee, 
y  en  cuyo  tribunal  se  mira  tanto,  no  es  bien  notarlo  por  bienes,  ca- 
suales o  de  fortuna." 

Restan  todavía  las  composiciones  que  incluye  el  P.  Pineda  de  los 
romances :  romances  amorosos,  romances  líricos,  romances  satíricos, 
romances  burlescos.  La  censura  es  del  mismo  tipo  que  las  anteriores 
formuladas  por  el  P.  Pineda:  censura  de  minucias,  de  menudencias, 
de  puntos  y  comas,  tanto  más  singular  cuanto  sabemos  cómo  se  es- 
cribía en  aquellos  tiempos ;  pero  sobre  esto  daremos  en  el  momento 
oportuno  nuestra  opinión.  Acusaremos  únicamente  las  notas  principa- 
les de  la  calificación.  Por  ejemplo,  advierte  el  padre  jesuíta  en  el  ro- 
mance amoroso  Dejad  los  libros  ahora — señor  licenciado  Ortiz.  Con- 
dena la  composición,  y  se  refiere  particularmente  al  final : 

Vivid  en  sabrosos  nudos, 
en  dulces  trepas  vivid, 
siempre  juntos,  a  pesar 
de  algún  loco  paladín. 

Entresaca  de  los  ■"romances  líricos""  el  dedicado  al  "'Castillo  de 
San  Cervantes",  reputándole  como  injurioso  a  los  varones  de  Toledo: 

Entre  todas  las  mujeres 
serás  bendito,  pues  siendo 
en  el  mirar  atalaya, 
eres  piedra  en  el  silencio. 

I  Entre  los  burlescos.  Pineda  incluye  en  su  censura  doctoral  y  gra- 
ve el  que  comienza  "Ahora  que  estoy  despacio",  recogiendo  como 
más  graves  los  conceptos  del  poeta  sobre  el  dedal  y  la  aguja.  Atien- 
de especialmente  a  la  décima  "Dulce  Musa  picaril",  escribiendo: 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


"Son  picariles  y  suzias  — las  décimas —  y  malsonantes,  porque  dize 
mal  contra  los  doctos,  porque  se  contienen,  y  les  llama  hereges  de 
bragueta  que  pudiendo  yr  a  caballo,  a  pié  se  van  al  infierno;  y  si 
entiende  de  los  que  se  quedan  en  malos  pensamientos  y  deseos,  abs- 
teniéndose de  mala  obra,  no  habla  bien,  porque  es  cierto  que  la  mala 
obra  es  peor,  y  añade  nueva  malicia,  y  es  bueno  abstenerse  de  ella, 
y  también  a  esto  allude  lo  que  dize  luego  "malaya  el  hombre  que 
quiere  beuer  en  taza  penada";  y  luego  "que  no  quiero  beber  justo 
con  melindres  que  me  penen,  más  con  vasijas  que  llenen  la  medida 
de  mi  gusto".  Lo  mismo  quando  dize  "que  importa  que  el  alma  corúa 
dos  bocados  de  vn  donayre,  si  el  cuerpo  queda  en  el  ayre,  como  el 
pernil  de  Mahoma"  y  luego  se  declara  más  en  lo  mismo.  Dize  mal 
de  monjas,  de  guardianes,  de  predicadores,  de  cuernos,  y  se  descom- 
pone con  toda  suerte  de  donzellas,  solteras,  casadas,  viudas  }•  beatas." 

El  día  i8  de  enero  de  1633  se  reunía  el  Consejo  Supremo,  pre- 
sidido por  el  Inquisidor  General,  e  integrado  por  los  Obispos  de 
Oviedo,  Calahorra  y  Las  Charcas,  con  el  inquisidor  Pacheco,  acor- 
dando que  las  obras  de  don  Luis  de  Góngora  se  pudiesen  imprimir 
con  el  nombre  verdadero  del  autor,  pero  ateniéndose  en  la  impresión 
a  la  censura  del  P.  Juan  de  Pineda  (15). 

La  censura  inquisitorial  sobre  nuestros  escritores  místicos  es  tan 
exigua  e  insignificante  que  apenas  se  pueden  añadir  nuevos  textos 
documentales  a  los  ya  reproducidos  en  mi  libro  La  Inquisición  espa- 
ñola. Allí  constan  unas  referencias  inéditas  sumamente  curiosas  sobre 
Santa  Teresa  de  Jesús.  Los  inquisidores  de  Sevilla  consideraban  la 
doctrina  de  la  gran  escritora  como  "nueua  y  supersticiosa",  acusando 
veladamente  la  inculpación  de  "alumbrada".  Permítasenos  reproducir 
el  texto,  muy  fundamental:  "En  este  Santo  Officio  se  an  recibido  las 
testificaciones  que  serán  con  ésta  contra  Theresa  de  Jhesús,  fundado- 
ra de  algunos  monasterios  de  las  monjas  descalzas  del  Carmen,  y 
contra  Ysabel  de  Sant  Hierónimo,  profesa  de  la  dicha  Orden  en  vn 
monasterio  que  nueuaniente  an  fundado  en  esta  cibdad ;  y  por  pare- 
cer, según  la  (lualificación,  doctrina  nueua,  superesticiosa,  de  enbus- 


(15)    A.  H.  X.  Inq.,  leg.  4.467. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


tes,  y  semejante  a  la  de  los  alumbrados  de  Estremadura,  y  que  desta 
qualidad  se  an  recibido  de  muchos  días  a  esta  parte  algunas  y  no 
pocas  testificaciones,  nos  a  dado  cuydado,  y  acordamos  remitirlas  a 
V.  S.  para  que  mande  lo  que  en  ellas  se  deua  hazer.  El  libro  del  que 
el  testigo  haze  mención  tenemos  relación  que  está  en  poder  de  fray 
Domingo  Yvañez,  de  la  Orden  de  Santo  Domingo,  morador  en  el 
monasterio  de  su  Orden  de  Valladolid.  Suplicamos  a  V .  Sa.  mande  se 
haga  diligencia  en  aucrlo,  y  que  se  nos  remita,  porque  auiéndose  de 
proceder  en  esta  causa,  será  necesario  tenerle  por  estar  en  él  todo  o 
lo  más  de  que  se  puede  haser  cargo  a  Theresa  de  Jhesús,  que  según 
entendemos  son  embustes  y  engaños  muy  perjudiciales  a  la  República 
christiana.  No  procedimos  a  examinar  los  contextes  por  ser  algunos 
dellos  cómplices,  y  los  demás  del  mismo  monasterio,  y  no  poderse 
hazer  sin  que  viniese  a  noticias  de  las  reas.  V.  Sa.  mandará  lo  que 
en  todo  es  seruido  que  se  haga,  porque  será  gran  seruicio  a  Nuestro 
Señor  remediar  el  daño  que  se  podría  seguir  de  semejante  doctrina." 
En  1576  se  proseguían  las  diligencias:  "y  en  examinar  los  contextes 
en  el  negocio  de  Theresa  de  Jhesús,  monja  de  la  Orden  del  Carmen, 
y  hazer  las  demás  diligencias  que  conegan  para  verlo  con  Ordinario 
}■  Consultores,  e  ymbiarlo  a  V.  Sa.  sin  executar  lo  acordado." 

La  Vida  de  la  Santa  había  sido  del  agrado  del  Inquisidor  Gene- 
ral, y  Quiroga  la  aprobó  sin  atenuaciones  de  ningún  género.  Son  co- 
nocidas, y  en  mi  mencionado  libro  La  Inquisición  española  reproduz- 
co las  magníficas  líneas  del  P.  Fr.  Domingo  Báñez,  redactadas  al 
conocer  las  acusaciones  presentadas  contra  la  Santa  en  el  Santo  Ofi- 
cio durante  el  año  1554.  Dicen  así:  "Siempre  he  procedido  con  re- 
cato en  la  examinación  de  esta  relación  de  la  oración  y  vida  de  esta 
religiosa,  y  ninguno  ha  sido  más  incrédulo  que  yo  en  lo  que  toca  a 
sus  visiones  y  buenos  deseos  suyos ;  porque  desto  tengo  gran  expe- 
riencia de  su  verdad,  de  su  obediencia,  penitencia,  paciencia  y  caridad 
con  los  que  la  persiguen,  y  otras  virtudes...  So)"  de  opinión  que  este 
libro  no  deue  ser  mostrado  a  todos,  sino  solo  a  hombres  de  instruc- 
ción y  experiencia  y  discreción  cristiana.  Responde  perfectamente  al 
propósito  para  que  fué  escrito,  especialmente  que  las  monjas  den 
cuenta  del  estado  de  su  alma  a  quienes  de  ellas  estén  encargadas... 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


De  una  cosa  estuy  seguro,  en  cuanto  el  hombre  puede  estarlo,  y  es 
que  no  es  una  engañadora"  (i6). 

San  Ignacio  de  Loyola,  lo  mismo  que  la  Doctora  española,  no  fué 
arrojado  a  los  calabozos  de  la  Inquisición  ni  penado  con  los  clásicos 
castigos  del  Santo  Oficio.  Unas  brevísimas  diligencias  inquisitoriales 
verificadas  entre  los  dias  19  y  21  de  noviembre  de  1526  pusieron  de 
manifiesto  su  acendrada  ortodoxia  y  sus  castas  costumbres.  Algunas 
humillaciones  hubo  de  padecer,  pero  no  precisamente  motivadas  por  la 
Inquisición  española,  sino  por  los  padres  dominicos  de  Salamanca  (17). 

Sobre  el  P.  Fr.  Luis  de  Granada  hemos  escrito  así  en  nuestro 
citado  libro.  La  pretendida  huida  de  Fr.  Luis  de  Granada  a  Portu- 
gal, sabedor  de  que  la  Inquisición  intentaba  prohibir  sus  Hbros  es 
imaginaria  y  novelesca.  La  verdad  fué  todo  lo  contrario.  Enterado  en 
Lisboa  de  que  se  pretendía  incluir  en  el  Catálogo  de  libros  prohibi- 
dos (1599)  ordenado  por  el  Arzobispo  de  Sevilla  e  Inquisidor  Gene- 
ral, don  Fernando  de  Valdés,  sus  libros  De  la  Oración  y  la  Guía  de 
pecadores,  se  apresuró  a  presentarse  para  defender  su  fama  y  su  or- 
todoxia. Cuando  llegó  se  había  entregado  el  Catálogo  al  impresor,  y 
nada  podría  hacerse.  Todo  se  redujo  a  tachar  algunas  proposiciones 
o  frases  de  carácter  equivoco  que  podían  ser  interpretadas  errónea- 
mente por  protestantes  y  alumbrados.  Fr.  Luis  de  Granada,  dándose 
cuenta  de  la  honradez  con  que  se  procedía,  aceptó  las  correcciones, 
escasísimas  por  cierto,  sin  que  la  Inquisición  molestase  a  aquel  in- 
signe fraile  (18).  En  realidad,  los  textos  equívocos  procedían  de  ne- 
gligencias y  equivocaciones  — lo  conocen  bien  todos  los  escritores — 
de  los  cajistas. 

Según  copia  fidedigna  de  los  autos  originales  del  expediente  se- 
guido por  la  Inquisición  de  Sevilla  contra  el  Beato  Juan  de  Avila, 
dado  recientemente  a  conocer  por  el  jesuíta  Camilo  María  Abad,  re- 
sulta cómo  el  Beato  fue  acusado  a  la  Inquisición  sevillana  en  el 
año  1531.  La  causa  se  sustanció  el  16  de  junio  de  1533,  estando  de- 

(16)  Vid.  Miguel  de  la  Pinta  en  La  Inquisición  española,  págs.  371-373, 
Madrid,  1948. 

(17)  Ibídem,  pág.  371. 

(18)  Ibídem,  págs.  373-374- 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 

tenido  el  Maestro  en  la  Inquisición  probablemente  desde  1532.  A  pe- 
sar de  las  acusaciones  y  equívocos,  el  Beato  se  smceró  debidamente, 
exponiendo  su  doctrina,  y  ni  se  le  impuso  la  mordaza  para  predicar 
y  escribir,  reduciéndose  todo  a  la  obligación  de  dirigir  su  palabra  en 
los  antiguos  lugares  con  el  fin  de  ilustrar  con  claridad  su  doctrina, 
limpiándola  de  interpretaciones  falsas  y  equivocadas  (19)- 

No  merece  la  pena  insistir,  por  ejemplo,  en  otros  autores.  En  las 
Cortes  de  Cádiz  se  dijo  por  un  irresponsable,  el  presbítero  gallego 
Ruiz  Padrón,  que  San  José  de  Calasanz  había  sido  también  victinna 
del  furor  inquisitorial.  Ningún  documento  referente  al  fundador  de 
las  Escuelas  Pías  he  encontrado  hasta  la  fecha;  posiblemente  exista, 
y  hemos  de  creer,  con  toda  probabilidad,  que  se  trataría,  de  existir, 
de  dimes  y  diretes  resueltos  con  toda  facilidad  por  el  buen  criterio, 
la  discreción  y  la  santidad  de  aquel  egregio  varón. 

¿Para  qué  insistir  más  en  el  tema?  No  constitu>-e  mngun  pro- 
blema fundamental  en  estos  episodios  el  nombre  esclarecido  de  San 
Francisco  de  Borja,  lo  mismo  que  el  de  Fr.  Francisco  de  Osuna  o 
Fr  Diego  de  Estella.  Sobre  éste  escribían  los  inquisidores  de  Sevilla 
al  Consejo  manifestando  haberse  recibido  en  aquella  capital  una  can- 
tidad considerable  de  sus  libros  sobre  los  Evangelios.  Los  calificado- 
res sevillanos  advirtieron,  por  lo  visto,  ciertas  inconvemencias  que 
hicieron  que  el  libro  se  retuviese.  Estos  eran  populares  en  toda  la 
Península,  y  se  vendían  con  un  gran  éxito  en  Salamanca  y  en  Al- 
calá  Se  ha  extraviado  la  calificación  adjunta  que  enviaban  los  inqui- 
sidores al  Consejo;  pero  es  casi  seguro,  dada  la  historia  de  las  edi- 
ciones del  fraile  franciscano,  que  se  trataba  de  los  lunares  tipográficos 
que  afeaban  las  impresiones  del  P.  Granada. 

De  los  seis  Abecedarios  escritos  por  el  P.  Fr.  Francisco  de  Osu- 
na, he  visto  tildados  únicamente  cuatro  o  cinco  renglones  de  la  pri- 
mera parte.  Esto  es  todo  (20). 

Ya  nos  hemos  referido  a  algunas  de  las  normas  sobre  la  manera 
de  tratar  y  enjuiciar  a  autores  graves  considerados  siempre  como 


(19)  Ibídem,  pág.  374- 

(20)  A.  H.  N.  Inq.,  legs.  4-517  y  -'-946. 

—  128  - 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


ortodoxos,  y  maestros  cuyas  doctrinas  reportaron  siempre  beneficios 
a  los  lectores.  A  ello  he  aludido  exponiendo  la  historia  externa  de 
los  Indices  expurgatorios.  Fuera  de  las  consideraciones  habidas  para 
no  incluir  sus  nombres  en  los  Catálogos,  se  conservan  algunas  de  las 
censuras  sobre  estos  autores,  en  su  mayoría  teólogos,  moralistas  y  ca- 
nonistas. Se  delataron  así  algunas  proposiciones  del  Maestro  Fran- 
cisco de  Vitoria  sobre  la  confesión  y  el  óleo  non  benedicto  in  admi- 
nistratione  sacramenti  Extremce  Unctionis.  Los  reparos,  sin  embargo, 
que  pudieran  hacerse  al  insigne  Maestro  sobre  la  Penitencia  queda- 
ban salvados,  considerando  el  tiempo  de  la  impresión  de  sus  Relec- 
tiones,  anterior  a  la  época  tridentína.  Con  el  P.  Suárez  acaeció  un 
episodio  muy  singular.  El  Decreto  que  ordenó  quitar  de  las  obras 
del  famoso  jesuíta  la  opinión  de  que  la  confesión  sacramental  se 
podía  hacer  por  escrito  al  confesor  estando  ausente  (confesión  in 
absencia)  lo  ejecutó  en  la  Península  el  Nuncio,  sin  intervención  al- 
guna del  Santo  Oficio ;  y  parece  que  Sixto  V,  irritado  de  la  Prag- 
mática de  España,  publicada  por  el  Consejo  de  Castilla  el  año  1586, 
acerca  de  las  "cortesías",  por  lo  que  afectaba  a  Cardenales  y  eclesiás- 
ticos, determinó  ponerla  en  el  Indice  de  los  libros  prohibidos,  con  el 
mandamiento  de  que  su  Nuncio  ejecutase  la  publicación,  que  no  llegó 
a  realizarse  por  la  intervención  a  su  tiempo  de  Felipe  II,  avisado  por 
nuestro  embajador.  Conde  Olivares  (21). 

Los  maldicientes  y  envidiosos  no  podían  perdonar  a  Arias  Mon- 
tano y  a  su  Políglota  Regia.  Era  acusado  que  inducía  a  judaizar,  .^e  le 
criticaron,  entre  otras,  dos  proposiciones.  La  primera  consistía  en  afir- 
mar que  los  "gentiles  tuvieron  ju.sticia".  Pero  no  hablaba  Arias  Mon- 
tano de  la  justicia-  justificante,  que  no  cuenta  fuera  de  la  comunidad 
cristiana.  Se  refería  el  gran  polígrafo  exclusivamente  a  la  justicia  legaíy 
es  decir,  al  uso  de  las  virtudes  éticas  y  morales  en  cuanto  se  endere- 
zan al  bien  común,  dentro  de  la  convivencia  humana.  La  segunda  pro- 
posición criticada  era  perfectamente  ortodoxa.  Arias  Montano  fué 
combatido  en  general,  o  por  émulos,  o  por  detractores  retrasados,  por 
lo  menos  en  Teología  positiva.  Le  defendió  con  su  cultura  y  sapientí- 

(21)   A.  H.  N.  Inq.,  lib.  291. 


—  129  — 


9 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


simo  criterio  el  humanista  Pedro  de  Valencia  en  unas  explicaciones 
dadas  en  1611,  censurando  la  inclusión  de  Montano  en  el  Expurga- 
torio romano,  cosa  que  molestó  extraordinariamente  a  los  españoles. 
Como  resumen  de  todos  sus  juicios  el  humanista  de  Zafra  pudo  escri- 
bir: "en  fin,  toda  la  contienda  de  Arias  Montano  fué  contra  los  escri- 
tos de  los  Rabinos  que  hazen  su  fuerqa  en  dezir  que  no  a  ávido  mu- 
danqa  en  los  hombres  por  Christo,  ni  exterior,  ni  interior,  y  que  ningún 
christiano  ha  tenido  ni  experimentado  más  en  si  que  lo  que  tuvieran 
los  padres  del  Viejo  Testamento,  pero  no  lo  que  esperavan  — Abraham 
mortims  cst,  ct  prophetcs,  quomodo  tu  dicis —  a  lo  menos,  aunque  uviese 
excedido  algo  Arias  Montano  en  esta  porfía,  seria  por  hervor  de  zelo 
de  la  honrra  de  Christo,  y  no  seria  judaizar,  ni  rabinizar,  como  dizen 
algunos,  porque  sabía  hebreo"  (22). 

En  la  Inquisición  de  Valencia  se  preocuparon  de  Agustín  Barbo- 
sa y  de  su  libro  Thesaurus  locorum  commiinium...  Se  reputó  siem- 
pre al  portugués  Barbosa  como  autor  católico  y  pío,  según  se  po- 
día comprobar  por  su  doctísimo  libro  De  officio  Episcopi,  y  como  tal 
fué  siempre  estimado  por  Felipe  IV,  rey  a  la  sazón  de  España  y  Por- 
tugal, pero  tuvo  Barbosa  la  desgracia  de  tener  por  adicionadores  de 
su  libro  a  algunos  autores  alemanes...  Entre  otras  proposiciones  se  le 
señaló  Matrimonium  non  est  res  spiritualis ;  multo  minus  sacramentum, 
pero  considerándola  como  proposición  universal  e  indefinida,  se  la  va- 
loró como  malsonante,  e  inductiva  a  error,  y  no  como  herética  (23). 

Además  de  las  censuras  formuladas  sobre  el  Padre  Suárez,  se  re- 
dactaron notas  varias  sobre  algunos  otros  escritores  de  la  Compañía ; 
como  el  P.  Gabriel  Vázquez,  el  famoso  Tomás  Sánchez  y  el  P.  Sal- 
merón. 

Acerca  de  los  Comentarios  sobre  Santo  Tomás,  del  P.  Gabriel  Váz- 
([uez,  se  anota  :  "Están  sembrados  en  muchas  partes  de  doctrinas  nueuas 
en  materias  graves  de  dogmas  \'  costumbres ;  y  allende  desto,  es  libre 
este  autor  en  condenar  a  los  Santos  Padres,  empleando  mucho  trabajo 
en  probar  que  tuvieron  errores,  de  los  quales  no  fueron  notados.  En 


(22)  A.  H.  N.  Inq.,  legs.  4.443  y  4.467. 

(23)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.487. 


—  T30  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


esto  parece  que  conuiene  poner  remedio,  porque  otros  no  se  atrevan  a 
desacatar  y  poner  nota  en  los  anctos". 

El  célebre  P.  Tomás  Sánchez,  conocido  universalmente  por  su 
tratado  del  matrimonio,  merece  estas  líneas :  Tiene  sentencias  muy  oca- 
sionadas de  malas  costumbres  en  materia  muy  pegajosa,  que  es  materia 
de  deshonestidad.  Importa  poner  remedio,  especialmente  que  ya  en 
Roma  ha  olido  mal  su  doctrina,  según  de  ella  lo  escriben. 

Al  jesuíta  Salmerón  se  le  nota  por  la  "temeridad  clara",  y  "per- 
niciosa doctrina".  Se  refieren  los  calificadores  a  su  doctrina  sobre  el 
precepto  evangélico  de  la  corrección  fraterna,  doctrina,  como  es  sabido, 
sustentada  también  por  Fr.  Bernardino  de  x'Xrévalo  (24). 

El  siglo  XVII  nos  ofrece  una  etapa  de  actividad  febril  e  intensa  en 
las  tareas  censorias  que  incumbían  al  Santo  Oficio.  Esa  actividad 
ha  quedado  reflejada,  desde  luego,  en  la  publicación  de  los  Catálogos, 
pero  resultará  muy  interesante  trazar  un  bosquejo  de  esos  trabajos 
que  reflejan  un  amplio  panorama  de  cultura,  por  sumarse  en  ellos  las 
más  variadas  modalidades  del  hombre  de  letras,  y  de  la  ciencia,  ya 
oficial  y  universitaria,  ya  independiente,  antitradicional  y  heterodoxa. 

En  1621  se  entregaba  al  calificador  Miranda  el  "Discurso  de  la 
Vida  del  Rey  D.  Felipe  11",  remitido  por  el  tribunal  de  Zaragoza.  En 
22  de  mayo  se  atendía  en  la  Corte  para  su  calificación  la  denuncia  en- 
viada por  el  distrito  de  Cuenca  del  libro  del  P.  Valderrama,  de  la  Or- 
den de  San  Agustín,  sobre  los  sermones  de  Adviento.  En  1624  se  le 
remitían  al  P.  Pedrosa  las  conclusiones  denunciadas  en  Alcalá,  y  sus- 
tentadas en  el  Colegio  de  Santo  Tomás,  que  trataban  de  correctione  fra- 
terna. En  el  mismo  año  se  recogían  las  Coplas  de  la  muerte,  del  célebre 
Benito  Ferrer,  relajado  por  hereje,  y  a  25  de  agosto  de  1627  se  envia- 
ba al  prior  de  Santo  Tomás  y  demás  calificadores  de  aquel  convento, 
un  papel  intitulado  "Proposiciones  verdaderas  contra  los  Jacobitas  en 
defensa  del  Patronato  de  la  santa  Madre  Teresa  de  Jesús".  Sobre  este 
asunto  cuenta  una  abundantísima  bibliografía  que  se  repite  con  mucha 
frecuencia  entre  la  documentación  inquisitorial.  En  el  año  1629  se  le 
confiaban  al  P.  Pineda  los  dos  libros  intitulados  Regla  de  la  perfec- 


(24)    A.  H.  N.  ínq.,  leg.  4.519. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


ción,  en  latín,  con  su  correspondiente  traducción  en  romance,  com- 
puesta por  el  doctor  Bartolomé  Leonardo  de  Argensola,  canónigo  de  la 
iglesia  de  Zaragoza,  y  las  censuras  sobre  dichos  trabajos,  dadas  en  Al- 
calá por  el  P.  Pedro  de  Tapia.  Por  esta  fecha  encontramos  el  nombre 
del  Padre  Maestro  Fr.  Hortensia  Félix  Paravicino,  a  quien  se  censura 
su  panegírico ,  pronunciado  con  motivo  de  las  honras  fúnebres  del  Rey 
D.  Felipe  III,  y  el  sermón  predicado  en  las  fiestas  de  Santa  Ysabel, 
Reina  de  Portugal.  En  1630  se  remitían  al  P.  Fr.  Francisco  de  So- 
tomayor  las  denuncias  redactadas  por  el  P.  Fr.  José  Vázquez  de  Mi- 
randa, de  los  siguientes  libros :  Lecciones  solemnes  de  don  Joseph  Pe- 
llicer,  y  Quodlibetos,  del  Maestro  Fr.  Basilio  Ponce  de  León,  del  Or- 
den de  San  Agustín.  De  Pellicer  se  censuraba  por  la  misma  época  la 
Historia  natural  del  Fénix,  El  Fénix  y  su  historia  natural  (1630),  con 
poesías  de  Villamediana,  Quevedo  y  otros  autores. 

Parece  que  por  estas  calendas  se  agudizaba  la  fiscalización  inqui- 
sitorial con  intervenciones  constantes.  Se  censura  la  Lu::  de  la  noche 
obscura,  del  Doctor  Don  Antonio  de  Rojas.  Los  Premostratenses  de- 
nunciaban en  el  año  1634  las  Repúblicas  del  Mundo,  del  agustino  Geró- 
nimo Román,  y  es  muy  curiosa  y  pintoresca  la  misiva  dirigida  al  in- 
quisidor Portocarrero  por  los  frailes  del  Carmen  que  rezaba  así:  "Me- 
morial de  los  carmelitas  descalzos  en  que  pretende  probar  pecan  mor- 
talmente  los  frayles  que  pretenden  obispados,  y  los  ministros  que  los 
ayudan  para  ello."  A  18  de  marzo  de  1648  remitió  el  Padre  Ponce  al 
Tribunal  las  obras  siguientes :  Grande::as  de  la  vida  y  muerte  de 
Christo,  escrita  por  Don  Francisco  Durán  Vives ;  un  Lexicón  theolo- 
gicum,  y  un  tratado  De  Medicina,  de  Andrés  Vesalio,  incluyéndose  el 
De  Astrologia,  de  Campanella.  En  este  año  figuran  como  prohibidos, 
recogidos  en  el  Archivo  de  la  Suprema,  las  obras  que  a  continuación 
mencionamos  de  Carlos  Molineo :  De  Excellentia  Regni  Francice,  Fhi- 
sica  armónica,  De  lógica  armónica  y  una  Panacea  philosophica.  En 
carta  de  18  de  enero  del  mismo  año  se  enviaba  al  Consejo  para  su 
censura  el  Espejo  de  consolación,  de  Fr.  Juan  de  Dueñas,  y  el  libro  del 
Marqués  de  Estepa  sobre  el  Monte  Santo  de  Granada,  asunto  que  tan- 
ta tinta  hizo  gastar  a  escritores  e  impresores  del  Reino.  En  el  año 
1649  recogemos  entre  los  papeles  inquisitoriales  el  nombre  de  Tirso  de 


—  132  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 

Molina.  Se  trataba  del  libro  Deleitar  aprovechando,  y  se  insertaban  en 
la  obra  comedias  varias;  "El  Colmenero  divino",  "Los  hermanos  pa- 
recidos", y  "No  le  arriendo  la  ganancia".  No  cesaron  todavía  en  este 
año  las  incautaciones  de  volúmenes.  A  26  de  noviembre  pasaban  al 
archivo  secreto  del  Consejo  Supremo  el  Elucidariitm ,  del  infortunado 
Padre  Poza,  una  Biblia  castellana,  dos  tomos  rotulados  Migajas  de  los 
Santos  y  Costumbres  de  todas  las  gentes,  de  Francisco  Támara  (25). 

A  principios  del  año  1651  el  prior  de  los  agustinos  recoletos  de  la 
Corte  presenta  ante  los  inquisidores  un  conjunto  de  libros  provenien- 
tes de  la  librería  del  Cardenal  de  Aragón.  Algunos  estaban  recogidos 
en  los  Indices  expurgatorios ;  otros,  postulaban  la  censura  y  el  examen. 
Destaquemos  entre  ellos  a  autores,  como  Escalígero,  Pedro  Mexía,  Ma- 
quiavelo,  Cornelio  Agripa,  Jordano  Bruno,  sin  olvidar  obras  como  el 
Mercurio  jesuítico,  en  su  edición  francesa.  También  se  recibió  en  el 
mismo  año  una  carga  de  libros  prohibidos  procedentes  de  la  Biblioteca 
del  Conde  Duque  de  Olivares,  llevada  a  la  Inquisición  por  Don  An- 
tonio de  Arguello.  Predominan  en  el  envío  obras  de  humanistas  hete- 
rodoxos y  lascivos,  sin  que  cuenten  entre  ellos  trabajos  de  calidad  y 
mérito.  Se  mencionan  especialmente,  entre  otros,  los  Coloquios  de 
Erasmo,  y  el  tomo  2  De  aiixiliis,  del  P.  Suárez.  Más  adelante  hubo 
nuevos  ingresos  de  la  Biblioteca  del  Conde  Duque.  Se  citan  entre  esas 
obras  un  Alcorán  en  latín  (Se  le  acusaba  al  Conde  Duque  de  usar 
todas  las  noches  al  acostarse  de  semejante  lectura),  el  tomo  onceno 
del  Mercurio,  francés,  algunos  horóscopos,  un  libcr  psahnorum  con 
notas  de  Roberto  Estéfano,  una  Biblia  inglesa,  una  traslación  de  Eras- 
mo de  Evangelios  y  Epístolas,  y  unas  "horas"  en  latín  y  francés.  Me- 
diado el  año  seguía  preocupando  en  el  Santo  Oficio  Fr.  Hortensio  Fé- 
lix Paravicino.  Interesan  sus  Oraciones  evangélicas  de  Adviento  y 
Cuaresma.  Simultáneamente  ingresaban  en  la  Inquisición  volúmenes 
varios  de  las  librerías  del  Conde  de  Gondomar  y  Don  Lorenzo  Ramírez 
de  Prado.  Entre  ellos  se  encontraban  la  Biblia  de  Cipriano  de  Valera, 
la  Historia  de  Trento,  de  Pedro  Suave,  la  República  eclesiástica,  de 
hombre  tan  errante  y  aventurero  como  Marco  Antonio  de  Dominis ; 

^25)    A.  H.  N.  Inq..  lib.  1.350. 


—  133  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


las  Profecías,  de  "Nostradamus"  y  otros  varios  de  influencia  protes- 
tante. A  fines  de  año  seguían  llegando  al  Santo  Oficio  obras  varias 
y  diferentes.  Enumeremos  algunos  títulos  de  la  librería  del  Conde  de 
Peñaranda,  de  Ramírez  de  Prado,  y  algunos  autores  heréticos  de  Filo- 
sofía Natural.  Incrementaron  el  acervo  obras  desglosadas  de  la  biblio- 
teca del  Inquisidor  General  Don  Diego  de  Arce,  figurando  en  la  nó- 
mina una  Dcjensa,  del  P.  Poza,  con  otros  tomos  de  la  misma  calidad. 
El  año  1673  interesaba  en  el  Consejo  la  Censura  de  los  Exercicios  de 
devoción,  de  Er.  Rafael  de  Oñate,  y  en  el  mismo  año  se  remitían  ochen- 
ta y  cuatro  libros  que  se  sacaron  de  la  librería  de  Eton  Pedro  Velas-' 
co  con  la  memoria  correspondiente  para  apartar  los  prohibidos  in  totum 
y  expurgar  los  prohibidos  doñee  expiirgentur. 

Entre  las  referencias  que  estamos  extractando  figura  con  fecha  16 
de  enero  de  1674  la  remisión  a  Don  Antonio  de  Ayala  de  la  Vida  de 
Nuestra  Señora,  por  la  Monja  de  Agreda.  De  la  "memoria"  redacta- 
da por  Ayala  y  Berganza,  podemos  indicar  algunos  títulos.  En  agosto 
de  1673  la  Inquisición  de  Zaragoza  enviaba  a  la  Corte  El  nigromántico, 
de  Sulpicio  Severo,  "dedicado  a  Don  Quixote  de  la  Mancha,  tutor  de 
pupilos".  Se  prohibe  in  totum  la  Oración  de  contemplación  y  trato  ja- 
miliar  con  Dios,  del  trinitario  Fr.  Pedro  Ponce  de  León,  impreso  en 
Madrid  el  año  1673.  En  los  últimos  días  del  año  anterior  se  había  co- 
menzado a  calificar  la  Vida  de  Jesucristo  Nuestro  Señor,  Dios  y  Hom- 
bre, Maestro  y  Redentor  del  Mundo,  escrita  por  Fr.  Fernando  de  Val- 
verde,  natural  de  Lima,  e  impresa  en  Madrid  por  Francisco  Nieto, 
año  1669.  Acabóse  su  calificación  en  18  de  abril  de  1674,  prohibiéndose 
la  lectura  hasta  su  expurgación.  En  la  Junta  del  día  18  de  mayo  de 
1674  se  comenzaron  a  leer  los  reparos  del  Padre  Calificador  Cisneros, 
sobre  las  obras  de  sor  María  de  Agreda,  recibiéndose  desde  Zaragoza 
censuras  más  o  menos  interesantes  sobre  los  libros  de  dicha  religiosa. 
El  Origen  y  continuación  del  Instituto  y  Religión  Geronimiana,  de 
Fr.  Hermenegildo  de  San  Pablo,  fué  denunciado  por  el  cronista  bene- 
dictino Gregorio  de  Argaíz  (26). 

No  deben  silenciarse  las  censuras  puestas  a  dos  singulares  libros, 


(26)  Ibtdem. 


—  '34  — 


LA  IXQI  ISICION  y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


cada  uno  de  ellos  muy  interesante  dentro  de  su  materia  y  doctrina.  En 
el  año  1649  se  remitieron  desde  Zaragoza  los  Diálogos,  de  León  He- 
breo. El  Calificador  Ponce  León  informaba  así  al  Consejo:  "Con  ésta 
remito  a  V.  A.  los  Diálogos,  de  León  Hebreo,  traduzidos  en  romance 
por  Micer  Carlos  Aíontesa,  vezino  de  Zaragoza,  por  estar  prohibidos 
por  el  Expurgatorio  novísimo".  Otro  censor,  Fr.  Francisco  de  Ocaña, 
expresaba  en  esta  forma  su  criterio  sobre  la  obra:  "...  y  la  mezcla  que 
haze  de  cosas  fabulosas  con  dibinas  y  scriptura  sagrada  parésceme  ser 
difícil  reducirlo  a  leyenda  provechosa  y  doctrina  del  todo  llana,  sana 
y  sigura,  y  para  edificación  de  la  fe".  Estrictamente  puede  exponerse 
que  las  censuras  sobre  los  Diálogos  fueron  escasísimas  e  insignifican- 
tes, como  en  casi  todos  los  libros  de  verdadera  importancia.  En  31  de 
agosto  de  1676  se  concedía  licencia  a  Fr.  Antonio  de  Fuente  Lapeña, 
religioso  capuchino,  para  que  pudiese  llevar  consigo  a  Italia,  tres  doce- 
nas de  su  famosísimo  libro  El  ente  dilucidado,  editado  en  aquel  año, 
>■  que  llevaba  por  subtítulo  "Discurso  vnico  novísimo  que  muestra  ay  en 
naturaleza  animales  irracionales  invisibles  y  quáles  sean".  Se  trata  de 
un  libro  verdaderamente  peregrino  e  interesantísimo.  La  obra  salió  in- 
denne  de  las  calificaciones,  considerándola  sin  errores  teológicos ;  y 
entre  doctrinas  tan  pintorescas,  y  tan  desbordantes,  sólo  se  fijaron  los 
hombres  de  la  Inquisición  en  la  siguiente.  Tratando  el  padre  capuchino 
de  la  Concepción  de  Nuestro  Señor  Jesucristo,  decía:  "Lo  tercero,  por- 
que muchos  authores  han  sido  de  sentir  que  Christo  nuestro  bien,  no 
fué  concebido  en  el  vtero,  sino  en  el  corazón  de  la  Virgen  Santísima, 
Señora  nuestra.  Luego,  porque  el  vtero  no  es  absolutamente  necesario 
para  la  Concepción  de  la  prole,  ergo,  etc."  (27). 

Hubo  una  modalidad  literaria,  donde  el  ingenio  español  floreció 
siempre  con  lozanía  y  viveza  muy  características.  A  trechos,  esta 
Musa  está  asistida  por  donaires  de  buena  ley ;  a  ranchos,  por  el  espíri- 
tu del  vejamen,  la  jácara  mordiente  y  las  facecías  sangrientas  y  plebe- 
yas. La  Inquisición  española  recogió  papeles  y  coplas,  unas  veces  sim- 
plemente desvergonzados,  y  otras,  atentatorias  contra  la  autoridad  civil 


(27)    A.  H.  N.  Jnq.,  legs.  4.470  y  4.421. 


—  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


o  eclesiástica.  Hubo  de  esta  clase  ejemplos  muy  expresivos,  }'  en  ellos 
se  conjuga  la  chanza  y  la  burla,  la  irrisión  y  la  ironía. 

El  año  1791  se  había  publicado  los  Hechos  del  Duende,  o  el  Duende 
en  Palacio.  Se  fustigaba  el  mal  gobierno  de  Felipe  V,  de  la  Reina  Doña 
Ysabel  (La  Parmesana),  conocida  luego  por  la  Reina  Madre,  las  Mal- 
dades, del  Cardenal  Molina  y  del  Alinistro  Patiño.  ¿Sois  covachuelista? 
— Sí,  por  la  f/racia  de  Patiño.  — ¿Quantos  Patinas  hay?  — En  el  man- 
dar muchos,  pero  en  dejarse  engañar  uno  solo,  lleno  de  ignorancia  y 
crasitud.  Y  así  se  continuaba,  ridiculizando  los  diálogos  catequísticos. 
Refiriéndose  al  que  había  de  ser  más  tarde  Carlos  III  se  escribe  esta 
estrofa : 


En  el  año  1663  recogía  la  Inquisición  un  "papel",  donde  con  abu- 
so de  la  Sagrada  Escritura,  y  con  motivo  de  la  enfermedad  del  Carde- 
nal Sandoval  y  Rojas,  se  satirizaba  a  los  amigos  del  prelado,  intervi- 
niendo con  "oportunidad"  en  el  coro  la  representación  popular: 


Sicilia  y  Nápoles  dos 
Reynos  son  del  helio  Infante; 
y  en  los  dos  años  adelante 
serán  suyos?,  sabe  Dios  (28). 


Su  Eminencia  : 


Parce  mihi,  Domine,  nihil  enim  sunt  Dies  tne'i. 


El  Vicario: 


Quis  est  homo,  quia  magnificas  eumf 
Aut  quid  apponis  erga  euiii  cor  tuuni? 


D  .   Diego    d  k 
Vera  : 


Qui  jaciam  tihi,  o  custos  horninum? 

F.cce  nunc  in  pulvere  dorminiam,  et  si  mane  me 
quaesieris  non  suhsistam. 


El  Pueblo  : 


Ouis  potuit  faceré  mundum  de  inmundo  conceptum 
semine^  Xonnc  tu  quis  cst? 


(28)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.464. 


136  — 


LA  INQI'ISICION  y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


El  desconsuelo 
DE  Avala,  Pe- 


D  R  o  S  A    Y  EL 


Veedor : 


Cogitationes  mece  disipatce  aunt,  quia  verba 
iniquorum  prevaluerunt  super  nos. 


L  A    DESESPERA  - 
CIÓN  DE  MAN- 


RIQUE: 


Injernus  domus  mea  est. 


Escudero : 


Patentiam  meani  quis  considerat? 


Todos  : 


Réquiem  aeternan  dona  ei,  Domine  et  lux- 
perpetua  luceat  ei  (29). 


También  se  prohibió  in  totum  la  Anatomia  Europa,  clasificado  en 
el  mismo  estilo  que  los  anteriores,  y  compuesto  con  gran  intención  sa- 
tírica y  fino  sentido  al  contemplar  el  panorama  político  europeo.  Se 
ponía  en  boca  de  la  Triple  Liga :  Antequani  gallus  cantet,  ter  me  nega- 
bis.  Francia  se  expresaba  así :  Rcddite  que  siint  Caesaris,  Caesari,  et 
quce  sunt  Dei,  Deo.  España  respondía :  Si  consilium  hoc,  aut  opus  ex 
Dea  est,  non  potcritis  destrucre  illud,  mientras  el  Emperador  senten- 
ciaba :  Lavit  maniis  coram  populo,  y  en  este  estilo  se  prosigue  resu- 
miendo Turquía  la  situación,  y  sentenciado :  saluteni  ex  inimis  nostris, 
sentencia  tan  verdadera  en  las  luchas  políticas...  Del  mismo  género 
podríamos  señalar  aquí  la  Passio  Domini  Philipi,  secundum  Don  Luis 
de  Haro,  que  corría  por  la  Península  hacia  el  año  1659,  quizá  la  pie- 
za más  intencionada  y  de  más  gracia  y  sal  de  las  escritas  por  aquellos 
tiempos  (30). 

Olvidemos  para  siempre  obras  como  el  Abecedario  Evangélico 
y  Mesa  transfigurada,  del  Descalzo  Fr.  José  de  la  Asunción,  los  cinco 
tomos  de  Novelas  históricas  y  aventuras  galantes,  trágicas  y  cómicas, 
o  las  Anécdotas  Jesuíticas,  repletas  de  proposiciones  desvergonzadas, 


(29)  A.  H.  N.  Jnq.,  leg.  4.443. 

(30)  A.  H.  N.  Inq.,  legs.  4.444  y  4.480. 


—  — 


MIGUEL  Dlí  LA  FINTA  LLORRNTL..  O.  S.  A. 


obscenísimas  e  injuriosas  a  la  Compañía  de  Jesús  y  a  la  Iglesia,  cen- 
suradas y  retenidas  por  el  Santo  Uficio. 

Pocas  obras  de  importancia  he  encontrado  censuradas  por  la  Inqui- 
sición española  a  través  de  todo  el  siglo  xviii.  Se  prohibieron  las 
Actas  de  los  eruditos  de  Lipsia,  según  edicto  del  15  de  enero  de  1750, 
como  igualmente  el  Arte  de  hurtar...,  atribuido  falsamente  al  P.  Vieira, 
y  que  no  era  otra  cosa  si  no  un  ataque  contra  los  rezos  españoles,  con 
sentencias  contumeliosas  y  dicterios  jocosos.  Del  P.  Vieira  se  tacharon 
algunas  frases  de  sus  sermones,  }•  según  edicto  del  año  ij/ó,  se  in- 
tervenía la  traducción  de  sus  sermones  de  la  impresión  del  año  1764, 
mandándose  borrar  en  los  folios  105  y  113  las  expresiones  de  que  Je- 
sucristo adoró  al  Demonio  y  a  Judas,  por  ser  malsonantes,  y  enten- 
didas literalmente  blasfemas.  ¿  Cómo  no  iban  a  ser  prohibidos  por  el 
Santo  Oficio  los  "papeles"  de  aquel  peregrino  racionero  de  San  Sal- 
vador de  Zaragoza,  don  José  Boneta,  editor  de  las  Gracias  de  la  Gracia, 
.saladas  ayudezas  de  los  Santos.'  No  se  podía  hacer  mejor  servicio  a  la 
cultura  religiosa...  Sabida  es  la  .significación  del  Gerundio  de  Campa- 
bas, aparecido  con  el  nombre  de  Francisco  Lobón  de  Salazar,  e  impre- 
so en  Madrid  en  la  imprenta  de  Gabriel  Ramírez,  en  el  año  1758,  y 
que  motivó  tantas  controversias  ajenas  al  pensamiento  del  saladísi- 
mo P.  Isla,  }•  con  derivaciones  muy  desagradables  y  de  otro  tipo  y  corte 
que  las  que  se  propuso  al  escribirle  el  célebre  ingenioso  jesuíta.  Esto 
fué  lo  que  determinó  a  la  Inquisición  española  a  que  se  recogiese  la 
obra,  y  por  ello  se  escribían  en  el  edicto  del  26  de  mayo  de  1760  estas 
líneas:  "Porque  con  motivo  de  la  historia  del  Fr.  Gerundio,  se  han  di- 
vulgado varios  papeles  impresos  y  manuscritos  en  favor  e  impugnación 
de  ella,  excitando  turbaciones  entre  las  familias  religiosas,  con  escanda'' > 
de  la  piedad  christiana,  se  prohiben  igualmente  todos  los  dichos  pape- 
les, y  se  manda  que  en  adelante,  bajo  la  pena  de  excomunión  mayor,  \ 
otras  al  arbitrio  del  Santo  Oficio,  ninguna  persona  se  atreba  a  escribir 
en  pro,  y  ni  contra  dicha  obra."  Pero,  pese  a  todas  las  medidas  inqui.':i- 
toriales,  el  libro,  que  alcanzó  extraordinaria  fortuna,  circuló  subrepti- 
ciamente de  mano  en  mano,  haciendo  las  delicias  de  los  hombres  <le 
buen  gusto  y  de  los  amantes  del  decoro  de  la  cátedra  sagrada,  dado  el 
bien  que  podía  reportar  su  lectura  como  lección  crítica  en  provecho  de 

-  138  - 


LA  IXQi  ISICJON  y  LOS  I'ROnLEMAS  DE  LA  CULTURA 

la  oratoria  nacional,  l'i'.  Gerundio,  sin  embargo,  seguía  en  los  años  pos- 
teriores intervenido  oñcialmente,  y  a  cada  momento  se  reproducían  epi- 
sodios como  el  siguiente  que  paso  a  relatar.  En  el  año  1816  don  Fran- 
cisco Antonio  López  de  Orea  exponia  a  la  Inquisición  que  en  1813» 
previo  el  parecer  de  personas  doctas  y  timoratas,  había  reimpreso  el  Ge- 
rundio de  Campazas,  advirtiéndole  que  podría  ser  perfectamente  "co- 
tidiana su  lectura  en  el  refectorio  de  las  Comunidades",  pero  que  man- 
dada recoger  dicha  reimpresión,  presentaba  en  el  Santo  Oficio  diez 
}'  seis  paquetes  de  ejemplares.  El  librero  indicaba  como  causa  proba- 
ble de  la  entrega  de  la  obra  el  mal  uso  y  la  equivocada  inteligencia  que 
se  hacía  de  los  textos  sagrados  y  las  jocosidades  del  autor,  que  im- 
pedían la  distinción  entre  las  sales  y  la  sátira,  obscureciéndose  el  ob- 
jeto del  autor,  pero  que  estaba  dispuesto  a  desembolso,  sufragando  los 
gastos  de  una  expurgación  y  con  la  obligación  de  anteponer  la  nota 
que  le  placiese  al  Santo  Oficio.  £1  Inquisidor  Fiscal  informó  que  dicho 
librero  retenia  y  vendía,  ordinariamente,  libros  prohibidos  y  obscení- 
simos, y  que  en  lo  referente  al  Gerundio  seguía  vigente  su  prohibición, 
que  había  sido  quebrantada  con  la  reimpresión  de  López  de  Orea,  y 
que  en  ningún  caso  se  podía  acceder  a  su  solicitud,  sin  que  previas  las 
diligencias  de  derecho,  el  Inquisidor  alzase  la  prohibición  de  la  obra 
del  P.  Isla  con  las  notas  o  enmiendas  de  su  agrado  (31). 

En  varios  distritos  inquisitoriales  he  visto  censuradas  las  Noches 
lúgubres,  de  Cadalso.  La  referencia  que  apunto  aquí  se  refiere  a  uno 
de  los  envíos  al  Consejo  Supremo,  y  está  fechada  a  27  de  aliril 
de  181 8.:  "Dixeron  se  proiba  en  primer  edicto  el  folleto  intitulado 
Noches  lúgubres,  compuestas  por  el  Coronel  don  José  Cadalso,  e  im- 
presas en  esta  Corte,  en  la  Imprenta  de  Repullés,  año  181 5,  por  con- 
tener proposiciones  malsonantes  y  ofensivas  a  ios  oídos  piadosos,  sien- 
do de  la  aprobación  de  .S.  A."  Un  auténtico  romántico  — y  de  que 
estilo  en  este  caso —  tenía  que  acobardar  a  los  sesudos  varones  ecle- 
siásticos. En  el  mismo  año  se  prohibieron  también  en  primer  edicto 
las  "Poesías"  de  don  Manuel  José  Quintana,  prohibición  perfectamen- 
te explicable  dentro  fie  a(|uel  aml)¡cnte.  Las  Cartas  de  Eloísa  y  Abc- 


(31)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.495. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


lardo  se  hallaban  vedadas  por  edicto  de  i6  de  enero  de  1756.  Hubo 
abundantes  traducciones.  Una  del  inglés  al  castellano  por  don  Juan 
Maury  )'  Castañeda.  Otro  ejemplar  dió  a  luz  don  Francisco  de  Toxar, 
en  1796,  con  el  retrato  de  Eloísa.  Se  imprimió  en  Salamanca  en  1792. 
El  fiscal  de  la  Inquisición  reputaba  las  Cartas  "como  deshaogos  de 
la  lujuria,  capaces  de  poner  el  sello  a  toda  perversidad"  (?). 

He  aquí  un  extracto  del  Indice  de  los  libros  y  "papeles  de  mala 
doctrina"  (?)  impresos  en  Madrid  desde  agosto  de  1812: 

"Las  Gazetas  de  Madrid  desde  17  de  agosto  hasta  29  de  octubre 
de  181 2,  compuestas  por  Don  Bernardo  Tarrino. 

"Cartas  del  amigo  de  la  Constitución,  por  Don  José  Hernández, 
capellán  mayor  del  Refugio. 

"Ynsinuación  patriótica  sobre  la  necesidad  de  extinguir  los  frayles. 

"Segunda  insinuación  patriótica  contra  los  frailes. 

"Incompatibilidad  de  la  libertad  española  con  el  restablecimiento 
de  la  Inquisición,  por  Ingenuo  Tostado. 

"Diccionario  crítico-burlesco  de  Gallardo. 

"Discurso  de  Mexía  sobre  la  libertad  de  la  Imprenta. 

"Pan  y  Toros. 

"Felicitación  del  Ayuntamiento  de  Madrid  a  las  Cortes  por  la 
abolición  de  la  Inquisición. 

"El  pueblo  desengañado.  Respuesta  al  clero  vindicado. 

"Escape  de  los  liberales  de  la  chamusquina  que  les  preparaba  el 
Filósofo  Rancio. 

"Espejo  de  serviles  y  liberales. 

"Os  rogos  de  un  gallego. 

"Marica  constitucional. 

"Carta  de  un  religioso  español  (el  P.  Santander)  sobre  el  abuso 
del  Poder. 

"Segundo  aviso  a  los  chisperos. 

"Bosquejo  de  la  revolución  de  España,  por  Martínez  de  la  Rosa. 

"Breve  ensayo  sobre  el  fanatismo. 

"Seguidillas  a  la  entrada  de  la  Regencia. 

"Elogio  fúnebre  del  Dr.  Don  Eugenio  de  la  Peña. 

"Discursos  de  Ruiz  Padrón  }•  Villanueva  contra  la  Inquisición. 


—  140  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 

"Fr.  Lucas  (comedia). 

"Las  Religiosas  de  Canibray"  (32). 

Como  los  títulos  revelan  se  trata  de  una  literatura  chabacana, 
donde  se  alian  con  el  anticlericalismo  y  la  "euforia"  democrática  to- 
das las  nuevas  ideas  que  durante  todo  el  siglo  xviii  contribuyen  al 
proceso  de  desnacionalización,  al  tránsito  del  liberalismo  doctrinario  y 
del  galdosianismo  espeso,  lo  mismo  en  política  que  en  materia  religio- 
sa. ¿No  se  acuerdan  mis  lectores  de  toda  aquella  bazofia  ideológica? 
En  la  Constitución  vio  la  gente  española  la  salvación  para  el  progre- 
so de  su  patria,  y  ¡con  qué  candor  lo  afirmaban  aquellos  buenos  es- 
pañoles! Un  "español  ingenuo"  se  dirigía  a  sus  compatriotas,  desde 
un  periódico  de  Reus,  por  el  año  1814,  encareciendo  la  Constitución, 
el  "grande  libro  español",  escribiendo  que  este  "libro  inmortal"  iba 
a  sepultar  a  Napoleón  y  a  sus  secuaces  "en  el  profundo  de  la  nada, 
in  saeciila  saeculorum".  Villacampa,  gobernador  a  la  sazón  de  Ma- 
drid, se  expresó  delante  de  los  padres  de  la  patria  en  el  sentido  de 
que  si  los  "malvados"  osasen  intentar  la  disolución  de  la  represen- 
tación nacional,  despedazando  las  santas  páginas  de  la  Constitución 
española,  habían  primero  de  empaparlas  en  la  sangre  del  General  Vi- 
llacampa y  de  sus  colaboradores,  para  que  la  nación  no  se  viese  otra 
vez  presa  de  tiranos  ni  teatro  afrentoso  de  degradación  y  despotis- 
mo (sic).  Un  poeta  "democrático"  cantaba  en  el  mes  de  abril  de  1814 
las  excelencias  del  "libro  inmortal": 

Salve,  libro  divino; 
salve,  libro  inmortal,  código  santo; 
consuelo  peregrino 
del  cielo  sacrosanto, 

que  de  España  enjxigó  el  amargo  llanto. 

Por  los  mismos  días,  otro  demócrata  que  firmaba  sus  artículos 
con  el  seudónimo  El  Canonista  de  Río-Gordo  hablaba  de  los  orga- 
nistas metidos  a  escritores  y  de  los  frailes  lustrosos  "que  siembran 


(32)   A.  H.  N.,  leg.  4.449. 


—  141  — 


MIGUEL  DE  LA  PIXTA  LLORANTE,  O.  S.  A. 


la  anarquía  con  sus  mamarrachos".  El  vocabulario  manejado  por  los 
hijos  de  la  libertad  y  las  atrocidades  de  los  nuevos  españoles  "incor- 
porados" a  la  cultura  europea,  a  los  nuevos  métodos  políticos  impor- 
tados de  nuestra  vecina  Francia,  superan  con  creces  las  más  amplias 
aspiraciones  de  modernidad,  de  constitucionalidad  y  de  libertad  de 
conciencia.  En  la  Caseta  de  la  Cortina  escribía  otro  "patriota",  por 
el  año  1813,  hablando  de  la  ruina  del  castillo  del  Patriarca  y  del  de 
Pilatos,  de  Tarragona:  "Observemos  que  los  franceses,  nuestros  opre- 
sores, por  un  trastorno  de  ideas,  han  apartado  de  nuestra  vida  aque- 
llos promontorios  de  feudalismo,  los  calabozos  en  donde  han  gemido 
nuestros  padres,  y  en  donde  nosotros  hemos  hecho  resonar  aquellas 
bóvedas  con  los  sacudimientos  que  dábamos  a  las  cadenas.'" 

Sólo  el  sonrojo  en  las  mejillas  y  la  vergüenza  en  el  alma  acusa- 
rían la  emoción  de  un  buen  español  lector  de  estas  inmundicias  ideo- 
lógicas, condimentadas  con  una  bazofia  literaria  y  unas  patrañas  nau- 
seabundas asentadas  en  la  calumnia  más  desvergonzada  y  dolorosa, 
por  tratarse  del  desprestigio  de  nuestra  Patria,  de  su  magnífica  his- 
toria y  tradición.  Hemos  sido  los  españoles  los  que  hemos  contribuido 
más  y  mejor  a  la  deshonra  del  país.  El  Obispo  Las  Casas  divulgó 
por  el  mundo  la  pretendida  ferocidad  y  crueldad  de  la  gente  ibérica 
en  América.  Juan  Antonio  Llórente  deduce  en  su  famosa  Historia  de 
la  Inquisición  la  intolerancia  y  el  fanatismo  de  nuestra  comunidad 
peninsular.  ¿  Qué  de  particular  tuvo  que  el  Santo  Oficio  publicase 
edicto  tras  edicto  con  la  condenación  de  semejante  literatura,  de  en- 
gendros literarios  de  tal  calidad...? 

Una  de  las  liltimas  censuras,  y  más  curiosas,  se  refiere  a  El  sí 
de  las  niñas,  por  Imarco  Cclenio.  A  22  de  abril  se  buscaba  en  Bar- 
celona a  Imarco  Celenio,  por  auto  firmado  en  aquella  Inquisición.  No 
se  le  encontró.  Se  creyó  fuese  por  la  equivocación  del  nombre,  pues 
figuraba  en  el  expediente  como  don  Leandro  Moratín.  Se  rectifica 
la  equivocación  a  19  de  agosto  de  181 8,  consignando  se  llama  el  autor 
de  la  comedia  don  Leandro  Fernández  de  Moratín,  antiguo  secreta- 
rio de  la  interpretación  de  lenguas  en  la  Corte,  y  desplazado  a  Fran- 
cia con  las  tropas  de  aquella  nación,  aunque  había  regresado  a  la 
Península.  En  el  mes  de  mayo  de  aquel  año  se  encontraba,  efecti- 


—  142  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


vamente,  Moratín  en  Barcelona,  aunque  posteriormente  volvió  a  in- 
ternarse en  tierra  francesa. 

El  Inquisidor  fiscal,  enterado  del  dictamen  y  censura  de  los  pa- 
dres de  la  Compañía  Juan  José  Tolrá  y  Francisco  Javier  Bauzas, 
fué  de  parecer  que  se  prohibiese  la  lectura  y  representación  de  la  co- 
media moratiniana.  Los  inquisidores  ratificaron  la  opinión  del  fiscal, 
y  en  el  Consejo,  a  9  de  noviembre  de  1819,  se  dictaba  el  auto  que  si- 
gue:  "Prohíbase  en  primer  edicto,  por  ser  contraria  al  respeto  que 
merecen,  y  con  que  deben  ser  tratadas  las  cosas  santas  y  pertene- 
cientes al  culto  religioso ;  por  indecorosa  y  ofensiva  al  estado  eclesiás- 
tico, y  por  injuriosa  a  la  cristiana  y  pía  educación  de  las  niñas  en 
los  conventos  de  religiosas."  Pero  conviene  precisar  un  episodio.  Como 
Moratín  se  encontrase  fuera  de  su  patria  y  no  pudiera  defenderse,  se 
nombró  por  la  Inquisición  defensor  de  oficio,  recayendo  en  el  padre 
Fr.  Rafael  Muñoz,  calificador  del  Santo  Oficio.  Tal  censor  suscribe 
el  siguiente  juicio  sobre  El  sí  de  las  niñas:  "No  se  opone  a  la  moral, 
ni  a  las  costumbres  públicas."  Manifiesta  que  el  autor  sólo  se  pro- 
pone agradar  e  instruir,  empleando  para  ello  todas  las  reglas  que 
prescribe  el  arte  para  unir  lo  bueno  y  útil  con  lo  divertido,  logrando, 
efectivamente,  "instruir  y  agradar",  sin  menoscabo  de  los  deberes  re- 
ligiosos. Los  regalos  de  las  monjas,  "rosarios,  lignum-crucis",  etc., 
llamados  en  la  comedia  "chucherías",  no  es  — escribe  el  censor —  por- 
que realmente  lo  sean,  ni  era  ésa  la  intención  del  autor,  sino  poner 
de  relieve  el  lenguaje  de  las  gentes  fatuas.  Salva  el  padre  calificador 
frases  de  Don  Diego:  "Tropecé  con  el  rector  de  Málaga  y  el  doctor 
Padilla,  y  hasta  que  me  han  hartado  de  bollos  y  chocolate",  y  las  de 
Doña  Irene  nombrando  a  las  monjas  "Circuncisión",  "Trinidad", 
"Angustias",  etc.  Son  dignas  de  reproducirse  las  líneas  finales  de  la 
censura:  "Primero,  esta  comedia  se  imprimió  el  año  1805,  y  se  im- 
primió con  todas  las  licencias  necesarias,  a  lo  menos  existiendo  de 
hecho  el  Santo  Oficio ;  en  aquel  tiempo  no  se  habría  concedido  su 
pase,  sin  una  seguridad  de  su  buena  moral,  a  lo  menos,  así  debió  ser. 
Si  se  prohibe  ahora,  sin  haberle  añadido  nada  su  autor  se  sigue,  por 
una  consecuencia  forzosa :  o  a  que  no  hay  motivo  ahora  para  su  pro- 
hibición ;  o  que  si  lo  hay,  este  mismo  existió  en  un  principio,  debiendo 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


el  Tribunal  haberlo  conocido  en  su  primera  representación  al  público, 
avisando  los  revisores  el  efecto  que  producía  en  los  espectadores.  Cua- 
lesquier  miembro  desta  disyuntiva  que  se  admita,  es  contra  el  honor, 
buen  nombre,  y  recto  proceder  del  Santo  Oficio,  pues  en  un  caso  se 
le  acusa  de  culpable  en  esta  omisión,  y  en  el  otro  se  le  puede  argüir 
de  nimiamente  escrupuloso  en  asuntos  de  transcendencia.  Según  las 
censuras  que  esta  comedia  ha  merecido,  se  ve  que  la  primera  después 
de  un  maduro  exámen,  que  con  algunas  supresiones  V.  S.  I.  puede 
permitir  su  representación  por  ser  argumento  bastante  instructivo.  La 
segunda  censura,  dice  abiertamente  que  se  debe  prohibir.  Habiendo 
como  efectivamente  hay  diferencia  igual  en  ambas  censuras,  el  señor 
Moratín  tiene  un  derecho  de  posesión  que  no  se  le  debe  alterar,  según 
las  reglas  establecidas  en  el  Derecho.  Además,  esta  prohibición  iría 
directamente  contra  los  intereses  y  buena  fama  de  don  Leandro  Fer- 
nández de  Moratín,  el  qual  si  halla  expatriado  de  España,  es  por  asun- 
tos puramente  políticos,  que  no  están  sujetos  al  juicio  de  V.  S.  L"  (33). 

Refiriéndonos  precisamente  a  la  Inquisición  de  Barcelona,  quede 
constancia  de  que  por  entonces  figuran  reiteradamente  recogidos  y 
sujetos  a  censuras  el  Fray  Gerundio,  Retrato  de  los  jesuítas  formado 
al  natural,  publicado  en  Madrid  por  Gabriel  Ramírez,  e  Instrucción 
a  los  Príncipes  sobre  la  Política  de  los  PP.  Jesuítas,  editado  igual- 
mente en  Madrid  por  Pantaleón  Aznar  (1768),  repletos  de  calumnias 
y  atrocidades,  como  era  uso  y  estilo.  Pero  ¿para  qué  volver  a  recor- 
dar aquella  morralla  literaria  ?  ¿  Para  qué  recordar  la  Frailada  del 
fraile,  Duende  de  los  cafés,  la  Defensa  del  ped.,  La  cuchilla  del  te- 
rror, Banderilla  al  Filósofo  Rancio,  el  Aviso  a  los  gallegos,  la  Au- 
rora mallorquina,  Batería  para  los  frailes.  El  Concisón  de  Cádiz  o  el 
Manifiesto  de  don  Simón  Bergaño  y  Villegas? 

El  motivo  y  la  causa  que  determinaron  la  pululación  de  abortos 
de  esta  clase  están  resumidos  en  unas  letras  publicadas  en  el  año  181 5 
por  el  entonces  Inquisidor  General  don  Francisco  Javier  Mier  y  Cam- 
pillo, quien  escribía  así:  "Sabed  que  a  nuestra  noticia  ha  llegado,  y 
a  toda  España  es  bien  notorio  que  entre  los  males  que  nos  trajo  la 


(33)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.484. 


—  144  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


invasión  enemiga  en  1808,  y  la  ausencia  y  cautividad  de  nuestro  ama- 
do Monarca,  no  lia  sido  el  menor  la  libertad  de  pensar  y  escribir  con 
tal  desafuero  que  por  el  espacio  de  cinco  años  se  vió  nuestra  piadosa 
y  católica  nación  inundar  de  folletos,  periódicos,  papeles  volantes,  y 
escritos  perversos  que  andalian  en  manos  de  todos  con  ruina  de  sus 
almas.  Abolido  el  Santo  Oficio  en  las  provincias  sojuzgadas  por  el 
impío  tirano,  y  en  las  libres  entorpecido  primeramente  en  sus  fun- 
ciones, y  después  extinguido  de  hecho,  no  alcanzando  los  clamores  y 
el  celo  de  los  Reverendos  Obispos  a  contener  tan  grave  mal,  no  hubo 
dique  que  represara  a  los  ingenios  libres  y  amantes  de  novedades,  y 
el  desenfreno  de  escribir,  autorizado  por  la  libertad  de  imprenta  llegó 
a  tal  extremo,  que  no  solo  se  publicaban  diariamente  escritos  en  todo 
sentido  pernicioso,  y  sí  también  se  imprimieron  obras  ya  antes  jus- 
tamente condenadas  por  el  Santo  Oficio,  y  algunas  que  lo  estaban 
por  el  juicio  de  toda  la  Iglesia"  (34). 

Ni  que  decir  tiene  que  adrede  no  nos  hemos  referido  a  compo- 
siciones literarias  caracterizadas  por  las  chanzas  verdes  y  la  lascivia 
picante  y  bochornosa.  Fué  género  literario  perseguido  sistemática- 
mente por  la  autoridad  inquisitorial,  y  a  través  de  los  primeros  años 
del  siglo  XIX  se  prohibían,  entre  otras  menos  populares,  pero  sí  tan 
libidinosas,  las  coplas  Un  día  con  Perico...,  Confesión  de  la  niña,  Pe^ 
rico  y  Juanita  y  la  Canción  del  taranlarerá,  sin  olvidar  coplas  de  otro 
género,  como  las  recogidas  Coplas  sin  pies  ni  cabeza  motivadas  por  la 
prohibición  del  Arzobispo  de  Granada  a  las  mujeres  de  no  entrar  en 
las  iglesias  con  trajes  deshonestos,  suceso  del  año  1800,  y  que  se  ta- 
charon de  obscenas  y  provocativas. 

Fuera  de  teología,  filosofía  o  moral,  sin  olvidar  los  estudios  bí- 
blicos, apenas  si  se  atendió  a  la  producción  extranjera,  y  aun  en  las 
obras  de  carácter  literario,  con  sus  acostumbradas  licencias,  ya  en  ma- 
teria de  concupiscencia,  ya  en  libertades  y  críticas  mordientes  contra 
la  autoridad  eclesiástica,  fueron  muy  escasos  los  libros  prohibidos,  re- 
teniéndose de  ordinario  hasta  haberse  verificado  una  discreta  censura, 
que  en  la  mayoría  de  los  casos  se  reducía  a  tachar  unos  cuantos  ren- 


(34)    A.  II.  N.  Inq.,  leg.  4.501. 

—  145  — 

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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


glones  que  nunca  empecían  a  la  belleza  e  importancia  de  las  obras. 

En  1625  se  atendió  a  las  traducciones  españolas  del  Bocaccio.  La 
Caída  de  Príncipes  fue  el  primer  tratado  del  autor  italiano  que  se 
tradujo  en  España.  Pedro  López  de  Ayala  lo  había  empezado,  coro- 
nándose la  versión  por  don  Alonso  de  Cartagena,  Obispo  de  Burgos, 
hacia  el  año  1422.  Se  tachó  el  pasaje  donde  el  Bocaccio  hablaba  de 
los  Pontífices,  pasaje  tan  conocido,  que  no  merecería  ser  reproducido 
de  no  ser  por  la  rareza  de  la  traducción  y  los  quilates  de  la  prosa : 
"Empero  pensando  agora  cómo  los  apostólicos  padres  sanctos  de  este 
nuestro  tiempo  están  muy  mucho  desviados  de  las  costumbres  y  ma- 
neras de  los  que  en  el  tiempo  antiguo  pasaron,  los  quales  con  lágri- 
mas y  devotas  oraciones  toda  su  vida  componían,  y  las  virtudes  de 
los  cielos  por  sus  devotas  oraciones  se  movían,  creo  agora  que  las 
mitras  que  tenían  los  otros,  estos  presentes  mudaron  en  hielmos  y 
los  báculos  pastorales  en  danzas,  y  las  santas  vestiduras  en  lorigas. 
E  empachanse  oy  contra  las  libertades  y  franquezas  de  los  inocentes, 
andando  ayuntando  huestes  y  asonadas,  y  alargarse  en  derramamiento 
de  la  sangre  de  sus  christianos,  y  diziendo  que  todo  esto  hazen  por 
ensalmar  el  estado  de  la  sancta  madre  yglesia,  no  parando  mientes,  ni 
se  acordando  de  aquella  palabra  que  dixo  N.  Señor  quando  dezía: 
"el  mi  reyno  no  es  deste  mundo" ;  y  veo  los  tales  querer  ocupar  todo 
el  señorío  del  mundo,  por  la  qual  razón  me  arredré  de  hablar,  ni  pen- 
sar en  tales  cosas,  entendiendo  que  la  obra  que  sobre  tal  materia  hi- 
ziese,  sería  más  escarnio  que  virtuosa.  Empero  avm  en  esto  tal  come- 
diendo  a  quien  presentaría  la  tal  obra,  si  la  hiziese,  pensé  una  vez  de 
la  mostrar  al  Emperador  que  oy  reyna.  Empero  luego  pensé  no  ser 
bien  hecho,  entendiendo  que  muchos  hechos  muy  granados,  que  otros 
de  sus  antecesores  hizieran,  eran  ya  por  él  olvidados,  e  veyéndolo  ocu- 
pado en  grandes  combites,  y  muy  criminosos  comeres  de  muy  pre- 
ciosos vinos  y  manjares,  pasando  su  tiempo,  estando  como  hombre 
frío,  asentado  en  las  nieues  deseladas  de  Italia  para  librar  y  desen- 
volver los  pleitos  y  querellas  de  los  querellosos"  (35). 

El  Dante  estaba  expurgado  en  italiano  por  el  Expurgatorio  del 


(35)    A.  H.  A.  Inq.,  leg.  4.472. 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


año  1632.  En  España  se  le  hicieron  unos  insignificantes  comentarios 
por  el  año  1634  (36). 

Los  Caracteres  de  La  Bruyere  interesaron  en  la  Peninsula  hacia 
1750.  Se  los  consideró  inconvenientes  por  la  sátira  y  los  dichos  inju- 
riosos y  denigrativos  contra  Inocencio  II,  contra  la  Compañía  y,  en 
general,  contra  los  directores  de  espíritus  y  predicadores  católicos  (sicj. 

Las  historias  e  historietas  referentes  a  Port-Royal,  donde  se  ul- 
trajaba al  Pontífice  y  se  renovaban  los  errores  de  Jansenio  y  Ques- 
nel,  fueron,  naturalmente,  prohibidas.  No  podíamos  olvidar  la  famosa 
e  insustancial  obra  del  "abate"  (sicJ  Raynal.  Su  Histoire  Philoso- 
phique  et  politique  des  Etablissements  dans  les  deux  Indes  se  había 
prohibido  por  una  disposición  de  1779.  La  obra,  sin  consistencia  do- 
cumental, sin  crítica  elevada  y  justa,  alcanzó,  como  es  sabido,  noto- 
riedad y  extensa  fama.  Nada  puede,  sin  embargo,  salvarla,  no  obs- 
tante reconocer  ciertas  buenas  condiciones  en  la  gente  española.  Sus 
ataques  a  la  Iglesia,  el  veneno  derramado  y  las  calumnias  trenzadas 
contra  los  monarcas  españoles,  contra  la  Inquisición,  contra  nuestros 
colonizadores  en  América  y,  en  general,  contra  nuestra  Patria,  hicie- 
ron de  todo  punto  imposible  su  circulación.  Del  célebre  Masson  de 
Morvilliers  se  recogió  su  obra  Abrégé  Elementairc  de  la  Geographie 
vniuerselle  de  l'Espagne,  et  du  Portugal.  Se  prohibió  in  totum  por  su 
carácter  tendencioso  y  sus  proposiciones  de  carácter  herético.  Unas 
Recherches  philosophiques  sur  les  Americains,  impresas  en  Londres 
(1771),  y  de  cierta  popularidad,  se  prohibieron  igualmente  por  sus 
proposiciones  sapientes  haeresim. 

En  la  segunda  mitad  del  siglo  xvii  se  incluyen  en  los  edictos 
varias  obras  francesas.  La  Inquisición  de  Valladolid  censuró  la  His- 
toire du  Chevalier  des  Grieux  et  de  Mmon  Lescaut,  anotada  en  el 
edicto  público  de  mayo  de  1789.  La  misma  Inquisición  trataba  por 
esta  época  de  la  censura  y  calificación  de  los  Dialogue  entre  Louis  XIV , 
Roí  de  France,  et  Charles  VI,  seizienne  Empereur  de  la  Maison  d'Au- 
triche.  Se  había  impreso  en  Utrecht  en  1742.  Se  tratan  en  ella  cosas 
diversas.  Da  el  autor  como  condenado  al  Fundador  de  la  Compañía,  in- 


(.^6)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.444. 


—  14;  — 


1 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


sulta  la  memoria  de  Inocencio  XI,  satiriza  y  ridiculiza  escandalosa- 
mente la  canonización  de  los  Santos,  y  ataca  el  dogma  de  la  predesti- 
nación. No  satisfecho  el  autor  con  tamañas  atrocidades,  declaraba  ile- 
gítimo y  espurio  a  Luis  XIV,  manchando  la  fama  de  su  ilustre  ma- 
dre Doña  Ana  de  Austria,  haciéndole  hijo  del  Cardenal  Richelieu,  a 
la  vez  que  sostenía  obstinadamente  que  la  condenación  de  Molinos  y 
de  sus  errores  por  Inocencio  XI  se  debió  únicamente  a  la  presión  de 
Luis  XIV,  holgándose  de  vindicar  así  las  doctrinas  quietistas.  La  Vas- 
coniana,  publicada  en  París,  en  casa  de  Michel  Brunet  (1710),  y  que 
no  era  otra  cosa  sino  un  tejido  basto  de  chistes,  cuentecillos  y  agude- 
zas, atribuidos  a  los  gascones,  fué  enjuiciada  como  perjudicial  a  las 
buenas  costumbres.  Por  el  año  1787  se  prohibían  las  poesías  latinas 
de  Bernardo  Moneta,  injuriosas  al  sacerdocio  )•  a  los  monasterios,  y 
opuestas  a  las  sanas  costumbres.  La  edición  de  Moneta  se  había  reco- 
gido en  una  antología  de  poetas  griegos  y  latinos,  publicada  en  Franc- 
fort, en  1743. 

Las  obras  publicadas  contra  España  fueron  muchas.  Recuérdese 
el  librito  intitulado  Frater  hispanicus,  impreso  en  Londres  (1735)  y 
prohibido  in  totum.  Por  el  año  1785  se  editaba  en  las  prensas  de  Ams- 
terdan  Potrait  de  Fhilippe  II,  Roi  d'Espagne,  par  Mercier,  auteur  du 
Tablean  de  Paris,  du  Potrait  des  Rois  de  France,  dii  Bonnet  de  Nuit. 
Se  vedó  también  su  lectura  por  Decreto  del  Consejo  de  31  de  agosto  de 
1791.  El  libro  encaja  perfectamente  dentro  de  la  leyenda  negra,  carac- 
terizando su  autor  a  Felipe  II  por  el  despotismo,  "terrible  y  supersti- 
cioso". Después  de  Tiberio  — escribía  el  escritor  francés —  jamás  tirano 
alguno  se  ha  visto  sentado  sobre  el  trono.  Arremete,  además,  contra  la 
Inquisición,  exaltando  las  excelencias  de  Ysabel  de  Inglaterra.  En  el 
año  1792  se  delataron  Les  liaisons  dangereux,  cartas  impresas  en 
Amsterdan  en  1782.  Los  principales  personajes  que  figuran  en  la  so- 
ciedad que  describe  — ocho  o  diez  personas —  son  exponentes  de  la 
salacidad  y  corrupción  sexual  más  extremada  y  escandalosa.  ¿  Se  po- 
día consentir  la  circulación  por  la  Península  de  las  historias  y  corres- 
pondencias de  la  Marquesa  de  Mentevil  y  del  Vizconde  de  Valmont, 
capaces  de  enrojecer  a  un  cabo...?  Todavía  se  encuentran  en  nuestros 
días  lectoras  de  Les  liaison  dangereux,  publicadas  por  el  Patronage  de 


—  148  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


L'Association  Guillaume  Budé" .  (Societe  des  Bolles  Lettres.  París. 
Se  trata  de  un  texto  preparado  por  Eduardo  Alaynal.) 

A  fines  del  siglo  xviii  se  seguían  interviniendo  muchas  lecturas 
francesas.  Así  estaban  veladas  La  revolution  de  Paris,  La  Constitution 
de  Paris  (lygi),  Droits  dii  homme,  en  response  au  attaque  de  Mr.  Burk 
sur  la  revolution  francaise.  En  el  último  Expurgatorio  se  había  prohi- 
bido el  Encomium  Morice,  de  Erasmo,  traducido  al  francés,  L'Eloge  de 
la  folie.  La  prohibición  sobre  los  libros  consagrados  de  alguna  manera 
a  la  revolución  francesa  fué  general  y  sin  excepciones. 


—  149  — 


CAPITULO  IV 


Significación  del  renacimiento  bíblico  en  España  en  la  segunda  mitad  del  si- 
glo XVI. — El  proceso  criminal  contra  los  biblistas  salmantinos. — Declaraciones 
de  Fr.  Bartolomé  de  Medina,  Fr.  Domingo  Báñez,  Fr.  Juan  de  Santa  Cruz, 
Francisco  Cerralvo  de  Alarcón,  León  de  Castro,  Fernández  de  Salazar  y 
Bachiller  Pedro  Rodríguez. — Diecisiete  proposiciones  achacadas  a  los  hebraís- 
tas Fr.  Luis  de  León,  Martínez  de  Cantalapiedra  y  Gaspar  de  Grajal,  pre- 
sentadas en  el  Consejo  de  la  Suprema  por  el  padre  Pedro  Fernández,  do- 
minico.— Parecer  de  los  inquisidores  de  Valladolid. —  L^na  advertencia  del  Co- 
misario Francisco  Sancho.  —  Prisión  de  los  hebraístas.  —  Una  obra  magistral 
del  Maestro  Martín  Martínez  de  Cantalapiedra:  Libri  decem  hypotyposcon...- — 
Su  significación  científica. — Exposición  doctrinal  de  los  biblistas  españoles. — El 
hebraísmo :  la  V'ulgata  y  la  interpretación  de  los  santos. — Precursores  de  la 
moderna  exégesis. — Dos  opiniones  de  los  dominicos  Arce  y  Domingo  Báñez.- — 
.\mplitud  de  la  Teología  positiva :  sus  ciencias  auxiliares,  y  principalmente  el 
estudio  de  la  Teología  escolástica. — La  cultura  patrística. — Valoración  crítica 
del  movimiento. — Altura  científica  de  algunos  teólogos  calificadores. — El  pro- 
blema histórico. — Las  Juntas  de  Salamanca. — Textos  de  los  procesos  crimina- 
les.—Diferencias  de  criterios  científicos  y  las  competencias  a  cátedras. — Las  ac- 


N  mi  libro  La  Inquisición  española  he  condensado,  en  líneas  ge- 


t  /  nerales,  y  con  las  siguientes  palabras,  la  significación  del  movi- 
miento intelectual  que  he  de  exponer  circunstanciadamente  en  este 
capítulo  para  solaz  y  deleite  de  los  hombres  cultos:  "El  conocimien- 
to de  las  lenguas  antiguas  y  la  reacción  más  o  menos  violenta  contra 
el  espíritu  y  procedimientos  del  peripatetismo  escolástico  de  los  si- 
glos medios,  contribuyen,  poco  a  poco,  a  acelerar  los  comienzos  de 
una  nueva  edad  intelectual,  caracterizada  por  los  grandes  trabajos 


tuaciones  del  dominico  Fr.  Bartolomé  de  Medina. 


—  '51  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


de  investigación  y  de  exégesis.  La  lucha  intensa  y  enérgica  contra 
los  escolásticos  decadentes  y  contra  los  clérigos  atrabiliarios  y  está- 
ticos, iniciada  por  el  Maestro  Nebrija,  da  sus  mejores  frutos  en  la 
segunda  mitad  del  siglo  xvi.  No  se  extiende  el  nuevo  espíritu  en  in- 
geniosas alegorías,  sino  en  una  tendencia  a  esclarecer  y  depurar  las 
expresiones  literales  del  sagrado  texto  bíblico.  Se  satisfacían  las  exi- 
gencias de  la  crítica,  y  se  solucionaban  múltiples  dificultades,  con- 
forme con  los  adelantos  de  la  ciencia  y  de  la  crítica  escrituraria.  Una 
honda  agitación  intelectual  caracteriza  esta  época,  que  llena  la  se- 
gunda mitad  del  Quinientos.  Es  una  etapa  histórica  de  investigación, 
de  controversia,  de  coordinación.  Esta  fiebre  y  actividad  mental  afec- 
ta de  una  manera  directa  a  la  Biblia.  No  se  merma,  sin  embargo,  el 
Dogma.  Se  preconiza  una  perfecta  libertad  de  investigación,  de  acuer- 
do con  los  principios  y  métodos  de  la  ciencia,  prescindiendo  de  las 
restricciones  de  pequeños  dogmatismos,  y  de  !a  discutible  autoridad 
de  sistemas  ya  anticuados,  o  de  escuelas  que  a  la  sazón  no  tenían  nin- 
guna razón  de  ser.  Este  espíritu  incorporaba  en  la  exégesis  y  en  la 
crítica  moderna  todas  las  novedades  o  adquisiciones  de  la  ciencia. 
Los  grandes  doctores  habían  dado  el  ejemplo  de  acumulación  de  todas 
las  ciencias  profanas  que  podían  esclarecer  e  iluminar  las  dificultades... 
La  exploración  es  soberbia.  Todo  lo  domina  un  hecho :  la  creación  de 
un  método.  Se  abandonan  las  pretendidas  verdades  y  se  dedica  el 
hombre  de  letras  al  estudio  lingüístico,  y  a  las  comparaciones  valora- 
tivas.  .'^e  avanza  de  observación  en  observación.  En  lugar  de  empezar 
por  la  síntesis  se  empieza  por  el  análisis.  El  instrumento  se  ha  encon- 
trado ;  el  método  se  consolida  y  se  amplía  el  campo  de  la  ciencia.  En  la 
Historia,  en  la  crítica,  el  estudio  de  los  hechos,  del  medio,  de  los 
sentidos  textuales,  reemplazaba  las  viejas  reglas  escolásticas  dentro 
del  estudio  de  la  Teología  positiva"  fi). 

El  día  17  del  mes  de  diciembre  de  1571  declaraba  el  padre  do- 
minico Fr.  Bartolomé  de  Medina  ante  el  Comisario  de  la  Inquisición 
en  Salamanca,  Francisco  Sancho,  su  inquietud  por  un  pretendido 


(i)  Vid.  Miguel  de  la  Pinta  en  La  /nquisición  esf>nñoln.  págs.  .^:í^i-347. 
Madrid,  1948. 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


espíritu  reformista  que  se  habia,  por  lo  visto,  iniciado  en  Salamanca, 
con  escándalo  de  los  doctos  de  aquella  Universidad,  arca  dorada  de  la 
ortodoxia,  como  Madre  insigne  de  teólogos  que  aun  hoy  siguen  y 
continuarán  iluminando  la  eterna  tradición  de  la  verdad  y  de  la  fe. 
Estas  fueron  sus  palabras:  "y  que  entiende  que  en  esta  Universidad 
ai  mucho  afecto  a  cosas  nuehas,  y  sí  poco  a  la  antigüedad  de  la  religión 
y  fe  nuestra,  y  dixo  que  esto  es  lo  prencipal  que  se  deue  remediar"  (2). 
Concluía  Fr  Bartolomé  de  Medina  con  estas  frases  su  testificación 
contra  los  Maestros  Martín  Martínez  de  Cantalapiedra,  Gaspar  de 
Grajal  y  Fr.  Luis  de  León,  catedráticos  los  tres  en  la  Atenas  salman- 
tina, y  perennemente  vinculados  a  la  Historia  de  nuestra  ciencia  y 
de  nuestro  humanismo,  como  magníficos  exponentes,  dentro  de  la 
tradición  científica  ortodoxa,  del  ímpetu  especulativo  de  nuestras  gen- 
tes universitarias. 

Fr.  Luis  de  León  asociaba  sangre  judía  y  esencias  iberas.  El 
Maestro  Gaspar  de  Grajal  procedía  de  castas  alienígenas  desposadas 
con  la  Fe,  y  él  destacó  siempre  como  sacerdote  ejemplar  y  hombre 
de  bonísima  condición  nativa.  Martínez  de  Cantalapiedra,  pese  a  acu- 
saciones que  intentaron  manchar  su  raza,  era  originario  de  la  más 
castiza  tierra  castellana :  Salamanca  y  Valladolid.  Los  tres  son  los 
personajes  del  drama  que  hemos  de  exponer,  respondiendo  a  los  más 
exigentes  cánones  de  la  objetividad  histórica.  Su  importancia  la  dedu- 
cirá el  lector  con  sólo  advertir  que  acaecía  en  los  primeros  años  de  la 
segunda  mitad  del  siglo  xvi,  es  decir,  mucho  antes  que  el  espíritu 
crítico  moderno  alumbrase  la  exégesis,  que  debía  rebasar  el  estrecho 
círculo  en  que  los  hombres  del  Renacimiento  pretendían  en  general 
encerrarla,  aportándose  en  la  empresa  frutos  de  la  más  alta  cultura 
europea,  como  que  se  anticipaba  muy  eruditamente  a  la  ciencia  filoló- 
gica, una  creación  por  completo  moderna. 

.A.  dos  de  diciembre  del  año  1571  había  presentado  en  el  Consejo 

(2)  Procesos  inquisitoriales  contra  los  hebraístas  de  Salamanca:  Gaspar 
de  Grajal,  Martínc;:  de  Cantalapiedra  y  Fr.  Luis  de  León.  I. — Gaspar  de  Gra- 
jal. —  Estudio  y  transcrii)c¡ón  paleográfica  por  Miguel  de  la  Pinta  Lloren- 
te,  O.  S.  A.,  pág.  10. — Del  Archivo  Agustiniano.  Madrid.  Monasterio  de  El 
Escorial,  1935. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Supremo  de  la  Inquisición,  el  P.  Fr.  Pedro  l-'ernández,  de  la  Orden 
de  Santo  Domingo,  un  papel  que  incluía  17  proposiciones  sospecho- 
sas, "que  no  les  parecía  buen  lenguaje"  a  los  PP.  Domingo  Báñez 
)'  Fr.  Bartolomé  de  Medina.  Dichas  proposiciones  habían  sido  reco- 
gidas en  Salamanca  por  varios  conductos,  y  se  achacaban  a  los  ca- 
tedráticos Ga.spar  de  Grajal,  Fr.  Luis  de  León  y  M&rtínez  de  Can- 
talapiedra.  En  el  mismo  mes  dieron  comienzo  las  diligencias  para- ins- 
truir el  debido  expediente  que  se  iniciaba  con  la  clásica  información 
abierta  en  Salamanca  por  el  Comisario  del  Santo  Oficio  en  aquella 
ciudad,  Francisco  Sancho,  y  que  había  de  motivar  el  famoso  proceso 
criminal  contra  los  hebraístas  aludidos. 

Vamos  a  resumir  brevemente  los  cargos  presentados  en  la  infor- 
mación inquisitorial  verificada  en  los  últimos  días  del  mes  de  diciem- 
I)re  de  aquel  año  de  1571.  Fr.  Domingo  Báñez  confiesa  haber  oído  al 
Maestro  Medina  que  habían  acudido  a  él  diferentes  personas  escan- 
dalizadas de  varias  proposiciones  sobre  Sagrada  Escritura,  achaca- 
das, como  hemos  indicado,  a  algunos  profesores  de  aquella  Universi- 
dad. Apunta  después  concretamente  el  fraile  dominico  como  autores 
de  la  doctrina  que  agitaba  a  los  estudiantes  al  Maestro  Cantalapiedra, 
catedrático  de  lengua  hebrea,  y  al  Maestro  Gaspar  de  Grajal,  susti- 
tuto de  la  cátedra  de  Biblia.  No  precisa,  sin  embargo,  Báñez  la 
opinión  de  ambos  a  dos  catedráticos,  escudándose  con  el  P.  Barto- 
lomé de  Medina,  como  más  enterado  del  negocio.  Sin  embargo,  de  la 
declaración  de  Báñez  podemos  recoger  una  referencia  directa  sobre 
el  Maestro  Grajal.  Manifiesta  que  dialogando  con  Grajal,  y  amo- 
nestándole sobre  una  pretendida  negación  del  sentido  alegórico  en  la 
Escritura,  "respondió  el  dicho  Maestro  Grajal  que  no  había  sentido 
alegórico,  y  replicándole  este  declarante  que  como  decía  San  Pablo, 
qucc  siint  per  allcgoriam  dicta,  respondió  que  San  Pablo  abía  hablado 
impropiamente,  concluyendo  Báñez  a  la  postre  que  Grajal  se  declaró 
tan  confusamente  "que  este  declarante  con  ser  hombre  que  a  muchos 
años  que  lehe  teulugía,  no  le  entendió  bien,  ni  quedó  satisfecho  de  su 
opinión,  antes  le  pareció  a  este  declarante  que  daba  a  entender  qucl 
lugar  que  San  Pablo  traía  en  la  epístola  Ad  Calatas,  donde  dice  quce 
sunt  per  allegoriam  dicta,  le  traía  San  Pablo  como  por  comparación 


—  154  — 


LA  l.WQi  lSlCION  y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


o  figura,  de  la  manera  que  podríamos  traher  de  otra  cualquiera  ys- 
toria  humana  alguna  comparación  para  declarar  alguna  doctrina,  y  no 
porquel  Espíritu  Santo  hubiese  pretendido  el  sentido  para  que  San 
Pablo  traía  aquel  lugar  del  Viejo  Testamento;  pero  en  esto  no  se 
afirma  determinadamente  este  declarante,  porque  como  dicho  tiene 
abló  confusamente  el  dicho  Maestro  Grajal"  (3).  Más  concretas  y  deter- 
minadas son  las  siguientes  respuestas  de  Báñez :  que  Grajal  le  había 
dicho  que  tenía  como  doscientos  o  trescientos  lugares  de  la  Sagrada 
Escritura,  corregidos  de  la  Vulgata,  y  que  se  podía  lograr  una  edición 
bíblica  mejor;  y  que  según  deposiciones  de  algunos  estudiantes,  afir- 
maba Grajal  o  Martínez,  o  ambos  a  dos,  que  la  Teología  escolástica 
dañaba  e  impedía  el  estudio  de  la  positiva,  añadiendo  que  según  las 
noticias  llegadas  a  conocimiento  del  P.  Fr.  Bartolomé  de  Medina, 
sostenía  Cantalapiedra  que  el  libro  de  los  Cantares  era  literalmente 
un  carmen  amatorium  de  Salomón  a  la  hija  de  Faraón,  Rey  de  Egip- 
to, "y  que  todo  lo  demás  que  sobre  aquel  libro  se  decía  era  cosa 
fútil  y  moralidades  de  pedricadores,  o  otras  cosas  semejantes  a  ésta"  (4). 

La  declaración  del  P.  Fr.  Bartolomé  de  JVIiedina  es  como  sigue. 
Después  de  hacer  responsable  a  Grajal  de  sostener  que  la  Teología 
escolástica  perjudicaba  al  entendimiento  de  las  Sagradas  Escrituras, 
y  que  era  menester  consagrarse  primero  a  los  estudios  escriturarios 
que  no  a  la  Teología  escolástica,  testifica  que  Grajal  le  había  dicho 
"que  los  santos  doctores  comúnmente  siguen  los  sentidos  espirituales, 
y  no  los  literales,  y  la  causa  desto  decía  el  dicho  maestro  Grajal  que 
hera  porque  heran  fáciles,  de  donde  parece  que  el  sentido  de  las  san- 
tas escrituras  no  se  a  de  sacar  de  los  santos  padres,  pues  sólo  el  sen- 
tido literal  ace  fuerza".  Medina  exponía  que  según  referencias  de  su 
compañero  de  hábito  Báñez,  Grajal  porfiaba  que  no  había  sentido 
alegórico  en  la  Escritura,  y  recordaba,  conforme  las  versiones  de  los 
alumnos  universitarios,  que  Grajal  y  Martínez  "se  reían  y  mofaban 
de  las  declaraciones  de  los  Santos  en  algunos  casos  de  la  Escritura",  en 
especial  de  que  se  dedujera  el  misterio  de  la  Santísima  Trinidad  del 


(3)  Ibídciii,  i<ágs.  6-7. 

(4)  Ib'tdem. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


salmo,  "henedicat  nos  Deus,  Deus  noster,  del  verso  verbo  Domini 
jirmati  sunt,  y  de  in  principio  creavit  Deus'\  Pero  quizás  la  testifica- 
ción más  interesante  de  Medina  sea  asegurar  que  los  dos  Maestros 
Grajal  }■  Martínez  seguían  en  sus  exposiciones  la  exégesis  de  judíos 
y  rabinos,  sin  hacer  mención  de  la  de  los  Santos,  de  suerte  "que  el 
dicho  Maestro  Grajal  dixo  a  este  declarante  que  abía  leydo  en  su  cá- 
tedra los  salmos  de  David  vno  o  dos  años,  y  que  en  la  dicha  lectura  lo 
común  seguía  la  esplicación  de  los  Rabinos,  porque  los  Santos  no  le 
contentaban,  porque  seguían  moralidades".  Y  después  de  inculpar 
a  Martínez  de  la  misma  tacha,  Bartolomé  de  Medina  incluye  con  los 
dos  Maestros  ya  acusados,  Grajal  y  Martínez,  el  nombre  de  Fr.  Luis 
de  León,  expresándose  de  esta  guisa :  "ytem,  declaro  que  en  esta 
universidad  algunos  maestros,  señaladamente  Grajal  y  Martínez,  y 
fray  Luis  de  León,  en  sus  pareceres  y  disputas  quitan  alguna  autoridad 
a  la  edición  Vulgata,  diciendo  que  puede  aqer  otra  mejor,  y  que  tiene 
hartas  falsedades"  (5). 

Por  la  misma  fecha  se  presentaba  ante  Francisco  Sancho  un  monje 
Jerónimo  salmantino,  Fr.  Juan  de  Santa  Cruz,  el  cual,  respondiendo  al 
interrogatorio,  recuerda  que  cierto  día  visitando  el  P.  Bartolomé  de 
Medina  su  monasterio  llevó  un  papel  que  contenía  muchas  proposi- 
ciones, entre  las  cuales  se  acordaba  de  las  siguientes:  "que  en  la  ydición 
Vulgata  aprobada  por  el  Concilio  Tridentíno  abía  errores,  avnque  no 
perniciosos  en  materia  de  fe ;  y  otra,  que  de  los  Santos  no  se  podía 
saber  la  Escritura  en  sentido  literal;  y  ésta  dixo  que  se  la  había  oydo 
al  maestro  Grajal,  el  qual  dixo  quel  dicho  maestro  Grajal  le  abía  di- 
cho que  la  sacaría  presto  ympresa ;  y  decía  quel  sentido  literal  se  ha  de 
saber  de  los  Rabinos,  y  otra  que  la  teulugía  escolástica  impide  el  en- 
tender la  Escritura".  Es  digno  de  anotarse  cómo  preguntándole  el 
padre  dominico  a  Fr.  Juan  de  Santa  Cruz  qué  juicio  formaba  de  tales 
proposiciones,  el  monje  jerónimo  advierte  "que  heran  cosas  muy  es- 
candalosas, y  dinas  de  ser,  corregidas,  y  que  mirasen  por  la  onrra 
desta  universidad",  expresándose  acerca  de  la  obligación  de  denun- 
ciarlo con  estas  palabras:  "so  pena  de  pecado  mortal". 


(5)    Ibídem,  págs.  9-10. 


-  156  - 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Francisco  Cerralvo  de  Alarcón,  colegial  de  Cañizares,  depuso  en 
aquel  mes  de  diciembre  con  las  siguientes  informaciones.  Se  refiere 
en  primer  lugar  a  la  cátedra  de  hebreo,  a  la  que  asistía  como  alumno 
del  Maestro  Martinez  de  Cantalapiedra.  Consigna  que  la  lengua  he- 
brea es  muy  equívoca,  y  que  pende  mucho  del  que  la  explica  dar  un 
sentido  u  otro,  "y  que  muchas  beces  es  diberso  de  lo  que  suena  la 
edición  Vulgata,  lo  qual  lehe  el  Maestro  Martín  Martínez  en  la  Uni- 
versidad de  Salamanca".  Como  en  el  caso  de  alguno  de  los  testifican- 
tes anteriores,  Alarcón  precisa  que  sus  informaciones  no  eran  direc- 
tas y  personales,  sino  referencias  concretas  del  P.  Bartolomé  de  Me- 
dina. Así,  por  ejejmplo,  manifiesta  "que  el  maestro  Medina  dixo  a 
este  que  declara  que  el  Maestro  Martínez  abía  dicho,  o  comentado  a 
leher  los  Cantares  que  sentendian  a  la  letra  de  Salomón  a  la  hija  de 
Faraón,  y  que  este  declarante  no  se  lo  oyó  decir  al  dicho  Martínez, 
estando  leiendo  su  lección  ordinaria.  Dixo:  "anme  dicho  que  se  dice 
que  yo  dixe  que  declarando  lo  de  los  Cantares,  que  sentendian  a  la 
letra  de  Salomón  a  la  hija  de  Faraón ;  yo  no  lo  dixe,  pero  aunque  lo 
dixera,  no  fuera  tan  malo  que  Batablo  lo  dice".  Precisa  luego  Alarcón 
sobre  haber  oído  al  Maestro  Grajal  que  contaban  muchos  lugares  es- 
criturarios, cuyo  sentido  literal  no  se  habían  entendido  hasta  la  fecha, 
)•  que  estudiados  por  hombres  de  letras,  competentes  y  cultos,  podrían 
dejar  atrás  las  interpretaciones  y  exégesis  de  los  Santos,  "porque  avn- 
que  huniversalmente  en  las  Escrituras  ellos  entiendan,  más  enpero  en 
algún  lugar  en  particular  puede  vno  haber  trabajado  mucho  más,  y 
ansí  entendello  mejor".  Pero  no  obstante  la  declaración  sobre  el 
tema,  Alarcón  la  amplía  en  términos  muy  curiosos:  "mas  se  acuerda 
que  los  dos  maestros  Martínez  y  Grajal  dicen  esta  proposición,  que 
ay  muchos  lugares  que  hacen  dificultad  por  estar  mal  trasladados,  que 
si  se  trasladasen  conforme  a  la  verdad  y  propiedad,  e  bien,  estarían 
muy  claros  }■  llanos,  lo  qual  oyó  este  declarante  decir  a  los  dichos  maes- 
tros, y  a  este  tenor  dixo  aber  03-'do  a  los  sobredichos  otras  proposicio- 
nes que  aora  no  se  acuerda  dellas,  de  las  quales  a  oydo  murmurar" ,  y 
a  renglón  seguido  estampa  con  una  singular  sinceridad  y  honradez, 
que  entiende,  sin  embargo,  "que  los  que  murmuran  dellas  es  por  no 
entender  tanto  esta  facultad,  y  no  ser  aficionados  a  este  estudio  de  len- 


—  157  — 


MIGUEL  DE  LA  FINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


guas  y  traslaciones" .  "Se  reitera  después  la  información  sobre  la  ver- 
sión leoniana  del  Cantar,  y  se  vuelve  a  insistir  en  las  explicaciones  de 
Grajal  y  Martínez  sobre  el  conocimiento  del  hebreo  para  el  mayor 
y  mejor  entendimiento  de  los  textos  bíblicos,  en  contra  de  muchas 
de  las  interpretaciones  de  los  Santos,  que  no  conocieron  el  hebreo, 
conclu}'endo  con  la  opinión  de  los  dos  hebraístas  que  se  podría  lograr 
en  la  Yglesia  una  versión  mejor  que  la  existente"  (6). 

La  misma  fecha  que  Alarcón,  declaraba  en  Salamanca  el  Maes- 
tro León  de  Castro,  catedrático  de  prima  en  la  Universidad,  y  perso- 
nalidad muy  excepcional  en  el  afjaire  de  los  hebraístas.  Se  refirió  en 
primer  lugar  a  la  clásica  obra  de  Martínez  de  Cantalapiedra  Hypoty- 
poscon  Tlieologicarum...,  manifestando  que  en  ella  habla  proposicio- 
nes que  él  reputaba  por  erróneas  y  por  heréticas,  especialmente  di- 
sertando sobre  lugares  de  Sagrada  Escritura.  Refiriéndose  a  Grajal 
consignaba  que  el  Maestro  sostenía,  según  referencias,  "que  los  San- 
tos no  ponen  el  sentido  literal  a  la  Escritura,  y  que  el  sentido  literal 
se  debe  buscar  de  los  Rabís,  o  así  palabras  semejantes  que  ban  a  esta 
sentencia...;  de  judío  y  Rabís  son  el  sentido  literal  de  la  Escritura 
berdadera,  parece  ques  decir  que  los  Santos  an  mentido,  quando  las  an 
llamado  siempre  patrañas  de  biejas,  mentiras  y  semejantes  mentiras, 
y  desatinos,  porque  si  es  sentido  literal  la  ynterpretación  del  Raby 
no  son  desatinos  y  mentiras  de  biejas".  Otrosí,  León  de  Castro  alu- 
de inmediatamente  a  Fr.  Luis  de  León,  considerándole  como  apasio- 
nado defensor  de  semejantes  teorías.  Torna  luego  a  acusar  al  Maestro 
Grajal  como  expositor  en  sus  lecciones  de  las  exégesis  rabínicas  y 
judías,  con  menosprecio  de  las  de  los  Santos,  precisando  que  los  tres 
catedráticos  profesaban  conjuntamente  parecidas  doctrinas,  es  decir, 
"que  se  pueden  traher  explicaciones  d'Escríturas  nuebas  no  contra 
la  explicación  de  los  Santos,  sino  praetcr,  pero  que  aquel  praeter  le 
parece  sufisticado"  ;  y  remata  su  deposición  marcando  así  sus  últimas 
alusiones:  "que  este  declarante  oyó  decir  a  los  dichos  ^laestros  Mar- 
tínez y  Grajal  que  muchas  cosas  en  la  translación  Vulgata  están  mal 
trasladadas...  e  que  es  común  dicho  del  Maestro  Grajal  quel  sentido 


(6)    Ibídem,  págs.  10-13. 


-  158  - 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


de  la  Escritura  es  muy  fácil,  y  que  los  Santos  por  eso  no  se  detienen 
en  él,  ny  lo  declaran,  y  esto  declaró,  y  es  lo  que  dice  acordarse"  (7). 

El  dia  29  declararon  los  dos  últimos  testigos  de  aquel  año :  Fer- 
nández de  Salazar,  pupilo  del  Maestro  León  de  Castro,  y  el  Bachiller 
Pedro  Rodríguez,  de  la  Facultad  de  Teología.  Fernández  de  Salazar 
hace  referencia  a  Grajal  con  estas  palabras  :  "que  oyendo  este  declarante 
los  salmos  del  dicho  Maestro  Graja!,  le  pareció  mal  que  siguiese  tanto 
a  los  Rabies  por  ahutores ;  e  trató  vna  vez  sobre  si  el  sentido  literal 
avia  de  ser  de  Cristo  o  de  David,  de  otras  ystorias  de  la  Sagrada  Es- 
critura, y  en  figura  solamente  de  Cristo,  la  qual  disputa  a  este  decla- 
rante no  contentó,  avnque  no  la  tuvo  por  herrónea ;  y  en  particular 
declarando  lugares  d'Escritura  parece  a  este  declarante  que  difiere  de 
las  reglas  universales,  que  en  la  tal  disputa  propuso..."  Del  ]\Iaestro 
Martínez  de  Cantalapiedra  recordaba  el  deponente  ante  el  Comisario 
de  Salamanca  su  aserto  de  ser  el  Cantar  de  los  Cantares  la  historia 
de  los  amores  entre  Salomón  y  una  hija  del  Rey  de  Egipto ;  y  men- 
ciona el  nombre  de  Fr.  Luis  de  León  con  motivo  de  referirse  a  su 
versión  de  los  Cantares,  "muy  tenida  y  estimada" ...  "que  hera  muy 
buena",  declarando  Fr.  Luis  en  ella  "todos  aquellos  requiebros  en 
español". 

Del  Bachiller  Rodríguez  poco  tenemos  que  extractar  que  no  sea 
conocido ;  pero  la  gravedad  de  las  imputaciones  — gravedad  originada 
del  sentido  literal  de  las  testificaciones —  urge  que  sea  subrayada,  por 
destacarse  frecuentemente  matices  y  estilos  muy  personales  y  nece- 
sarios para  enjuiciar  luego  con  crítica  cabal  actitudes  intelectuales  tan 
interesantes  y  criterios  científicos  tan  sustanciosos.  Rodríguez,  des- 
pués de  apuntar  el  nombre  de  Fr.  Luis  de  León  como  autor  de  la 
proposición  Canticum  Canticorum  ad  litteram  intelligitur  proprie  de 
Salomone  ad  suam  uxorem,  hace  hincapié  en  la  posición  de  Martínez 
y  Grajal,  presentándonos,  además,  un  texto  curiosísimo,  atañedero  al 
Maestro  Sánchez  de  las  Brozas  y  que,  como  de  tal  personalidad,  no 
desdeñaremos  darle  cabida  en  estas  páginas :  "Que  a  oydo  el  Maes- 
tro Grajal  susodicho,  que  trayendo  en  su  lectura  sentidos  alegóricos, 


(7)    Ibidem,  págs.  14-16. 


—  — 


MIGUEL  ÜE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


mostrava  por  señal  vn  poquito  menospreciarles,  y  burlar  dellos,  e 
de  los  pedricadores  vn  poquito  ansí ;  y  más  dixo  que  en  tiempos  pa- 
sados le  parece  a  este  declarante  que  oyó  decir  al  dicho  maestro  Gra- 
jal  que  la  tculugía  hescolástica  no  era  cosa  tal,  e  desdeñada  vn  po- 
quito della,  y  le  paresce  que  ogaño  se  a  enmendado  de  esto ;  y  que 
del  maestro  Martínez,  que  dicho  tiene,  tiene  más  cirtidumbre  que  la 
desdeñó,  dando  así  como  mangonada  de  la  tehulugía  hescolástica"  (8). 

Con  fecha  20  de  enero  de  1572,  el  Comisario  Francisco  Sancho 
comunicaba  a  los  señores  del  Consejo  haberse  censurado  las  17  pro- 
posiciones enviadas  a  Salamanca  desde  Madrid  —proposiciones  pre- 
sentadas, como  hemos  precisado,  por  el  P.  Pedro  Fernández — ,  ha- 
biendo intervenido  en  la  censura,  conjuntamente  con  el  Comisario  sal- 
mantino, el  Maestro  León  de  Castro  y  el  dominico  Fr.  Mancio  del 
Corpus  Christi.  Dichas  proposiciones  rezaban  así  textualmente : 

"i. — 'Canticum  Canticorum  est  carmen  amatorium  Salomis  ad 
filiam  Pharaonis,  et  contrarium  docere  este  futile. 

"2. — Canticum  Canticorum  potest  legi  et  explicari  sermone  vulgari. 

"3. — Conmuniter  et  ordinarie  explicantur  sanctae  Scripturae  se- 
cundum  explicationem  Rabbinorum,  rejectis  vel  neglectis  Sanctorum 
explicatíonibus. 

"4. — Non  est  respectus  ñeque  afectus  ad  antiquitatem,  sed  ad  nova 
dogmata  et  particulares  sententias. 

"5. — Non  est  inconveniens  asserere  quod  Patres  antiqui  qui  lim- 
guam  haebream  non  calluerunt,  veram  intelligentiam  Sanctarum  Scrip- 
turarum  non  habuerint. 

"6. — Non  est  inconveniens  adducere  explicationes  Scripturae  con- 
tra explicationes  omnium  Sanctorum. 


(8)  Ihídem,  págs.  16-20.  El  texto  sobre  el  Brócense  es  como  sigue:  "Y  este 
declarante  dixo  que  puede  aber  año  y  medio  que  le  dixeron  no  se  acuerda 
quien,  que  el  maestro  Sánchez,  catedrático  de  Retórica  en  este  estudio  e  huni- 
uersidad,  avia  dicho  quen  la  Biblia  avía  boberías,  y  este  declarante  se  lo  pre- 
guntó, y  se  declaró  quél  los  entendía  de  algunas  cosas  tomadas  a  la  letra,  y  e.ste 
declarante  dixo  que  no  lo  tubiese  ansí,  y  el  dicho  Sánchez  respondió  a  este  de- 
clarante, que  ansí  como  este  declarante,  lo  entendía  él,  y  con  esto  se  despidió 
del."  (Ibídem.) 


—  160  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


'7. — Aft'irmant  quídam  cum  juramento  multa  loca  Scripturae  sa- 
crae  non  esse  adhuc  in  Ecclesia  intellecta  et  gloriantur  solos  ea  intel- 
ligere. 

''8. — Irridentur  explicationes  Sanctorum,  v.  g.,  irridentur  expli- 
catio  illius  loci,  Génesis,  primo:  "in  principio  creavit  Deus  coelum  et 
terram",  ad  probandum  misterium  Trinitatis.  Et  illud,  "verbo  Domi- 
ni  coeli  firmati  sunt,  et  spiritu",  etc.  Et  illud,  "benedicat  nos  Deus^ 
Deus'noster".  Item  illud,  "signatum  est  super  nos...",  ad  ostenden- 
dum  lumen  rationis  naturalis.  Et  illud,  "in  lumine  tuo  videbimus  lu- 
men", ad  ostentendum  lumen  gloriae.  Et  illud,  "anima  mea  in  ma- 
nibus  meis  semper",  ad  ostendendum  liberum  arbitrium.  Et  illud, 
"gratiam  et  gloriam  dabit  Dominus",  ad  ostendendum  Deum  esse 
aucthorem  gratiae  et  gloriae  supernaturalis. 

"9. — Ouotiescunque  adducuntur  explicationes  Sanctorum  contra 
ea  quae  leguntur,  habentur  pro  nihilo,  et  referuntur  ad  allegorias ;  et 
quidam  aucthor  habet  in  ore  hoc  proverbium  "el  sabio  alegorim", 
quando  adducuntur  sententiae  Patrum. 

"10. — Quando  explicantur  sacrae  scripturae  secundum  explicationes 
Rabbinorum  dicunt  alia  esse  superedificandam  et  superedificata  ad  ar- 
bitrium cujusque,  et  pertinere  ad  ignaros  praedicatores... 

"11. — Non  est  sensus  allegoricus  in  Scripturis. 

"12. — Doctrina  scholastica  nocet  ad  intelligentiam  Sanctarmrr 
Scripturarum. 

"13. — Melior  translatio  potest  haberi  Scripturae  ea  quae  nunc  est 
in  Ecclesia. 

"14. — Haec  translatio  quam  habet  Ecclesia  continet  multa  falsa, 
sed  non  in  iis  quae  pertinet  ad  fidem,  ñeque  ad  mores. 

"15. — In  Veteri  Testamento  non  est  promissio  vitae  aeternae. 

"16. — Sancti  Patres  conmuniter  explicant  Scripturas  in  sensu 
allegorico,  et  ideo  veritas  fidei  ex  scriptis  Sanctorum  probari  non 
potest. 

"17. — Sensus  literalis  est  perfacilis,  et  ideo  Sancti  Patres  in  eo 
non  inmorantur." 

El  día  29  de  enero  se  presentaba  un  nuevo  informe,  suscrito  por 
los  doctores  Frechilla  y  Juan  Gutiérrez,  los  cuales  enterados  de  la 

—  161  — 

II 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 

"qualidad"  de  las  personas  que  profesaban  las  célebres  proposiciones, 
opinaron  que  podía  procederse  contra  Grajal  y  Martínez,  tildándoles 
de  sospechosos  de  herejía.  Los  inquisidores  valliscíletanos  procedieron, 
en  consecuencia,  vistos  todos  los  pareceres,  a  votación.  El  Comisario 
Sancho  condena  las  proposiciones  como  heréticas,  erróneas,  escanda- 
losas y  malsonantes,  y  textualmente  añade:  "Y  por  solo  decillas,  in- 
clu>'en  en  sí  pertinacia,  y  por  ser  personas  que  enseñan,  se  podría 
seguir  y  rreparable  daño  en  las  cosas  de  religión  en  aquella  univer- 
sidad, y  en  estos  Reynos,  pues  de  todos  ellos  ocurren  allí  a  ser  en- 
señados, y  por  andar  el  tiempo  tan  peligroso  en  las  cosas  de  religión, 
y  no  auer  ya  por  nuestros  pecados  Reynos  con  religión,  si  no  son 
estos  de  España,  y  las  cosas  que  han  apuntado  los  maestros  Grajal  y 
Martínez  son  cosas  de  la  escuela  de  Luihero,  y  las  de  Grajal,  apuntan 
c  esto,  y  a  judayzar" ,  pareciéndole  oportuna  la  prisión  de  dichos  Grajal 
y  Martínez  (9). 

El  inquisidor  Guijano  de  Mercado  opinó  también  como  justo  y 
razonable  el  encarcelamiento  de  los  Maestros,  suscribiendo  el  mismo 
parecer  los  doctores  Realiego  y  Frechilla,  inclinándose  con  voto  más 
humano  y  blando  el  doctor  Juan  Gutiérrez,  quien  mantuvo  la  opinión 
de  que  fuesen  los  acusados  recluidos  en  un  monasterio,  sin  comuni- 
cación entre  ellos,  y  se  continuase  así  la  causa  (10). 

Conviene  advertir  que  con  fecha  9  de  enero  había  informado  a 
Madrid  Francisco  Sancho  en  el  sentido  de  que  las  proposiciones  en- 
viadas a  Salamanca  para  su  calificación  le  parecían  ciertamente  de 
grave  calidad,  pero  que  de  la  probanza  verificada  —pese  a  ello,  ya 
ha  visto  el  lector  su  voto—  se  podía  conjeturar,  dato  importantísimo, 
una  realidad  muy  digna  de  tenerse  en  cuenta:  la  de  que  se  dudaba 
de  la  paternidad  de  las  proposiciones  tal  como  se  encontraban  enun- 
ciadas, "y  de  las  que  parecen  que  han  querido  affirmar,  no  consta 
del  todo,  ni  con  probanza  cierta  y  bastante,  cómo  y  en  qué  sentido 
las  han  afirmado",  y,  así,  deducía  lógicamente  la  necesidad  de  una 
más  "cumplida"  probanza,  la  cual  se  iniciaba  a  dieciocho  días  del  mes 


(9)  Ibídem,  pág-  31  • 
O  o)  Ibídem. 


—  162  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


de  febrero,  manteniéndose  abierta  la  información  hasta  mediados  del 
mes  siguiente  de  marzo. 

Es  precisamente  en  este  mes  cuando  el  Comisario  de  Salamanca 
se  decidió  resueltamente,  examinadas  con  Mancio  las  declaraciones  de 
los  testificantes,  a  unir  e  incorporar  el  nombre  de  Fr.  Luis  de  León 
al  de  sus  comprofesores  Grajal  y  Martínez,  y  ello  lo  significa  en  ren- 
glones memorables  y  dignos  de  tenerse  en  cuenta  para  el  enjuicia- 
miento de  estos  lances.  Escribe  de  Fr.  Luis  de  León  como  cargo  que 
juzgaba  como  verdaderas  las  interpretaciones  judías  sobre  la  Escri- 
tura, y  que  prefería  a  Vatablo,  Pagnino  y  otros  rabinos  a  la  edición 
Vulgata  y  al  sentido  fijado  a  veces  por  los  santos.  Según  dichos  y 
referencias,  la  doctrina  del  fraile  agustino  era  cosa  "perniciosísima  a 
la  Religión",  y  da  ocasión  a  que  los  cristianos  no  tengan  confianga 
en  los  dichos  de  los  santos,  y  que  puedan  apegarse  a  los  escriptores 
hebreos  y  rabinos,  y  apartarse  de  lo  que  la  Iglesia  tiene  por  cierto, 
como  lo  es  de  lo  que  los  santos  alumbrados  por  el  Espíritu  Santo 
tienen,  "y  a  mi  parecer  todos  los  libros  ebreos  y  griegos  no  tubieron, 
ni  tienen  la  certidumbre  que  la  edición  Bulgata..."  (ii).  Ello,  unido  al 
conocimiento  de  que  Fr.  Luis  pertenecía  a  familia  conversa,  le  pare- 
ce exigir  la  prisión  del  insigne  catedrático  agustino. 

Así  efectivamente  se  verificaba.  A  las  seis  de  la  tarde  del  27  de 
marzo  se  arrestaba  a  Fr.  Luis  de  León.  La  prisión  de  Cantalapiedra 
acaecía  el  mismo  día,  habiéndose  redactado  el  mandamiento  sobre  la 
prisión  de  Grajal  con  unos  días  de  antelación,  el  20  de  aquel  mes  del 
año  1572.  Recibidos  los  tres  catedráticos  en  los  calabozos  inquisito- 
riales de  Valladolid,  se  inicia  una  serie  de  audiencias  que  resumen 
estos  procesos  criminales,  y  que  son  prueba  indiciaría  de  los  puntos 
que  vamos  a  perfilar  a  través  de  esta  exposición  doctrinal,  basándo- 
nos, como  es  lógico,  en  los  textos  y  referencias  de  los  catedráticos 
perseguidos  y  encarcelados. 

Ya  en  mi  libro  sobre  el  proceso  del  Maestro  Martín  Martínez  de 
Cantalapiedra  he  procurado  desnatar  algunos  de  los  conceptos  funda- 
mentales del  eximio  hebraísta,  que  forzosamente  hemos  de  reprodu- 


(11)    Ibídem,  págs.  9O-91. 

—  163  — 


MIGUBL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


cir  en  estas  páginas.  Obra  esencial  para  precisar  sus  criterios  inte- 
lectuales es  el  libro  editado  por  el  Maestro,  resumen  de  su  ingenio 
privilegiado  y  exponente  de  su  abrumadora  cultura  lingüistica  y  pa- 
trística, amén  de  las  doctísimas  exposiciones  de  su  proceso  inquisito- 
rial. La  obra  apareció  en  el  año  1565,  )•  su  referencia  bibliográfica  es 
amplía  y  sonora:  Libri  decem  Hypotyposeon  Theologicum...  (12). 
Se  trata  de  una  introducción  extensa  al  estudio  de  la  Sagrada  Escri- 
tura, de  imponderable  valor  y  calidad.  Se  ventilan  en  ella  desde  las 
cuestiones  de  pura  estilística  hasta  los  puntos  más  discutidos  y  más 
oscuros  de  Arqueología  y  exégesis  bíblica.  Pero  no  se  crea,  pese  a 
sus  normas  innovadoras  y  a  sus  reglas  críticas,  basadas  en  la  tradi- 
ción de  la  gran  literatura  patrística,  donde  se  sumaban  la  Arqueolo- 
gía bíblica,  la  estilística,  la  crítica  filológica  y  gramatical,  que  marcan 
el  peso  científico  del  autor,  fecundo  humanista  y  sapientísimo  teólogo, 
que  Cantalapíedra  desdeñaba  las  aportaciones  de  la  tradición  ortodo- 
xa de  la  escuela.  No  desdeñaba  así  el  Maestro,  como  los  fanáticos 
seguidores  del  literalísmo  bíblico,  los  demás  sentidos.  Con  el  históri- 
co y  literal,  admitía  el  sentido  tropológlco,  referente  a  las  costumbres; 
el  místico,  conocido  también  con  el  nombre  de  especulativo  contem- 
plativo, derivándose  de  éste  el  alegórico,  referido  a  Cristo  }•  a  su 
Iglesia,  y  el  anagógico,  aplicado  a  la  Iglesia  triunfante. 

Fundamentalmente,  como  buen  hebraízante,  defendía  Cantalapie- 


(12)  "Libri  decem  Hypotyposeon  Theologicarum  sive  regularum  ad  intelli- 
gendum  scrituras  divinas  in  duas  partes  distributi.  Quarum  prior  quze  octo 
libros  complectitur,  aliquot  conmunes  ad  scripturarum  exactam  iiitelligentiani 
spectantes,  adeo  enucleate  tractat,  ut  nihil  amplius  ,aut  possit  aut  debaeat  de- 
siderari.  Posterior,  quae  duobus  voluminibus  clauditur,  duas  Regulas  Quinqua- 
genas  continet  quas  non  inútiles,  illis  theologis  qui  sacris  Bibliorum  mysteriis 
initiantur,  re  ipsa  cognoces.  Nunc  primo  summa  cura  ac  diligentia  elaborati 
et  multorum  locorum  nova  interpretatione,  quae  tan  antiquos  quan  recentiores 
fefellerant,  insigniti.  A  Martino  Martini  Cantapetrensi  sacrae  theologiae  ma- 
gistro,  ac  primo,  post  CCC  annos  a  Salmanticensi  Academia  condita,  sacrorum 
Bibliorum  in  tribus  linguis  Primario  ad  perpetuo  interprete  a  Joe.  Bracamon- 
tio  Avílense  viro  admodum  Illustri  Academias  prsefecto  (quem  virum  Recto- 
rem  post  tot  Rectores  poteris  appelare)  ad  id  munus  obeundum  coóptate  elum- 
brati.  Salmanticae,  excudebat  Joan  Maria  a  Terranova.  Anno.  M.D.LV." 


— •  164  — 


LA  INQUISICION  ¥  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


dra  que  los  textos  hebreos  no  estaban  corrompidos ;  pero  ello  no  le 
hacía  despreciar  la  versión  tradicional,  siendo,  por  tanto,  muy  ejem- 
plar su  criterio  sobre  los  textos  originales  y  sus  relaciones  con  las 
restantes  ediciones  bíblicas.  La  antigua  sentencia  multo  purior  ma- 
nare credenda  jontis  unda  quam  rivi  es  norma  fija  y  base  de  partida 
en  la  orientación  intelectual.  Pero  su  ortodoxia  y  su  respeto  por  la 
tradición  le  hacen  apoyar  su  exégesis  en  la  sentencia  del  hermeneuta 
alejandrino:  "verum  oportet  id  quod  in  usu  est  atque  in  ecclesiis  le- 
gitur  exponere,  ct  quod  in  haehreis  codicibiis  invenitur  non  prae- 
terire" . 

En  torno  de  estas  materias  escribe  desde  su  cárcel  el  i6  de  mayo 
1573'  si  bien  con  anterioridad  había  tratado  el  tema  respondiendo 
a  las  acusaciones.  Consigna  Cantalapiedra  que  entre  algunos  intelec- 
tuales la  Biblia  hebraica  era  peor  que  el  Alcorán  de  Mahoma,  y  se 
expresa  con  estas  palabras,  refiriéndose  al  cargo  que  se  le  hacía  sobre 
los  santos:  "...  a  procurado  esto  el  Demonio...  para  si  podía  yo  po- 
ner alguna  piedra  en  el  edificio  de  la  Iglesia,  no  la  pusiese,  sino  que 
abscondiese  mi  talento  en  el  sudario.  En  lo  qual  pudieran  los  que 
mandan  dar  aviso,  si  uían  que  auía  algún  exceso.  Porque  como  ay  Bi- 
blia latina  en  la  Iglesia,  también  la  aj'  hebrea.  Item,  hierran  estos  en 
querer  que  entendamos  que  an  leydo  sanctos,  y  nunca  los  vieron,  sino 
en  el  calendario ;  yo  que  he  leydo  algo  en  ellos,  sí  los  cito,  piensan 
que  traigo  noucdades,  y  si  lo  son,  no  tengo  yo  la  culpa,  antes  merece 
mi  hierro  ser  perdonado,  y  ansí  dixo  San  Hierónimo  que  más  quería 
herrar  con  Orígenes  que  acertar  con  otros"  (13).  En  la  misma  ale- 
gación que  estamos  extractando  torna  a  aludir  a  las  cuestiones  he- 
braicas, narrando  episodios  de  su  vida  universitaria  que  se  refieren 
concretamente  a  que  lej'endo  Gallo  el  libro  de  Job  le  instaron  para 
(|ue,  así  como  el  fraile  dominico  interpretaba  el  texto  alegóricamente, 
lo  explicase  él  conforme  al  sentido  literal,  hasta  que  se  le  rogó  por 
influencia  de  Gallo  que  no  leyese  lo  que  aquél  leía,  debido  a  las  dis- 


(13)  Vid.  Miguel  de  la  Pinta  en  Proceso  criminal  contra  el  hebraísta  sal- 
mantino Martín  Martínec  de  Cantalapiedra,  pág.  200.  Instituto  Arias  Mon- 
tano (C.  S.  I.  C).  Madrid-Barcelona,  1946. 

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MIGVUL  DE  LA  I'ÍÁTA  LLORENTE,  O.  6".  A. 


crepancias  surgidas  entre  ambas  lecturas,  que  ponían  al  Maestro  Gallo 
en  un  aprieto.  El  texto  merece  ser  reproducido:  "...  leyendo  el  Obis- 
po Gallo  a  Job,  pidiéronme  que  pues  él  le>a  el  allegoría,  que  yo  les 
leyese  el  sentido  literal,,  y  que  desta  manera  quedaría  bien  interpre- 
tado ;  y  viendo  que  le  cogía  en  muchas  cosas  que  no  entendía  bien, 
hiqo  con  el  rector,  que  es  Obispo  de  Pamplona  agora,  que  lo  leyese 
lo  que  él;  sábelo  esto  Juan  del  Caño,  canónigo  de  León." 

La  acusación  formulada  contra  los  hebraístas  sobre  no  citar  o  des- 
preciar a  los  santos,  si  era  inexacta,  por  lo  que  se  refería  al  Canta- 
pretense,  el  cargo  adquiría  categoría  de  acusación  cínica  y  desvergon- 
zada. La  obra  maestra  del  hebraísta  salmantino  estaba  cuajada  de  u 
riqueza  doctrinal  patrística  no  sólo  abundante,  sino  verdaderamente 
abrumadora.  Pero  los  aspectos  fundamentales  de  este  prol)lema  inte- 
lectual se  concentran,  como  el  lector  habrá  advertido,  en  torno  del 
hebraísmo.  La  fórmula  del  problema  podría  expresarse  como  la  plan- 
teó con  anterioridad  el  Maestro  Nebrija:  cada  vez  que  entre  los  ma- 
nuscritos latinos  del  Nuevo  Testamento  se  precisan  y  anotan  varian- 
tes, ha  de  recurrirse  a  los  manuscritos  griegos ;  en  el  caso  de  regis- 
trarse diferencias  y  variantes  textuales  entre  los  manuscritos  latinos 
y  los  manuscritos  griegos  del  Antiguo  Testamento,  es  exigencia  inte- 
lectual recurrir  a  las  fuentes  originales  y  primitivas.  Cantalapiedra 
precisaba  las  obligaciones  de  su  profesión  académica,  que  no  eran  pre- 
cisamente las  de  un  simple  escolástico,  sino  las  de  un  catedrático  de 
hebreo,  las  de  un  profesor  de  la  cátedra  de  tres  lenguas :  hebreo,  cal- 
deo y  árabe.  Se  expresaba  así:  "En  lo  demás  es  lengua  y  tracto  della, 
porque  esso  se  pretiende.  Vatablo  hiqo  lo  mesmo,  porque  profesaba 
lo  mesmo  que  yo,  y  está  aprouado  por  el  Consejo...  Ynstituyeron  los 
pontífices  passados  la  cáthedra  de  lenguas  para  que  se  supiessen  los 
origínales."  La  Vulgata  discordaba,  efectivamente,  del  texto  hebreo. 
Cantalapiedra  afirmaba  que  se  trataba  de  diferencias  "en  la  superfi- 
cie", las  cuales  — escribía —  se  entenderían  más  claramente  atendien- 
do al  original,  y  robustecía  su  criterio  con  autoridades  eclesiásticas  y 
el  peso  de  la  Sede  Apostólica,  consignando  que  la  Iglesia  conservaba 
intactos  e  incorruptos  los  originales  hebreos.  Sostenía  el  docto  huma- 
nista que  podía  lograrse  una  translación  mejor  que  la  Vulgata,  dado 

—  i66  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


que  la  generosidad  de  Dios  "non  est  abreviata",  y  que  asi  como 
"después  de  los  70  dió  ésta  que  tenemos,  podrá  dar  lo  que  le  pare- 
ciere, porque  teniendo  originales  puede  ir  la  Iglesia  a  ellos,  para  cuan- 
do uuiere  necesidad,  como  es  precepto  de  los  Santos  y  de  los  decretos 
de  los  Pontífices ;  y  también,  como  decía  Fr.  Francisco  de  Victoria, 
el  concilio  no  aprobó  la  Biblia  de  tal  impresor,  sino  aquella  que  se 
hallase  ser  conforme  a  los  sanctos  y  originales  hebreos,  y  assí  se  verá 
de  quatro  años  a  esta  parte  auerse  admitido  muchas  varias  lectiones, 
y  assí  siempre  buscan  las  Biblias  postreras"  (14).  Reconocía  Cántala- 
piedra  las  variantes  y  diferencias  derivadas  del  estudio  de  los  origi- 
nales y  su  rareza  y  sorpresas,  puestas  en  contraste  y  en  comparación 
valorativa  con  la  lectura  e  interpretaciones  de  los  textos  latinos;  "Que 
la  lengua  hebrea  sea  equívoca,  yo  no  tengo  la  culpa;  pídanlo  a  Dios 
que  lo  hiqo ;  y  assí  lo  dice  San  Hierónimo  en  las  prophetías,  quando 
cita  las  Exaplas,  y  San  Theodoreto,  y  los  rabulistas,  y  transladadores 
del  hebreo,  tanto  que  la  conjunción  et  tiene  20  significaciones,  como 
prueuo  en  el  libro  8,  ca.  9,  por  autoridades  de  sanctos,  y  ansí  en  los 
demás,  de  do  paresce  que  puede  auer  varias  interpretaciones  en  los 
lugares  obscuros,  y  assí  manda  la  Iglesia  que  se  lea  el  hebreo  en  las 
Uniuersidades,  para  ocurrir  a  los  originales"  (15). 

Como  es  lógico  suponer,  existía  entre  los  tres  hebraizantes  una 


(14)  Ibídem,  pág.  214.  Torna  Cantalapiedra  a  expresarse  sobre  el  mismo 
tema  en  su  "exposición"  del  mes  de  septiembre  del  año  1574:  "En  lo  que  es 
questión  de  possible  no  ay  en  que  se  fatigar  mucho,  pues  no  podemos  poner 
límites  a  Dios,  ni  a  la  Iglesia,  y  así  se  dice  en  el  ca.  significaníi:  De  electi: 
romanae  ecclesiac  concilia  nullaiii  Icgeni  praefixerunt ;  y  así  mudó  los  breuia- 
rios  poco  a,  y  Dios  dio  la  ley  uieja  imperfecta.  Después  siguiéronse  los  pro- 
phetas  que  traen  doctrina  más  perfecta.  Después  uino  la  nueua  ley  mucho  más, 
Y  aun  en  ella  ay  leche  y  sólido  cibo ;  en  la  Iglesia  griega  uuo  seis  editiones ; 
en  la  latina,  antes  de  San  Hierónimo  uuo  otra,  y  los  santos  cada  uno  hace  su 
translación,  y  así  en  los  tiempos  aduenideros  podrá  la  Iglesia  hacerlo,  si  la 
paresciere,  si  no  con  todo  esso  es  uerdad,  "  De  spiritu  et  littera,  ca.,  I :  multa 
in  scriptura  dicuntur  possc  jieri,  quorum  deest  cxanplus:  naiu  transiré  cantelum 
per  foramen  acus  dixit  Dominus  esset  possibile;  lamen  nunquani  facliini  est..." 
(Ibídem,  pág.  260.) 

(15)  Ibídem,  pág.  212. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


perfecta  coincidencia  en  los  puntos  nodales  de  la  doctrina  profesada 
en  sus  respectivas  cátedras  en  torno  a  los  problemas  bíblicos,  plan- 
teados por  las  exigencias  del  estudio  de  las  fuentes  originales  de  los 
textos  sagrados.  El  Maestro  Gaspar  de  Grajal  enseñaba  en  la  Escri- 
tura dos  sentidos :  el  literal  y  el  místico,  dividiendo  éste  en  alegórico, 
anagógico  y  tropolúgico.  En  las  respuestas  a  las  acusaciones  del  fiscal 
del  Santo  Oficio,  Diego  de  Haedo,  se  hacía  eco  del  cargo  tercero,  re- 
ferente a  la  edición  Vulgata,  que  rezaba  así:  "Ytem,  que  el  susodicho 
ha  afirmado  y  dicho  que  la  edición  Bulgata  tenía  hartas  falsedades,  y 
aquél  tenía  como  docientos  o  trecientos  lugares  corregidos  de  la  Sa- 
grada Scriptura,  que  estaban  herrados  en  la  dicha  edición  Bulgata,  y 
que  bien  se  podía  hacer  otra  edición  mejor."  Grajal  no  reputaba  ha- 
berse expresado  con  inconveniencias  en  torno  a  la  proposición  aducida 
l)or  el  fiscal.  Señalaba  el  Maestro  en  las  Biblias  de  uso  corriente  la 
existencia  de  muchos  textos  corrompidos  o  "depravados"  debido  a  la 
incuria  lihrariorum,  o  scribarum  quorundam  inscitia.  No  desesperaba 
de  poder  imprimir  por  su  cuenta  una  Biblia  "correctísima",  y  tenía 
puestas  sus  esperanzas  en  la  edición  en  que  entonces  se  trabajaba  en 
Amberes,  bajo  el  mecenazgo  del  Rey  de  España.  Sobre  las  dificulta- 
des que  se  le  argüían  para  ver  colmados  sus  deseos  con  la  impresión 
de  un  texto  bíblico  más  cuidado  y  científico,  manifestaba  que  él  pre- 
tendía realizar  una  epanorthosis  o  corrección  del  Antiguo  Testamento, 
a  la  manera  del  minorita  Nicolás  Zegero,  aportando  en  cada  pasaje  la 
razón  de  la  lectura. 

Pero,  por  encima  de  estas  y  otras  declaraciones  queda  constancia 
del  pensamiento  genuino  de  los  hebraístas.  Ni  menosprecio  de  la  edi- 
ción Vulgata,  ni  menosprecio  de  los  santos.  Grajal  en  su  respuesta  a 
las  proposiciones  seleccionadas  entre  las  testificaciones  formuladas  con- 
tra él  en  el  proceso  (1574)  insiste  en  anotar  estrictamente,  "que  en  la 
Bulgata  edición  ay  algunos  lugares  que  se  podrían  trasladar  mejor,  que 
acen  escuridad  por  estar  escuramente  trasladados".  De  la  acusación 
puesta  contra  los  catedráticos  salmantinos  podía  deducirse  que  se 
negaba  por  ellos  en  la  Sagitada  Escritura  el  sentido  alegórico.  A  ello 
contestaba  con  mucha  lógica  el  Maestro  Grajal:  "ítem,  que  el  mismo 
testigo...  depone  que  yo  dezía  que  los  santos  exponen  moralidades; 

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LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


pues  quien  concede  sentidos  morales  no  niega  sentidos  allegóricos", 
y  a  renglón  seguido  escribía:  "...  me  acusa  yo  auer  dicho  que  los 
santos  doctores  comúnmente  siguen  los  sentidos  spirituales,  y  no  los 
literales;  pues  quien  dize  esto,  cómo  puede  dezir  que  niego  sentidos?; 
pues  lo  mismo  es  decir  sentido  spiritual  que  allegórico,  tomándole  por 
género",  y  como  género  lo  dividían  en  alegórico,  anagógico  y  moral. 

Tema  y  cuestión  tan  interesante  y  capital  le  hacen  ampliar  al 
Maestro  de  Salamanca  sus  ideas  en  una  exposición  que  no  tiene  des- 
l)erdicio,  y  que  exterioriza  su  ciencia  y  su  buen  sentido.  Escribía  así 
(írajal:  "y  si  me  replicaren  quel  testigo  quinze,  en  el  capítulo  2,  dize 
ijue  trayendo  en  mi  lectura  sentidos  allegóricos  mostraba  por  señal 
un  poquito  de  menospreciarlos  y  burlar  dellos,  y  de  los  predicadores  vn 
jjoquito  ansí;  y  en  el  capítulo  6,  que  dezia  "son  boberias,  vaj-a  con 
J^ios",  digo  lo  primero  lo  que  depone  de  mí  el  testigo  5,  capítulo  2, 
(¿ue  no  soy  amigo  para  en  la  escuela  de  muchas  allegorías,  sino  del 
.-cntido  de  la  letra  y  del  espíritu,  scilicet,  allegórico,  como  le  declaran 
los  doctores  granes,  y  no  como  lo  hazen  algunos,  que  todos  son  mora- 
lidades ;  lo  2  digo  que  me  era  menester  que  el  testigo  declarase  qué 
allegorías  eran  las  que  dixe  ser  beberías,  porque  muchas  podría  yo 
dezir  que  he  leydo  y  oydo  a  varias  gentes,  cuyos  nombres  no  quiero 
declarar,  de  los  quales  con  razón  lo  pude  dezir,  pues  vemos  quám  sin 
consideración  y  ad  libitum  dizen  lo  que  se  les  antoja,  sin  mirar  si 
concierta  o  no  lo  que  dizen,  y  dan  que  reyr  a  los  doctos,  y  indignación, 
pues  sin  ningún  arte  ni  fundamento  tratan  una  cosa  tan  alta,  como  es 
dar  sentidos  espirituales  a  la  Sagrada  Scriptura.  Reprehende  San 
Agustín  a  los  que  todo  lo  que  dize  Sant  Pablo  (De  regenda  uxore) 
lo  explican  por  allegorías,  y  lo  mismo  Theophilato,  la.  ad  Timotheum. 
Ouién  no  se  reyrá  de  las  alegorías  de  Orígenes  en  lo  del  parayso,  del 
(iual  dize  San  Jherónimo",  somnia  sua  volebat  esse  sacramenta  Eccle- 
sice"?;  quién  no  se  indignará  de  las  de  Cayetano  y  de  otras,  pues  de 
esta  manera  quitan  la  fuerza  a  la  Scriptura,  y  hazen  que  no  parezca 
cosa  cierta  en  ella,  sino  de  acá  para  allá  la  buelban  y  rebuelban,  y  como 
dize  San  Jerónimo,  "superba  anhnositate  Scripturas  detorquent  ad 
sensus  quos  sibi  fingunt"  ? ;  y  el  mismo  San  Jerónimo  se  reprehende 
a  sí  mismo  que  siendo  mozo  scribió  sobre  Abdías  en  sentido  spiri- 

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MIGUEL  DE  LA  PLWTA  LLORENTE,  O.  S.  .-/ 


tual,  no  entendiendo  el  literal,  et  mirabatur  libruni  illuiit  invenisse  lec- 
torem.  De  esta  manera  leemos  que  los  prisciliauistas  defendían  sus 
errores,  explicando  por  allegorias  todas  las  Escripturas,  y  agora  los 
anabaptistas,  todo  quanto  tratan  de  la  Escritura  es  por  allegorias  en 
el  libro  Homiliarunt,  hornilla  23.  Sería  nunca  acabar  citar  los  docto- 
res que  esto  reprehenden,  pero  si  las  allegorias  son  conforme  a  las 
reglas  que  los  sanctos  dan,  no  solamente  no  se  rejrá  el  que  fuere 
cuerdo  dellas,  más  antes  las  verá  ser  graciosísimas  y  dulcíssimas,  y 
de  mucha  utilidad,  y  de  grande  erudición,  y  de  mucho  espíritu,  y  era 
razón,  que  pues  yo  solo  leya  la  Scriptura  en  Salamanca,  donde  ay  per- 
sonas y  a  abido  que  ussan  mal  de  ¡a  Scriptura  desta  manera,  abisase 
algunas  vezes  a  los  estudiantes,  y  les  enseñase  quán  lexos  yha  aquello 
de  lo  que  les  cunplía,  y  enseñarles  que  las  más  cosas  que  los  tales  fin- 
gen son  boberías,  y  principalmente  colorando  ellos  su  pecado  con  dezir 
que  ymitan  a  los  sanctos,  y  que  aquello  es  explicar  la  Scriptura  como 
los  sanctos  la  explican,  no  guardando  las  reglas  que  los  sanctos  guar- 
dan y  mandan  guardar ;  y  desta  manera  nos  infaman  quando  dicen 
([ue  nos  reymos  y  mofamos  de  los  sanctos,  siendo  muy  de  otra  ma- 
nera..." (16). 

En  Fr.  Luis  de  León  encontramos  expresados  los  mismos  concep- 
tos anteriormente  expuestos,  como  doctrina  sustentada  por  los  Maes- 
tros Martínez  de  Cantalapiedra  y  Gaspar  de  Grajal  en  torno  a  la 
autoridad  de  la  Vulgata.  Fr.  Luis  reconocía  la  inenarrancia  del  in- 
térprete en  todo  lo  necesario,  o  que  se  rozase  con  la  fe  y  las  costumbres. 
Se  acusaba  al  fraile  agustino  haber  afirmado  textualmente  la  existen- 
cia en  el  texto  sagrado  de  muchas  falsedades,  a  lo  que  respondía  por 
el  mes  de  marzo  de  1572  que,  efectivamente,  si  se  llamaban  falsedades 
a  los  pasajes  corrompidos  por  copistas  e  impresores,  le) •endose  con  gran- 
des diferencias  en  unas  y  otras  ediciones  bíblicas,  reconocía,  con  la  garan- 
tía y  refrendo  de  hombres  doctos  y  católicos,  la  existencia  de  muchas 

e  

(16)  Vid.  Procesos  inquisitoriales  contra  los  hebraístas  de  Salamanca: 
Gaspar  de  Grajal,  Martines  de  Cantalapiedra  y  Fr.  Luis  de  León.  I. — Gaspar 
de  Grajal. — Estudio  y  transcripción  paleográfica  por  Miguel  de  la  Pinta  Lló- 
rente, págs.  299-300. — Del  Archivo  Agustiniano.  Madrid.  Monasterio  de  ¡'I 
Escorial,  1935. 


LA  IXQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


¡alscdadcs  que  impedían  la  comprensión  auténtica  y  real  del  intér- 
prete latino.  Admitía  Fr.  Luis  la  coexistencia  de  plurales  sentidos  lite- 
rales, sentencia  y  opinión  común  en  Santo  Tomás  y  San  Agustín.  La 
"autenticidad"  de  la  edición  Vulgata  declarada  por  el  Concilio  se 
refería  estrictamente,  según  él,  a  declarar  la  inexistencia  de  errores 
y  falsedades  sustanciales,  reputándola,  por  lo  demás,  en  conjunto, 
como  la  mejor  entre  las  restantes  traducciones,  pero  precisando  cien- 
tíficamente que  los  textos  originales  traducían  con  más  rigor  y  rea- 
lismo las  materias  dogmáticas,  aventajando  en  textos  y  pasajes  va- 
rios a  los  de  la  edición  Vulgata;  y  era  doctrina  fundamental  en  el 
insigne  catedrático,  como  hemos  antes  señalado,  reconocer  las  varian- 
tes de  los  códices  de  aquella  translación  que  precisamente  por  eso  en- 
turbiaban y  desnaturalizaban  — falseándola  y  desfigurándola —  la  au- 
téntica y  genuina  versión  jeronimiana  (17). 

Todo  ello,  con  matices  y  diferencias  muy  concretas,  destacaban  a 
Fr.  Luís  como  hebraizante  y  muy  dado  al  texto  hebraico,  como  refe- 
rencia precisa  para  la  interpretación  exegética  y  los  comentarios  es- 
criturísticos.  En  mi  libro  La  Inquisición  española  he  destacado  tex- 
tualmente algunos  conceptos  muy  expresivos  de  Fr.  Luis  sobre  el 
tema,  que  viene  bien  reproducir,  como  completo  de  esta  forzosamen- 
te sintética  exposición.  xA.cerca  de  lo  que  él  llamaba  "falsedades"  en 
la  Vulgata  escribía  estas  palabras :  "porque  decir  que  las  Biblias  la- 
tinas, por  descuido  de  los  escribientes  y  impresores  en  algunas  partes 
están  diferentes  unas  de  otras,  que  es  una  de  las  proposiciones  nota- 
das, vese  por  vista  de  ojos";  y  añadía:  "y  otra  proposición,  que  es 
decir  que  el  concilio  no  puede  engañarse  y  alegar  por  Sagrada  Es- 
critura lo  que  no  es,  es  cosa  de  fe,  y  ansí  hay  otras  muchas".  No  so- 
lamente admitía  que  la  \'ulgata  era  infalible  y  verdadera  en  las  cosas 
sustanciales  o  de  fe  y  costumbres,  sino  que  afectaba  a  las  restantes 
cuestiones  o  materias,  "por  menudas  y  pequeñas  que  sean".  En  nin- 
guna actividad  intelectual  podría  prescindirse  o  desdeñarse  el  texto 
Vulgato,  es  decir,  su  traslación.  Ni  en  púlpitos,  ni  en  controversias 
doctrinales,  ni  en  el  canto,  ni  en  las  Escuelas ;  pero  no  quería  decir,. 


(17)    Doc.  inéd.,  X,  págs.  221-222. 


—  171  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


sin  embargo,  que  se  registrasen  en  el  texto  aludido  expresiones  y 
pasajes  menos  interesantes,  corrompidos  por  copistas  y  sciolos,  hasta 
el  punto  de  resultar  dudosa  y  equívoca  la  lección  sagrada,  pudiendo 
admitirse  no  haber  tenido  el  intérprete  latino  la  inspiración  de  todas 
y  cada  una  de  las  palabras.  Resumía  así  sus  puntos  de  vista  como  am- 
pliación concreta  de  sus  manifestaciones  anteriores:  "...  una,  que  los 
códices  de  la  \'ulgata  que  tenemos  están  unos  de  otros  diferentes  en 
muchos  lugares ;  otra,  que  esta  diferencia  nació  del  descuido  o  igno- 
rancia de  los  escribientes  o  correctores ;  la  tercera,  que  en  estos  lu- 
gares no  está  sincera  y  pura  en  estos  libros  la  lición  verdadera  de 
la  Vulgata.  De  las  tres  cosas,  la  última  se  sigue  de  las  dos  primeras, 
porque  si  los  códices  de  la  Vulgata  están  variados  entre  sí,  y  hay  en 
ellos  lugares  corrompidos  por  el  descuido  o  ignorancia  de  los  escri- 
bientes, evidente  cosa  es  que  en  los  tales  lugares  no  está  pura  la  verda- 
dera lición  que  puso  el  intérprete.  Ansí  que  si  hay  mal  en  la  sobredicha 
proposición,  todo  él  está  en  decir  que  hay  variedad  en  los  dichos  có- 
dices, en  algunos  lugares  que  están  corrompidos  por  los  escribientes, 
lo  cual  si  es  falso,  y  yo  lo  levanto  de  mi  cabeza,  merece  la  nota  que 
me  quisieren  poner  como  mentiroso ;  pero  si  passa  ansí,  y  la  prueba 
dello  no  consiste  en  razones  adelgazadas  por  el  entendimiento,  sino 
en  cosas  que  se  tocan  con  las  manos  y  veen  por  los  ojos,  ¿quién  será 
tan  falso  que  dé  nota  de  falso  a  lo  que  los  ojos  conocen  por  evidente? 
Véanse  las  Biblias  latinas,  ansí  las  impresas,  como  las  de  mano  an- 
tiguas, veráse  cómo  están  unas  de  otras  diferentes  en  muchos 
passos"  (i8). 

Contaban  indiscutiblemente,  según  lo  expuesto,  dos  actitudes  o 
maneras  científicas  de  enfrentarse  con  estos  complejos  y  delicados 
problemas  bíblicos.  Descartadas  exageraciones  y  extremosidades,  vin- 
culadas, por  ejemplo,  al  nombre  de  Lorenzo  Valla,  o  al  clarísimo  hu- 
manista holandés,  exageraciones  y  deficiencias  de  más  o  menos  gra- 
vedad, aplicadas  a  los  problemas  escriturarios,  representaban  otros, 
verbi  gracia,  Bartolomé  de  Medina,  León  de  Castro  o  Francisco  San- 


(i8)   Doc.  inéd.,  t.  XI,  págs.  57,  58,  59,  do. 

— ^172  — 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


"cho  — no  todos  en  el  mismo  grado —  la  tendencia  antirrenacentista. 
Apreciaban  los  textos  hebreos  como  falseados  y  corrompidos  por  los 
judíos,  mientras  los  representantes  del  humanismo  renacentista  — zona 
media  y  templada  entre  protestantes  y  antihebraizantes —  resumían  su 
sentencia  en  haberse  mantenido  los  originales  hebreos  fuera  de  cam- 
bios accidentales  y  adjetivos,  intactos,  urgiendo  por  consiguiente  di- 
chos originales  como  ancha  e  indestructible  base  en  la  búsqueda  de  la 
revelación  genuína  y  auténtica. 

Se  apoyaba  el  planteamiento  de  exégesis  tal  en  el  profundo  es- 
tudio de  las  lenguas,  en  el  análisis  gramatical,  y  en  el  conocimiento 
cabal  del  hebreo,  con  la  añadidura,  en  el  caso  de  los  hebraístas,  de 
la  teología  escolástica,  y  la  ensambladura  de  una  amplia  cultura  his- 
tórica, geográfica,  cosmográfica  y  hasta  geométrica.  Esta  integración 
supervaloraba  lo  que  hubiera  podido  quedar  en  un  escueto  movimien- 
to de  simples  gramáticos  y  humanistas,  a  lo  Valla  o  a  lo  Nebrija. 
Así  resultaban  los  catedráticos  salmantinos  precursores  de  la  moder- 
na exégesis,  echándose  los  cimientos  de  una  ciencia  ortodoxa  que 
separándose  de  la  escolástica  decadente,  suministraba  nuevas  ideas  y 
no  hechos,  dando  a  su  obra  un  sentido  de  avance  y  de  exactitud,  ba- 
sado todo  en  una  singular  erudición  de  la  arqueología  bíblica  y  de 
las  realidades  históricas  del  pueblo  hebreo,  oscurecidas  más  de  lo 
justo  y  conveniente.  Añadía  precio  en  la  criación  del  método,  el  aná- 
lisis gramatical  y  filológico,  las  aportaciones  de  las  lenguas  antiguas. 
¿  Qué  circunstancias  acompañaron  a  este  respecto  a  los  hebraizantes 
en  su  proceso  inquisitorial  en  torno,  por  ejemplo,  del  conocimiento 
del  hebreo,  raíz  y  punto  de  partida  para  las  controversias  en  aque- 
llos debates?  Cuentan  entre  los  protocolos  del  Santo  Oficio  pasa- 
jes que  exteriorizan  la  profunda  crisis  y  mediocridad.  No  hablare- 
mos del  Maestro  León  de  Castro,  en  posesión  de  erudición  variada 
y  extensa,  ciertamente,  pero  de  espíritu  crítico  pobre  y  menguado. 
Aduzcamos  un  testimonio  literal  del  P.  Antonio  de  Arce,  dominico, 
censor  de  las  proposiciones  doctrinales  de  Fr.  Luis  de  León,  quien 
se  expresaba  de  esta  guisa:  "de  los  libros  escritos  en  hebreo  no  puedo 
decir,  porque  nunca  lo  estudié,  aunque  se  me  han  ofrecido  hartas  y 
buenas  ocasiones,  pareciendo  hauía  muchos  que  estudir  y  saber  en  latín, 


—  1/3  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


según  la  vida  y  salud  es  corta"  (19).  Otra  referencia  inapreciable  por 
su  valor  nos  la  proporciona  una  declaración  del  "Brócense",  respon- 
diendo al  interrogatorio  en  el  proceso  del  Maestro  Gaspar  de  Grajal : 
"...  dieron  a  Domingo  Báñez  cédula  para  que  publicase  qué  se  sabía 
en  leer  la  gramática  hebrea,  y  el  dicho  jrai  Domingo  Iváñez  dixo  qué 
era  cosa  muy  inútil  y  dañosa,  y  que  en  ninguna  manera  hisiesen  casso 
della;  y  luego  el  mesnio  dia  entrando  a  leer  su  cátedra  el  maestro 
Graxal,  le  dieron  la  misma  cádula,  y  dijo  a  los  o>'entes,  que  eran  los 
mismos  que  avían  oydo  al  frai  Yváñez,  cuán  necesaria  era  aquella 
lengua  para  Scriptura,  diciendo  palabras  ásperas  de  los  que  decían 
lo  contrario,  que  eran  ynorantes  e  ydiotas  los  que  dicen  lo  contra- 
rio" (20).  Otros  textos  podían  ilustrar  estos  interesantísimos  aspec- 
tos que  omitimos  en  gracia  de  la  brevedad,  pero  en  presencia  de  los 
cuales  aflora  espontáneamente  en  los  puntos  de  la  pluma  un  interro- 
gante :  ¿  qué  posibilidades  de  discusión,  qué  garantías  y  criterios  cien- 
tíficos podían  asistir  a  los  hebraizantes  salmantinos  de  parte  de  jue- 
ces y  acusadores  con  estas  revelaciones,  indiciarías  de  la  crisis  que 
revela  este  famoso  "affaire"  intelectual,  crisis  moral  y  crisis  de  cul- 
tura ? 

Para  los  hebraizantes  resultaba  fundamental  }'  básico  esta  orien- 
tación intelectual  de  referencia  continuada  y  sistemática  a  los  origi- 
nales hebreos,  desde  la  vertiente  filológica  y  gramatical.  En  ello  con- 
sistía su  misión  universitaria.  Ya  lo  decía  Cantalapiedra :  "porque  en 
esto  está  la  profesión  de  su  cátedra".  Pero  su  visión  se  extendía  a 
horizontes  más  vastos  y  a  preparaciones  intelectuales  de  más  amplitud 
que  el  estudio  de  las  lenguas  antiguas.  Se  inculpaba  a  los  hebraístas 
salmantinos,  simultaneando  con  la  cuestión  hebrea,  otros  cargos,  como 
eran  el  desprecio  de  la  Teología  escolástica  y  de  las  tradiciones  pa- 
trísticas, acorazados  exclusivamente  con  la  triple  lámina  del  huma- 
nismo clásico.  Fueron  ciertamente  inculpaciones  gratuitas.  Los  textos 


(19)  Doc.  inéd.,  t.  X,  págs.  118-119. 

(20)  Miguel  de  la  Pinta,  en  F,n  torno  a  hombres  y  problemas  del  Rena- 
cimiento español,  pág.  48. 


—  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


cantan,  y  a  pesar  de  que  nuestros  lectores  conocen  ya  el  estilo  y  las 
medidas  de  los  tres  encartados,  urge  una  breve  exposición,  como 
parte  integrante  del  problema  que  tratamos  de  dilucidar,  de  estos 
claros-oscuros  del  proceso  inquisitorial. 

Fr.  Luis  de  León  postulaba  para  el  estudio  de  la  Sagrada  Escri- 
tura conocimientos  extensos :  una  verdadera  preparación  intelectual : 
"...  y  jamás  traté,  ni  en  público,  ni  en  secreto,  del  abismo  de  saber 
que  Dios  encerró  en  los  libros  de  la  Santa  Escritura,  que  no  dijese  que 
]>edía  el  que  trataba  de  entenderla,  que  supiese  todas  las  ciencias  y 
las  historias  y  las  artes  mecánicas,  cuanto  más  la  theulugía  escolásti- 
ca, que  es  la  verdadera  introducción  para  ella."  Fr.  Luis  reconocía 
como  necesarias  para  el  estudio  de  las  sagradas  letras  principalmente 
ti  cultivo  de  la  Escolástica  y  las  lenguas  griega  y  hebrea.  Es  decir, 
que  junto  a  la  exigencia  de  la  labor  humanística  y  gramatical  se  aso- 
ciaba en  el  fraile  agustino,  como  en  sus  comprofesores,  la  modalidad 
teológica,  el  cultivo  de  la  teología  escolástica,  y  así  podía  dirigirse  a 
los  inquisidores  con  estas  expresiones:  "pero  véanse  mis  lecturas  y 
los  lugares  en  ellas  adonde  declaro  pasos  de  Escrituras  que  se  ofre- 
cen, y  juzguen  los  hombres  doctos  y  desapasionados,  si  los  declaro 
como  gramático  o  como  teólogo.  El  libro  de  los  Cantares  declaré  y 
profesé  al  principio  dél,  que  declaraba  solo  la  corteza  de  la  letra  y  el 
sonido  de  ella,  porque  sin  entender  primero  aquella  corteza,  no  se 
atina  bien  con  el  sentido  que  allí  pretende  el  Espíritu  Santo,  como  de- 
claré en  otro  lugar.  Y  con  todo  eso  yo  sé  que  los  hombres  sin  pasión 
juzgan  que  lo  que  se  dice  allí  presume  mediana  noticia  de  muchas 
cosas  mayores  que  gramática ;  lo  cual  sí  este  testigo  no  cree,  haga  la 
prueba  y  saque  a  la  luz  su  theulugía ;  y  sí  no  sabe  gramática  yo  le 
prestaré  la  mía  para  que  la  junte  con  ella  y  veamos  lo  que  hace  en  la 
declaración  de  alguno  de  los  libros  sagrados.  Pero  siempre  fué  muy 
fácil  el  reprender  lo  ajeno,  y  muy  dificultoso  el  hacer  lo  que  no  me- 
rezca ser  reprendido.  Y  ansí  estos  hombres  hablan  de  lejos,  y  como 
gente  segura  y  libre :  y  yo  como  preso  y  ciego,  aun  no  puedo  ver 
bien  a  quien  respondo.  Y  crean  vuestras  mercedes  que  si  a  mí  y  a 
estos  nos  partieran  igualmente  el  sol,  que  en  los  oídos  y  en  el  juicio 
de  personas  doctas  y  sin  pasión  que  no  entendieran,  yo  Ies  mostrare 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


claramente  que  eran  como  agora  cien  años  solian  decir  en  Castilla : 
"en  poco  scientes  y  en  mucho  arrogantes"  (21). 

No  menos  claras  e  interesantes  son  las  declaraciones  del  Maes- 
tro Grajal,  respondiendo  a  la  acusación,  tantas  veces  repetida,  de  des- 
deñar y  negar  el  valor  de  los  estudios  escolásticos.  Casi  a  mediados 
del  año  1572,  manifestaba  sin  rebozo  Grajal  su  posición  sobre  el  car- 
go aludido  en  las  testificaciones.  Es  muy  sabroso  el  texto  del  insigne 
catedrático:  "...  porque  yo  probaré  con  más  de  mili  testigos  que  en 
todas  las  primeras  lecciones  de  Sant  Lucas,  lo  primero  que  abiso  es 
que  la  theulugia  scholástica  es  la  más  necesaria  cosa  que  ay  para  darse 
a  la  Scriptura,  y  ansi  a  muchos  pasantes  que  se  aconsejan  conmigo 
cómo  han  de  pasar,  les  abiso  se  dén  mucho,  primero  al  scholástico ;  }' 
ansy  he  leydo  públicamente  muchas  materias  de  scholástico,  y  lo  pasé 
con  suma  diligencia,  y  pretendí  cátedra  de  ello,  como  es  notorio,  y 
siempre  traté  dello,  como  de  cosa  principalíssima  para  la  Scriptura, 
asistiendo  a  los  actos,  y  presidiendo  en  ellos,  y  dando  muestras  en  todo 
lo  que  leo  y  escribo,  de  que  lo  sé  tan  bien  como  los  que  más  presumen 
dello;  y  allego  por  testigo  a  los  más  señores  maestros  de  la  uniuersi- 
dad  que  ha  siete  o  ocho  annos  que  trato  con  ellos  que  se  haga  en  la 
universidad  un  estatuto,  que  los  theólogos  de  primero  y  segundo  año 
no  cursen  en  Biblia  si  no  los  dos  años  postreros,  porque  están  inhábi- 
les para  ojrla  sin  saber  siquiera  un  poco  de  scholástico,  y  creo  que 
abrá  doctores  juristas  que  se  acuerden  aberlo  yo  públicamente  propues- 
to en  claustro  pleno,  y  pídase  juramento  a  don  Juan  de  Almeyda,  si 
traté  con  él  muchas  veces  que  en  el  año  de  su  Retorazgo  hiziese  saber 
este  estatuto,  y  lo  mismo  a  don  Sancho  de  Ahila  en  el  suyo,  donde  se 
verá  ser  falso  lo  que  contra  mí  se  depone  en  esta  proposición ;  y  allego 
también  para  ello,  que  yo  tengo  un  sobrino  mío  theólogo  en  mi  casa, 
que  se  hace  oganno  bachiller  en  theología,  el  qual  a  oydo  siempre  sus 
lecciones  de  scholástico  con  la  diligencia  posible,  al  qual  pues  yo  podía 
mandarle  quitara  que  no  lo  oyera,  y  pídase  juramento  ansi  a  él  como 
a  todos  los  demás  de  mi  casa,  si  al  darme  cada  día  cuenta  de  las  lec- 
ciones, le  pedí  cuenta  de  la  mía,  si  no  siempre  de  las  de  scholástico. 


(21)    Doc.  inéd.,  t.  X,  págs.  360-362. 

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L/l  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


como  cosa  que  sabía  yo  era  muy  necesaria  para  quél  fuese  de  veras  le- 
trado, y  si  fuera  verdad  lo  que  en  esta  proposición  se  dize,  luzerá  todo 
al  rebés"  (22). 

Los  mismos  métodos  y  criterios  de  cultura  dirigían  el  espíritu  y 
la  orientación  del  Maestro  Martínez  de  Cantalapiedra.  Cantalapiedra. 
integraba,  como  sus  compañeros,  en  el  estudio  de  los  textos  bíblicos 
el  conocimiento  general  de  artes  y  ciencias:  "...  dize  que  todas  las 
artes  y  ciencias  son  necesarias  para  entender  la  Sagrada  Escritura, 
como  el  arte  del  labrador,  aritmética,  la  gramática,  historia,  filoso- 
fía"; y  refiriéndose  a  continuación  a  los.  teólogos  escolásticos,  añadía: 
"Pues  de  quien  todas  las  artes  dize  esto,  firmado  de  su  nombre,  y  en 
públicas  lecciones,  no  es  de  creer  que  de  lo  escolástico  dijese  esto,  en. 
lo  qual  se  graduó,  y  gastó  muchos  años,  y  gasta  cada  día  para  cosas 
que  se  le  ofreze..."  (23).  En  las  declaraciones  del  Maestro  encontra- 
mos repetidas  veces  alusiones  a  su  cultura  patrística,  que  era,  en  ver- 
dad, excepcional  y  abrumadora.  El  se  vanagloriaba  de  cinco  mil  re- 
ferencias de  autores  consignadas  en  sus  trabajos  exegéticos.  Cort 
cierta  gracia  seca  de  castellano,  reaccionaba  contra  la  acusación  de  su 
olvido  de  la  tradición  literaria  de  padres  y  escritores  eclesiásticos: 
"Dice  que  ay  mucho  affecto  a  cosas  nueuas  y  poco  a  la  antigüedad 
de  la  religión  y  fé  nuestra.  En  lo  que  escriño  que  está  impreso  y  por 
imprimir,  bien  se  uee  que  no  ay  en  España  más  antiquario  que  yo,., 
pues  que  no  tiene  Dios  sancto  que  aya  escripto  en  griego  ni  en  latín 
que  no  le  cite,  y  tenga  visto  cien  ueces,  como  es  público  en  el  Reyno, 
en  Yndias,  y  en  Italia.  En  lo  de  la  Biblia  que  leo,  bien  sabe  que  es 
lo  más  antiguo  que  ay,  y  en  ella  que  siguo  authores  christianos,.  y 
de  mucha  erudición  y  sanctidad,  los  cuales  cité  en  el  capítulo  3.  Este- 
testigo  andaba  a  decir  a  los  que  hacían  quotlibetos  que  todos  los  to- 
maron de  mi  libro  por  ser  de  sanctos,  que  no  me  citasen,  por  estar 
biuo"  (24). 


(22)  Cfr.  Procesos  inquisitoriales  contra  los  hebraístas...,  págs.  117-118. 

(23)  Proceso  criminal  contra  el  hebraísta  salmantino  Martin  Martínez  de- 
Cantalapiedra,  pág.  195. 

(24)  Ibídem,  pág.  210. 

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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


¿  Qué  valoración  podría  formularse  después  de  la  exposición  que 
acabo  de  hacer  a  base  de  las  referencias  directas,  desnatados  algunos 
de  los  aspectos  esenciales  del  proceso  inquisitorial  abierto  contra  los 
hebraístas?  El  estudio  objetivo  de  los  textos  lleva  al  erudito  y  al  hom- 
bre de  letras  a  destacar  la  importancia  excepcional  de  estos  tres  es- 
pañoles augustos,  que  representan  entre  las  selecciones  intelectuales 
de  la  época  la  aportación  renacentista  más  cabal  a  las  ciencias  bíblicas. 
Téngase  en  cuenta  que  no  se  ventila  un  prol)lema  cientíñco  escueta- 
mente de  tipo  humanístico,  es  decir,  una  colaboración  desde  el  campo 
puramente  de  la  gramática  y  de  la  filología.  Conviene  insistir  en  ello. 
La  empresa  era  de  más  precio,  de  más  amplitud  y  calidades.  Se  trata 
de  tres  teólogos  biblistas  o  escriturarios  con  teorías  y  concepciones 
perfectamente  determinadas,  que,  apocados  por  la  tradición  de  los 
padres  griegos  y  latinos  y  por  toda  la  escuela  eclesiástica,  integrada 
en  este  caso,  entre  otros,  por  San  Jerónimo,  San  Agustín,  San  Hi- 
lario, Lirano,  el  Burgense  y,  como  más  recientes,  Fr.  Andrés  de  Vega, 
Driedón,  Lindano,  los  Maestros  de  Lovaina  y  Sixto  Senense,  repre- 
sentaban la  modernidad  y  el  progreso  científico,  asistidos  por  una  cul- 
tura más  clara,  precisa  y  densa,  hasta  constituir  la  valoración  penin- 
sular más  extraordinaria,  dentro  de  la  especialidad  y  del  estilo,  en  la 
segunda  etapa  de  madurez  de  nuestro  Renacimiento,  y  después  de  la 
magistral  renovación  teológica  que  lleva  al  frente  los  nombres  de  fray 
Francisco  de  Vitoria  y  Melchor  Cano.  Las  exposiciones  del  ]\Iaestro 
Gaspar  de  Grajal  contenidas  en  su  proceso  inquisitorial  evidencian  su 
categoría  teológica  y  su  entronque  con  la  tradición  eclesiástica  dentro 
de  la  disciplina  y  de  la  metodología  más  exigentes.  Los  profesionales 
modernos  enjuician  a  Fr.  Luis  de  León,  puesto  en  comparación  va- 
lorativa  con  Arias  Montano,  como  superior  en  ciencia  teológica  y  cul- 
tura eclesiástica,  descartada  siempre  la  riqueza  erudita  rabínica  del 
polígrafo  extremeño.  ¿  Qué  decir  del  Maestro  Martín  Martínez  de 
Cantalapiedra  ?  Débele  la  Atenas  salmantina  gloria  perdurable  y  ho- 
nor inmarcesible.  Por  España  y  por  el  mundo  corre  hoy  su  proceso, 
editado  por  nosotros  en  el  año  1946,  y  allí  quedan  patentizados  su 
genialidad,  su  talento  crítico  y  su  abrumadora  erudición  eclesiástica. 
Obra  de  su  madurez  y  de  su  plenitud  mental  fueron  sus  diez  libros  ^ 

-  178  - 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


de  las  Hypotyposeos,  que  le  destacan  como  singular  entre  todos,  y  que 
hoy  pueden  considerarse  como  una  extensa  y  moderna  propedéutica 
bíblica,  convirtiéndose  asi  el  catedrático  salmantino,  con  más  razón 
que  Sixto  Senense  o  Ricardo  Simón,  en  padre  de  la  llamada  Intro- 
ducción a  las  Sagradas  Escrituras. 

Cumple  finalmente  contrastar  con  la  significación  de  este  magnifico 
renacimiento,  la  "altura"  científica  }'  el  buen  criterio  de  los  teólogos 
calificadores,  evidenciadas  en  algunas  de  sus  apreciaciones  sobre  los 
hebraístas.  El  Doctor  Antonio  de  Arce,  censurando  en  el  proceso  in- 
quisitorial de  Cantalapiedra  las  palabras  de  los  renacentistas  sobre  la 
vacuidad  y  distinciones  inútiles  que  en  ocasiones  llegaron  a  consti- 
tuir las  características  de  cierto  escolasticismo  teológico,  decía :  "ar- 
to más  tiemi^o  gastan  estos  humanistas  y  que  tratan  de  lenguas  en  las 
fábulas  de  los  poetas  y  de  sus  Dioses  falsos,  y  ritos,  y  historias  de  los 
romanos,  y  en  los  sueños  de  los  hebreos,  haziendo  tanto  caso  desto, 
como  si  fueran  las  prophecías  de  Daniel,  o  las  visiones  de  Ecechiel  o 
del  Apocalipsis".  Sobre  la  pretendida  acusación  de  que  los  biblistas  sos- 
tenían la  ininteligencia  de  los  santos  en  el  estudio  de  la  Sagrada  Es- 
critura • — los  catedráticos  de  Salamanca  así  lo  entendían,  pero  con  las 
debidas  limitaciones  ya  reproducidas —  el  Doctor  Rodrigo  Terán  es- 
cribía con  esta  puerilidad:  "es  proposición  de  gran  arrogancia  y  va- 
nidad que  quiere  atribuir  a  sí  más  sabiduría,  como  sean  hombres  pe- 
cadores, que  a  los  santos  en  quien  hablaba  Dios ;  es  novelero  este  señor 
que  tal  dice,  y  amigo  de  nouedades,  menospreciando  las  vejeces  cató- 
licas" (25);  vejeces  católicas  que  insertadas  dentro  de  la  auténtica  tra- 
dición de  la  ciencia  eclesiástica,  representaban  precisamente  el  funda- 
mento de  toda  la  actividad  intelectual  de  los  escriturarios  españoles. 
¡Cuanto  más  antiguos  más  modernos!,  consignaba  Cantalapiedra,  y 
Fr.  Luis  de  León  en  respuesta  a  uno  de  los  cargos,  se  expresaba:  "lo 
que  este  testigo  llama  nuevo  }•  ageno  de  la  antigüedad  de  nuestra  reli- 
gión, es  lo  antiguo  della".  ¡Ironías  de  la  vida  y  de  la  cultura! 

Descartada  la  exposición  del  problema  doctrinal  o  científico  de  los 


(25)  Cf.  Miguel  de  la  Pinta  en  En  torno  a  hombres  y  problemas  del  Re- 
nacimiento español,  pág.  52. 


—  179  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


biblistas  españoles,  planteada  tan  agudamente  con  la  aportación  de 
calidades  tan  preciosas  de  cultura  y  de  entendimiento,  resta  trazar  la 
"pequeña  historia"  que  determinó  y  produjo  la  prisión,  es  decir,  la 
pérdida  de  la  libertad  de  tres  personalidades  españolas  de  tan  escla- 
recidos méritos  intelectuales  y  de  constitución  humana  tan  cristiana  y 
castiza.  Fr.  Luis  de  León  es  lugar  clásico  y  referencia  permanente 
como  encarnación  en  la  Península  de  valores  de  pureza  y  claridad  in- 
telectuales ;  Martínez  de  Cantalapiedra  destaca  en  el  friso  de  nuestras 
letras  como  creador  de  ciencia  indígena  y  universal,  adornado,  ade- 
más, de  peculiaridades  y  características  humanas  que  reflejan  una 
idiosincrasia  del  más  subido  precio,  y  el  Maestro  Gaspar  de  Grajal, 
eminente  profesor  español,  cultivador  extraordinario  de  las  ciencias 
bíblicas,  pero  de  menos  quilates  humanos,  como  romántico  y  débil. 

En  el  año  1569  se  inauguraban  en  la  Universidad  de  Salamanca 
unas  celebérrimas  Juntas  de  teólogos,  a  quienes  se  confiaba  la  revi- 
sión y  corrección  de  la  Biblia  de  Vatablo,  que  pensaba  editar  el  librero 
de  Salamanca  Gaspar  de  Portonaris.  Las  integraban  Bravo,  Juan 
Gallo,  Guevara  Muñoz,  Fr.  Luis  de  León,  Martínez  de  Cantalapie- 
dra, Grajal,  León  de  Castro  y,  últimamente,  el  dominico  Bartolomé  de 
Medina,  llevando  la  responsabilidad  de  los  debates  el  Decano  Francisco 
Sancho.  Se  inician,  como  decimos,  el  año  1569,  y  ellas  iban  a  ser  la 
causa  inmediata  de  la  detención  de  los  hebraístas  salmantinos.  Con- 
tra ellos  se  levantaron,  principalmente,  el  dominico  Fr.  Juan  Gallo  y 
el  catedrático  León  de  Castro,  representante  de  la  reverencialidad  más 
apasionada  por  la  versión  de  los  setenta  intérpretes  y  por  la  Vulgata, 
y  en  radical  oposición,  por  consiguiente,  con  los  biblistas  Grajal,  Can- 
talapiedra y  Fr.  Luis  de  León,  del  partido  de  la  Biblia  hebraica,  es 
decir,  de  los  textos  originales  hebreos. 

Pareceres  tan  disconformes  y  criterios  tan  dispares  en  hombres  de 
tal  temple  y  cultura  precipitarían  las  pasiones  }'  encenderían  los  odios 
y  las  vehemencias  de  carácter.  Cuentan  múltiples  pasajes  en  los  pro- 
cesos criminales  donde  se  anotan  y  refieren  las  diferencias  y  los  con- 
trastes surgidos  en  aquellas  pelazgas  y  debates.  Las  escenas  y  los 
acontecimientos  desagradables  se  fueron  sucediendo  conforme  avan- 
zaban las  correcciones  a  la  famosa  Biblia,  publicada  por  Roberto  Es- 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


tienne.  Cantalapiedra  alude  en  una  exposición  del  año  1573  al  escán- 
dalo suscitado  por  su  actitud  en  las  Juntas,  deduciendo  de  los  cargos 
la  injuria  manifiesta  que  se  hacía  al  Comisario  de  la  Inquisición,  Pre- 
sidente nato  de  aquellas  Asambleas,  dado  que  Francisco  Sancho  no 
había  hecho  ascos  ni  censurado  lo  allí  determinado,  pese  a  las  iras  y 
a  las  vociferaciones  del  Maestro  León  de  Castro:  "En  todas  las  Jun- 
tas que  se  hicieron  sobre  la  enmienda  de  la  Biblia  de  Vatablo  por  la 
facultad  de  theulugia  de  Salamanca,  en  que  tanto  se  escandalizaron 
estos  pusillos,  paresceme  que  al  que  se  hace  injuria  notable  es  al  señor 
maestro  Sancho.  Porque  siendo  decano  tan  benemérito  de  la  facultad, 
es  de  creer  haría  su  ofificio  recta  y  santamente ;  y  que  es  de  creer  que 
siendo  Comisario  también  de  la  Inquisición,  que  si  uiera  cosas  escan- 
dalosas, pues  tenía  el  mando  y  el  palo  luego  no  deuía  de  auer  escán- 
dalo. Principalmente  que  aj'  estatuto  en  la  universidad  hecho  por  Su 
Majestad,  que  dispone  que  si  en  alguna  de  las  tales  Congregaciones 
sucediese  algún  escándalo,  el  Decano  auerigue  la  verdad  antes  de  aca- 
barse la  junta.  No  lo  hizo,  porque  entendió  que  no  auía  que  enmen- 
dar, si  no  que  eran  opiniones  que  cada  uno  podía  tener"  (26). 

El  agustino  Fr.  Juan  de  Guevara,  declarando  entre  las  "defen- 
sas" del  Maestro  Martín  Martínez  (año  1575),  hace  hincapié,  con  re- 
ferencia a  las  Juntas  para  la  corrección  de  Vatablo,  en  las  "grandes 
contiendas"  habidas  entre  aquellos  teólogos.  En  las  "defensas"  de 
Fr.  Luis  de  León  se  requiere  la  declaración  explícita  sobre  las  Jun- 
tas, apuntándose  así:  "Item,  si  saben...  que  en  las  juntas  de  teólogos, 
especialmente  en  las  que  se  hicieron  sobre  la  Biblia  de  Vatablo,  había 
tantas  voces  y  confusión,  ques  cosa  muy  fácil  antojársele  al  Maestro 
León  de  Castro  o  a  otro  que  oyó  lo  que  nunca  se  dijo"  (27). 

La  historia  de  aquellas  asambleas  nos  ofrece,  efectivamente,  prue- 
bas de  semejantes  afirmaciones,  y  se  desarrollaron  entre  continuos 
obstáculos  por  parte  de  León  de  Castro,  Gallo  y  Medina,  destacándo- 
se entre  todos  el  primero  con  sus  impertinencias,  nacidas  de  su  apa- 


(26)  Cf.  Proceso  criminal  contra  el  hebraísta  salmantino  Martín  Martines 
de  Cantalapiedra,  pág.  228. 

(27)  Doc.  inéd.,  XI,  pág.  266. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


sionamiento  y  destemplanzas  de  carácter.  Sostenían  él  y  Gallo,  por 
ejemplo,  que  en  las  enmiendas  de  Vatablo  se  procedía  por  métodos 
muy  secos,  soslayándose  aspectos  de  sustancia  y  entidad,  a  lo  que  res- 
pondía Cantalapiedra  que  el  Consejo  había  ordenado  estudiar,  no  lo 
que  ellos  postulaban,  sino  lo  que  la  Biblia  contenía:  la  "letra",  aban- 
donada como  cosa  humilde  para  vacar  al  estudio  del  "espíritu", 
reduciendo  Cantalapiedra  los  contrarios  a  una  estricta  unidad  cuando 
afirmaba  que  los  santos  "pusieron  la  perfectión,  y  Batablo  y  otros  el 
fundamento  para  hedificarla"  (28).  Profesaba  León  de  Castro  que  to- 
dos los  salmos  se  entendían  literalmente  de  la  persona  de  Cristo,  con 
lo  cual  no  concordaba  Fr.  Luis  de  León,  adjudicando  unos  salmos  a 
David,  otros  a  Cristo,  mientras  otros  los  reputaba  estrictamente  como 
"doctrinales".  A  los  defensores  de  Vatablo,  en  el  sentido  ya  comen- 
tado, les  motejaba  Castro  en  sus  constantes  porfías  de  "judaizantes 
y  judíos".  Los  judaizantes  y  rabinos  eran,  naturalmente,  Grajal,  fray 
Luis  y  Martínez  de  Cantalapiedra  (29). 

Fuera  ya  de  las  discrepancias  doctrinales,  fundamentales  y  básicas, 
albergaba  León  de  Castro  en  su  espíritu  una  pasión  de  vanidad  ofen- 
dida. Nos  referimos  al  fracaso  de  su  libro  sobre  Isaías,  publicado  en 
el  año  1570,  fracaso  cuya  causa  hacía  recaer  en  los  Maestros  Fr.  Luis 
de  León  y  Cantalapiedra,  cuando,  en  realidad,  se  debió  exclusivamen- 
te al  excesivo  coste  del  libro,  que  impidió  su  venta  en  los  mercados 
libreros  de  Medina  y  Ríoseco.  Manías  científicas,  como  se  ve,  y  va- 
nidad ofendida  fueron  creando  en  Castro  resentimientos  y  complejos 
muy  sensibles.  Fr.  Luis  habla  de  sus  "desatinos"  y  le  pinta  como 
"furioso  puesto  en  disputa".  En  cierta  ocasión,  reunidos  en  las  Jun- 
tas, Fr.  Luis  le  amenazó  con  hacer  quemar  su  libro  sobre  Isaías, 
donde  Castro  tenía  puesta  su  vanidad,  contestándole  éste  que  le  había 
de  hacer  quemar,  refiriéndose  a  su  casta  judía  (30). 

(28)  Proceso  criminal  contra  el  hebraísta  Martín  Martines...,  págs.  178-170. 

(29)  Cf.  Procesos  contra  los  hebraístas  salmantinos...,  pág.  344. 

(30)  "Iten,  si  conocen  al  maestro  León  de  Castro,  e  si  saben  que  antes  y 
al  tiempo  que  juró  y  depuso  en  esta  causa  era  y  es  enemigo  capital  del  dich.) 
maestro  Fr.  Luis  de  León  por  muchas  causas :  la  primera,  porque  en  una  junta 
de  las  que  se  hicieron  sobre  la  Biblia  de  Vatablo  el  año  69,  Fr.  Luis  de  León 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


l'ero  quizá  la  causa  decisiva  del  famoso  afjaire,  expuesta  ya  por 
nosotros  en  otras  oportunidades,  y  que  alentó  las  pasiones  para  arro- 
jar en  las  cárceles  a  los  biblistas  salmantinos,  fué  la  diferencia  sur- 
gida por  las  famosas  "competencias  a  cátedras",  que  llenan  no  sola- 
mente la  historia  de  la  Universidad  de  Salamanca,  sino  de  otras 
Universidades  extranjeras,  prez  de  la  cultura  católica.  Los  dominicos 
dominaban,  ¡y  con  qué  justos  y  gloriosos  títulos  y  méritos!,  la  ense- 
ñanza escolástica  de  Salamanca.  La  incorporación  a  la  Universidad 
salmantina  de  otros  valores  e  individualidades  hizo  surgir  las  luchas 
y  las  controversias  hasta  crear  ambientes  apasionados  y  densos,  donde 
cuajaron  con  facilidad  las  desavenencias  radicales  y  las  antipatías  in- 
vencibles, alborotando  los  espíritus  y  agriando  los  caracteres  hasta 
trastocar  la  paz  y  perturbar  las  conciencias. 

Ya  en  el  año  1566,  con  motivo  de  la  cátedra  de  Prima  de  Teo- 
logía, se  había  enfrentado  Fr.  Luis  de  León  con  Fr.  Bartolomé  de 
Medina,  poniéndole  pleito  y  logrando  de  la  Corte  una  provisión  don- 
de se  habla  de  "cierto  Fray  Bartolomé  de  Medina".  Pese  al  apoyo 
prestado  por  los  dominicos  al  Maestro  Rodríguez,  ganaba  también 
Fr.  Luis  la  cátedra  de  Santo  Tomás,  y  en  el  año  1569  surgían  nue- 
vas desavenencias  motivadas  por  el  viaje  de  Fr.  Juan  Gallo  a  Roma. 

Se  trata,  efectivamente,  de  un  pequeño  mundo  de  pasiones  vigo- 
rosas y  recias,  sostenidas  por  el  honor  corporativo  y  las  tradiciones 
de  escuela.  En  mi  estudio  sobre  el  Maestro  Martínez  de  Cantalapie- 
dra  he  recogido  un  precioso  texto  del  doctor  Juan  de  Vergara,  donde 
el  insigne  humanista  se  refiere  a  estas  luchas.  Es  interesante  y  suma- 


riñó  con  el  Maestro  León  de  Castro,  y  le  dijo  que  le  había  de  hacer  quemar 
un  libro  que  imprimía,  y  le  retó  de  voz,  y  le  dijo  muchas  veces  que  era  úu 
ruin  hombre;  y  el  maestro  León  de  Castro  le  dijo  a  Fr.  Luis  que  lo  habría 
de  quemar  a  él"  (Doc.  inéd.,  XI,  255).  También  en  otro  jiasaje  de  Doc.  iné- 
dito (X,  pág.  12,  se  alude  al  mismo  episodio:  "Y  enojado  de  la  porfía  el  dicho 
Fr.  Luis  después  le  dijo  a  este  declarante  que  le  había  de  hacer  quemar  un 
libro  que  imprimía  sobre  Exahías,  y  este  declarante  le  respondió  que  con  la 
gracia  de  Dios  ni  él,  ni  su  libro  no  prendería  fuego,  ni  podía,  que  primero 
prendería  en  sus  orejas  y  linaje."  Como  se  ve,  el  texto  consignado  es  todavía 
mucho  más  expresivo  que  el  primero. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


mente  característico.  Reza  así:  "...  quanto  más  que  muy  notorio  es, 
señores,  con  quánta  vehemencia  y  conspiración  acostumbran  los  frai- 
les en  estas  cosas  de  parcialidad  que  les  tocan,  juntarse  en  vn  parecer 
y  ser  todos  a  vna.  En  Salamanca  vemos  cada  vez  que  se  offresce 
opposición  de  alguno  dellos  a  cáthedra,  que  todos  los  de  su  orden  se 
conforman  hiegn  con  él  contra  qualquiera  otro  por  eminente  que  sea, 
y  quando  faltando  dellos  oppositor  quieren  ayudar  a  vn  estraño,  don- 
de va  uno,  allí  van  todos  sin  que  falte  voto"  (31).  Fr.  Luis  de  León 
recusa  como  calificadores  de  su  doctrina  a  los  padres  dominicos  de 
San  Esteban  de  Salamanca,  "porque  por  razón  de  las  competencias  y 
pretendencias  que  yo  y  este  mi  monasterio  habemos  tenido  y  tenemos 
con  ellos,  no  estarán  tan  desapasionados  como  conviene  para  juz- 
gar" (32).  Entre  las  preguntas  señaladas  en  las  "defensas"  del  fraile 
agustino,  se  destaca  singularmente,  y  con  palabras  muy  expresivas,  lo 
mismo.  Se  consigna  que  los  frailes  dominicos  son  capitales  enemigos 
de  Fr.  Luis  por  las  clásicas  competencias  y  parcialidades.  Y  como 
confirmando  la  especie,  se  recuerda  la  posesión  de  la  cátedra  de  vís- 
peras de  teología  ganada  por  los  agustinos  contra  los  padres  predi- 
cadores, y  se  repite  lo  que  era  sabido  y  popular  en  Salamanca  entre 
las  gentes  del  "gremio":  que  Fr.  Bartolomé  de  Medina  era  adversa- 
rio notorio  y  apasionadísimo  de  Fr.  Luis  porque  en  las  pretensiones 
a  cátedras  universitarias  "no  tenía  a  quien  temer  sino  al  dicho  fray 
Luis  de  León".  El  mismo  fraile  agustino,  en  el  pedimento  autógrafo 
del  7  de  diciembre  de  1574,  escribía  que  se  le  quería  quitar  de  en 
medio  — por  parte  de  Medina —  porque  "yo  so}'  el  mayor  impedimen- 
to que  tiene  en  sus  pretensiones  de  cáthedras"  (33). 

Medina  representa,  efectivamente,  la  máxima  hostilidad  contra  sus 
comprofesores  de  Salamanca,  y  es  la  figura  capital  entre  todos  los 
adversarios  y  disconformes  con  los  biblistas.  De  consuno,  le  distin- 
guen los  tres  hebraístas  como  su  perseguidor  más  contumaz  e  im- 


(31)  Cf.  Proceso  crivunal  contra  el  hebraísta  salvíautvto  MarfV]  Marthica 
de  Cantalapiedra...,  pág. 

(32)  Doc.  incd.,  X,  pág.  100. 

(33)  Ibtdeni,  XI,  pág.  42. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


portante.  Por  sus  condiciones  de  equilibrio,  de  serenidad,  amén  de  su 
personalidad  científica,  fué  considerado  como  el  caudillo  de  la  oposi- 
ción. Esto  lo  ha  reconocido  hasta  su  hermano  de  hábito  el  P.  Luis 
Alonso  Getino,  y,  aunque  la  apreciación  es  de  un  gran  valor,  como 
formulada  por  un  investigador  de  la  hechura  y  tendencias  del  P.  Ge- 
tino,  no  empece  para  exponer  aqui  sucintamente  la  conducta  seguida 
por  Medina  y  sus  idas  y  venidas  en  el  negocio  de  los  tres  catedráticos 
de  Salamanca.  Por  los  procesos  inquisitoriales,  conocemos  las  denun- 
cias de  Fr.  Bartolomé  de  Medina;  pero  antes  de  precisarlas  concre- 
tamente, veamos  cómo  los  biblistas  sabían  a  qué  atenerse,  deducién- 
dose de  sus  declaraciones  su  exacta  información  sobre  los  manejos  de 
sus  adversarios,  sobre  todo,  de  los  del  dominico  Medina.  En  la  res- 
puesta de  Grajal  a  la  publicación  de  testigos,  encontramos  unos  inte- 
resantísimos pasajes  acusando  las  actividades  del  P.  Bartolomé  de 
Aíedina.  Grajal  no  reputaba  las  acusaciones  del  fraile  Medina  perju- 
diciales en  su  causa,  dada  su  enemistad  personal  que  serviría  para 
desvirtuarlas  jurídicamente,  atenta  su  conocida  enemistad.  Grajal  acu- 
sa sus  noticias  en  una  prosa  grave.  Apunta  que  Medina  no  le  perju- 
dica por  ser  hombre  que  le  quería  mal  y  procuraba  infamarle  por 
todas  las  formas  posibles.  Añadía  el  bibhsta  que  Medina  "andaba 
juntando  proposiciones,  y  mostrándolas  a  unos  y  a  otros,  y  diziendo 
que  yo  auía  dicho  lo  que  nunca  dixe,  fingiendo  que  estudiantes  le  yban 
a  dezir  lo  que  nunca  dixe,  ni  ellos  lo  digeron  para  que  no  me  lo  tor- 
ziesen,  conforme  a  las  opiniones  quél  fingía  de  mí".  Líneas  adelante, 
Grajal  insistía  en  la  gravedad  de  las  declaraciones  de  Medina,  decla- 
raciones tan  recias  y  "pesadas"  que  bastarían  para  determinar  a  las 
autoridades  inquisitoriales,  sin  más  informaciones,  a  su  detención.  Al 
odio  de  Medina  y  a  su  mala  voluntad  aluden  reiteradamente  los  he- 
braístas. Casi  ya  finalizada  la  respuesta  de  Grajal  a  los  testigos, 
escribe  quizá  las  líneas  más  expresivas  sobre  el  fraile  dominico : 
"...  antes,  si  me  es  permitido,  doy  quexa  del  maestro  Medina  de  que 
hiziese  libelo  infamatorio  contra  de  mí  de  proposiciones  que  yo  no 
dixe,  y  las  mostrase  ha  unos  y  a  otros  para  alborotar  la  universidad, 
y  con  falsedades  y  mentiras  engañase  a  vuestras  mercedes,  y  me  hi- 
ziese prender,  siendo  testigo  falso  en  este  tribunal,  y  con  falsedades 


-  185  - 


MIGUEL  ÜE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


infamándome  grauísimamente,  e  infamando  la  uniuersidad,  infamando 
el  reyno  de  España,  engañando  a  vuestras  mercedes  con  sus  melosas 
palabras,  so  color  de  zelo  de  religión"  (34). 

En  los  primeros  meses  del  año  1575,  fecha  de  su  muerte,  retoma 
Grajal  a  acusar  a  Medina  como  causante  de  svi  prisión  y  desgracia : 
"...  Fr.  Bartolomé  de  Medina,  al  qual  no  se  debe  dar  crédito,  por 
ser  mi  enemigo,  y  haber  sido  el  que  me  hizo  prender,  fingiendo  cosas 
de  mí"  (35).  En  el  año  anterior,  en  un  interesante  memorial,  el  ca- 
tedrático de  Escritura  redactaba  unas  "tachas"  contra  León  de  Cas- 
tro y  Medina.  Sobre  éste  se  puntualizan  una  serie  de  preguntas,  re- 
sumiendo los  cargos  y  motivos  de  la  recusación.  Luego  de  declarar 
a  Medina  como  a  su  capital  adversario  por  ser  amigo  de  Fr.  Luis  de 
León,  habiendo,  por  tanto,  según  Medina,  de  ajiidar  "ofreziéndose 
cátreda"  a  los  agustinos  contra  los  dominicos  de  San  Esteban,  con- 
signa el  Maestro  como  causas  de  la  disidencia  conocer  Medina  unas 
referencias  suyas  sobre  que  pensaba  contradecir  al  fraile  dominico  en 
examen  de  licenciados  y  haberse  opuesto  de  la  misma  manera  Grajal, 
en  el  claustro  universitario,  a  la  lectura  de  cátedra  de  Medina  por  la 
ausencia  de  Gallo  de  Salamanca.  Demanda,  además,  se  interrogue  al 
Maestro  Madrigal  la  causa  de  haberle  dicho  en  alguna  ocasión  se 
guardase  de  Fr.  Bartolomé  y  Fr.  Domingo  Báñez,  "que  le  querían 
mal"  (36).  En  el  año  1575  declaraba  Fr.  Luis  de  León,  en  escritr» 
autógrafo  dirigido  a  los  inquisidores,  que  Medina  era  enemigo  suyo 
y  "andaba  mouiendo  escándalo  en  la  Escuela".  Frecuentemente,  alu- 
de Fr.  Luis  al  "escándalo"  producido  por  el  Maestro  dominicano  en 
Salamanca  en  torno  de  él  y  de  sus  dos  compañeros  universitarios,  es- 
cándalo que  no  derivaba  de  las  novedades  heterodoxas  formuladas  por 
ellos,  sino  que  consideraba  como  producto  exclusivo  de  las  "ruines 
sospechas  y  ruines  entrañas"  de  Medina.  No  olvida,  como  sus  com- 
pañeros, la  colaboración  prestada  al  dominico  por  T^eón  de  Castro. 


(34)  Cf.  Procesos  inquisitoriales  contra  los  catedráticas  hebraístas  de  Sn- 
lamanca...,  págs.  215-218. 

(35)  Ihídem,  pág.  412. 

(36)  Ibídem,  págs.  347-348. 

—  186  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Escribe  que  Castro  "se  confederó  con  Medina  y  comenzaron  a  mover 
escándalo  en  la  escuela,  y  a  inventar  lo  que  han  hecho"  (37).  Consi- 
dera Fr.  Luis  a  Medina  como  hombre  "apasionado",  pese  a  sus  bue- 
nas formas,  tan  antípodas  de  las  exageraciones  de  León  de  Castro,  y 
no  se  recata  en  insistir  que  el  fraile  dominico  le  buscaba  las  vueltas 
para  comprometerle  (38).  Quizás  el  texto  más  concreto  de  Fr.  Luis 
sobre  Medina  sea  el  redactado  para  los  interrogatorios  de  las  "de- 
fensas". En  él  Fr.  Luis  compendia  el  cargo  principal  y  decisivo  con- 
tra el  fraile  dominico,  incluyendo  también  a  León  de  Castro  y  a  otros 
particulares  enemigos  suyos.  Por  lo  que  respecta  a  Medina,  reza  así : 
"Item,  si  saben,  etc.,  que  el  maestro  fray  Bartolomé  de  Medina,  de 
la  orden  de  Sancto  Domingo,  hizo  junta  de  estudiantes,  y  llamó  mu- 
chos a  su  celda,  e  inquirió  dellos  si  habían  oído  o  sabían  algunas 
cosas  sospechosas  en  la  fé  o  de  mala  doctrina  del  maestro  fray  Luis, 
y  de  otros  ciertos  maestros,  poniéndolos  en  escándalo,  y  tomándoles 
firmas,  y  haziendo  memoriales,  y  juramentándolos  para  que  no  le  des- 
cubriesen..."  (39).  No  es  menester  precisar  cómo  Cantalapiedra  ase- 
guraba que  las  especies  gratuitas  achacadas  a  él  )•  a  sus  compañeros 
las  divulgaba  en  .Salamanca  Bartolomé  de  Medina,  y,  con  la  recusa- 
ción de  éste,  tachaba  las  testificaciones  e  informes  de  todos  los  domi- 
nicos, poniendo  como  causa  una  radical  enemistad  originada  de  las 
pretensiones  a  cátedras. 

Pero  no  obstante  haber  reproducido,  si  bien  someramente,  la  opi- 
nión de  los  hebraístas  en  torno  a  las  actividades  de  Fr.  Bartolomé 
de  Medina,  la  más  elemental  exégesis  histórica  nos  obliga  a  contras- 
tar estas  declaraciones,  a  fin  de  cuentas  provenientes  de  los  biblistas, 
habiendo  de  recurrirse  a  fuentes  históricas  seguras  y  ajenas  a  los  ban- 
dos en  lucha.  El  proceso  inquisitorial  conserva,  afortunadamente,  to- 
das las  testificaciones  e  informes  secretos,  desconocidos  de  entrambos 
contendientes.  La  exploración  de  tales  textos  nos  dará  la  medida  de 
las  actividades  de  Fr.  Bartolomé  de  Medina,  y  podremos  comprobar 


(37)  Doc.  inéd..  X,  pág.  353. 

(38)  Ibídem,  XI,  pág.  260. 

(39)  Ibídcm.  pág.  339. 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


la  exactitud  y  veracidad  de  los  pareceres  de  los  hebraístas  o  el  con- 
fusionismo, desorientación  o  malicia  de  los  reos,  apuntando  a  intere- 
ses particulares  y  pasiones  personales  inconfesables.  Casi  todas  las 
testificaciones  contra  los  hebraístas  están  incluidas  en  el  proceso  de 
Grajal,  y  de  allí  se  desglosaron,  incluyéndolas  en  los  expedientes  que 
se  siguieron  inmediatamente  a  cada  uno  de  ellos  en  particular. 

A  diecisiete  días  del  mes  de  diciembre  del  año  1571,  declara  fray 
Domingo  Báñez  que  oyó  decir  al  maestro  Medina  "que  personas  de 
la  huniuersidad  de  Salamanca  le  ahian  venido  a  decir  cómo  abía  en 
la  dicha  ciudad  y  uniuersidad  de  Salamanca  maestros  en  teulugia  que 
declarando  las  Sagradas  Escrituras  decían  algunas  proposiciones,  de 
las  quales  algunos  de  los  oj-entes  algo  escandalizados  benían  a  pre- 
guntarle qué  le  parecían  dellas...  qué  proposiciones  fuesen  éstas  el 
dicho  maestro  Medina  las  dirá  más  en  particular''.  Añade  Báñez  que 
platicó  con  su  compañero  para  ver  la  manera  de  denunciar  las  propo- 
siciones atribuidas  a  los  tres  hebraístas.  Según  Medina  advertía  a 
Báñez,  dos  de  los  estudiantes  que  habían  acudido  a  él  eran  los  bachi- 
lleres Alarcón  y  Rodríguez,  oyentes  de  Teología.  En  otra  referencia 
cuenta  Báñez  que  "Fr.  Bartolomé  de  Medina  le  mostró  vn  papel  a 
este  declarante  en  que  estaban  escritas  algunas  de  las  proposiciones 
malsonantes  que  decían  algunos  estudiantes  aberlas  oydo  al  maestro 
Martínez,  o  al  maestro  Grajal,  o  a  ambos  dos..."  (40).  El  jervónimo 
Fr.  Juan  de  Santa  Cruz,  conventual  del  monasterio  de  su  Orden,  ex- 
tramuros de  Salamanca,  testifica  ante  el  Comisario  del  Santo  Oficio, 
Francisco  Sancho,  que  cierto  día  acudió  a  su  monasterio  el  padre 
Maestro  Medina,  "y  mostró  vn  papel,  donde  traya  escritas  muclias 
proposiciones,  de  las  quales  se  le  acuerdan  que  heran  las  siguientes : 
que  en  la  ydicíón  Bulgata  aprobada  por  el  concilio  Tridentino  abía 
errores,  avnque  no  tan  perniciosos  en  materia  de  fé ;  y  otra  que  de 
los  santos  no  se  podía  saber  la  Escritura  en  sentido  literal,  y  ésta 
dixo  que  dicho  que  la  sacaría  presto  ympresa,  y  decía  que  la  teulugia 
escolástica  impide  el  entender  la  Escritura ;  y  otra  refiriendo  vna  opi- 


(40)  Cf.  Procesos  inquisitoriales  contra  los  hebraístas  de  Salamanca. ...  pá- 
ginas 6-7. 


—  188  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULI  URA 


nión  de  Santos  que  dice  que  de  las  palabras,  in  principio  creavit 
Deus...  que  de  la  Trinidad  que  de  allí  se  saca,  que  no  creía  en  ella, 
lo  qual  todo  dixo  el  dicho  maestro  Medina  que  el  dicho  maestro  Gra- 
jal  decía  preguntándole  a  este  declarante  que  qué  le  parecía,  y  este 
declarante  le  rrespondió,  y  dixo  que  heran  cosas  muy  escandalosas  y 
dinas  de  ser  corregidas,  y  que  mirasen  por  la  onrra  desta  universi- 
dad; y  preguntándole  el  dicho  maestro  Medina  a  este  declarante  qué 
sí  sentía  que  tenía  obligación  de  denunciar  deste  negocio,  le  dixo  que 
si,  so  pena  de  pecado  mortal..."  (41). 

En  la  declaración  de  Cerralvo  de  Alarcon  se  consignan  más  o  me- 
nos las  mismas  referencias  sobre  la  importancia  del  papel  de  Medina. 
Preguntado  por  los  inquisidores  si  había  escuchado  al  Maestro  Gra- 
jal  la  versión  de  que  la  Sagrada  Escritura  se  debía  explicar  conforme 
a  la  exégesis  de  los  rabinos  y  judíos,  abandonándose  los  comentarios 
y  explicaciones  de  los  Santos,  respondía  en  esta  forma :  "...  que  a 
oydo  dczir  que  el  maestro  Grajal  lo  ace  ansí  en  su  letura  de  Bliuia ; 
enpero  que  este  declarante  a  oydo  discursos  al  dicho  maestro  Grajal, 
pero  que  no  lo  a  oydo,  dixo,  que  no  lo  a  adbertido,  e  que  a  quien  oyó 
decir  que  lo  decía  dicho  maestro  Grajal,  era  y  fué  al  maestro  Me- 
dina, fray  le  dominico"  (42). 

Fuera  de  estas  constantes  alusiones  a  Medina,  cuentan  un  con- 
junto de  testificaciones  dictadas  por  discípulos  que  oyeron  directa  y 
personalmente  a  los  maestros  biblistas,  testificaciones  de  un  valor  con- 
siderable por  referirse  a  doctrinas  sustentadas  por  los  hebraístas,  y 
que  hoy  encajan  unas  dentro  del  más  ortodoxo  magisterio  de  la  Igle- 
sia y  desfiguradas  otras  por  las  malas  entendederas  de  los  discípulos, 
y  que  a  través  del  proceso  fueron  expuestas  con  exactitud  científica 
y  con  la  debida  objetividad  por  los  profesores  salmantinos.  Descar- 
tadas semejantes  aportaciones  del  proceso,  campea  en  todas  las  restan- 
tes una  nota  esencial:  la  constante  referencia  a  Medina:  "...  e  que 
a  quien  oyó  decir  que  lo  decía  el  dicho  maestro  Grajal  era  e  fué  al 
maestro  Medina  frayle  dominico...;  que  lo  que  sabe  e  a  oydo  decir  es 


(41)  Ibídem,  págs.  lo-ii. 

(42)  Ibídem,  pág.  12. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


qucl  maestro  Medina,  frayle  de  la  dicha  casa  y  monesterio  de  San- 
tistevan...;  qué  proposiciones  fuesen  éstas,  el  dicho  maestro  Medina 
las  dirá  más  en  particular,  y  quiénes  eran  los  estudiantes...;  dixo  que 
lo  que  sabe  es  quel  padre  maestro  Medina,  jrayle  dominico,  jué  vn 
día  al  monesterio  de  San  Gerónimo,  antes  del  dia  de  Corpus  Christi 
pasado,  y  mostró  vn  papel,  donde  traya  escritas  muchas  proposicio- 
nes", ün  estudio  de  conjunto  del  proceso  inquisitorial  arroja,  efecti- 
vamente, la  responsabilidad  máxima  de  Medina  en  el  ajjaire  de  los 
catedráticos  de  Salamanca,  }•  a  él  se  achaca,  principalmente,  el  des- 
prestigio y  la  prisión  de  Grajal,  Cantalapiedra  y  Fr.  Luis  de  León. 
Vale,  por  eso,  repetir  la  frase  del  P.  Getino,  quien  escribía  en  su 
P^ida  y  procesos  del  Maestro  Fray  Luis  de  León:  "Medina,  desde 
luego,  fué  mirado  como  el  caudillo  verdadero  de  la  oposición.'" 

^Ampliamente  podríamos  seguir  exponiendo  esta  historia,  pero  nues- 
tra misión  está  sometida  a  límites  precisos  y  a  dimensiones  muy  con- 
cretas por  la  hechura  obligada  de  este  libro.  Diríamos  únicamente 
que  si  los  hebraístas  pudieron  desorientarse  al  plantear  los  problemas 
escriturarios,  actitud  que,  desde  luego,  no  constituía,  ni  mucho  me- 
nos, ningún  delito,  y  sí  obligada  exigencia  espiritual,  cabría,  empero, 
señalar  en  ella  falta  de  prudencia  por  atraerse  así  la  hostilidad  de  los 
rezagados  y  de  los  émulos,  que  nunca  perdonan...,  y  por  causas  tan 
desemejantes.  Sintéticamente,  podríamos  resumir  este  pleito  en  varias 
fórmulas.  Una  de  ellas  la  he  concretado  así  en  mi  libro  sobre  el  Maes- 
tro Martín  Martínez  de  Cantalapiedra:  "La  controversia  de  la  que 
dependió  en  España  el  estancamiento  de  los  altos  estudios  eclesiásti- 
cos (los  escriturarios,  se  entiende)  tuvo  por  causa  y  origen,  entre 
otras,  las  inquietudes  y  la  falta  de  humildad  de  unos  hombres  que  en 
manera  alguna  consintieron  se  destacasen  junto  a  ellos  valores  de  in- 
teligencia y  de  cultura  que  pudiesen  superar  a  los  suyos." 

¿A  qué  se  redujo  el  papel  del  P.  Medina  y  con  qué  características 
se  señala  entre  los  actores  de  esta  dramática  historia?  Respondiendo 
a  unas  "notas  críticas"  sobre  mi  libro  del  Maestro  Martínez  de  Can- 
talapiedra, suscritas  por  el  P.  Beltrán  de  Heredia  y  publicadas  en  La 
Ciencia  Tomista,  he  procurado  acusar  así  las  actividades  y  los  perfi- 
les del  célebre  y  famoso  dominico.  En  el  estudio  de  los  protocolos 


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LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


inquisitoriales,  se  destaca  su  figura  como  el  enemigo  más  contumaz 
y  peligroso  que  tuvo  Fr.  Luis  de  León.  El  fraile  agustino  nos  habla 
de  sus  "ruines  entrañas"  y  de  sus  testificaciones  calumniosas.  Pero 
el  aspecto  que  le  inmortalizará  ante  la  posteridad  siempre  que  se  es- 
tudie este  famoso  afjaire  será  su  actitud  de  "guardián  celoso"  de  la 
ortodoxia  en  Salamanca.  Fr.  Luis  se  refiere  a  su  "santísimo"  celo, 
a  su  "extraordinario  celo  religioso".  Nos  lo  pinta  así,  sarcásticamen- 
te,  como  una  especie  de  sota-Mariana,  hostilizando  toda  nueva  apor- 
tación, toda  novedad  intelectual,  a  título  de  oposición  a  las  santas  tra- 
diciones y  a  la  "antigüedad  de  la  religión  y  fé  nuestra".  Manifiesta 
Medina  en  su  primera  declaración  que  los  tres  hebraístas  son  afectos 
siempre  a  novedades  (?).  Esto  ha  sido  el  estilo  de  los  mesurados  y 
sesudos  enfrente  del  ímpetu  creador,  con  la  consiguiente  fermentación 
espiritual.  Cuando  alguno  de  los  hebraístas  quiso  sincerarse  y  cam- 
biar impresiones  con  Medina,  en  vista  de  los  rumores  y  del  escándalo 
que  se  propalaba,  Medina  procuró  tranquilizarle  con  "blanduras". 
Después  sucedió  todo  lo  que  el  lector  conoce...  Pero  preguntamos, 
¿pudo  Fr.  Bartolomé  de  Medina  sospechar  con  sinceridad  de  la  orto- 
doxia de  sus  compañeros  universitarios?  (43). 


(43)    Cf.  Archivo  Agustiniano,  1950,  págs.  53-66  y  189-204. 


—  191  — 


CAPITULO  V 


Literatura  piadosa  en  el  siglo  xvii. — La  oratoria  sagrada— Literatura  teoló- 
gica e  histórica  de  las  escuelas. — Dicterios  contra  Pablo  Segneri. — Diferencias 
y  luchas. — En  torno  del  dogma  de  la  Inmaculada  Concepción. — Decadencia  dt 
la  literatura  piadosa :  características  y  modalidades. — La  actividad  censoria  del 
Santo  Oficio. — Prohibiciones  y  tachas. — El  buen  criterio  inquisitorial. — La  ram- 
plonería crítica  de  las  escuelas. — La  influencia  extranjera:  su  razón  y  sus 
exageraciones. — Ne  quid  nimis. — La  sana  dirección  espiritual. 


xiGEN  las  características  de  este  trabajo  exponer,  siquiera  sinté- 


ticamente, algunas  de  las  modalidades  literarias  que  integran  el 


movimiento  de  nuestras  letras  piadosas  a  raíz  del  siglo  xvii,  afecta- 
das muy  sensiblemente  por  la  decadencia  y  la  ramplonería,  y  consi- 
guientemente tocadas  de  esterilidad  para  todo  lo  que  entrañase  vida 
interior,  dirección  de  espíritu  o  sencillamente  piedad  o  devoción. 

La  castiza  tradición  de  nuestra  oratoria  sagrada  se  trunca  por 
aquellas  calendas,  pese  a  excepciones  limitadísimas,  y  sin  alcanzar 
ninguna  excelencia  notoria.  Antítesis,  sutilezas  pedestres  y  asociacio- 
nes mitológico-bíblicas  con  alegorías  y  retruécanos.  Recuérdese  la  eru- 
dición de  polianteas  y  calepinos,  donde  se  revuelven  los  dioses  clási  - 
cos con  las  vírgenes  cristianas  y  los  doctores  de  la  Iglesia. 

Las  chocarrerías  se  extreman  imponderablemente.  He  aquí  un 
ejemplo.  Se  compara  la  Magdalena  a  un  limón  podrido :  "Este  limón 
tiene  dos  caras :  la  una,  fresca  y  bella  y  de  buen  olor ;  la  otra,  hedion- 
da y  podrida.  Si  tú,  pues,  miras  la  Magdalena  por  el  lado  enmohecido 
y  hediondo,  la  hallarás  enredando,  retozando  y  saltando  con  la  juven- 


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13 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


tud  hebraica  de  Jerusalén,  que  iba  a  comprar  a  su  casa  los  pecados  a 
dinero  contante"  (i). 

La  mezcla  sacro-profana  llega  a  ser  tan  absurda  que  el  P.  Fabián 
López,  de  la  Compañía,  escribe,  haciendo  su  elogio,  que  sólo  podría 
precisar  sus  características  valiéndose  de  comparaciones  valorativas 
como  las  modas  en  trajes  y  vestidos:  "Ni  sé  con  qué  explicarme  sino 
con  los  trages,  que  si  hoy  se  pusiera  uno  unos  afollados  con  su  es- 
carcela, una  gorra  niilanesa  y  una  capa  a  media  espalda  con  capilla, 
le  tirarían  con  tronchos  de  coles."  Anota  el  padre  jesuíta  con  satis- 
facción la  abundancia  de  predicadores  que  sólo  con  el  lenguaje  "en- 
tretienen y  encantan  a  los  más  espabilados  ingenios  y  dan  pasto  a  los 
linajudos  de  la  cultura".  Cuentan  sólo  galanterías  y  modernidades, 
acusándose  los  predicadores  por  la  palabra  "crespa"  y  atildada; 
censurando  los  sermones  de  su  compañero  de  sotana  Hernando  de 
Aguilera,  no  se  libra  de  incidir  en  las  mismas  presuntuosidades  lite- 
rarias, criticando  en  el  pulpito  la  ausencia  de  agudezas,  el  lenguaje 
común  y  las  llanezas  del  predicador  (2). 

¿Dónde  habían  ido  a  parar  los  maestros  de  la  elocuencia,  de  aque- 
lla elocuencia  encendida  española,  viril  y  sacra,  de  los  agustinos  Val- 
derrama,  Farfán,  Fonseca  y  Fr.  Dionisio,  el  de  Alcalá? 

Por  el  año  1791  recogía  el  Santo  Oficio  un  libelo  intitulado  La 
sabiduría  y  la  locura  en  el  púlpito,  ataque  chabacano  e  injurioso  con- 
tra todos  los  predicadores  de  España.  La  vena  satírica  nacional  siem- 
pre floreció  lozana  y  vivaz,  aunque  desbordando  muchas  veces,  por  la 
pendiente  de  la  soflama  anticlerical,  venenosa  e  injusta.  El  autor  es- 
cribe que,  en  vez  de  predicadores,  tenemos  "rábulas,  charlatanes,  pa- 
pagayos, delirantes  y  vocingleros".  Dígase,  en  verdad,  que  la  deca- 
dencia era  flagrante ;  pero  aquella  ola  de  mal  gusto,  de  chabacanería,  de 
charlatanismo,  se  extendió  lo  mismo  que  en  España  por  otros  países ; 
y  en  medio  del  depravado  gusto  y  de  la  sacrilega  depravación  de  los 
profanadores  de  la  cátedra  del  Espíritu  Santo,  por  aquellos  años  los 


(1)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.509. 

(2)  Cfr.  R.  A.  B.  y  M.,  núm.  4  (1900),  págs.  149-751- 


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LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


pulpitos  españoles  escucharon  la  palabra  piadosa  de  Bocanegra,  Aldao, 
Gallo,  Michelena,  a  los  PP.  Garcés  y  Hernández,  dominicos,  y  a  los 
PP.  Dutari  y  Calatayud,  jesuítas,  sin  llegar  a  citar  aquí  el  nombre  más 
moderno  de  Fr.  Diego  de  Cádiz. 

¿  Qué  de  particular  había  en  prohibir  escritos  y  libros,  ya  de  carác- 
ter doctrinal  o  histórico,  con  los  que  las  Escuelas  se  hostilizaban  con 
la  violencia  notoria  y  tradicional?  La  caridad  brillaba  por  su  au- 
sencia — también  se  acusaba  de  ordinario  el  buen  gusto  y  la  fina  crí- 
tica— :  Recordemos,  por  ejemplo,  el  Arynamentario  Histórico  Theoló- 
gico  del  Carmelo,  donde  se  ataca  con  la  acostumbrada  pasión  a  Pape- 
brochio  y  Heinicio ;  o  la  conocida  Innocencia  Vindicata,  en  la  que  re- 
firiéndose el  autor  al  insigne  Pablo  Segneri  le  regalaba  con  frases  de 
este  tono:  "hombre  de  desmesurado  arrojo",  "de  pocas  obligaciones", 
"sin  cara,  soberbio  y  atrevido",  "infamador",  "engañador",  "volun- 
tario calumniador",  "hombre  dexado  de  la  mano  de  Dios",  "que  ca- 
lumnia con  modo  propíssimo  del  Demonio",  "necio  o  poco  honesto", 
"a  cuyo  lado  se  ponen  los  herejes  anabaptistas".  ¿No  recuerda  el  lector 
erudito  los  servicios  rendidos  por  el  ilustre  jesuíta  a  la  Iglesia  con  sus 
sermones,  libros  y  campaña  contra  Molinos?  A  los  padres  Carmelitas 
les  era  entonces  lo  mismo  una  vez  que  se  discutía  doctísimamente  }' 
con  suma  prudencia  la  antigüedad  del  Carmen  y  sucesión  de  EHas  (3). 

Aquellas  luchas  fueron  siempre  feroces.  Evoquemos  las  diferencias 
entre  jesuítas  y  dominicos.  Para  éstos,  los  jesuítas  no  son  más  que 
émulos  de  los  tomistas.  Les  motejan  de  "envidiosos  de  la  gloria  de 
San  Agustín  y  Santo  Tomás,  se  les  considera  como  hombres  calumnia- 
dores de  muchas  e  intolerables  maneras :  multíplices  ct  non  ferendas 
sellólas  thomistícas  ah  adversariis  impactas  calumnias;  acusadores 
falsos  e  injuriosos;  que  sin  vergüenza  acusan  e  improperan:  "invere- 
cunde  arguere  modernos  thomistas,  iisque  improperare",  que  infaman 
gravemente  a  toda  la  escuela  tomista,  al  mismo  Sumo  Pontífice  y  al 
Maestro  Báñez,  levantándole  a  éste  haberse  revelado  contra  el  Doctor 
Angélico,  y  conspirado  con  Calvino ;  que  censuran  la  setencia  de  la 


(3)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.461. 

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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


gracia  per  se  eficaz,  como  dogma  herético,  sed  etiam  ut  haereticuin 
traducere  non  verentur,  y  así  otras  gracias  y  lindezas  (4). 

Quizá  el  suceso  más  interesante  a  través  de  muchas  generaciones 
fué  el  tema  de  las  controversias  sobre  la  Concepción  Inmaculada.  Se 
publicaban  y  reeditaban  constantemente,  fuera  de  los  libros  y  trata- 
dos doctrinales,  Cadenas  de  oro,  para  alabar  la  pureza  de  María,  flo- 
reciendo por  todas  partes  copleros  que  popularizaban  la  Concepción, 
como  aquel  Martín  Ximénez,  que  publicaba  sus  versos  en  Zaragoza 
por  el  año  1619 : 

El  que  diga  que  se  peca 
quitando  de  Vos  pecado 
quedará  descomulgado  (5). 

Las  disputas  y  pelamesas  extendidas  por  toda  la  Península  adqui- 
rieron un  carácter  agudísimo  en  Mallorca  durante  el  siglo  xvii,  edi- 
tándose láminas  injuriosas  contra  los  dominicos  (6). 

El  24  de  ma>'o  de  1622,  el  Papa  Gregorio  XV,  oído  el  parecer 
del  Colegio  Cardenalicio,  imponía  silencio  a  las  polémicas  que  conti- 
nuamente se  suscitaban  sobre  el  Misterio  de  la  Concepción  hasta  ser 
definido.  Las  controversias  — escribía  el  Pontífice —  sólo  deparan  es- 
cándalos, pesadumbres  y  disensiones.  Hubo  en  esta  producción  teo- 
lógica y  literaria  incidentes  muy  peregrinos.  En  ocasiones  los  defen- 
sores o  adversarios  del  Misterio  pertenecían  a  las  tradiciones  del  mal 
gusto,  y  se  editaban  títulos  tan  chabacanos  que  merecen  reproducirse 
para  solaz  de  cultos  e  indoctos.  He  aquí  uno  de  ellos :  "Soplos  en  de- 
fensa de  la  pura  Concepción  de  Nuestra  Señora  la  Virgen  María  con- 
tra algunos  átomos  que  se  han  lebantado  y  opuesto  aquestos  días  al 
Sol  de  la  verdad,  por  Fr.  Pedro  de  la  Concepción,  religioso  mínimo, 
entre  los  menores  el  menor."  El  libro  salió  de  las  prensas  de  Zarago- 


(4)  A.  H.  N  Inq.,  leg.  4.458.  (Vid.  Verus  thomistarum  Trivnphus...  Ganda 
vise,  ex  Typog.  Joannis  Eton,  1725.) 

(5)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.451. 

(6)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  3.736. 

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LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


za  el  año  1662,  siendo  su  editor  Bernardo  Nogués,  y  afortunadamen- 
te vemos  cómo  el  autor  reconoce  su  insuficiencia  y  exigüidad  confe- 
sándose "mínimo,  entre  los  menores  el  menor"  (7). 

Pese  en  general  a  las  discrepancias  dominicas,  la  devoción  espa- 
ñola respetaba  y  creía  en  el  Misterio.  Sabemos  que  en  un  convento  de 
monjas  de  Falencia  se  llegó  a  quemar  la  imagen  de  Santo  Tomás,  y 
las  coplillas  sobre  el  tema  se  popularizaban,  aun  dentro  de  la  chaba- 
canería y  de  la  plebej'ez. 

Anteriormente  nos  hemos  referido  a  la  decadencia  de  la  oratoria 
sagrada  puesta  en  la  picota  del  ridículo  y  de  la  burla  en  el  saladísimo 
libro  del  P.  Isla,  decadencia  que  motivó  prohibiciones  a  granel  de 
panegíricos  y  sermones  morales  por  parte  del  Santo  Oficio.  Simul- 
taneando con  aquella  postración  que  se  acusa  ya  en  plena  evolución 
y  desarrollo  en  el  gran  siglo  del  barroco  español  con  sus  extravagan- 
cias en  los  procedimientos  expresivos,  y  con  sus  exageraciones  sim- 
bólicas en  el  arte  de  la  elocución,  por  una  parte ;  y  por  otra,  los  enér- 
gicos contrastes  del  realismo  impresionante  de  nuestros  imagineros, 
donde  llega  a  sacrificarse  la  plástica  a  la  expresión  vehemente,  en- 
turbiado por  la  turbamulta  de  efigies  de  palo  rebozadas  de  damascos 
y  terciopelos,  se  acusó  en  nuestro  país  un  profundo  marasmo  que  in- 
tentó paralizar  y  entorpecer  la  irradiación  y  los  alientos  de  la  honda 
y  fervorosa  piedad  española,  desviándola  a  zonas  de  ordinariez,  incul- 
tura y  fanatismo  bochornoso,  estimulado  por  amplias  minorías  de 
clérigos  sin  levadura  teológica  y  bíblica,  y  preconizadoras  de  la  vigen- 
cia de  una  devoción  aldeana  en  el  más  estricto  sentido  peyorativo  del 
vocablo,  sumiendo  a  las  gentes  sencillas  en  un  ambiente  de  milagrerías, 
trampantojos,  ilusiones  y  absurdas  creencias,  donde  mal  podían  flo- 
recer los  caminos  de  la  virtud  y  de  la  vida  interior  alumbrados  siem- 
pre por  la  sabia  dirección  espiritual,  el  buen  gusto  y  la  sólida  doctrina. 

En  una  "Oración  apologética",  redactada  en  pleno  siglo  xviii,  se 
refleja  adecuadamente  aquella  crisis,  fruto  de  la  ignorancia  y  de  la 
despreocupación,  y  que  llegó  a  penetrar  en  los  duros  acantilados  de 


(7)    A.  H.  N   Inq.,  leg.  4.454. 


MIGUEL  DE  LA  FINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


una  parte  considerable  de  la  opinión  española,  con  menoscabo  de  nues- 
tro sentimiento  religioso.  El  texto  reza  asi:  "los  santurrones  han 
llenado  el  mundo  de  patrañas  rediculas,  de  milagros  increíbles  y  de 
visiones,  que  contradicen  a  la  terrible  majestad  del  mismo  Dios.  En 
ellas  vemos  a  Cristo  alumbrando  con  un  candil  para  echar  una  monja 
el  pan  en  el  horno;  tirando  naranjitas  a  otra  desde  el  Sagrario;  pro- 
bando las  ollas  de  la  cocina,  y  jugando  con  un  fraile  hasta  serle  im- 
portuno ;  en  ellas  vemos  un  legito  reuniendo  milagrosamente  una  bo- 
tella quebrada,  sin  más  fin  que  consolar  a  un  muchacho,  a  quien  se 
cayó  al  salir  de  la  taberna ;  a  otros,  convirtiendo  unas  cubas  de  agua 
en  vino  para  beberlo  la  Comunidad,  y  a  otro  resucitando  un  pollinejo 
que  había  nacido  muerto,  porque  no  lo  sintiera  el  hermano  de  la 
Orden.  En  ellas  vemos  a  un  hombre  muerto  de  muchos  años  conser- 
var viva  la  lengua  hasta  confesar  sus  culpas ;  a  otro  tirarse  de  un 
balcón,  y  caer  sin  incomodidad  a  la  calle  por  ir  al  rosario,  y  un  voraz 
incendio  apagarse  sin  más  que  echar  un  escapulario  de  estameña ;  en 
ellas  vemos  a  la  Virgen  María  sacar  su  virginal  pecho  para  dar  leche 
a  un  monje :  a  los  Angeles  en  hábito  de  frailes  cantar  maitines  porque 
en  el  convento  dormían,  y  a  los  santos  más  humildes  degollando  a 
los  que  no  eran  afectos  a  su  religión"  (8). 

El  pasaje  ha  de  entenderse  con  su  mica  salis,  pero  la  realidad 
superaba  los  casos  expuestos,  dado  que  el  estilo  ordinario  estaba  cor- 
tado por  el  mismo  patrón.  Que  en  España  contaban  clérigos  doctos 
y  sabios,  y  que  entre  ellos  figuraban  los  inquisidores,  "fanáticos  e  ig- 
norantes" es  innegable.  La  Inquisición  española  persiguió  sistemáti- 
camente esta  literatura  religiosa,  producida  por  el  abandono  del  Sa- 
grado Texto,  fuente  de  nuestras  creencias,  mientras  las  antigüedades 
eclesiásticas  yacían  bajo  la  lápida  de  las  Decretales  y  de  los  abusos 
furtivamente  introducidos.  ;  Podríamos  afirmar  que  durante  muchos 
años  para  grandes  sectores  la  piedad  cristiana  y  la  capacidad  nacional 
se  midieron  por  los  abortos  literarios  de  la  época  }'  por  la  valentía 


(8)  Cfr.  "Oración  Apologética  que  en  defensa  del  estado  floreciente  de  i'---- 
paña  dixo  en  la  Plaza  de  Madrid". — No  se  publicó  el  tal  manuscrito  por  .su> 
insolencias,  en  medio  de  indiscutibles  verdades. 


—  198  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


de  Romero  o  Costillares,  héroes  del  matadero  sevillano,  que  entran- 
do en  lid  con  un  toro,  le  pasaban  de  los  cuernos  a  la  cola? 

La  actividad  censoria  del  Santo  Oficio  se  multiplicó,  no  cejando 
en  su  lucha  denodada  contra  laicos  y  clérigos,  autores  de  aquellas  pa- 
parruchas, milagrerías  y  ordinarieces  que  invadían  el  ruedo  ibérico. 
Es  decir,  que  no  se  trata  de  perseguir  a  heterodoxos,  racionalistas  o 
descreídos,  que  ésta  era,  al  parecer  de  las  gentes,  la  función  esencial 
de  los  tribunales  inquisitoriales.  Lo  mismo  se  perseguía  al  protes- 
tante "dogmatizante",  al  volteriano  contumaz  y  escandaloso  que  al 
Obispo  heresiarca,  a  la  monja  "ilusa"  o  al  piadoso  autor  de  nove- 
narios pedestres  y  de  "gozos"  ridículos  y  chabacanos. 

He  aquí  una  muestra  erudita  de  esta  fiscalización :  Por  la  regla 
octava  del  nuevo  expurgatorio,  adonde  se  prohibían  libros  u  oracio- 
nes supersticiosos,  se  recogieron  por  el  año  1620  las  llamadas  "mi- 
sas de  San  Agustín".  Eran  cinco:  de  la  Natividad  de  Nuestra  Seño- 
ña,  de  la  Anunciación,  de  la  Visitación,  de  la  Purificación  y  de  la 
Asunción.  Se  recomendaban  como  reveladas  a  San  Agustín  por  la 
Virgen.  Celebrados  los  dichos  sacrificios,  si  alguna  persona  se  encon- 
traba en  tribulaciones  de  pobreza,  prisiones  u  otras  necesidades,  se 
veía  libre  de  estos  trabajos,  lo  mismo  que  si  estuviesen  en  tierras 
lueñes  o  estuviesen  muertas,  se  sabría  de  ellas.  Las  misas  se  celebra- 
ban arreo  con  Gloria  y  Credo,  y  al  final  de  cada  misa  se  recitaban  los 
cuatro  evangelios.  Sépase  como  apostilla  de  esta  referencia,  que  una 
de  dichas  misas,  la  de  la  Visitación  de  Nuestra  Señora,  no  existia 
en  tiempo  de  San  Agustín,  amén  de  la  ceremonia  supersticiosa  de  los 
cuatro  evangelios,  y  del  Gloria  y  Credo,  condición  sine  qua  non,  ade- 
más de  poder  precisar  que  en  múltiples  ocasiones  dicha  celebración 
iría  contra  los  fueros  de  la  gallofa.  El  censor  del  Santo  Oficio  escribe 
que  puestas  en  circulación  olían  a  misas  "de  pane  lucrando"  (9). 

En  el  año  1629  se  recogía  la  Historia  de  la  Religión  prof ética  del 
Carmen,  compuesta  por  un  religioso  carmelita  descalzo,  e  impresa  en 
Madrid.  Entre  otras  afirmaciones,  consignaba  el  autor:  "la  vocación 
profética  fué  más  favorecida  del  Espíritu  Santo  que  la  vocación  apos- 


(9)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.467. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


tólica"  (fol.  26);  "la  fundación  de  la  Orden  del  Carmen  es  de  dere- 
cho divino,  y  las  demás  religiones  no  tienen  sino  aprobación  humana" 
(fol.  155);  "Elias  es  más  santo  que  los  apóstoles"  (fol.  231);  "ven- 
drá Elias  como  juez  supremo,  y  con  judicatura  superior  a  la  de  los 
Apóstoles"  (10). 

En  el  año  1662  se  seguían  unos  autos  por  la  Inquisición  de  Tole- 
do, en  razón  de  unos  villancicos  que  se  cantaban  en  la  Capilla  Real 
de  las  Descalzas  de  Madrid.  Puede  imaginarse  el  lector  erudito  el  es- 
tilo por  la  muestra : 

Mundi  novi  mundi  novi, 
lleguen  señoras,  lleguen,  siñores. 
Verán  cosis  novis, 
r  galanis,  coriosis 

e  maravillosis. 
Lleguen  todos  a  este  parti, 
lleguen,  verán  por  un  cuarti 
misteria  maravillosa 
e  invenciones  primorosas, 
con  mucha  curiositate, 
noche  de  nativitate, 
de  Diu  nosfro  siñori.  (11). 

También  en  las  Descalzas  de  Madrid  se  cantaba  un  diálogo  con 
referencias  a  la  visita  del  santo  sepulcro,  repleto  de  chanzas.  Comen- 
zaba en  estos  términos : 

Madrugaron  tres  Marías 
una  mañana  de  Pascua, 
que  las  mujeres  madrugan 
siempre  por  salir  de  casa. 


(10)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4-478. 

(11)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.444- 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


A  los  ángeles  las  tres 
como  a  sacerdotes  tratan, 
porque  estaban  con  estolas, 
mas  yo  digo  que  eran  albas  (12). 

Son  también  de  este  tiempo  unas  coplas  en  memoria  de  los  Dolo- 
res de  la  Virgen,  y  en  ellas  se  versificaba  por  este  estilo,  poniendo  en 
labios  de  Nuestra  Señora : 

Pecador,  si  a  mis  dolores 
quieres  tener  devoción, 
yo  te  haré  dos  mil  favores, 
y  pondré  mi  intercesión 
a  javor  de  tus  errores  (13). 

En  los  "Loores  en  alabanza  del  B.  P.  y  Místico  Doctor  San  Juan 
de  la  Cruz,  Compañero  y  Coadjutor  de  la  gloriosa  Madre  Santa  Te- 
resa de  Jesús  en  la  fundación  de  su  sagrada  Reforma",  se  leía : 

De  tu  madre  padre  fuiste, 
pues  de  nuevo  la  formaste; 
sus  hijos  multiplicastes 
cuando  en  cinta  la  pusistes. 
Su  antiguo  honor  la  volviste, 
siendo  Padre,  Hijo  y  Amante. 

Se  trataba  sencillamente  de  manifestar  el  aumento  que  en  sus  hi- 
ios  tuvo  la  Religión  del  Carmen  en  la  reforma  de  San  Juan  de  la  Cruz. 
En  otros  versos  se  habla  de  la  Confirmación  bajo  el  concepto  de 
sacramento,  y  continúa  el  autor  bajo  la  misma  metáfora  y  sentido  di- 
ciendo "llevó  el  Diablo  el  bofetón,  siendo  tú  allí  el  confirmado";  y 


(12)  A.  H.  N.  Inq.  (Ibídem). 

(13)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.474. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


bajo  esta  consideración  resultaba  para  los  inquisidores  la  proposición 
"falsa,  errónea,  temeraria,  y  sapiens  haeresim" ,  pues  sin  apoyo  ni 
fundamento  se  dice  que  el  sacerdocio  pasó  a  ser  Confirmación,  siendo 
artículo  de  fe  que  son  dos  sacramentos.  Contiene,  además,  un  abuso 
sacrilegio  de  la  ceremonia  practicada  en  la  Confirmación.  Dése  cuen- 
ta el  lector  de  la  expresión  indecente  que  la  copla  manifiesta  para 
explicar  el  florecimiento  \'  multiplicación  de  los  carmelitas  reformados. 

Tu  sacerdocio  sagrado 
pasó  a  ser  conjirmación; 
llevó  el  Diablo  el  bofetón 
siendo  tú  allí  el  confirmado. 
Mucho  es  que  se  ha  disgustado, 
pues  tu  gracia  es  su  picante  (14). 

En  la  "Carta  de  perpetua  esclavitud  a  la  Santísima  Trinidad", 
publicada  en  Granada,  se  empleaban  expresiones  macarrónicas  y  pro- 
pias solas  de  la  Divinidad:  "quisiera  ser  eterno  para  haberte  servido 
sin  principio  de  tiempo"...  "quisiera  ser  inmenso  para  servirte  en  todo 
lugar...";  "quisiera  ser  infinito  para  hacerte  servicios  de  valor  infi- 
nito..." Se  trataba  de  frases  hiperbólicas  conocidas,  pero  empleadas 
fuera  de  modo  y  medida.  El  capuchino  censor  de  la  Inquisición  se 
expresa  en  el  sentido  "que  las  hermandades  o  cofradías  que  las  usan 
no  tienen  otra  mira  que  el  sacar  limosnas".  Eran  frases  hipotéticas,  y 
en  realidad  de  verdad  no  ofrecían  nada  contra  la  ortodoxia.  Recuér- 
dense las  conocidas  expresiones:  "Señor,  si  yo  fuera  Dios  y  Tú  Agus- 
tín, dejara  yo  de  ser  Dios  para  que  Tú  lo  fueras."  Y  esta  otra:  "Se- 
ñor, si  yo  fuera  Dios  y  Tú,  Francisco,  dejara  yo  de  ser  Dios  porque 
Tú  lo  fueras"  (15).  En  el  "Novenario  espiritual  de  San  Lorenzo",  dis- 
puesto por  Fr.  Antonio  Arbiol  e  impreso  en  Zaragoza  (1765),  se  leía: 
"Los  viernes  con  gran  victoria  —  transportáis  en  vuestra  palma  —  a 


(14)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.478. 

(15)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.465. 

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LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


vuestras  devotas  almas — del  Purgatorio  a  la  Gloria"  (i6).  Se  trata, 
como  se  ve,  de  expresiones  que  inducen  a  vana  confianza.  Se  expur- 
ga una  frase  de  la  "Novena  y  Exercicio  de  la  Reyna  de  los  Angeles 
y  Madre  de  Dios  María  Santísima,  que  celebrando  el  misterio  de 
su  Concepción  en  gracia  en  el  primer  instante  de  su  sagrada  anima- 
ción dispuso  un  hijo  suyo,  y  del  Seráfico  Padre  San  Francisco  en  hon- 
ra de  su  Inmaculada  Concepción,  a  quien  con  cordial  afecto  consa- 
gra estos  annuales  reverentes  cultos  su  religiosísima  Comunidad  del 
Señor  San  Pedro  de  Alcántara,  de  Santa  Cruz  de  Tenerife,  como 
a  singular  Abogada  y  patrona  de  su  sagrada  religión".  Nada  menos 
que  esto  es  la  portada  de  la  novenita,  y  ya  deducirá  el  lector  el  tono 
literario  del  padre  franciscano.  La  frase  expurgada  decía  hablando 
de  las  excelencias  de  la  Virgen,  "reconciliadora  única  de  las  enemista- 
des con  Dios"  (17).  Por  inducir  a  superstición,  a  causa  de  los  mila- 
gros — milagrerías. —  allí  refutados,  se  interviene  y  descalifica  la  His- 
toria panegírica  de  la  Aparición  y  milagros  de  María  Santísima  del 
Tremedal,  por  el  Doctor  D.  Francisco  Lorente  (1798).  Por  supers- 
ticiosa }■  falsa  quedó  prohibida  la  "Carta  escrita  por  María  Santísima 
a  los  de  la  ciudad  de  Mexina"  (1788).  En  el  año  1803  se  abría  expe- 
diente contra  unas  "Reflexiones  que  Christobal  Mordaza,  sacristán 
del  Canto,  hace  al  señor  fiscal  del  Obispado  de  Avila  sobre  un  pedi- 
mento que  dió  motivo  a  un  despacho  de  vereda,  en  que  se  manda  que 
todos  los  sacristanes  se  presenten  a  examen  dentro  de  quince  días". 
Tales  son  las  burlas  y  las  ordinarieces  del  papelucho,  que  el  censor  se 
limita  a  decir:  "este  sacristán  Christobal  de  la  Mordaza  merecía  que 
se  le  pusiese  una  en  su  lengua".  En  el  año  1806  se  denunciaba  en 
la  Inquisición  una  estúpida  "Oración  que  fué  hallada  en  el  sepulcro 
de  Nuestro  Señor  Jesucristo."  Se  mandó  ipso  jacto  recoger.  Comen- 
zaba: "Sabed,  mis  queridas  hijas,  que  los  soldados  que  me  prendieron 
fueron  201.  Que  me  llevaron  preso,  25.  Dieronme  en  la  boca  30  pu- 
ñaladas. Quando  preso,  dos  soldados  dieronme  1 10  empellones  para 
levantarme ;  80  golpes  dieronme  en  la  boca ;  1 50  en  el  pecho  y  5670 


(16)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4-483. 

(17)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.465. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


azotes  me  dieron  amarrado  a  una  columna.  Quedaron  en  mi  cuerpo 
loi  llagas  y  1600  abujeros  mortales.  Cai  con  la  santa  Cruz  3  veces, 
y  la  sangre  que  derramé  fueron  30.670  gotas."  Como  verá  el  lector, 
la  doctrina  se  presentaba  como  errónea  y  supersticiosa,  mejor  dicho,  se 
trata  de  un  documento  perfectamente  apócrifo  (18).  La  Devoción  al 
Santísimo  Cristo  de  la  Expiación,  impreso  en  181 6,  se  subtitulaba 
"Copia  de  una  Relación  que  fué  aliada  en  el  Santo  Sepulcro  de  N.  S. 
Jesucristo,  la  qual  tiene  el  Santo  Pontífice  en  su  oratorio  y  el  Rey  Fe- 
lipe IV  en  una  lámina  de  plata".  Después  de  reproducir  con  más  o  me- 
nos exactitud  las  referencias  de  la  Oración  del  sepulcro...,  añade:  "la 
persona  que  rezare  siete  Padre  nuestros,  )"  siete  Ave  Marías  por  es- 
pacio de  12  años  hasta  que  cumpla  el  número  de  gotas  que  derramó 
Cristo  en  la  Cruz,  se  le  conceden  cinco  gracias ;  la  primera,  remisión 
de  todos  sus  pecados ;  la  segunda,  será  libre  de  las  penas  del  Purgato- 
rio; la  tercera,  que  si  muriese  antes  de  cumplir  los  12  años,  será  como 
si  lo  hubiera  cumplido...",  y  asi  siguen  las  patrañas  y  las  zafiedades 
que  la  Inquisición  anhela  desterrar  (19).  En  este  tiempo  se  había  im- 
preso en  Cádiz  la  Novena  deprecatoria  a  la  Santísima  Virgen  María 
de  la  Merced.  Fue  recogida  por  el  Santo  Oficio.  La  oración  para  el 
día  séptimo  de  la  novena  rezaba  así:  "Ternísima  y  sobre  manera  cui- 
dadosa de  tus  hijos  perseguidos,  que  los  libertas  de  la  muerte  a  fuer- 
za de  prodigios,  como  lo  hicieste  en  la  villa  de  Utiel  con  un  devoto 
de  tu  santo  Escapulario  que  acometido  de  un  trabucazo  a  boca  de 
cañón,  no  hizo  el  tiro  más  efecto  en  su  pecho  que  haber  dexado  las 
señales  en  el  Santo  Escapulario,  cayendo  a  sus  piés  tres  balas,  y  que- 
dando sano  tu  devoto..."  En  el  día  anterior  de  la  "novena"  se  re- 
lata otro  sucedido  en  la  ciudad  de  Portovelo  con  un  hombre  devoto 
del  Escapulario,  "que  haviendo  pasado  desta  vida  a  la  eternidad  sin 
el  Bautismo  culpablemente,  hallándose  en  el  tribunal  vino  justamen- 
te condenado,  Tu,  poderosísima  Madre,  con  tus  ruegos  impediste  el 
formidable  decreto,  y  reduciéndole  otra  vez  a  la  vida  para  que  con- 
siguiere la  gracia  de  el  Bautismo,  dentro  de  hora  y  media  le  condu- 


(18)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.474. 

(19)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.489. 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


xiste  a  la  Gloria..."  (20).  El  prior  de  la  Merced  de  Barcelona  es- 
cribió por  el  año  1818  el  siguiente  gozo  en  honor  de  su  Patrona: 
"Vuestra  imagen  sin  igual  que  ese  convento  venera — es  copia  en  quien 
reverbera — todo  el  bello  original — ■  copia  pero  aun  tan  leal — que  vues- 
tras gracias  colora",  donde  para  exaltar  a  la  imagen  llegaba  a  depri- 
mir el  original.  Que  todo  el  bello  original  reverbere  en  la  santa  ima- 
gen parece,  efectivamente,  demasiada  hipérbole  (21). 

Quiero  desnatar  dos  ejemplos  típicos  de  esta  clase  de  literatura 
en  la  modalidad  de  "villancicos",  como  resumen  de  este  género  de 
entretenimientos  piadosos  que  hacían  las  delicias  de  muchos  de  nues- 
tros abuelos.  No  se  llegaron  a  cantar  en  nuestros  templos  por  la  in- 
tervención fiscal  del  Santo  Oficio.  En  el  año  1818  se  recogieron  unos 
"villancicos"  de  Navidad  compuestos  para  la  insigne  catedral  de  Cór- 
doba. Se  llamaba  en  ellos  a  Eva  "tarasca"  y  "golosaza".  Escribe  el 
autor  de  la  desnudez  y  pobreza  del  Niño,  y  expone  como  causa ; 

Tubo  de  ello  la  culpa 
cierta  tarasca 
que  quiso  ser  señora, 
siendo  criada. 

Sólo  por  un  antojo, 
la  golosaza 

ha  dado  que  rascarnos 
muy  buena  sarna. 

Y  añadía  luego : 

Era  dama  sin  peso, 
bien  adornada, 
pero  por  una  pera 
perdió  su  gala. 


(20)  A.  H.  N.  Inq.,  ibidem. 

(21)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.492. 


—  20?  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Con  la  pera  al  marido, 

que  era  un  Juan  Lanas 

me  lo  volvió  camueso 

la  gran  taimada. 

Como  Adán  tiene  el  mundo 

mil  papanatas; 

pero  yo  a  éstos  les  llamo 

papa  manzana  (22). 

Tales  "villancicos"  ponían  en  ridículo  el  Misterio.  Se  llama  a 
Cristo  "molinerito"  y  "moledor".  Nuestra  redención  la  compara  el 
autor  a  un  "molino",  y,  como  el  lector  habrá  notado,  se  llama  a  Adán 
Juan  Lanas  y  "camueso",  con  otras  expresiones  ridiculas  y  mortifi- 
cantes. 

Estas  perpetraciones  y  atentados  contra  el  buen  gusto,  la  reveren- 
cia de  los  misterios  sagrados  y  la  buena  doctrina  fueron  constantes 
hasta  muy  entrado  el  siglo  xix.  Son  famosos  los  villancicos  compues- 
tos para  la  Colegial  de  Antequera  en  el  año  1816.  He  aquí  el  reci- 
tado del  Patán: 


Patán:    Decidme,  Xiño  hermoso, 
sin  andar  por  rodeos. 
Es  verdad  lo  que  diz,  que 
en  galanteos 
desde  el  Cielo  bajaste  a 
ser  Esposo, 

que  la  Esposa  la  hiciste, 

y  que  es  de  barro? 

Pues  si  yo  no  me  marro, 

ansí  nos  lo  asigura 

el  pae  Cura, 

y  según  me  magino 

el  Cura  no  va  juera  de  camino. 


(22)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.469. 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Vo  no  me  opongo  que 

aquesto  sea; 

mas  la  Esposa,  jiñor, 

es  pobre  y  fea. 

Sobre  ser  jorrorosa  y  su 

pobreza, 

también  tiene  un  chichón 
en  la  cabeza, 

que  le  jizo  por  arrancarle  el  moño, 

allá  en  tiempo  de  Adán,  algún  demoño. 

Se  le  calificó  por  burlesco  e  indecoroso  a  la  majestad  del  templo 
y  sus  augustas  funciones  (23). 

Es  incontrovertible  el  buen  sentido  y  el  celo  religioso  sano  e  in- 
teligente que  movió  las  decisiones  de  la  Inquisición  española,  consa- 
grada a  retirar  del  mercado  librero  la  bazofia  y  los  guisotes  espesos 
de  una  literatura  piadosa  que  en  España  se  acusó  en  los  buenos  tiem- 
pos por  la  exquisitez  y  la  finura.  ¿  Quién  no  recuerda  alguna  de  las 
preciosidades  literarias,  villancicos  y  letrillas  donde  el  buen  gusto,  la 
ternura,  las  sandungas  y  las  gracias  son  ornato  y  flor  de  nuestros 
mejores  ingenios?  Si  la  Inquisición  ataba  corto  a  piscatores  y  ana- 
listas, autores  de  lunarios  con  predicciones,  chistes  y  gracias  inadmi- 
sibles, véase  cómo  eran  perseguidos  los  romanceros  y  coplistas  de  bajo 
vuelo,  especializados  en  chocarrerías  más  o  menos  heterodoxas,  aten- 
tatorias contra  el  buen  gusto  y  la  genuina  piedad. 

La  decadencia  nacional  en  los  aspectos  que  acabamos  de  esbozar, 
como  en  otros,  se  debió  a  una  elaboración  lenta,  pero  sistemática  y 
coherente.  El  enmohecimiento  del  espíritu,  el  aristotelismo  de  baran- 
dilla — ^así  se  motejaron  los  estudios  de  la  época,  con  sus  secuelas  trá- 
gicas, para  el  renacimiento  de  nuestras  aulas — ,  producirían  a  la  larga 
la  mediocridad  y  la  ramplonería  junto  con  la  ausencia  del  espíritu  crí- 
tico. Se  sutiliza  sobre  la  distinción  entre  la  Lógica  docente  y  la  Ló- 
gica lítente,  y  sobre  las  distinciones  abusivas  de  materialiter  y  for- 


(23)   A.  H.  N.  hiq.,  leg.  4-5i8. 


—  207  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


maliter,  simpliciter  y  secundum  quid,  y  otras  expresiones  ejusdem 
furjuris.  Las  disertaciones  sobre  la  equipolencia  o  las  conversiones  de 
los  silogismos  per  contrapositionem,  las  cualidades  ocultas,  la  forma 
sustancial  o  la  naturaleza  angélica  llenan  los  cursos  escolásticos,  o, 
a  lo  menos,  digámoslo  con  más  propiedad,  informa  este  espiritu  los 
ambientes  académicos. 

Nada  tiene  de  particular  que  los  racionalistas  y  los  hombres  mo- 
dernos cultivadores  de  otros  métodos  y  procedimientos,  apasionados 
por  la  cultura  francesa,  y  más  o  menos  antiespañoles,  escribiesen  en 
los  términos  que  consigna  El  Observador  (discurso  sexto) :  "¿  Para 
qué  sirven  las  apologías?  Los  extranjeros  no  creerán  a  los  apologis- 
tas, por  mucho  que  alaben  a  nuestros  sabios,  mientras  no  les  presen- 
ten obras  dignas  de  aprobación.  ¿  Cuáles  son  los  historiadores  que 
opondremos  a  Mably,  Condillac,  Millot  y  Raynal?  ¿Qué  son  nuestros 
políticos  en  comparación  de  Mably,  Condillac,  Montesquieu  y,  espe- 
cialmente, de  Mirabeau  y  de  Mercier  de  la  Riviére?  ¿Qué  es  la  Arau- 
cana respecto  de  la  Henriada?  ¿Y  quién  compara  a  Calderón  con 
Moliere?  ¿Qué  hombre  prefiere  la  Poética  de  Luzán  a  la  de  Mar- 
montel  ni  las  novelas  de  doña  María  de  Zayas  a  los  cuentos  morales? 
Seguramente  ni  Masdeu  ni  Llampillas  son  capaces  de  llenar  el  hueco 
de  tantos  grandes  hombres."  El  autor  del  pasaje  sutiliza  hasta  ex- 
tremar la  argumentación,  aunque  digamos  que  se  trataba  de  una  re- 
acción espontánea  ante  el  ambiente  español.  Pero  para  El  Observador, 
sometidos  a  análisis  y  examen  las  comedias  y  los  autos  sacramenta- 
les de  Calderón,  las  de  Lope  — aun  incluidas  las  seis  que  no  pecaron 
contra  el  arte  gravemente — ,  con  la  Gatomaqiiia  y  la  Mosquea,  se  re- 
duce todo  a  "ayre  deflogistizado".  ¿Qué  hubiera  dicho  conociendo  y 
citando  El  Cordonazo  de  San  Francisco,  las  Controversias  entre  je- 
suítas y  jansenistas  o  la  Metrificatio  invectivalis  contra  studia  moder- 
norum? 

El  Corresponsal  del  Censor  reputaba  por  estéril  toda  lucha  contra 
el  florecimiento  de  novenas,  gozos,  trisagios  y  otras  devociones  infor- 
madas por  el  espíritu  que  hemos  acusado.  "Clame  Muratori  en  su 
verdadera  devoción  — escribía — ;  grite  Juan  Bautista  Thiers  en  sus 
supersticiones ;  cánsese  la  Santa  Inquisición  en  sus  repetidas  censu- 


—  208  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


ras ;  ello  ha  de  ser,  y  ha  de  haber  teólogos  de  beatas  que  promuevan 
y  den  curso  a  lo  que  se  procura  justamente  desterrar"  (24).  Es  cier- 
to que  no  podían  censurarse  devociones  nuevas,  inspiradas  por  la  ver- 
dadera piedad,  el  celo  de  la  gloria  de  Dios  y  el  bien  de  las  almas. 
Entre  la  balumba  de  novenas  y  septenarios  heridos  de  esterilidad, 
hablan  de  abrirse  camino  expresiones  auténticas  de  fervor  religioso, 
pudiéndose  citar  como  ejemplo  la  letanía  del  Dulce  Nombre  de  Jesús, 
muy  hostilizada  en  sus  principios,  como  popularizada  entre  la  multi- 
tud de  nuevas  devociones,  que  sin  cesar  se  sucedían,  disputándose  la 
eficacia  y  la  modernidad.  ¿  Qué  criterio  suscribir  en  la  cuestión  ?  ¿  Po- 
drían descalificarse  los  nuevos  escritos?  En  manera  alguna,  siempre 
que  se  dictasen  dentro  del  verdadero  espíritu,  del  decoro  y  de  la  sen- 
cillez agradable  y  fina.  El  doctísimo  Feijoo  lo  expone  así:  "No  hay 
que  pensar  que  algún  autor  moderno  no  nos  ha  de  mostrar  algún 
camino  del  Cielo  distinto  de  aquel  cnyo  itinerario  nos  pusieron  por 
extenso  los  Santos  Padres  y  los  hombres  sabios  de  los  pasados  si- 
glos" (25).  Por  otra  parte,  pese  a  la  ignorancia,  madre  de  la  supers- 
tición, nunca  pudieron  creer  los  inventores  de  patrañas  y  milagrerías 
que  éstas  pasasen  impunemente  con  todos  como  prodigios  de  devo- 
ción y  como  irreprimible  fomento  de  la  piedad  cristiana  (26). 

(24)  Cfr.  Bl  Corresponsal  del  Censor,  carta  XXIV,  págs.  398-399. 

(25)  Cfr.  Theat.  Crtt.,  tomo  II,  disc.  VI,  núm.  25. 

(26)  Para  ampliar  la  exposición  de  este  capítulo,  resta  exponer  algunas  de- 
las  modalidades  que  presentó  la  extraordinaria  proliferación  literaria,  en  torno- 
siempre  de  los  motivos  religiosos,  ya  desvirtuando  la  genuina  piedad,  como  he- 
mos expuesto  brevemente  en  el  capítulo,  ya  presentando  otros  matices,  más  o 
menos  interesantes.  La  Inquisición  recogió  toda  esta  literatura.  Como  expresión 
literaria,  basada  en  los  textos  sagrados  y  cosas  eclesiásticas,  se  hicieron  famo- 
sas entre  el  genus  irritabile  vatum  algunas  producciones,  intervenidas  por  eí 
Santo  Oficio,  como  abusos  y  remedos  de  la  literatura  eclesiástica.  Constituye 
éste  un  capítulo  muy  sabroso  y  picante  de  la  historia  de  la  época,  donde  la 
vena  del  ingenio  se  acusa  con  lozanía  e  inspiración.  Merecen  estas  quisicosas 
un  recuerdo  que  vamos  a  dedicarlas,  como  apostilla  del  capítulo. 

El  22  de  agosto  de  1787  se  publicaba  en  el  Correo  de  Madrid  la  glosa  latina 
del  Te  Deum,  que  no  es  otra  cosa  sino  una  burla  ridicula  y  extravagante,  sa- 
tirizando al  P.  Arcos,  escritor  capuchino,  ligero  y  superficial.  La  oración  final 
rezaba  así,  refiriéndose  a  los  eruditos  chirles  y  ebenes :  "O  pater  omnium  fran- 

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MIGUEL  DE  LA  PLNTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


ciscanorum  honor  et  luminare  magnum  scieiitiarum.  Tuis  auge  operibus.  sa- 
pientium  numerum,  et  siciit  de  te  discimus,  quod  in  te  liabemus  (iii  alio  non 
facile  leperiendiim)  ex  te  et  propter  te,  ad  acumen  omnium  scil)ilium  perve- 
niamus  et  inter  eruditorum  violetae  numerum  mereamur  in  xternuni  gratulari." 
El  Te  Deutn  llevaba  al  frente  la  referencia  personal  del  Padre  capuchino : 
"Hymnus  metncus  in  mirabilis  et  ingeniosi  voluminis  Revereiidissimi  Patris 
Fr.  Francisci  de  los  Arcos  laudcm,  gloriam  teternanque  sui  nominis  nionumen- 
tum. "  He  aquí  algunos  de  los  versículos: 

Te  Patrcm  mcmorahilem  laiidamus 
Te  litteraruni  decus  coit¡ilemur 
Te  oiiinis  facultatis  magistrum  vencratur 
Tibi  librum  magnificum  debemus 
Tibi  universitates  gloriam  parant 


Tu  invenisti,  quod  alii  non  potuerunt 
Tu  spinum  ventre  natum  reperisti, 
Tu  masculum  ex  crure  rejers  factum 


Et  per  singulos  dies  te  canemus. 
Laus  tibi,  Pater,  quia  nos  ita  docui^ti. 

Estos  abusos  e  imitaciones  de  la  literatura  y  liturgias  sagradas  estuvieron 
en  boga  y  fueron  muy  abundantes.  Se  hizo  famoso  con  anterioridad  a  la  circu- 
lación del  Te  Deum  del  P.  Arcos,  el  Te  Deum  al  profeta  Elias,  cuyo  autor 
no  he  podido  identificar,  y  escrito  en  vista  de  las  exageraciones  carmelitanas, 
vindicando  su  antigüedad  y  excelencias.  No  sin  gracia  y  zumba,  el  versificador 
escribía : 

Tu  Patris  adoptivus  est  jiliiis. 


Tu  ad  liberandum  a  sceculo  hominen  Virgini  ordinem  instituís 


Precursor  Christi  crederis  csse  ventiirus. 

Dentro  de  estas  actividades  aplicadas  a  la  sátira  y  a  jocosidades  más  o 
menos  admisibles,  se  recogió  por  el  Santo  Oficio  toda  composición  donde  se 
mezclase  lo  sagrado  con  lo  profano,  empleando  las  palabras  y  frases  de  la  Sa- 
grada Escritura  ad  scurrilia.  Se  prohibían  por  derecho  divino  y  por  Derecho 
Canónico.  Algunas  de  estas  piezas  fueron  censuradas,  en  San  Felipe  el  Real, 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


por  el  agustino  Fr.  Juan  de  Miranda.  Se  utilizaron  ordinariamente  en  estas 
composiciones  poéticas  el  "Padre  Nuestro"  y  los  "Mandamientos".  Como  ejem- 
plos de  ambos  motivos  figuraron,  entre  otros,  el  Patcr  Noster  glosado  contra 
los  devotos  de  monjas,  y  singularmente  la  "Relación  jocosa  de  lop  Mandamien- 
tículos  y  protervia  de  la  fe"  (Granada,  1780),  y  los  "Mandamientos  burlescos 
que  un  galán  cantó  a  una  dama,  mostrándole  el  grande  amor  y  cariño  que  le 
tenía,  y  a  la  fin  se  halla  una  letra  que  dice:  "si  queréis  comprar  amores..." 
Fué  reimpreso  por  lo  menos  en  Barcelona,  en  casa  de  Juan  Centcne,  y  envia- 
do, por  medio  de  la  Casa  Piferrer,  a  Málaga  y  Cádiz.  Ciertamente  se  trata 
de  un  engendro  despreciable. 

Es  excusado  consignar  la  abundancia  de  papeles  editados  o  manuscritos, 
pero  en  constante  circulación,  poniendo  en  solfa  a  los  "franceses",  género 
nacido  por  las  diferencias  con  la  gran  nación  vecina.  Entre  ellos  podría  selec- 
cionarse, como  muy  típicos,  el  "Credo  contra  los  malos  franceses",  puesto  en 
glosas,  debido,  según  parece,  a  un  reverendo  padre  capuchino.  Se  recogieron 
todos  los  ejemplares.  Presentaba  expresiones  que  merecían  nota  censoria.  Lla- 
maba su  autor  a  la  Virgen  "rosa  impecable",  entendida  esta  impecabilidad 
por  "esencia".  Equivocación  o  yerro  de  imprenta  era  el  decir  "pues  concebiste 
por  obra",  en  lugar  de  "pues  concebido  sois  por  obra". 

La  sátira  y  las  chanzas  tabernarias  se  aplicaron  también  a  ridiculizar  y 
atacar,  unas  veces  ferozmente,  otras  con  sales  urbanas  y  gracias  áticas,  a  las 
Corporaciones  religiosas,  contribuyendo  a  su  descrédito  y  desdoro,  aunque  en 
la  mayoría  de  las  ocasiones  se  trataba  de  panfletos,  debidos  a  la  mordacidad 
literaria,  ciertamente,  pero  sin  encontrar  eco  ni  popularizarse  como  obras  de 
ingenio  y  de  lucha.  El  Santo  Oficio  se  dió  también  prisa  por  retirar  de  la 
circulación  estos  papeles.  Fué  muy  popular  el  publicado  contra  los  jesuítas, 
versificado  con  bastante  facilidad  e  ingenio.  Se  rotulaba  así:  "Versos  mancos 
de  un  discurso  romo.  Gozos  cantaderos  en  la  solemne  función  que  la  escuela 
jesuíta  y  frayles  de  la  Compañía  celebraron  en  el  mes  de  junio  de  1746  en  la 
ciudad  de  Teruel,  compuestos  por  el  Maestro  Rasga-Tripas,  cocinero  de  es- 
pioca,  y  puestos  en  solfa  por  el  diextro  Maestro  de  Capilla  de  la  Catedral  de 
Batuecas,  Don  Zandín  Glorioso,  célebre  músico  de  tetilla,  que  es  un  punto  más 
de  solfa.  Dedícalos  un  travesado  ingenio  al  señor  Presidente  y  Preste  de  la 
Procesión  Colegial  Mayor  de  Bolonia  y  dignísimo  canónigo  de  la  Catedral  de 
Coria." 

Pero  la  tarea  fundamental  de  la  Inquisición  fué,  como  hemos  tratado  de 
demostrar,  la  intervención  y  censura  de  las  obras  de  devoción  informadas  por 
el  espíritu  que  hemos  denunciado.  Los  vejámenes,  las  gracias  gordas  del  anti- 
clericalismo han  florecido  en  todos  los  tiempos.  ¿No  recuerda  el  lector  erudito 
los  versos  de  Westordo  en  el  "Monumenta"  de  Francisco  Walchio?:  "Maiores 
cum  minoribus...  ?"  Pero  aquí  se  trataba  de  aspectos  esenciales  de  doctrina.  No 
descartamos  la  importancia  relativa  de  las  modalidades  apuntadas  como  capí- 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


tulos  de  una  historia  donde  se  derrama  el  talento  y  las  chispas  del  ingenio, 
dignos  de  ser  empleados  en  menesteres  más  altos  y  dignos,  rebajando  el  es- 
píritu y  las  musas  castizas.  Pero  la  materia  expuesta  era  más  sustancial,  pues- 
to que  prescindiendo  del  mal  gusto,  rozaba  la  ortodoxia  y  la  pureza  de  la  íe, 
desorientando  y  rebajando  a  las  almas  crédulas  y  sencillas.  Séame  permitido, 
para  finalizar  estas  notas,  estampar  una  refereircia  erudita  inédita  que  remate 
las  ya  expuestas.  En  el  año  1796  se  recogía  un  Trisagio  de  la  Santísima 
Trinidad.  En  la  primera  y  segunda  copla  se  compara  el  Misterio  a  un  convento 
de  tres  frailes,  mezclando  ideas  heréticas.  Como  no  hay  en  el  convento  unidad 
de  naturaleza,  tampoco  en  la  Santísima  Trinidad,  y  así,  como  cada  fraile  «s 
parte  del  convento  y  los  tres  la  componen,  así  cada  persona  es  parte  de  un 
Dios  y  las  tres  componen  la  Trinidad. 

En  la  celestial  Ciudad 
donde  siempre  está  de  asiento 
el  Rey  de  la  Majestad, 
el  más  principal  convento, 
que  es  la  santa  Trinidad. 
Aunque  por  su  inmensa  renta 
éste  entre  los  demás  es 
el  de  más  nombre  y  más  venta, 
nunca  han  pasado  de  tres 
los  frailes  que  le  sustentan. 

Y  así  continúa  el  autor  macarrónicamente  hasta  parecer  dar  a  entender  en 
una  quintilla  que  encarnaron  las  tres  divinas  personas. 


CAPITULO  VI 


Los  "inventarios"  de  intelectuales  perseguidos,  según  Llórente. — Sentido  de  la 
renovación  de  nuestra  cultura  en  el  siglo  xviii. — Liiciadores  del  movimiento 
escéptico  en  el  jiglo  de  Luis  XIV. — La  influencia  francesa. — 'Chocarrerías  y  de- 
cadencia de  la  época. — Algunas  ideas  de  los  "regeneradores"  del  país. — El  en- 
ciclopedismo y  )a  Ilustración.  —  La  inmoralidad  y  sentido  irreligioso.  —  Apor- 
taciones inéditas  sobre  los  intelectuales  del  siglo  y  sus  relaciones  con  la  Inqui- 
sición :  D.  José  de  Yeregui,  D.  Félix  María  de  Samaniego,  D.  Tomás  de  Iriarte 
y  sus  hermanos;  D.  Ramón  de  Salas,  catedrático  de  Jurisprudencia  de  la  Uni- 
versidad de  Salamanca,  D.  Manuel  de  Valbuena,  D.  José  Iglesias  de  la  Casa, 
D.  Nicolás  Fernández  de  Moratín,  Quintana.  D.  Juan  Bautista  de  Arriaza,  los 
PP.  Mohedanos. — Algunas  referencias  sobre  D.  Pablo  de  Olavide.  Renito  Bails, 
D.  Juan  Bautista  Muñoz  y  el  P.  Isla. 


LA  investigación  científica  y  sistemática  no  suele  defraudar,  pese  a 
grandes  dificultades,  al  exhumador  contumaz  de  textos  antiguos, 
y  así,  podemos  consignar  la  alta  novedad  que  representa  en  el  estu- 
dio del  siglo  XVIII,  y  dentro  de  nuestro  tema,  este  capítulo,  dedicado 
casi  exclusivamente  a  aquella  época  de  transición  y  de  profunda  cri- 
sis humana. 

Don  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo  dudó  siempre  de  los  famosos 
catálogos  o  inventarios  de  ilustres  perseguidos  redactados  por  el  ca- 
nónigo Llórente,  inventarios  donde  el  infortunado  clérigo,  de  tan  des- 
dichada memoria,  acumula  plurales  nombres  de  excelencias  y  méritos 
tan  desemejantes.  Cabe  indicar  que,  conocida  la  personalidad  moral  y 
las  andanzas  escandalosas  del  autor  de  la  famosa  Historia  crítica  de 
la  Inquisición  de  España,  no  se  presta  ciertamente  a  crítica  ninguna 

—  213  -n 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


el  escepticismo  de  Mencndez  y  Pelayo.  Pero  cumple  a  la  verdad 
proclamar  que  la  ma^or  parte  de  los  nombres  recogidos  por  Lló- 
rente tuvieron,  efectivamente,  que  ver  con  la  Inquisición  española, 
aunque  hayan  de  contrastarse  necesariamente  pasajes  varios  del  céle- 
bre canónigo  progresista  que  no  responden  a  la  rigurosa  y  estricta 
realidad.  Investigaciones  reiteradas  en  los  archivos  secretos  de  la  In- 
quisición española,  donde  trabajamos  desde  hace  veinte  años,  nos  han 
hecho  llegar  a  conclusiones  tan  definitivas,  y,  como  en  todos  nuestros 
estudios  procuramos  hacer  honor  a  la  verdad  — sin  atender  a  matices 
religiosos  o  políticos —  y  responder  con  toda  exigencia  a  los  cánones 
de  la  objetividad  histórica,  quede  constancia  af|ui  de  nuestra  verdad 
y  honradez. 

Pero  ¿qué  representa  nuestra  tradición  intelectual  a  través  de  toda 
la  centuria  dieciochesca,  qué  perfiles  tradicionales  y  españoles  se  acu- 
san en  la  época,  caracterizada  en  la  Península,  como  en  otras  regio- 
nes del  Continente,  por  la  degradación  política,  social  e  intelectual  ? 
Es  clásica,  entre  núcleos  intelectuales  de  ciertas  tendencias,  la  valora- 
ción que  considera  al  siglo  xviii  como  definitivo  y  crítico  en  el  des- 
arrollo del  progreso  y  de  la  cultura  de  nuestro  país  por  los  intentos 
y  esfuerzos  de  readaptación  al  mundo  moderno  y  a  las  corrientes  eu- 
ropeas. Parece  ello  innegable,  sobre  todo  si  se  considera  el  floreci- 
miento del  espíritu  crítico  en  medio  de  las  últimas  convulsiones  del 
escolasticismo  teológico  decadente  y  de  las  rutinas,  que,  sobrepuestas 
y  acumuladas,  desnaturalizan  las  mejores  esencias  de  nuestra  tradi- 
ción religiosa,  tan  ilustrada  y  viva  en  los  antiguos  y  mejores  años. 
El  criterio  estrecho  de  teólogos  y  canonistas  anticuados  había  coope- 
rado de  consuno  en  la  postración  nacional,  y  con  mucha  anterioridad 
a  los  inicios  del  siglo  xviii  podría  el  hombre  de  letras  precisar  cier- 
tos orígenes  de  la  decadencia  con  datos  muy  concretos  y  expresivos. 
;  No  recuerda  el  lector  erudito  la  historieta,  ejemplar  en  nuestro  caso, 
de  la  canalización  del  ^Manzanares  y  el  Tajo?  Proyectada  la  obra  por 
Felipe  IV  y  examinada  por  una  Junta  de  doctos  teólogos,  se  respon- 
dió al  Rey  con  estas  palabras:  "Que  si  Dios  hubiera  querido  que 
ambos  ríos  fueran  navegables,  con  un  solo  jiat  lo  hubiera  realizado, 
y  que  sería  atentatorio  a  los  derechos  de  la  Providencia  mejorar  lo 


—  214  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


que  ella,  por  motivos  inexcusables,  había  querido  que  quedase  im- 
perfecto." 

En  el  año  1693  tenían  vigencia  en  Oxford,  en  Cambridge  y  en 
Londres  los  principios  newtonianos,  mientras  el  aristotelismo  regía, 
por  ejemplo,  en  Francia,  prohibiéndose  las  enseñanzas  del  cartesianis- 
mo, por  disposiciones  de  la  Sorbona  y  del  Rey.  En  la  Península  IIj€- 
rica  seguía  manteniendo  sus  fuegos  el  aristotelismo,  denominado  "de 
barandilla",  con  sus  catastróficas  consecuencias,  alejado  del  realismo 
y  de  las  fuentes  originarias,  sin  la  ensambladura  de  ciencia  concreta  y 
positiva. 

Cabe,  sin  embargo,  advertir  que  no  se  trataba  en  el  caso  español 
de  una  simple  influencia  extranjera  postulando  renovación  y  libertad 
con  la  adquisición  de  una  nueva  metodología  y  propedéutica,  aplica- 
das al  juego  de  los  valores  en  la  función  de  la  crítica  racional  y  sabia, 
sino  de  un  trastrueque  de  los  principios  normativos  religiosos  que 
hasta  entonces  perfilaron  la  estructura  moral  de  la  sociedad  española. 
La.  relajación  de  las  ideas  teológicas  y  de  la  organización  que  estaba 
relacionada  con  ellas,  y  que  las  sostenían,  es  el  primer  proceso  para 
hacer  viables  la  futura  realización  o  elaboración  de  un  ideario  antitra- 
dicional, fundamentalmente  irreligioso.  La  disolución  protestante  del 
espíritu  teológico  constituye  entre  los  antecedentes  de  esta  pretendida 
renovación  la  levadura  más  preciosa  para  el  florecimiento  de  los  ácidos 
mordientes  de  la  literatura  licenciosa  y  anticlerical  posterior.  Así,  el 
hombre  de  letras  de  entonces  se  pregunta :  ¿  Son  las  tradiciones  sagra- 
das históricamente  verdaderas,  y  la  doctrina  cristiana  divinamente  ins- 
pirada? Y  sin  discernir  lo  estrictamente  dogmático  de  lo  histórico, 
disciplinar  y  adjetivo,  se  impugnan  y  confunden  sensiblemente  las  fá- 
bulas, las  rutinas  y  las  tradiciones  piadosas  antihistóricas,  con  las  esen- 
cias del  Credo,  conclu}*endo  con  el  clásico  grito  de  guerra  de  la  Es- 
cuela :  Ecrassez  l'tnfame. 

Pero  hemos  de  señalar,  ante  todo,  con  anterioridad  a  las  especu- 
laciones y  desvergüenzas  volterianas,  a  los  verdaderos  iniciadores  del 
movimiento  escéptico  e  irreligioso  en  el  gran  siglo  de  Luis  XIV.  El 
Discours  sur  le  methode,  de  Descartes,  y  los  Pensees,  de  Rayle,  pu- 
blicados, respectivamente,  en  1637  y  1682,  inauguran  las  primeras  hos- 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


tilidades  y  los  primeros  atentados  críticos  contra  los  llamados  prejui- 
cios y  la  autoridad  en  materias  de  fe.  Pese  a  los  grandes  dones  de 
ambos  a  dos,  constituyen  y  representan  sus  aportaciones  una  respe- 
table cooperación  en  la  lucha  contra  la  tradición  ideológica  clásica  y 
francesa.  Lo  demás  vino  de  Inglaterra,  patria  de  la  Biblia  y  del  De- 
recho — licencia  natural  en  un  país  como  Inglaterra,  que  durante  no- 
venta años  había  estado  empeñado  en  una  violenta  guerra  civil,  en  un 
cambio  revolucionario  de  gobierno  )•  conducta — ,  asentándose  luego  el 
movimiento  innovador  y  antitradicional  — la  reacción  contra  la  subor- 
dinación de  la  parte  intelectual  a  la  parte  moral  del  hombre —  en  la 
labor  demoledora  de  Voltaire  con  todas  las  asociaciones  peyorativas 
que  se  quieran.  Se  intenta  establecer  el  espíritu  analítico  con  la  misión 
estricta  de  disolver  la  síntesis  medieval,  la  dogmática  ortodoxa,  ahu- 
yentando de  los  valores  vitales  los  más  sólidos  y  sagrados.  Por  eso 
se  ha  podido  escribir  que  toda  la  obra  anárquica  de  Voltaire  se  con- 
vierte y  rebaja  a  una  mera  y  mordaz  treta  de  disputas  y  controversias, 
compuestas  de  falsos  juicios,  de  valoraciones  inaceptables,  nutridas  de 
rencores  y  despreciables  polémicas,  pese  a  su  nativo  ingenio  y  a  sus 
grandes  cualidades. 

Consiguientemente  con  estas  corrientes  culturales  y  con  esta  aguda 
crisis  de  espíritu,  comenzó  a  florecer  en  los  medios  sociales  europeos, 
y  dentro  de  la  sociedad  española,  tan  impermeable  a  modificaciones 
de  tipo  moral,  como  sociedad  enraizada  en  los  cimientos  basálticos  de 
las  creencias  seculares  cristianas,  un  nuevo  ejemplar  de  hombre  medi- 
tativo y  escéptico...  Fué  la  época  de  la  superficialidad  y  la  ligereza, 
adobadas  y  encubiertas  en  el  artificio  literario  y  en  los  juegos  frivolos. 
Todas  las  manifestaciones  de  este  espíritu  llevan  el  sello  y  el  toque 
de  la  risa  burlona  y  sardónica.  No  se  trataba,  ciertamente,  de  la  iro- 
nía filosófica  o  del  frío  análisis ;  en  los  Triarte,  por  ejemplo,  se  llegaba 
a  las  irreverencias  más  soeces  y  a  la  rechifla  más  burda  de  las  cosas 
santas  y  divinas.  Así  se  pretendía  arrumbar  el  clásico  espíritu  caste- 
llano, con  la  advertencia  de  que  los  perfiles  y  excelencias  que  acom- 
pañaban a  los  ingenios  más  castizos,  dentro  de  estas  influencias  forá- 
neas, son  las  chocarrerías  y  las  gracias  espesas  conjugadas  con  las 
audacias  más  osadas  }•  las  libertades  más  mordaces  y  corrosivas.  Mu- 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


chos  de  los  "caballeritos  de  Azcoitia"  y  otros  ingenios  españoles  es- 
parcidos por  las  diferentes  regiones  peninsulares,  pese  a  notorias  cua- 
lidades de  curiosidad  intelectual  y  de  afanes  de  cultura  y  de  progreso, 
no  pasan  de  la  condición  de  señoritos  de  sociedad,  caracterizados  en- 
tonces, como  ahora,  por  la  superficialidad  y  el  espíritu  banal  y  liviano. 
En  España  las  influencias  francesas  no  transcendieron  casi  siempre, 
dentro  de  ciertas  zonas  de  cultura,  del  clásico  anticlericalismo  taber- 
nario o  enciclopedista. 

En  las  modas,  en  los  modos  y  maneras  de  pensar,  las  interferen- 
cias alienígenas  trabajaron  con  positiva  eficacia  en  el  ánimo  y  en  el 
espíritu  de  amplios  sectores  nacionales.  Quintana  escribía:  "Comía- 
mos, vestíamos  y  pensábamos  a  la  francesa."  Y  el  P.  Isla  consignaba 
la  tendencia  en  aquellos  conocidos  versos : 

Yo  conocí  en  Madrid  una  condesa 
que  aprendió  a  estornudar  a  la  francesa. 

"¿Qué  quieren  esos  mamarrachos,  que  gustemos  todavía  de  las 
tonterías  del  siglo  pasado?",  se  escribía  a  don  Agustín  Montiano  en 
26  de  julio  de  1754,  por  el  Marqués  de  Valdeflores.  En  los  últimos 
años  de  la  vida  del  poeta  Iglesias  abría,  en  Salamanca,  Alegría  y 
Clemente  su  librería  de  obras  exclusivamente  francesas.  Meléndez,  For- 
ner  )•  Cienfuegos,  aunque  interesantes  escritores  castellanos,  eran  afran- 
cesados, como  lectores  empedernidos  de  los  enciclopedistas,  y  no  se 
olvide  la  formación  extranjera  de  Cadalso  y  su  apasionada  admira- 
ción por  los  grandes  clásicos  franceses.  Una  de  las  obras  que  circuló 
a  principios  de  siglo  con  bastante  fortuna,  dentro  de  ciertos  climas 
españoles,  fué  el  Diccionario  histórico  y  crítico,  de  Bayle,  con  las  con- 
secuencias que  podían  derivarse  de  tal  lectura. 

Hemos,  sin  embargo,  de  insistir,  como  contraste,  que,  a  pesar  de 
que  el  ingenio  castizo,  la  rica  erudición  y  el  buen  gusto  se  acusaban 
en  el  país  haciendo  honor  a  la  castiza  tradición  y  a  los  ya  casi  extin- 
guidos ecos  renacentistas,  eran  excepciones  notorias  y  muy  limitadas, 
dando  la  nota  más  sobresaliente  el  marasmo,  la  vulgaridad  }'  la  cha- 
pucería, precúsamente  en  el  ambiente  donde  nunca  debieron  decaer  el 


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MIGUEL  ÜH  LA  l'LMA  LLORENTE.  Ü.  A. 


gusto,  las  buenas  formas  y  las  clásicas  normas  en  el  pensar  y  en  el 
decir.  El  Cabildo  de  Salamanca  había  hecho  escri])ir  a  Gerardo  Lobo 
aquello  de 

Catacresis  marmóreo  de  la  gloria, 

invitándole  a  escribir  sobre  la  iglesia  catedral  un  conjunto  de  meta- 
toras:  "De  esta  manera  nuestra  fábrica  se  pudiera  decir  que  forma 
con  sus  piedras  un  panegírico  visible  de  su  autor,  el  cabildo  de  la  santa 
Iglesia,  imaginando  las  figuras  del  mármol  como  figuras  de  retórica, 
hipérboles  de  bulto,  alegorías,  prosopopeyas,  etc." 

Hemos  aludido  a  la  decadencia  de  nuestra  oratoria  sagrada.  Un 
escritor  de  vena  satírica,  como  el  P.  Isla  — castigat  ridendo  mores — , 
ponía  en  solfa  a  los  flamantes  predicadores  de  la  época,  enjaretando 
Fr.  Gerundio  piezas  de  este  tenor,  refiriéndose  a  la  muerte  de  un  es- 
cribano:  "Esta  presentación  sacro-lúgubre,  este  epidecio  sacro-trágico, 
este  coluctuoso  episodio  y  este  panégeris  escenático,  se  dirige  a  inmor- 
talizar las  memorias  del  que  hizo  inmortales  a  tantos  con  los  rangos 
cadmcos  que,  a  impulsos  del  equilijcro  pincel  que  estampa  en  cándido 
lino  triturado,  sirviendo  de  colorido  el  otro  licor  de  la  verrugosa  agalla 
chupando  en  concáveos  aéreos  vasos  de  la  leve  madera  pamvescia:  ca- 
lamus  scribce  velociter  scribentis.''  El  autor  nos  da  la  equivalencia 
significativa.  Así  se  llama  "cándido  lino  triturado",  al  papel;  "otro 
licor  de  verrugosa  agalla",  la  tinta;  "cóncavos  aéreos  vasos",  el  tin- 
tero; "aquilífero  pincel",  a  la  pluma. 

En  el  siglo  xviii  se  seguía  disertando  y  discutiendo  sobre  los  tér- 
minos categorcmáticos  y  syncategoremáticos,  sobre  la  partícula  non, 
tomada  en  la  oración  neganter  o  infinitanter,  o  sobre  las  promociones 
físicas  y  decretos  predeterminantes. 

Bodrios  literarios  de  tal  estilo,  guisotes  tan  espesos  y  bazofia  tan 
despreciable  y  vergonzosa  exigían,  efectivamente,  en  los  espíritus  finos 
y  en  las  naturalezas  intelectuales  bien  dotadas,  una  enérgica  reacción, 
una  hostilidad  cuasi  sistemática  para  defender  el  patrimonio  hispánico, 
tan  esquilmado  por  el  filisteísmo  intelectual.  Ciencia  positiva  y  talento 
crítico  acumula  en  su  obra  el  P.  Feijoo ;  Cerdá  y  Rico  exhuma  textos 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


valiosos  de  la  tradición  nacional ;  l'^orner  defiende  la  tradición  cien- 
tífica peninsular,  y  no  olvidemos  a  los  PP.  Andrés  y  Lampillas,  y 
al  doctísimo  Mayans  y  Sisear.  Pero,  pese  a  todas  las  ponderaciones,  y 
sin  rebajar  en  un  ápice  lo  castizo  y  nacional  del  siglo,  el  siglo  presenta 
una  profunda  crisis.  Don  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo  recordaba 
sus  dos  grandes  calamidades :  el  jansenismo  y  el  regalismo,  y  hacia 
memoria  de  la  anulación  y  ruina  de  nuestras  libertades  provinciales. 
Bastaría  evocar  los  nombres  de  Aranda,  Urquijo,  Moñino  o  Campo- 
manes  para  apreciar  adecuadamente  que  la  reacción  cuaja  sustancial- 
mente  en  la  campaña  contra  la  tradición  religiosa  nacional.  Esto  fué 
todo,  y  ello  fructificaría  más  tarde  escindiendo  la  unidad  de  los  espa- 
ñoles, sin  concretarse  a  renovar  el  ambiente  intelectual  de  la  Penínsu- 
la, seleccionando  las  aportaciones  positivas  extrañas  que  tan  bien  en- 
cajarían como  mantillo  fecundo  para  el  florecimiento  de  una  nueva 
edad,  donde  se  vitalizase  lo  nativo  y  genuino  degenerado,  sin  menos- 
cabo y  merma  de  nuestro  genio  y  peculiaridades  históricas.  Así,  lo  que 
pudo  ser  un  gran  siglo  se  convierte  en  una  ofensiva  contra  los  valo- 
res religiosos  del  país  que  alcanzaría  su  máximo  desarrollo  en  el  siglo 
siguiente. 

La  investigación  }•  el  estudio  de  los  textos  de  la  época  nos  llevan 
a  estas  conclusiones,  sin  sutilezas  ni  hipercríticas.  Los  regeneradores 
del  país  y  los  arbitristas  están  conformes  en  sostener  que  la  restau- 
ración nacional  depende  fundamentalmente  de  la  lucha  contra  la  Igle- 
sia, y  no  precisamente  del  entronque  con  la  antigua  tradición  integrada 
por  los  hombres  de  la  Iglesia  española,  a  quienes  debimos  entonces 
la  modernidad  y  la  cultura.  Se  podrían  condensar  las  aspiraciones  de 
los  intelectuales  del  siglo  para  hacer  revivir  a  la  nación  en  este  ideario 
programático,  que  alcanza  hasta  la  primera  mitad  del  siglo  xix :  me- 
nosprecio del  clero  regular  y  secular;  del  primado  de  jurisdicción  en 
el  Papa ;  de  la  inmunidad  de  la  Iglesia  y  del  Tribunal  de  la  Inquisi- 
ción, considerado  como  un  Tribunal  de  injusticias,  en  cuyos  calabozos 
se  oprimía  la  verdad.  La  reforma  nacional  por  parte  de  muchos  rega- 
listas  se  resumía  en  la  supresión  o  extinción  de  capellanías,  beneficios 
simples,  préstamos,  prestameras,  colegiatas,  etc.,  reputando  a  los  cléri- 
gos, no  sólo  como  inútiles,  sino  perjudiciales  a  la  Iglesia  y  al  Estado^ 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


debiendo  sujetarse  todo  a  la  potestad  de  las  autoridades  seculares. 

Simultanea  lógicamente  con  este  anticlericalismo  aldeano  una  lite- 
ratura enciclopedista  y  licenciosa  con  gracias  verdes  y  espesas,  inge- 
niosas, unas,  y  escuetas  bellaquerías,  otras.  En  el  ambiente  social  se 
embotan  los  mejores  aceros  de  la  ortodoxia  y  de  la  piedad,  reflejadas 
tantos  siglos  en  nuestras  familias,  lozaneando  un  materialismo  y  unas 
libertades  de  expresión  que  acusan  intensamente  la  época,  subrayán- 
dose la  laxitud  moral  y  el  ateísmo  descubierto  y  flagrante.  Epigramas 
como  éste  de  Fernández  Rojas  evidenciarían  las  audacias  del  ambien- 
te y  las  cínicas  desenvolturas.  Rojas  escribía  en  la  España  de  Carlos  III : 

Trabajos  tiene  el  mundo 
Muy  extraños  y  atroces: 
El  Rey,  desasosiegos ; 
El  Príncipe,  embaidores ; 
El  privado,  lisonjas; 
El  ministro,  traiciones; 
El  Papa,  su  conciencia; 
El  Cardenal,  amores; 
El  obispo,  sus  pajes; 
El  cura,  sus  pasiones; 
El  mercader,  naufragios ; 
El  soldado,  los  choques; 
El  labrador,  mal  tiempo; 
El  ciudadano,  el  porte; 
El  pobre,  su  pobreza ; 
El  rico,  sus  doblones ; 
Y  aún  tengo  yo  más  penas 
Que  todos  estos  hombres... 
Me  preguntas  ¿que  tengo? 
Soy  cuerdo,  fraile  y  joven. 

No  cuentan  en  nuestro  país  la  golosina  y  el  aderezo  de  la  litera- 
tura secreta:  memorias  y  correspondencias  confidenciales,  reveladoras 
de  la  cultura  social  más  desnatada,  donde  aflora  y  sutiliza  el  ingenio 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 

valorando  con  precisión  episodios  y  personalidades.  Ya  hemos  escrito 
en  otra  ocasión  que  en  nuestra  tierra,  y  contando  con  el  realismo  in- 
génito de  la  raza,  hubiera  producido  abundantes  frutos  del  más  castizo 
veduño.  No  se  ha  parado  mientes  por  eso,  ni  se  conocen  debidamente 
estas  realidades  históricas  del  siglo  xviii,  ofreciéndose,  sin  embargo, 
al  investigador  de  aquellas  calendas  una  cantera  documental  del  más 
vivo  interés  y  de  la  ma>'or  trascendencia  que  idearse  pueda.  A  ello 
pensamos  dedicar  algunos  futuros  estudios,  siempre  instructivos,  como 
que  se  trata  de  ilustrar  nuestro  sentimiento  religioso  en  época  tan  ca- 
racterística por  la  transición  histórica  y  la  aguda  crisis  moral,  tal  como 
se  perfila  el  siglo  xviii.  El  enciclopedismo  se  extendió  por  toda  la 
Península,  sobre  todo  entre  los  intelectuales  y  entre  familias  de  rancio 
abolengo  y  de  clásicos  abolorios,  a  pesar  de  excepciones  que  indiscu- 
tiblemente cuentan.  Su  influencia  alcanza  luego  a  la  clase  del  tipo 
medio  español:  médicos,  comerciantes,  profesores,  en  general  tan  lea- 
les a  las  antiguas  normas  y  a  las  organizaciones  tradicionales.  Los 
españoles  del  siglo  xviii  designaban  a  esta  clase  con  los  nombres  de 
herejes,  apóstatas,  materialistas  o  ateístas.  Se  trata,  simplemente,  del 
clásico  descreído  o  librepensador. 

No  podemos  ni  debemos  excusarnos  de  consignar  en  estas  páginas 
algún  caso  ejemplar  que  rubrique  nuestras  informaciones  eruditas  so- 
bre aquella  aristocracia  herida  por  las  lecturas  y  el  contagio  de  las 
ideas  del  país  fronterizo.  Podíamos  referirnos  al  Conde  de  Clavijo.  Se 
cuenta  que,  comiendo  con  unos  invitados  — que  son  precisamente  los 
testificantes—,  dijo  que  aborrecía  tanto  la  música,  que  ni  al  cielo  que- 
ría ir  "por  no  oiría",  y  que  no  quería  ganar  el  cielo  porque  allí  no 
habría  más  que  frailes,  monjas  y  clérigos.  Añadió  Qavijo,  durante  la 
comida,  que  el  lugar  deseado  por  él  sería  siempre  el  infierno,  pues  allí 
se  encontraría  con  hombres  grandes.  Los  testigos  reputan  las  especies 
como  una  simple  bufonada.  A  su  deudo  don  Cristóbal  de  Cañaveral, 
Caballero  Maestrante  de  Granada  y  Marqués  de  Boganap,  se  le  había 
desterrado  al  castillo  de  Santa  Bárbara  por  pertenecer  a  la  sociedad 
da  la  Bella  Unión,  creada  en  la  Corte  por  los  años  1777  y  1778.  El 
noble  granadino  adolecía  de  los  defectos  corrientes  en  la  clase  de  per- 
sonas que  estamos  criticando :  sociedades  secretas,  retención  de  libros 


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MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


irreligiosos  e  inmorales,  estampas  livianas  y  grabados  licenciosos.  Son 
curiosos  a  este  respecto  los  datos  siguientes.  Se  le  oyó  leer  en  cierta 
ocasión  unas  poesías  castellanas  sumamente  deshonestas,  "contando  en 
los  versos  con  la  mayor  viveza  todo  cuanto  puede  acontecer  y  acon- 
tece en  el  hombre  y  en  la  mujer  en  un  lance  de  fornicación".  Poseía 
pinturas  obscenas  y  tendenciosas,  importadas  de  Francia:  "Le  mostró 
al  testigo  un  retrato  de  unos  cinco  dedos  de  largo  y  seis  de  ancho, 
■de  papel  de  marca  o  cartoncillo,  donde  aparecían  divujados  y  pintados 
vn  religioso  enfermo  en  la  cama,  )'  a  la  cavecera  de  ella  una  monja 
haciéndole  visita,  pero  habiendo  mobido  cierto  resorte  que  tenía  el 
retrato  apareció  la  monja...  y  soltando  el  resorte  se  bolbió  a  quedar 
la  estampa  en  la  misma  postura  que  antes." 

Puede  darse  cuenta  el  lector  por  los  textos  reproducidos  que  en  la 
mayor  parte  de  las  veces  los  enciclopedistas  españoles  no  pasaban  de  la 
categoría  de  libertinos,  desvergonzados  y  audaces,  que  éstos  eran  casi 
siempre  los  frutos  de  la  investigación  científica  (?),  ya  sobre  las  Sagra- 
das Letras,  sobre  la  Dogmática  ortodoxa,  o  en  general  sobre  la  cultura, 
enfrente  de  las  vejeces  y  antigüedades  católicas  (?).  Todo  se  reduce 
a  proposiciones  del  jaez  de  las  expuestas,  que  se  reproducen  cons- 
tantemente en  los  documentos  antiguos  españoles,  y  entre  ellas  — to- 
das cortadas  por  el  mismo  patrón —  quede  aquí  constancia  de  las  mante- 
nidas por  los  dos  aristócratas  citados,  el  Conde  de  Clavijo  y  el  Marqués 
de  Boganaya,  y  como  testimonio  de  lo  que  se  pretendía  introducir  en  la 
Península  para  desterrar  de  ella  nuestro  espíritu  estático  y  rezagado. 
He  aquí  la  materia  de  las  conversaciones  sostenidas  comiendo  a  la  mesa 
del  gobernador  de  Alicante :  "vertieron  varias  proposiciones  contra  la 
religión  christiana,  dudando  y  disputando  sobre  pasajes  y  verdades  de 
la  Sagrada  Escritura,  sentando  que  ésta  se  contradecía  en  varios  luga- 
res y  que  los  expositores  la  interpretaban  a  su  modo,  y  contra  el  verda- 
dero sentido,  que  por  eso  no  se  permitía  en  España  traducirla  en  lengua 
vulgar,  para  que  las  gentes  no  se  instruyesen,  y  tenernos,  como  nos  tie- 
nen, hechos  unos  ignorantes ;  que  no  era  así  en  Francia,  donde  hasta  las 
mujeres  estaban  instruidas ;  que  también  oyó  el  testigo  al  reo,  o  a  Cla- 
vijo, que  por  qué  no  se  había  de  venerar  el  excremento  de  los  Santos, 
de  que  infirió  el  testigo  que  hablaría  con  desprecio  de  la  veneración  de 


—  222  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


las  reliquias  de  los  Santos ;  que  también  hace  memoria  haver  oído  ha- 
blar a  los  dos  (aunque  más  a  Clavijo)  con  libertad  y  desberguenza  de 
todo  género  de  torpezas,  y  que  no  havía  cosa  mejor  que  fornicar;  que 
no  había  cosa  como  estar  separado  de  su  muger,  porque  las  mugeres 

propias  enfadan ;  y  que  no  había  cosa  como  los  co       para  fornicar,  y 

libertarse  de  males,  que  en  Francia  o  Barcelona  se  vendían,  y  el  reo 
tuvo  algunos  en  su  poder;  que  es  moda  permitir  los  maridos  que  sus 
mugeres  vivan  con  cortejos,  y  lo  procuraban  impedir  los  frailes  y  cléri- 
gos". Así  encajó  en  muchas  mentes  españolas  el  espíritu  de  la  Ilustra- 
ción, que  se  reducía,  como  el  lector  ha  podido  precisar,  a  retención  de 
libros  infames,  papeles  obscenos  y  pinturas  livianas,  que  esto  valía, 
por  lo  visto,  mucho  más  que  el  oro  de  nuestras  tradiciones  españolas 
y  de  nuestra  regia  y  espléndida  cultura  (i). 

Sobre  Don  José  de  Yeregui,  maestro  de  los  Infantes  Don  Gabriel 
y  Don  Antonio  de  Borbón,  escribió  así  don  Juan  Antonio  Llórente  en 
el  tomo  IV  de  su  Historia  crítica  de  la  Inquisición  de  España  (pági- 
nas 314-35):  "Don  José  de  Yeregui,  presbítero  secular,  doctor  en  teo- 
logía y  cánones,  natural  de  Vergara,  de  Guipúzcoa,  maestro  de  los  In- 
fantes Don  Gabriel  y  Don  Antonio  de  Borbón,  caballero  de  la  Real 
Orden  de  Carlos  III,  autor  de  un  catecismo,  }•  capaz  de  serlo  de  mu- 
chas obras  buenas  de  teología  y  disciplina  eclesiástica  por  su  grande 
ciencia,  fué  delatado  tres  veces  a  la  Inquisición  de  Corte,  como  hereje 
jansenista  por  ciertos  clérigos  y  frailes  ignorantes  del  partido  jesuítico. 
Se  le  asignó,  año  1792,  la  villa  de  Madrid  por  cárcel,  que  duró  medio 
año ;  satisfizo  a  todos  los  cargos,  de  modo  que  los  inquisidores  de  Cor- 
te le  absolvieron  de  la  instancia.  En  el  Consejo  había  contrarios  que 
deseaban  decretase  solamente  suspensión  del  proceso ;  y  las  intrigas  se 
multiplicaron  de  manera  que  verosímilmente  prevalecieran  si  no  por 
haber  fallecido  entonces  mismo  el  inquisidor  general  Rubín  de  Ceva- 
llos,  obispo  de  Jaén,  y  nombrándose  luego  para  sucesor  a  Don  Manuel 
Abad  y  la  Sierra,  arzolñspo  de  Selimbria,  cuyas  opiniones  eran  confor- 
mes con  las  de  Yeregui,  a  quien  por  fin  se  dió  testimonio  de  haber 
sido  absuelto,  y  puesto  en  libertad." 


(i)    Archivo  Histórico  Nacional  (Inquisición),  leg.  3.736. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Se  han  conservado  entre  la  documentación  inquisitorial  las  infor- 
maciones de  naturaleza,  legitimidad  y  limpieza  de  sangre  de  don  José 
Miguel  de  Yeregui.  Arrancaba  su  casta  de  Guipúzcoa  y  Navarra,  sien- 
do su  padre  arquitecto  de  profesión  en  el  país  norteño,  con  intervencio- 
nes más  tarde  en  algunas  obras  del  Real  Palacio.  No  obstante  sus  deu- 
das y  aventuras  con  el  Santo  Oficio,  éste  prescindió  de  los  registros  in- 
quisitoriales, donde  menudeaba  su  nombre,  para  conferirle  el  nombra- 
miento de  Oficial  de  sus  tribunales  (2).  De  los  registros  resultaba  la  exis- 
tencia de  una  "sumaria"  en  el  año  1783  por  proposiciones  }'  ocultación 
de  libros  prohibidos.  En  el  año  1785  se  le  forma  expediente  por  frases 
atrevidas  y  desenvueltas  y,  finalmente,  en  Granada  y  en  Toledo  se  le 
había  empapelado  por  el  mismo  delito  de  las  proposiciones  y  dichos, 
nada  conformes  con  el  estado  de  cristiano  y  su  calidad  sacerdotal.  Yere- 
gui —conviene  precisar  el  dato —  fué  en  Madrid  uno  de  los  asistentes 
a  la  tertulia  de  la  condesa  de  Montijo,  dato  interesante  para  apoyar  el 
juicio  sobre  su  carácter  y  preocupaciones. 

El  día  6  de  abril  del  año  1783  acusaba  a  Don  José  Miguel  de  Ye- 
regui el  canónigo  del  Sacro  Monte,  Don  Juan  Molina,  en  informe  parti- 
cular, dirigido  al  tribunal  de  Granada.  Por  tratarse  de  testigos  singula- 
res — un  pariente  del  acusado,  una  criada  joven,  y  sin  criterio,  y  un 
capitán  que  testifica  haber  estado  muy  contadas  veces  en  las  pláticas  <ie 
Yeregui —  se  acordó  por  las  autoridades  de  buscar  los  antecedentes  de 
Yeregui,  según  la  documentación  de  los  archivos  secretos.  De  las  inves- 
tigaciones practicadas  resultaba  tener  Yeregui  pendiente  en  la  Inqui- 
sición de  Corte  un  expediente  sobre  ideas  muy  personales  en  torno  al 
culto  de  las  imágenes  de  la  Virgen,  y  sobre  retención  de  libros  prohi- 
bidos. Por  el  año  1787  residía  Yeregui  en  Cadalso,  y  de  allí  partía  en 
el  mes  de  julio  otra  declaración  del  padre  guardián  de  los  franciscanos, 
remitiendo  al  inquisidor  general  el  informe  sobre  una  consulta  solicita- 
da por  la  vecina  de  aquella  villa,  María  Teresa  Díaz.  Practicadas  las 
diligencias  de  estilo,  contrastaba  por  orden  de  la  Suprema  la  referencia 
un  franciscano  descalzo,  Fr.  Mateo  Püertollano,  ratificándose  en  sus 
dichos  la  mujer.  Cuéntase  que  teniendo  esta  señora  a  su  nieto  enfermo. 


(2)    Archivo  Histórico  Nacional  (Intiuisicióii),  leg.  3.271. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


y  encomendando  su  salud  al  Patriarca  San  José,  poniéndole  una  vela  en 
la  mesilla  de  noche,  el  doctor  Yeregui,  burlón  y  escéptico,  se  expresó 
en  estos  términos:  "Yo  estaba  en  quitar  a  vuestra  merced  esas  ridicu- 
leces espirituales,  que  vuestra  merced  tiene,  por  ser  cosa  que  importa 
poco".  La  testificación  se  amplía  con  aspectos  muy  interesantes  que  ayu- 
darán a  perfilar  los  rasgos  más  sobresalientes  de  la  personalidad  de 
Don  José  de  Yeregui.  He  aquí  algunos  detalles  concretos :  "que  estan- 
do dicho  reo  en  casa  de  la  declarante  se  ofreció  ablar  de  las  misas,  y 
dixo  aquél  que  si  él  lo  huviera  de  disponer,  todas  las  misas  havían  de 
ser  mayores,  a  lo  que  le  replicó  Leocadio  Hernández,  de  oficio  vidrie- 
ro: "pues  entonces  para  qué  queríamos  tantos  curas".  Fr.  Mateo  Puer- 
tollano  consigna  no  haber  advertido  en  Yeregui  cosa  contraria  a  la  fe, 
pero  que  "quando  ha  rezado  el  Rosario  en  la  parroquia  no  responde, 
al  fin  del  Padre  Nuestro  y  Ave  María,  la  palabra  "Jesús",  lo  que  exe- 
cutan  lo  mismo  los  niños  de  su  escuela,  y  el  maestro  que  tiene  en  su 
casa  el  reo;  que  el  primer  día  que  vio  esto  dicho  Portollano  volvió  la 
cabeza  y  dixo  que  respondieran  "Amén  Jesús",  pero  notó  los  días  si- 
guientes que  lexos  de  hacer  lo  que  les  mandaba,  levantaban  más  la  voz 
acompañada  de  la  de  su  maestro,  y  se  recalcan  en  el  "amén",  sin 
añadir  "Jesús",  lo  que  le  causó  novedad". 

En  el  mes  de  agosto  del  año  1787  se  había  recibido  en  el  tribuiKiI 
del  Santo  Oficio  una  carta,  fechada  en  Toledo,  donde  testificaba  con- 
tra Yeregui  una  vecina  de  la  villa  de  Membrillo,  Francisca  Antonia 
Lozano.  Había  servido  a  nuestro  clérigo  en  Cadalso,  y  pone  contra  él 
los  siguientes  cargos:  "le  oyó  repugnar  en  los  finales  del  Padre  Nues- 
tro y  Ave  María  el  "amén  Jesús",  diciendo  que  el  "Jesús"  era  supér- 
fluo,  respecto  a  que  la  oración  acaba  en  el  "amén" ;  quería  también 
que  fuese  Dios  solo  a  quien  se  orase,  y  se  reía  de  las  novenas  y  rezos 
a  los  santos,  diciendo  que  si  muchos  de  los  que  se  adoran  en  los  altares 
huvieran  venido  en  estos  tiempos,  no  lograran  el  culto ;  que  también 
decía  que  la  Misa  se  había  de  traducir  en  romance  para  que  todos  la 
entendiesen...;  que  también  estaba  mal  con  la  oración  del  "Alabado" 
por  seguirse  con  igual  culto  (que  decía)  "y  la  pura  Concepción",  cosa 
que  ha  causado  tantos  argumentos,  y  está  en  opiniones ;  y  decir  que  San 
Joaquín  y  Santa  Ana  eran  padres  que  el  vulgo  había  dado  a  María 


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»5 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Santísima,  lo  que  no  subcedla  con  San  Joseph,  que  ese  era  quien  venía 
de  la  Casa  de  David,  fué  la  causa  de  su  mayor  escándalo  en  la  expo- 
nente, pues,  aunque  lo  sea  como  lo  dice,  como  la  Yglesia  los  declara 
por  padres  de  María,  y  nos  manda  que  por  tales  los  reverenciemos,  no 
nos  queda  que  dudar;  lo  mismo  siento  acerca  de  la  pureza  de  su  Con- 
cepción, pues  el  tener  la  Yglesia  esa  oración  para  alavarla  y  confesarla 
es  la  opinión  más  segura  que  puedo  encontrar  para  seguirla". 

La  investigación  erudita  desapasionada  nos  obliga  a  destacar  los 
claros-oscuros  de  la  naturaleza  intelectual  de  Yeregui,  y  así  debemos 
desnatar,  junto  a  sus  audacias  y  desembarazos,  más  o  menos  condena- 
bles, sus  buenas  cualidades.  Por  los  protocolos  inquisitoriales,  y  según 
referencias,  parece  ser  que  el  clérigo  liberal  era  hombre  de  cierta  vida 
interior,  como  dado  a  las  buenas  letras.  Era  asi  varón  alejado  de  diver- 
siones, de  fiestas  de  toros,  de  bailes  y  comedias,  y  como  intelectual  se- 
guía orientaciones  muy  sabias  y  seguras.  Sobre  la  Sagrada  Escritura  opi- 
naba de  esta  manera:  "que  la  Biblia  había  de  ser  el  estudio  principal 
de  toda  clase  de  gentes  y  sexos,  debiendo  estar  en  lengua  común,  y  se 
pudiera  aprender  cada  uno  la  lengua  hebrea  solo  para  este  fin,  que  es 
la  propia,  para  entenderla".  Pero  parece  indubitable  que  Yeregui  era 
hombre  "largo"  en  el  hablar,  y  así  sus  geniahdades  — algunas  de  ellas 
son  estrictamente  repeticiones  de  ideas  y  conceptos  de  los  humanistas 
heterodoxos  del  siglo  xvi —  le  condenaban,  además  del  escándalo  pro- 
movido en  el  ambiente  de  piedad  sincera  donde  le  tocaba  vivir.  Era 
hostil  a  los  frailes  y  exagerado  e  imprudente  en  sus  dichos.  Se  contaba 
que  platicando  en  la  sacristía  de  la  parroquia  de  Cadalso  soltó  la  especie 
siguiente :  "que  sin  embargo  que  este  arzobispado  (de  Toledo),  en  pun- 
to a  literatura  era  lo  más  florido  de  España,  en  punto  a  costumbres  era 
el  más  perdido".  Sus  imprudencias  eran  constantes  y  notorias.  Una  de 
sus  expresiones  fue  "que  nada  aprovecha  la  oración  si  no  es  del  alma,  y 
que  son  vanas  y  vacías  de  fruto  las  oraciones  ruidosas ;  que  debe  orarse 
a  Dios  con  el  corazón  fijado  en  El,  sin  mover  los  labios  con  tanto  es- 
trépito, porque  Dios  sólo  quiere  corazones",  expresión  de  sentido  du- 
bitativo, según  el  comentario  o  escolio  respectivo,  pero  de  todas  formas 
quede  constancia  de  las  inconveniencias  habituales  de  Yeregui  con  el 
consiguiente  escándalo  que  hemos  precisado.  Profesaba  que  debía  ha- 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


her  solamente  una  imagen  de  la  Virgen  y  otra  de  Jesús  Crucificado,  y 
se  dirigía  a  los  niños  delante  de  una  estatua  de  la  Virgen  diciéndoles : 
"éste  es  un  pedazo  de  palo;  (dixo  tocando  al  mismo  altar)  vosotros 
sois  mejores  que  esta  imagen,  porque  tenéis  un  alma  racional". 

Un  capítulo  de  las  trabacuentas  de  Yeregui  con  la  Inquisición  es- 
pañola fué  el  referente  al  uso  y  lectura  de  libros  prohibidos.  Eran  los 
tiempos  en  que  el  reo  ejercía  el  cargo  de  maestro  de  matemáticas  de 
los  pajes  del  Rey.  Retenía  entre  otros  volúmenes  un  Catecismo  de  la 
doctrina  italiano,  en  su  versión  francesa,  abundante  y  variada  literatura 
jansenista,  el  Compendio  de  la  Historia  Eclesiástica  de  Racine,  las 
■"Provinciales"  de  Pascal,  recordando  Yeregui  a  este  respecto  la  apro- 
bación del  célebre  P.  Concina  sobre  las  últimas  catorce  epístolas  del  es- 
critor francés,  y  las  Instituciones  Teológicas  de  Juenín,  prohibidas  a 
la  sazón,  como  incluidas  dentro  de  la  bibliografía  jansenista.  Sobre  la 
retención  de  esta  clase  de  literatura  testifica  un  tal  D.  José  Casimiro, 
clérigo  de  menores,  que  con  motivo  de  declarar  Yeregui  sus  escrúpulos 
por  la  lectura  de  libros  prohibidos,  le  dijo  Yeregui  en  cierta  ocasión 
que  él  había  tenido  los  mismos  reparos,  pero  que  les  había  resuelto  dis- 
curriendo que  la  ley  injusta  no  es  ley,  ni  debe  ser  obedecida.  De  vuelta 
Yeregui  de  un  viaje  a  tierras  portuguesas,  se  le  daba  por  cárcel  la  Corte 
y  sus  arrabales,  mientras  se  le  seguían  los  cargos.  Consta,  sin  embargo, 
cómo  el  día  21  de  noviembre  del  año  1792  se  sinceraba  delante  de  los 
tribunales  inquisitoriales,  en  audiencia  solicitada  por  él,  haciendo  cons- 
tar su  ortodoxia  y  respeto  a  la  Iglesia  :  "y  protestaba  de  nuevo  su  catho- 
lícismo,  sus  sentimientos,  conforme  a  los  de  nuestra  santa  madre  la 
Iglesia,  su  obediencia  y  sumisión  a  las  Bulas  y  Breves  Apostólicos.  Y 
assí  mismo  protesto  que  si  en  toda  su  causa  se  hallase  alguna  proposi- 
ción, expresión,  palabra  o  hecho  que  no  se  conforme  con  estos  senti- 
mientos, debía  atribuirse  a  equivocación,  o  mala  explicación,  pues  re- 
petía que  estaba  pronto  a  enmendarla,  corregirla  y  explicarla,  porque 
sus  sentimientos  quiere  que  sean  conformes  a  los  de  la  Iglesia  y  fé  ca- 
thólica,  y  estaba  pronto  a  derramar  con  su  sangre,  suplicando  última- 
mente al  tribunal  que  si  hubiese  tenido  algún  defecto  en  las  audiencias, 
se  lo  disimulase,  pues  siempre  ha  sido  y  era  respetuoso  al  Santo  Oficio, 
mirándole  con  la  veneración  debida,  y  obedecido,  y  estaba  pronto  a  obe- 


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MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


decer  sus  preceptos,  y  confiaba  y  creía  firmemente  le  haría  justicia  con 
gracia  y  no  con  rigor". 

Huelga  comentar,  consignados  ya  los  cargos  puestos  a  Don  José 
Miguel  de  Yeregui,  la  índole  y  calidad  de  las  proposiciones  que  se  le 
achacaban.  No  todas  tienen  la  misma  calificación  y  la  misma  calidad  teo- 
lógica, no  todas  ofrecen  la  misma  censura  áspera,  entendidas  con  crite- 
rio sano,  )•  dándolas  un  sentido  inteligente,  pero  la  Inquisición  de  en- 
tonces — pese  a  su  indiscutible  decadencia,  entregada  en  ocasiones  a  la 
influencia  política,  y  heridos  muchos  de  sus  miembros  de  los  defectos 
que  tenían  precisamente  que  ser  combatidos —  no  echó  en  saco  roto  las 
responsabilidades  de  Yeregui,  y  aunque  se  sobreseyó  la  causa,  y  se  en- 
terraron los  expedientes,  en  el  Santo  Oficio  se  le  reputaba  como  hom- 
bre peligroso  en  materias  de  fe,  sospechoso  de  nestorianismo  y  nova- 
cianismo,  con  perfiles  jansenistas,  además  del  delito  de  la  retención 
de  libros  prohibidos  y  heterodoxos  (3). 

Son  conocidos  los  principales  rasgos  biográficos  del  célebre  fabu- 
lista Don  Félix  María  de  Samaniego.  En  el  año  1866  publicaba  en  Vi- 
toria Don  Eustaquio  Fernández  de  Navarrete  su  libro  Obras  inéditas 
o  poco  conocidas  del  insigne  fabulista  D.  Félix  de  Samaniego,  precedi- 
das de  una  biografía  del  autor.  Había  nacido  Samaniego  en  la  villa  de 
La  Guardia  (1745)  y  era  sobrino  del  famoso  Conde  de  Peñaflorida,  uno 
de  los  fundadores  de  la  Sociedad  Vascongada  y  autor  de  la  colección 
de  fábulas  que  han  popularizado  su  nombre  en  toda  la  Península.  Fué 
de  ingenio  castizo,  y  en  pláticas  y  conversaciones  cobró  fama  rui- 
dosa por  las  gracias  chispeantes,  la  malicia  intelectual  y  los  donaires 
de  dudosa  ley,  como  entreverados  de  jocosidades  que  honran  muy  poco 
su  clara  estirpe  y  solar.  En  unas  décimas  se  describía  así  Samaniego : 

Según  probable  opinión 
soy  en  el  ingenio,  zorra, 
en  parlería,  cotorra, 
en  el  tamaño,  gorrión, 
en  la  viveza,  ratón. 


(3)  Ibídent. 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


y,  aunque  de  todo  blasone, 
siempre  en  duda  se  me  pone 
que  especie  de  cosa  soy ; 
y  por  esta  deuda,  estoy 
casado  suh  conditione. 

Todos  sus  biógrafos  convienen  en  denunciar  los  estragos  que  la 
influencia  francesa  causaron  en  su  dorada  juventud,  y  que  determina- 
ron las  características  espirituales  que  definen  su  ingenio  y  sus  gus- 
tos: "Samaniego  había  pasado  en  Francia  algunos  años  de  su  primera 
juventud.  Las  ideas  que  allí  a  la  sazón  preponderaban  habían  amen- 
guado en  su  ánimo  el  santo  tesoro  de  las  tradiciones  morales  de  su 
patria.  Se  hizo  hombre  despreocupado  a  la  manera  de  aquellos  tiem- 
pos de  turbación.  Sus  poesías  líricas  se  resienten  de  esta  tendencia, 
paralizadora  de  la  inspiración  alta  y  fervorosa.  Se  hizo  cínico  al 
estilo  de  Lafontaine.  a  quien  con  predilección  había  estudiado,  y  escri- 
bió también  cuentos  obscenos,  sembrados  de  epigramáticas  agudezas, 
pero  de  tan  escabrosa  índole  que  ha  sido  imposible  darlas  a  la  es- 
tampa" (4).  Se  trata  concretamente  del  clásico  escritor  licencioso  de- 
dicado a  adobar  y  aderezar  viandas  y  platos  espesos  con  exceso  de 
sal  y  pimienta. 

Llórente  recoge  su  nombre  en  el  capítulo  XXV  de  su  Historia 
critica...,  consagrado  a  tratar  "De  los  literatos  que  han  padecido  por 
causa  de  la  Inquisición".  Escribe  que  Samaniego  fué  procesado  por  la 
Inquisición  de  Logroño  por  sospechar  había  adoptado  los  principios 
de  la  moderna  filosofía  y  por  el  uso  de  libros  prohibidos.  Don  Mar- 
celino Menéndez  y  Pelayo  incluye  en  los  Heterodoxos  la  referencia, 
también  estampada  por  Llórente,  de  que  enterado  el  fabulista  del  pe- 
ligro que  corría,  acudió  precipitadamente  a  la  Corte,  buscando  el  favor 
y  la  protección  del  Ministro  de  Gracia  y  Justicia,  Don  Eugenio  Lla- 
guno,  quien  puesto  al  habla  con  Abad  y  la  Sierra,  inquisidor  general, 
arreglaba  el  negocio  de  Samaniego,  liberándole  de  las  molestias  del 
Santo  Oficio,  si  bien  es  cierta  la  vigencia  de  una  tradición  oral,  no 


(4)    Archivo  Histórico  Nacional  (Inquisición),  leg.  3.729. 


—  229  — 


MIGUEL  UH  LA  Fh\TA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


probada  históricamente,  que  asegura  un  breve  ostracismo  o  reclusión 
del  poeta  en  un  convento  de  carmelitas,  enclavado  entre  Bilbao  y 
l'ortugalete.  lí^^sta  aquí  las  referencias  conocidas  sobre  Samaniego 
en  sus  relaciones  con  la  Inquisición. 

La  aseveración  de  Llórente  es  históricamente  cierta.  Pero  no  pue- 
de decirse  que  Samaniego  padeciese  vejaciones  en  el  sentido  literal 
de  esta  palabra.  Entre  la  documentación  inquisitorial,  tan  espigada 
por  mi,  he  topado  con  unas  modestísimas  alegaciones  fiscales  inéditas, 
pertenecientes  al  distrito  inquisitorial  de  Logroño,  y  si  bien  atestigua 
el  texto  erudito  haber  sido  Samaniego  delatado,  la  intervención  y  el 
valimiento  político  interfirieron  las  acusaciones  hasta  el  punto  de  vo- 
tarse su  expediente  a  "suspensión".  Es  decir,  que  se  archivase,  sin 
proseguirse  en  las  investigaciones.  E^to  fué  todo. 

Partió  la  acusación,  presentada  en  once  de  marzo  del  año  1793, 
de  Don  José  María  la  Barreda,  hacendado  y  vecino  de  Bilbao,  quien 
declaraba  ante  el  Comisario  de  aquella  población  haber  visto  en  la  casa 
de  Bilbao  de  Samaniego  — la  casa  era  propiedad  de  su  suegro —  li- 
bros de  Rousseau,  la  Historia  de  las  Indias  del  abate  Raynal,  con  al- 
gunos otros  volúmenes  semejantes. 

Los  informes  del  Comisario  de  Bilbao  al  tribunal  de  Logroño  fue- 
ron favorables.  Notificaba  que  mientras  Samaniego  residió  en  Bilbao 
no  se  le  notó  nada  condenable  en  materias  religiosas.  Pero  en  Logro- 
ño no  había  noticias  de  habérsele  concedido  a  Samaniego  licencias  de 
leer  libros  prohibidos.  Se  libró  consiguientemente  comisión  al  Comisa- 
rio de  La  Guardia,  D.  Gabriel  Sáenz  de  San  Pedro,  para  que  entre- 
vistándose con  el  acusado  solicitase  de  él  la  entrega  de  los  libros  pro- 
hibidos. Según  el  informe  secreto  del  Comisario,  Samaniego  se  ex- 
presó en  el  sentido  de  que  los  libros  de  Rousseau  y  la  Historia  de 
Reynal  los  había  enviado  a  Logroño  a  su  cuñado,  Don  Felipe  Salce- 
do, y  que  esperaba  los  hubiese  éste  entregado  al  Santo  Oficio,  como 
efectivamente  así  había  sucedido. 

Hay  en  la  sumaria  contra  Samaniego  dos  rasgos  que  evidencian 
adecuadamente  su  mentalidad  refractaria  a  ciertas  ideas  y  tradiciones, 
hostilidad  probablemente  originada  ante  la  visión  de  una  España  deca- 
dente y  desvalorizada  por  todos  los  menguantes...  Se  le  tilda  de  hacer 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


befa  y  chacota  del  Santo  Oficio,  extendiendo  el  famoso  dicho  de  com- 
ponerse la  Inquisición  de  "un  Cristo,  dos  candeleros  y  tres  majade- 
ros", atribuyéndola  la  decadencia  peninsular,  y  se  precisa  su  actitud 
antitradicional,'  concretada  en  el  espíritu  anticlerical,  refiriéndose  que 
paseando  en  La  Guardia,  en  compañía  de  un  padre  capuchino  y  cierto 
clérigo  huido  de  Francia,  tomó  Samaniego  sus  hábitos  diciendo:  "este 
vestido  y  éste  hacen  mucho  mal  en  España". 

No  obstante  tales  y  tan  crudas  expresiones  de  anticlericalisnio, 
el  cura  párroco  de  La  Guardia  abonó  la  conducta  y  las  preocupaciones 
cristianas  de  su  feligrés,  mientras  el  valimiento  poHtico  y  la  paren- 
tela ilustre  resolvían  las  discusiones  de  la  Inquisición  con  Samanie- 
go. Como  en  tantas  otras  vidas,  aún  más  borrascosas  y  aventureras, 
el  fabulista  murió  cristianamente,  encargando  al  presbítero  que  le  asis- 
tió en  sus  postrimerías  que  quemase  sus  papeles.  Una  vez  más  se  re- 
petía : 

Oh  Dieu  de  moni  herceau,  sois  le  Dieii  de  ma  tambe  (5). 

Siempre  que  se  cita  a  Don  Tomás  de  Iriarte  suelen  evocar  los 
historiadores  y  biógrafos  la  figura  de  su  tío,  Don  Juan  de  Iriarte, 
claro  y  fervoroso  humanista,  entroncado  en  el  más  puro  clasicismo 
latino,  y  adornado  de  gracias  muy  áticas  y  de  Musas  muy  donairosas 
y  festivas,  como  lo  acreditan  algunas  de  sus  composiciones.  Así  versificó 
la  clasificación  de  las  lenguas,  según  el  concepto  español : 

Silbido  es  la  lengua  inglesa, 
es  suspiro,  la  italiana, 
canto  armonioso,  la  hispana, 
conversación,  la  francesa, 
y  rebuzno,  la  alemana. 

También  compuso  unos  versos  al  Viernes  Santo,  aludiendo  al 
ruido  )•  al  tumulto  callejero  de  la  Villa  y  Corte : 


(5)    Archh-o  Histórico  Nacional  (Inquisición),  Icg.  3.729. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Campanas  callan  y  coches, 
todo  está  quieto  en  Madrid, 
que  sólo  hoy  que  muere  Cristo 
se  puede  en  Madrid  vivir. 

Originario  el  linaje  de  los  Iriarte  del  norte  de  España,  habían  na- 
cido los  miembros  de  esta  familia  en  Canarias,  destacándose  en  primer 
lugar  Don  Juan  de  Iriarte,  padrino  y  valedor  de  sus  sobrinos.  Eran 
éstos  Fr.  Juan  Tomás  Iriarte,  dominico  y  lector  en  La  Orotava ;  D.  José 
de  Iriarte,  residente  en  Puerto  de  la  Cruz ;  D.  Domingo  de  Iriarte, 
que  alcanzó  nuestra  representación  diplomática  en  París ;  D.  Bernardo, 
que  después  de  conseguir  la  secretaría  de  la  Legación  de  Parma,  in- 
gresaba en  1758  en  el  Despacho  de  Estado  para  pasar  luego  a  Ingla- 
terra, como  secretario  de  nuestra  Embajada,  volviendo  más  tarde  a  la 
Península,  en  calidad  de  oficial  de  la  Secretaría  de  Estado  y  del  Des- 
pacho. Resta,  finalmente,  D.  Tomás  de  Iriarte,  a  quien  hemos  de  refe- 
rirnos en  estas  páginas. 

En  el  tomo  IV  de  su  Historia  crítica  de  la  Inquisición,  Llórente 
se  refiere  a  D.  Tomás  de  Iriarte  con  estas  palabras:  "...  fué  procesado 
en  la  Inquisición  de  Corte,  en  los  últimos  años  del  reinado  de  Car- 
los III,  por  sospechoso  de  los  errores  de  los  falsos  filósofos  modernos ; 
se  le  asignó  la  Corte  por  cárcel,  con  obligación  de  presentarse  en  la 
sala  cuando  se  le  avisara ;  se  prosiguió  su  proceso  en  secreto ;  dió  sa- 
tisfacción a  los  cargos ;  pero  los  inquisidores  creyeron  que  no  era  com- 
pleta, por  lo  que  le  declararon  sospechoso  con  sospecha  leve ;  abjuró,  y 
se  le  absolvió  en  el  tribunal  a  puerta  cerrada,  sin  asistencia  de  perso- 
nas de  afuera,  con  penitencia  secreta  y  suave,  de  manera  que  pocos  su- 
pieron en  la  Corte  su  proceso". 

En  el  año  1897  publicó  D.  Emilio  Cotarelo  una  obra  magistral  so- 
bre "Iriarte  y  su  época".  Se  trata  de  una  valiosa  aportación  erudita  y 
literaria  sobre  los  méritos  de  D.  Tomás  de  Iriarte  y  sobre  el  ambiente 
de  su  siglo.  Las  informaciones  de  Cotarelo  nada  nuevo  añadían  a  las 
referencias  de  Llórente,  tan  concisas  y  escuetas.  Pero  quiso  la  buena 
forttma  que  encontrase  D.  Julián  Paz  y  Espeso  en  el  Archivo  General 
de  Simancas  nada  menos  que  la  sentencia  fulminada  por  la  Inquisición 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


contra  el  fabulista  canario,  sentencia  que  copiada  y  enviada  gentilmen- 
te por  el  archivero  de  Simancas  al  señor  Cotarelo,  daba  éste  a  conocer 
el  año  1900  en  la  Revista  de  Archivos,  Bibliotecas  y  Museos.  Por  ella 
sabemos  que  se  pronunció  el  fallo  el  día  11  del  mes  de  agosto  del  año 
1779,  asistiendo  personalmente  los  inquisidores  de  Corte,  D.  José  Escal- 
zo y  D.  Bernardo  Loigorri.  Era  a  la  sazón  Iriarte  traductor  o  intérprete 
de  la  Secretaría  de  Estado  y  archivero  del  Consejo  de  Guerra.  Se  des- 
taca en  los  protocolos  seguirse  causa  al  reo  por  proposiciones  y  uso  de 
obras  intervenidas.  La  sentencia  inquisitorial  reza  asi:  "Dijeron  que  a 
este  sujeto,  en  la  posada  del  señor  más  antiguo,  presente  éste  y  un  se- 
cretario del  Secreto,  se  lea  su  sentencia  sin  mérito,  adjure  de  levi,  sea 
absuelto  ad  cautelam,  gravemente  reprehendido,  advertido  y  conmi- 
nado, haga  unos  ejercicios  espirituales  por  el  tiempo  de  quince  días, 
¡)udiéndolo  ejecutar  sin  nota,  y  a  lo  menos  por  el  de  ocho,  con  la  persona 
docta  que  s'e  le  señalase,  la  qual  le  instruya  y  fortifique  en  los  miste- 
rios y  dogmas  de  nuestra  santa  fé  católica,  y  al  fin  de  ellos,  una  con- 
fesión general.  Que  por  el  tiempo  de  dos  años  ayune  todos  los  viernes, 
y  rece  en  los  sábados  una  parte  del  rosario  a  Nuestra  Señora,  y  un 
Credo,  los  domingos,  haciendo  los  actos  de  fé,  esperanza  y  caridad ;  y 
lea  cada  dia  media  hora  en  la  Guía  de  pecadores,  de  Fr.  Luis  de  Gra- 
nada, u  otro  libro  espiritual,  y  reteniéndosele  las  licencias  de  leer  libros 
j^rohibidos,  se  le  haga  entender  el  grave  delito  que  cometería  de  se  arro- 
jar a  leerlos,  no  sólo  por  la  contravención  a  los  mandatos  del  Santo 
Oficio,  sino  es  por  el  particular  daño  que  causará  a  su  alma,  y  que  en 
caso  de  contravención  será  castigado  con  todo  rigor  de  derecho,  y  antes 
de  ejecutarse  se  remita  a  los  señores  del  Consejo;  y  lo  rubricaron,  de 
que  certifico". 

Confrontando  ambos  textos :  el  de  la  sentencia  reproducida,  y  el 
de  Llórente,  se  comprueba  la  endeblez  de  la  referencia  de  este  último, 
en  la  que  apenas  si  se  concreta  y  determina  el  fallo  inquisitorial.  Los 
inquisidores  de  Corte  se  expresan  en  el  sentido  de  que  el  reo  había  incu- 
rrido en  dichos  atrevidos  e  inconvenientes  — "proposiciones" — ,  amén 
de  la  retención  de  obras  incluidas  en  el  Indice.  Según  los  dociunentos 
inquisitoriales  esto  es  lo  que  cuenta  estrictamente,  y  lo  que  sabemos, 
conforme  las  informaciones  eruditas  de  los  archivos  de  la  Inquisición. 


—  233  — 


MIGUBL  Üli  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Es  por  eso  sumamente  curioso  leer  en  la  Ilisluria  de  los  heterodoxos 
españoles,  cómo  D.  Marcelino  resuelve  el  lance  de  Iriarte  con  el 
Santo  Oficio,  estampando  la  versión  de  haberse  debido  exclusivamen- 
te a  la  fábula  del  escritor  canario,  titulada  La  barca  de  Simón,  que  cir- 
culó manuscrita  hasta  ser  publicada  en  El  Conciso,  de  Cádiz,  en  los 
años  de  la  primera  etapa  constitucional.  La  fábula,  reproducida  por 
Don  Marcelino,  y  coleccionada  por  Mendivil  y  Silvela  en  Burdeos 
(año  1819),  dice  asi : 

Tuvo  Simón  una  barca 
No  más  que  de  pescador, 
y  no  más  que  como  barca, 
A  sus  hijos  la  dejó. 

Más  ellos  tanto  pescaron 
E  hicieron  tanto  doblón. 
Que  ya  tuvieron  a  menos 
No  mandar  buque  mayor. 

La  barca  pasó  a  jabeque, 
Luego  a  fragata  pasó: 
De  aquí  a  navio  de  guerra, 

Y  asustó  con  su  cañón. 

Más  ya  roto  y  viejo  el  casco 
üe  tormentas  que  sufrió. 
Se  va  pudriendo  en  el  puerto. 
¡Lo  que  va  de  ayer  a  hoy! 

Mil  veces  lo  han  carenado, 

Y  al  cabo  será  mejor 
Desechadle,  y  contentarnos 
Con  la  barca  de  Simón. 

Bastaría,  efectivamente,  esta  poesía,  de  corte  genuinamente  licen- 
cioso, para  haber  tenido  el  autor  sus  dimes  y  diretes  con  el  Santo 
Oficio,  pero  como  advertíamos,  y  a  pesar  de  la  afirmación  de  Menén- 
dez  y  Pelaj'o,  no  sabemos  en  qué  fundamentos  estriba  la  aserción  de 
que  dicha  fábula  constituya  la  pieza  capital  del  proceso  seguido  contra 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Iriarte.  Conocidas  las  tendencias  intelectuales  de  algunas  de  las  mi- 
norías que  bullen  por  aquellas  calendas  en  la  Península,  eran  suñcien- 
tes  las  licencias  ordinarias  en  la  expresii^n  y  los  dicharachos  verdes  e 
irreligiosos  que  esmaltaban  los  diálogos  y  las  pláticas  corrientes  en  las 
tertulias  literarias  y  en  las  reuniones  sociales  de  la  época  para  verse 
complicado  en  la  Inquisición  española.  Diríamos  así  que  La  barca  de 
Simón  sería  en  este  caso  uno  de  tantos  cargos  que  podían  esgrimirse 
contra  D.  Tomás  de  Iriarte,  y  nada  más. 

Pero  nuestras  investigaciones  en  torno  al  tema  han  sido  afortuna- 
das. Pocfemos  así  revelar  la  existencia  de  un  proceso  inédito  hasta  la 
fecha,  abierto  contra  el  hermano  más  distinguido  del  fabulista,  Don 
Bernardo  de  Iriarte,  y  donde  también  se  conjuga  el  nombre  del  fabu- 
lista. La  pieza  documental  ofrece  el  más  vivo  interés,  y  es  ejemplar  y 
valiosísima  en  los  intentos  de  reflejar  características  de  la  época,  sir- 
viendo, además,  para  conocer  con  toda  objetividad  a  algunos  de  los 
miembros  de  la  familia  Iriarte.  Veámoslo. 

La  primera  sumaria  abierta  contra  D.  Bernardo  de  Iriarte  es  del 
mes  de  abril  del  año  1774,  y  en  ella  se  registra,  según  las  testificacio- 
nes, el  nombre  de  su  hermano,  el  fabulista,  a  quien  se  formaba  igual- 
mente proceso  por  el  año  1776.  Pásmese  el  lector  de  la  referencia  que 
vamos  a  consignar.  He  anotado  entre  los  hermanos  Iriarte  el  nombre  de 
uno  de  ellos,  Fr.  Juan  Tomás  de  Iriarte,  fraile  dominico,  residente  en 
\j3l  Orotava,  y  lector  allí,  en  su  convento  dominicano.  Era  éste  hom- 
bre de  gran  piedad  y  de  muy  delicada  conciencia.  Su  condición  religio- 
sa y  su  estrechez  y  austeridad  le  obligaron  a  denunciar  en  la  Inqui- 
sición la  aguda  crisis  espiritual  que  atravesaban  sus  hermanos  D.  Ber- 
nardo y  D.  Tomás,  en  unas  testificaciones  sumamente  reveladoras. 
Cuenta  Fr.  Juan  Tomás  Iriarte  que  residiendo  en  Madrid  poco  más 
de  un  año  (i  771 -1772)  tuvo  ocasión  de  comprobar  las  libertades  de 
expresión  y  el  espíritu  irreligioso,  traducidos  en  la  chacota  más  mor- 
dicante y  cínica,  empleadas  por  sus  hermanos  al  disertar  sobre  cosas 
religiosas  y  sagradas.  Los  textos  cantan  y  cuentan,  y  es  lo  que  nos 
interesa.  Helos  aquí,  extractados  de  las  alegaciones  fiscales,  y  según 
la  versión  de  Fr.  Juan  de  Iriarte  y  de  otros  testigos  de  excepción. 
Refiere  así  el  fraile  dominico:  "...  que  un  día  que  no  acuerda  quaí 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


fué  comiendo  con  sus  tres  hermanos,  comenzó  el  D.  Thomás  a  dispu- 
tar con  el  exponente  contra  la  verdad  de  la  Escritura,  y  de  la  religión 
católica,  y  le  ayudaba  Don  Bernardo,  reo  de  esta  sumaria,  aunque 
éste  no  con  tanta  acrimonia;  que  otro  día  en  El  Escorial  llegando  el 
exponente  a  decir  misa,  le  dixo  el  reo  sonriyéndose  "que  si  se  había 
comido  ya  el  cordero  entero  con  pies  o  patas";  que  en  otra  ocasión 
ablando  en  Madrid  del  Cardenal  Patriarca,  que  era  su  amigo,  dijo  el 
reo  que  no  le  echaba  la  bendición,  como  hacían  los  Obispos,  porque 
bien  sabía  que  él  no  quería,  o  no  hacía  caso  de  aquellas  bendiciones ; 
que  en  El  Escorial  estando  allí  el  exponente  se  represento  una  co- 
media o  saínete,  en  que  un  musulmán  echaba  como  una  especie  de 
bendición,  que  le  pareció  al  exponente  que  hera  hacer  burla  de  la  ab- 
solución sacramental,  de  lo  que  solo  podría  dar  noticia  Don  Joseph 
Clavijo,  director  de  los  reales  teatros,  el  qual  parece  al  exponente  que 
le  dixo  que  este  reo  (D.  Bernardo)  la  había  traducido,  )'  que  él  había 
quitado  muchas  cosas;  y  contándole  una  vez  lo  que  afligía  al  expo- 
nente que  sus  hermanos  disputasen  con  él  de  religión,  le  respondió 
que  este  reo  era  muy  raro;  y  finalmente,  que  lo  que  más  le  mueve 
a  dudar  de  la  fé  de  este  reo  y  de  su  hermano  Don  Thomás  era  que 
nunca  le  oyó  decir  que  aquello  era  por  hablar,  ni  nunca  le  oyó  ablar 
a  favor  de  la  fé  católica".  En  epístola  de  Fr.  Tomás  de  Triarte  fe- 
chada en  el  mismo  mes  de  abril,  y  dirigida  a  los  inquisidores,  se  en- 
riquecen más  estas  referencias.  Según  el  declarante,  don  Bernardo 
ponía  en  tela  de  juicio  la  obligación  de  la  continencia,  expresándose  de 
esta  guisa:  "¿Para  qué  nos  dió  Dios  esta  naturaleza  o  para  qué  nos 
hizo  así?"  Declara,  además,  que  don  Bernardo  no  era  tan  afecto  como 
don  Tomás  a  disputar  en  materia  de  religión,  "a.  lo  que  muchas  veces 
lo  provocaba  el  exponente  por  ver  si  eran  ciertas  sus  sospechas".  No 
podía  faltar  en  expediente  de  esta  clase  la  soflama  contra  el  Santo 
Oficio.  De  ello  nos  informa  un  don  José  Antonio  de  Rojas,  chileno 
y  capitán  de  milicias  en  su  tierra,  el  cual  declara  en  el  mes  de  mayo 
de  1777:  "...  que  habría  cosa  de  dos  años  que  concurrieron  con  Don 
Bernardo  y  Don  Tomás  Yriarte  a  solas,  les  oyó  a  entrambos  hablar 
con  libertinaje  y  con  aire  de  superioridad,  afirmando  que  la  ignoran- 
cia de  España  no  venía  de  otra  causa  que  del  Tribunal  de  Ynquisi- 


—  236  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


ción,  sobre  cuyo  asunto  se  habló  también  otras  veces,  pero  no  acuer- 
da del  tiempo,  ni  de  más  circunstancias". 

Es  interesantísimo,  como  apreciará  el  lector,  extractar  rigurosa- 
mente la  sustancia  de  este  expediente  inquisitorial,  por  revelar  el 
conjunto  de  ideas  que  constituían  las  preocupaciones  de  cierto  tipo 
intelectual  en  familias  y  hombres  de  distinción,  influidas  por  la  lite- 
ratura licenciosa,  escéptica  y  enciclopedista  de  la  época.  Los  Iriarte 
eran  conspicuos  en  la  Corte  y  en  la  sociedad  madrileña,  y  habían  res- 
pondido ventajosamente  con  su  talento  y  personalidad  a  la  protección 
creciente  de  su  tio  don  Juan  y  demás  valedores.  Ello  postula  y  urge 
una  exposición  detallada  de  las  testificaciones  pronunciadas  en  los  tri- 
bunales del  Santo  Oficio. 

En  el  año  1777  declaraba  Fr.  Félix  de  la  Guardia,  boticario  ma- 
)'or  de  la  Comunidad  de  los  frailes  jerónimos  de  El  Escorial,  y  se 
refiere  a  don  Bernardo  de  Iriarte  con  estas  palabras:  "...  que  habría 
como  cinco  o  seis  años,  poco  más  o  menos,  estando  en  tiempo  de 
jornada,  por  el  mes  de  noviembre,  entró  en  la  botica  del  Monasterio 
Don  Bernardo  de  Iriarte,  con  motivo  de  esperar  al  médico  Sobral,  y 
abiendo  trabado  conversación  con  el  declarante,  preguntándole  que  si 
entendía  francés,  y  respondiendo  el  declarante  que  si  era  de  su  facul- 
tad, que  sí,  sacó  el  reo  un  libro  en  octavo,  en  pasta,  en  idioma  fran- 
cés, y  se  lo  alargó,  y  abriéndolo  el  declarante,  viendo  que  trataba  del 
onanismo,  al  ver  título  tan  desonesto,  se  lo  volvió  con  prontitud,  di- 
ciendo que  semejantes  libros  se  debían  quemar,  y  el  reo  se  lo  guardó 
en  el  bolsillo,  riyéndose,  diciendo  que  no  enseñaba  cosas  malas,  antes 
bien  precavía  los  males  que  acarrea  a  la  naturaleza  y  al  estado  el 
vicio  de  las  poluciones  voluntarias ;  y  después  añadió  qvie  por  eso  él 
llevaba  ya  36  señoras  de  título  arriba  pasadas  a  cuchillo,  a  cuya  ex- 
presión se  levantó  el  declarante,  y  le  dijo:  "mejor  fuera  que  se  ala- 
bara vuestra  merced  de  haber  ayunado  quarenta  días."  Al  final  del 
diálogo  añade  el  monje  jerónimo  en  su  testificación  que  Iriarte  dijo: 
"que  qué  hombre  de  juicio  no  era  deísta",  a  que  repuso  el  declarante 
que  mucho  mejor  era  ser  católico  apostólico  romano".  El  estilo,  como 
se  aprecia,  prosigue  en  el  mismo  tono  y  la  misma  constante,  extre- 
mándose la  nota  de  inmoralidad  y  escepticismo,  entreverado  con  ras- 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


gos  de  cinismo  y  desahogos  de  la  peor  ley.  No  perdonaba  don  Ber- 
nardo de  Iriarte,  en  sus  expansiones  de  incredulidad,  ni  a  la  misma 
Madre  de  Dios,  según  declara  Fr.  Diego  de  Cisneros,  bibliotecario  de 
la  librería  escurialense.  Después  de  manifestar  Iriarte  que  era  mate- 
rialista puro,  despreciando,  consiguientemente,  los  misterios  de  la  fe 
católica,  especialmente  el  de  la  vida  eterna  e  inmortalidad  del  alma, 
se  expresó  así,  con  estas  palabras,  estando  reunidos  con  otros  caba- 
lleros y  departiendo  en  la  Real  Biblioteca:  "...  que  poco  después  to- 
caron las  oraciones,  y  ya  se  habían  incorporado  el  declarante  y  el  reo 
con  otros  varios  sujetos  que  había  en  la  Biblioteca  para  rezar,  y  es- 
taban todos  rezando,  quando  el  reo  comenzó  a  blasfemar  del  misterio 
de  la  Encarnación,  según  conceptuó  el  declarante,  aunque  sólo  le  oyó, 
como  en  tono  de  desprecio  estas  palabras:  "el  chiquillo  que  salió  por 
el  augero",  u  otras  semejantes,  de  modo  que  según  el  declarante  com- 
prendió que  el  tiro  de  su  blasfemia  con  aquella  especie  de  chiste,  fué  con- 
tra María  Santísima,  dando  a  entender  que  no  pudo  haber  concebido 
sino  por  obra  de  varón".  La  referencia  a  Voltaire  es  obligada  en  esta 
clase  de  procesos,  y  aquí  también  tenía  forzosamente  que  reflejarse 
categóricamente.  El  bibliotecario  de  El  Escorial  testifica,  "que  no  sabe 
si  fué  en  la  misma  u  en  otra  ocasión  le  manifestó  el  reo  una  carta 
que  dijo  ser  de  Don  Nicolás  Azara,  Ministro  de  Su  Majestad  en 
Roma,  en  que  le  persuadía  que  a  toda  costa  comprase  el  Diccionario 
filosófico  de  Voltaire,  libro  abominable,  añadiéndole  esta  expresión : 
"éste  será  tu  felicidad",  y  también  le  enseñó  el  libro  intitulado  "L'Es- 
prit^',  forrado  en  papel  blanco  con  un  rótulo  por  fuera  que  decía 
"Combate  espiritual".  La  declaración  sobre  Voltaire  se  enriquece  con 
notas  muy  curiosas  y  personales  de  la  actividad  literaria  de  don  Ber- 
nardo de  Iriarte:  "que  el  mismo  reo  dice  públicamente  haber  escrito 
una  carta  a  Volter,  en  que  aunque  su  asunto  era  defender  a  varios 
escritores  españoles  de  la  crítica  mordaz  de  aquel  autor,  pero  al  prin- 
cipio de  ella  le  hacía  un  elogio  desmedido,  publicándose  por  su  ad- 
miador,  y  diciéndole  que  así  que  salía  a  luz  una  obra  suya  la  recibía  con 
mil  aplausos,  llevándola  a  que  la  leyesen  sus  amigos ;  que  el  mismo 
reo  traduxo  al  español,  una  tragedia  de  Volter,  intitulada  el  Tancre- 
do,  aunque  ocultando  el  nombre  de  Volter  con  un  prólogo  o  dedica- 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


íoria  del  mismo  reo  al  genio  tutelar  de  España,  composición  original 
del  reo,  cuya  expresión  parece  al  declarante  que  nace  de  un  principio 
de  ateísmo,  como  si  España  no  tubiera  otra  divinidad  de  tutora  del 
Genio".  Una  expresión  corriente  en  Iriarte  para  fustigar  la  tradicio- 
nal prohibición  de  carnes  en  viernes  era  que  no  se  convencería  "que 
por  un  pajarito  que  se  coma  en  viernes  ha  de  castigar  Dios  eterna- 
mente". 

Hay  entre  estas  alegaciones  fiscales,  mezcladas  con  intemperancias, 
libertades  de  expresión,  rasgos  tremendos  de  incredulidad  y  actitudes 
marcadamente  materialistas  e  irreligiosas,  otros  aspectos  interesantes 
y  curiosos  para  enjuiciar  ciertas  manifestaciones  de  las  ideas  críticas 
españolas  aplicadas  a  ciertas  expresiones  artísticas,  cuya  moralidad  o 
inmoralidad  es,  desde  luego,  muy  discutible,  pero  que,  aun  enjuiciadas 
negativamente  y  con  un  concepto  aldeano,  conservan  un  valor  inne- 
gable para  la  valoración  de  épocas  y  costumbres.  Valgan  lo  que  va- 
lieren, las  referencias  deben  quedar  recogidas  en  estas  páginas,  a  título 
de  información  veraz  y  objetiva.  Así,  Fr.  Juan  Núñez,  bibliotecario 
también  de  la  librería  filipina  del  Monasterio,  informa  a  los  inquisi- 
dores "que  ha  notado  que  el  reo  es  muy  aficionado  a  pinturas,  y  le 
ha  ponderado  varias  vezes  mucho  la  de  una  Susana  que  sale  o  entra 
en  el  baño,  pintura  de  Jordán,  que  le  insiniio  que  la  tenía  en  su  casa 
de  Madrid".  Sobre  el  mismo  tema  informaba  también  en  los  tribu- 
nales del  Santo  Oficio,  don  Francisco  Monsagrati  y  Escobar,  presbí- 
tero, y  del  Consejo  Real,  denunciando  "que  en  casa  de  este  reo,  en 
la  sala  principal,  vió  diferentes  pinturas,  }•  entre  otras  una  apaisada, 
de  una  muger  desnuda  menor,  que  se  figura  natural,  en  postura  de 
estar  como  recostada,  que  eran  las  únicas  señas  que  podía  dar  por 
haber  apartado  con  cuidado  la  vista,  pero  le  parecía  que  era  objeto 
muí  obsceno,  y  que  según  los  mandatos  del  Santo  Oficio  no  lo  podía 
tener  ningún  particular,  por  lo  que  lo  participaba  al  tribunal  en  des- 
cargo de  su  conciencia".  En  vista  de  la  denuncia,  se  personó  por  or- 
den de  la  Inquisición  uno  de  sus  miembros  para  verificar  una  explo- 
ración de  risu  y  poder  contrastar  así  las  informaciones  recibidas.  Se 
reducían  éstas  a  precisar  que,  efectivamente,  en  el  gabinete  contiguo 
a  la  sala  principal  de  la  casa  de  Iriarte  figuraba  una  Venus  con  el 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


cuerpo  desnudo,  excepto  parte  del  vientre  inferior  y  principio  de  los 
muslos,  y  en  actitud  de  estar  enjugándose  a  la  salida  del  baño.  En  la 
sala  colgaba  una  representación  de  la  Caridad  en  figura  de  una  madre 
que  abraza  a  sus  hijos,  cún  el  seno  descubierto;  pero  advierte  el  in- 
quisidor que  la  Venus  del  baño,  una  Susana,  no  descubría  cosa  obs- 
cena. Registra,  además,  en  ambas  salas  unas  estatuas  de  yeso  mode- 
ladas por  las  de  la  Real  Academia,  destacándose  entré  ellas  una  Juno, 
llamada  de  Cosme  de  Médicis,  toda  ella  desnuda,  pero  "sin  señal  de 
parte  vergonzosa";  otra  de  Adonis,  también  un  desnudo,  "cubierto 
con  una  hoja  de  parra  hecha  de  yeso";  un  gladiador  moribundo,  con 
la  misma  cubierta,  y,  finalmente,  dos  estatuas  de  dos  atletas,  y  cuya 
postura  no  manifestaba  más  que  dos  cuerpos  desnudos,  al  estilo  de 
!a  Academia. 

Sacado  el  extracto  o  Índice  de  las  proposiciones  contenidas  en  la 
alegación  fiscal,  los  inquisidores  las  reputaron  como  blasfemas,  teme- 
rarias, escandalosas,  sapientes  hacresim  y  heréticas,  considerando  al 
reo  como  materialista  y  apóstata,  vetándose,  nemine  discrepante,  que 
don  Bernardo  de  Iriarte  fuese  reducido  a  cárceles  secretas,  con  se- 
cuestro de  bienes  e  incautación  de  papeles  y  libros. 

Es  indiscutible  que,  desde  el  punto  de  vista  inquisitorial,  el  Santo 
Oficio  estaba  cargado  de  razón.  Blasfemias  tan  soeces  hubieran  con- 
ducido a  los  reos  en  otras  circunstancias  y  en  otros  años,  si  no  al  que- 
madero, sí  a  un  presidio  español  o  al  trabajo  de  galeras.  Pero,  de- 
cadente en  España  la  Institución  y  mordidos  por  la  incredulidad 
políticos  e  intelectuales,  amén  de  la  laxitud  eclesiástica  de  muchos  de 
los  inquisidores  de  la  época,  don  Bernardo  de  Iriarte  siguió  en  sus 
cargos  políticos,  como  su  hermano  don  Tomás,  de  quien  se  dice  en 
el  expediente  que  acabamos  de  revelar,  como  queda  anteriormente 
consignado,  que  era  más  terco  y  audaz  que  su  hermano  don  Bernar- 
do, en  tratando  materias  de  religión  y  piedad.  En  el  proceso  se  alude 
igualmente  a  la  actitud  de  incredulidad  del  Duque  de  Medinasidonia, 
don  Domingo  Bernicer  y  don  Nicolás  de  Azara  (6). 


(6)    Archivo  Histórico  Nacional  (Inquisición),  leg.  3.736. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Simpatizante  y  propagandista  de  la  ideología  y  del  radicalismo  po- 
líticos fué  en  su  tiempo  don  Ramón  de  Salas,  catedrático  de  Juris- 
prudencia en  la  Universidad  de  Salamanca,  y  en  cu}.a  casa  acostum- 
braban reunirse  para  especular  y  discutir  a  sus  anchas  los  secuaces 
de  la  moderna  filosofía  y  del  "nuevo  espíritu"'.  En  el  tomo  IV  de  la 
obra  de  Llórente  (págs.  300-303)  se  perfilan  los  rasgos  de  su  perso- 
nalidad y  sus  roces  con  el  Santo  Oficio.  Pero  será  mejor  estampar 
las  líneas  que  le  consagra  don  Marcelino  Menéndez  Pelayo,  sinteti- 
zando el  relato  del  canónigo  riojano,  para  soslayar  así  su  estilo,  tan 
chabano  y  tan  pedestre.  Escribía  don  Marcelino  Menéndez  Pelayo 
sobre  don  Ramón  de  Salas:  "Los  afiliados  del  flamante  filosofismo 
solían  reunirse  y  solazarse  en  casa  del  catedrático  de  Jurisprudencia 
D.  Ramón  de  Salas,  a  quien  luego  veremos  figurar  como  propagador 
de  las  teorías  utilitarias  de  Benthan,  y  diputado  en  las  Cortes  del 
año  20,  siendo  quizá  uno  de  los  autores  del  pro^'ecto  de  Código  penal. 
Su  casa  en  Salamanca  era  de  disipación  y  de  juego.  Aún  no  había 
escrito  sus  Lecciones  de  derecho  pilblico  constitucional,  pero  pública- 
mente se  le  tildaba  de  volteriano  y  descreído,  por  lo  cual  fué  delatado 
a  la  Inquisición  en  1796.  Confesó  haber  leído  las  obras  de  la  mayor 
parte  de  los  corifeos  del  deísmo  y  del  ateísmo  en  Francia,  pero  para 
refutarlos ;  y  los  inquisidores  de  entonces,  que  eran  tan  sospechosos 
como  él,  no  sólo  le  dieron  por  libre,  sino  que  quisieron  perseguir  aL 
dominico  P.  Poveda,  que  le  había  denunciado,  y  dar  de  este  modo  a-. 
Salas  una  satisfacción  pública.  El  P.  Poveda  no  se  dió  por  vencido, 
e  hizo  que  el  proceso  volviese  a  los  calificadores  hasta  dos  veces.  Pero 
los  calificadores  y  el  Consejo  de  la  Suprema  se  empeñaron  en  decla- 
rar inocente  a  Salas,  a  pesar  de  la  opinión  contraria  del  sapientísimo' 
Arzobispo  de  Santiago,  D.  Felipe  Vallejo,  que  había  conocido  el  fon- 
do de  las  doctrinas  de  Salas  en  varias  discusiones  que  tuvo  con  él  en 
Salamanca.  Tanto  insistió  y  tan  bien  probó  su  intento,  que  el  cate- 
drático salmantino  tuvo  que  abjurar  de  Icvi,  fué  absuelto  ad  cautelam,. 
y  desterrado  de  Salamanca  y  Madrid.  Desde  Guadalajara,  a  donde  se 
retiró,  levantó  formal  queja  a  Carlos  IV  contra  el  Cardenal  Loren- 
zana,  inquisidor  general:  pidió  la  revisión  de  las  piezas  del  proceso- 
y  como  los  vientos  eran  favorables  a  sus  ideas,  logró  un  decreto  (re- 

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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


dactado  por  Urquijo)  en  que  se  prohibía  a  los  inquisidores  prender  a 
nadie  sin  noticia  del  Rey.  El  Príncipe  de  la  Paz  se  interpuso  y  el 
decreto  no  llegó  a  publicarse"  (7). 

La  referencia  de  don  Marcelino  está  tomada  estrictamente,  como 
advertíamos,  de  la  versión  de  Llórente,  y,  como  el  lector  apreciará, 
no  figura  para  nada  en  ella  la  exposición  de  los  cargos  del  proceso. 
La  investigación  nos  ha  sido  propicia,  y,  como  en  otros  casos,  hemos 
topado  en  el  Archivo  Histórico  Nacional  con  las  alegaciones  fiscales 
contra  don  Ramón  de  Salas,  inéditas  hasta  la  fecha,  y  de  ellas  vamos 
a  dar  cumplida  razón. 

Las  primeras  acusaciones  contra  el  doctor  Salas  fueron  oficiadas 
al  Gobernador  del  Consejo  de  la  Universidad  salmantina  por  el 
año  1795.  Intervinieron  en  la  delación  los  maestros  y  catedráticos 
Pérez,  Aluñoz,  García  de  Santa  María,  Herrero  y  Sánchez.  Coinci- 
dían en  asegurar  que  desde  diez  años  a  aquella  fecha  se  estaban  pro- 
pagando en  la  Universidad  máximas  perniciosas,  cuya  extensión  e  in- 
fluencia era  preciso  atajar.  Por  lo  visto,  y  según  las  noticias  que  en- 
contramos entre  los  documentos  inquisitoriales,  ya  por  los  años  1787 
)'  1790  se  habían  dirigido  algunos  catedráticos  salmantinos  al  censor 
regio,  don  Vicente  Fernández  de  Ocampo,  contando  también  con  la 
participación  del  secretario  de  Gracia  y  Justicia,  motejando  la  con- 
ducta y  doctrina  del  doctor  don  Ramón  de  Salas.  Las  preocupaciones 
de  varios  miembros  universitarios,  que  se  extendieron  a  verificar  una 
extensa  información  sobre  el  origen,  causas  y  avances  de  la  corrup- 
ción moral  de  los  profesores  de  aquel  centro  de  cultura,  habían  resul- 
tado infructuosas  hasta  el  año  1795;  pero  se  hacía  constar  como  voz 
pública  y  rumor  constante  que  el  doctor  Salas  y  el  Colegio  de  Filo- 
sofía tenían  perdida  la  Universidad,  "cuya  extinción  (la  del  Colegio) 
convendría,  y  que  al  doctor  Salas  se  le  confiriese  a  paraje  donde  pue- 
da mejorar  sus  ideas  y  no  causar  perjuicio".  Es  curioso,  sin  embargo, 
constatar  cómo  en  las  declaraciones  del  año  1795  no  se  estampan  con- 
cretamente acusaciones  o  cargos  particulares ;  todas  las  declaraciones 


(7)    Marcelino  Meiiéndez  Pelayo  en  Heterodoxos...,  tomo  III,  págs.  ¿45-^46. 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


consisten  en  sostener,  sin  precisión  alguna,  que  es  pública  voz  y  fama 
que  la  conducta  de  don  Ramón  de  Salas  era  pésima  en  punto  de  re- 
ligión y  costumbres,  achacándosele,  como  única  excepción  positiva  en 
las  testificaciones,  la  paternidad  de  unos  Diálogos  de  A  B  C  y  de  una 
Oración  apologética  y  exhortación  al  pueblo  español,  dirigida  a  mo- 
verle para  que  vindique  sus  derechos  contra  el  abuso  de  la  potestad 
real,  que  había  aparecido  en  Salamanca  en  el  curso  escolástico  de 
1793  a  1794  (8). 

Recorridos  los  registros  de  la  Inquisición  en  el  año  1787,  resul- 
taba Salas  testificado  en  los  tribunales  de  Zaragoza,  Llerena,  Logroño 
y  Valladolid.  Quizá  sea  la  sumaria  del  distrito  de  Valladolid  la  más 
interesante  y  completa  por  condensar  todos  los  cargos  y  alegaciones 
presentados  contra  el  doctor  salmantino. 

Conviene  considerar,  ante  todo,  que  don  Ramón  de  Salas,  de  pro- 
fesión abogado  y  catedrático  de  Instituciones  civiles  en  la  Universi- 
dad de  Salamanca,  era  natural  de  Belchite,  en  el  reino  de  Aragón. 
En  23  de  noviembre  del  año  1786,  el  racionerio  penitenciario  de  aque- 
lla villa,  mosén  Miguel  Agud,  delataba  a  Salas  en  la  Inquisición  de 
Zaragoza  exponiendo  su  ligereza,  pues  residiendo  — dice —  el  catedrá- 
tico en  Belchite  durante  el  estío  de  1785,  se  había  mostrado  dema- 
siado expresivo  en  el  hablar,  pudiendo  ocasionar  perjuicios  en  los  au- 
ditorios timoratos  y  sencillos  (9).  En  una  segunda  declaración  tomada 
al  mismo  lector  poco  tiempo  después,  se  manifestaba  el  clérigo  ara- 
gonés en  el  sentido  de  estar  un  poco  dudoso  si  había  tratado  Salas 


(8)  Archivo  Histórico  Nacional  (Inquisición),  leg.  3.730. 

(9)  "...  exponiendo  en  cumplimiento  de  su  obligación  y  celo  por  la  más 
puntual  observancia  de  nuestra  santa  fé  cathólica,  y  evitar  los  prejuicios  que 
puedan  ocasionarse  a  las  almas  sencillas  o  poco  cautas,  que  D.  Ramón  Salas 
y  Cortés,  doctor  y  abogado  en  Salamanca  con  motivo  de  haberse  hallado  en 
Belchite  el  verano  anterior  manifestó  en  algunas  conversaciones,  a  titulo  de 
tener  licencias  de  leer  libros  prohibidos,  hechos  y  razones  que  se  contenían  en 
ellos,  con  poca  o  ninguna  reflexión  del  daño  que  pudiera  ocasionar ;  y  que  el 
tener  licencia  para  leerlos,  no  es  tenerla  para  promulgar  lo  que  contienen,  y  lo 
hacía  presente  por  los  fines  dichos,  y  sosegar  su  conciencia"  (A.  H.  N.  Inq.. 
legajo  3730). 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


heréticamente  las  cuestiones  de  la  creación  del  alma  racional  y  de  la 
producción  de  las  criaturas. 

El  médico  de  Belchite,  Francisco  Roche,  relata  también  en  los  tri- 
bunales de  Zaragoza  haber  oído  disertar  al  reo  sobre  la  creación 
del  mundo  y  del  hombre,  y  que  le  oyó  decir  textualmente  "que  creía 
como  buen  católico  la  existencia  de  Dios  y  la  creación  del  mundo  y 
del  hombre,  pero  que  no  se  ofrecía  al  entendimiento  razón  quadrada 
que  le  convenciera ;  y  que  quantos  habían  tomado  la  pluma  para  im- 
pugnar la  doctrina  de  los  filósofos  modernos  habían  escrito  con  flo- 
xedad,  y  citaba  a  Cevallos  y  a  Rodríguez,  y  que  no  sabe,  ni  a  oydo 
más  el  testigo"  (lo).  El  pensamiento  de  Salas  sobre  el  asunto  se  re- 
mató con  esta  expresión:  que  de  la  misma  manera  que  la  Yliada  de 
Homero  se  había  formado  de  cierta  convinación  de  letras,  asi  el  mun- 
do se  había  formado  de  cierta  convinación  de  átomos.  Se  motejaba 
así  a  Salas  de  "travieso"  y  "arrojado"  por  el  Comisario  aragonés, 
quien  declaraba,  por  otra  parte,  que  durante  las  vacaciones  pasadas  en 
Belchite  durante  el  verano,  Salas  no  frecuentó  los  sacramentos,  aunque 
sí  oyó  misa  los  días  festivos,  comportándose  como  buen  cristiano  en 
la  iglesia. 

Un, aspecto  interesante  de  las  alegaciones  contra  Salas  alude  a 
la  paternidad  de  ciertos  "Diálogos"  literarios.  Testifica  en  el  cargo 
don  Francisco  de  Elejaga,  natural  de  Bilbao,  cuya  deposición  reza  así : 
"que  en  casa  de  este  reo  en  Salamanca  habría  un  año  leyó  el  mismo 
reo,  su  autor,  un  quaderno  de  "Diálogos",  y  como  no  le  gustaban  no 
puso  atención,  pues  le  desagradaron  por  cierto  tono  y  libertad  con  que, 
en  lo  poco  que  atendió,  juzgaba  de  las  cosas  y  de  las  personas,  aunque 
no  puede  asegurar  recayese  esta  libertad  sobre  materias  de  religión,  ni 
deshonestas,  sino  satíricas".  INIás  amplia  y  más  esclarecedora  fué  la 
testificación  de  don  Juan  López  Guardamuro,  teniente  del  regimiento 
de  Granada,  estante  a  la  sazón  en  Cádiz,  y  otrora  destinado  en  Sala- 
manca, donde  había  conocido  al  doctor  Salas.  Consta  literalmente  su 
exposición  con  estas  palabras :  "que  con  motivo  de  haber  estado  de 


(lo)  Ibíd. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


vandera  en  Salamanca,  como  dos  años,  y  llegado  a  Cádiz  en  julio  de 
92,  tenía  conocimiento  con  este  reo,  y  visitaba  a  su  muger,  Doña  Ma- 
ría Angela  Tordesilla,  y  una  hermana  de  ésta;  en  varias  ocasiones  so- 
lía entrar  el  reo,  y  leer  un  manuscrito  que  decía  haberlo  escrito  él, 
llevando  siempre  en  el  bolsillo  un  libro  pequeño  que  aseguraba  ser  de 
Juan  Jacobo  Rousseau,  que  para  él  no  había  otro  que  mereciera  mayor 
concepto,  pues  lo  estimaba  más  que  a  Sati  Pablo,  y  creía  más  bien  la 
doctrina  de  aquél  que  la  de  éste,  haciendo  otros  elogios  de  dicho  Rous- 
seau... ;  que  en  una  de  las  ocasiones  en  que  leía  el  reo  dicho  manuscrito, 
y  decía  que  apreciaba  más  la  doctrina  de  Rousseau  que  la  de  San  Pa- 
blo, porque  era  el  hombre  que  había  sabido  más,  que  lo  ponía  siempre 
sobre  su  cabeza,  y  lo  llevaba  en  el  bolsillo".  Replicándole  uno  de  los 
contertulios  que  obraba  mal  en  proferir  semejantes  expresiones  "por- 
que tendría  que  sentir",  respondió  el  reo  con  desprecio,  "que  le  fueran 
a  él  a  argüir,  que  respondería,  y  haría  ver  que  era  verdad  lo  que  de- 
cía ;  que  el  testigo  no  ponía  la  mayor  atención  quando  leía  el  reo 
dicho  manuscrito,  y  no  puede  expresar  sus  particulares ;  solo  en  con- 
fuso, que  puede  decir  que  hablaba  contra  la  Religión  y  el  Estado ;  que 
el  reo  hablaba  con  formalidad  y  en  su  cabal  juicio,  y  se  conocía  que  se  ad- 
hería interiormente  a  dichas  máximas.  Que  al  principio  como  que  el 
reo  hablaba  muy  bien,  y  tiene  talento,  lo  tenía  el  testigo  por  un  orácu- 
lo, pero  después  de  oirle  dichas  expresiones,  y  su  prurito  en  proferirlas 
formó  juicio  que  estaba  pervertido  en  nuestra  Religión...  Que  según 
se  va  reconviniendo  al  testigo  hace  memoria  que  los  manuscritos  que 
el  reo  leía  eran  "Diálogos",  y  sus  títulos  chocantes,  aunque  no  puede 
expresarlos  por  no  acordarse,  y  que  se  reducían  a  hacer  burla  y  escar- 
nio de  los  Santos  Padres,  y  un  total  desprecio  de  las  santas  escriptu- 
ras.  y  contra  el  Estado,  según  le  parece". 

No  todas  las  informaciones  coinciden  en  asegurar  la  paternidad  de 
estos  "Diálogos"  a  don  Ramón  de  Salas,  ni  todos  los  testigos  eran  ad- 
misibles por  ser  alguno  de  ellos  enemigo  declarado  del  jurisconsulto 
salmantino,  pero  parece  indiscutible  que  Salas  no  era  hombre  discreto 
en  la  expresión  de  sus  ideas  modernas.  Fueran  o  no  suyos  los  "Diálo- 
gos" — corrían  dos  manuscritos,  uno  de  ellos  de  contenido  ortodoxo,  y 
el  otro  mordicante  y  enciclopedista —  voy  a  reproducir  el  índice  de  ma- 


—  245  — 


MIGUEL  DE  LA  FL\TA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


terias,  sumamente  aj^etitoso  y  estimulante  para  toda  naturaleza  inte- 
lectual. 

Eran  trece  Diálogos  y  abarcaban  las  siguientes  materias : 

1.  — ^Sobre  Hobbes,  Grocio  y  Montesquieu. 

2.  — Sobre  el  alma. 

3.  — Si  el  hombre  ha  nacido  malo  o  hijo  del  Diablo. 

4.  — De  la  ley  natural  y  de  la  curiosidad. 

5.  — De  los  modos  de  perder  y  de  conservar  la  libertad,  y  de  la 
teocracia. 

6.  — De  los  tres  gobiernos  y  de  mil  errores  de  los  antiguos. 

7.  — Que  la  Europa  moderna  es  mejor  que  la  Europa  antigua. 

8.  — De  los  siervos  del  cuerpo. 

9.  — De  los  siervos  del  espíritu. 

10.  — Sobre  la  Religión. 

11.  — ^Del  derecho  de  la  guerra. 

12.  — Del  Código  de  la  perfidia. 

13.  — De  las  leyes  fundamentales. 

El  detenido  estudio  de  los  protocolos  inquisitoriales  en  la  causa 
criminal  contra  Salas  arroja  un  balance  que  podíamos  traducir  así. 
Don  Ramón  de  Salas  quizá  no  perdió  nunca  la  fe,  pero  la  mengua  de 
su  crédito  estuvo  apoyada  en  indiscutibles  inconveniencias.  Junto  a  los 
vicios  de  la  deshonestidad  y  del  juego,  cosas  públicas  en  Salamanca,  y 
que  mermaron  su  reputación,  habían  mellado  también  su  espíritu  las 
novedades  literarias  foráneas,  que  él  adobaba  en  las  pláticas  con  dis- 
cípulos y  admir.-i.dores  con  innegable  donaire  y  gracejo.  Podíamos  ha- 
I)lar,  por  ejemplo,  de  sus  contactos  con  ingenios  tan  averiados,  como 
el  heresiarca  don  José  Marchena,  notado  por  proposiciones  en  la  In- 
quisición de  Valladolíd,  o  con  el  Ministro  Urquijo,  dispuesto  siempre 
a  ser  su  valedor  en  las  circunstancias  críticas. 

Enterado  Salas  de  que  el  Santo  Oficio  le  husmeaba  volteriano  y 
afrancesado,  y  que  en  Valladolíd  se  había  estimado  la  necesidad  de  ha- 
cerle ingresar  en  cárceles  secretas,  desapareció  de  Salamanca  con  estas 


—  246  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


circunstancias  que  se  apuntan  en  las  alegaciones  fiscales:  "pidió  el  reo 
un  caballo  a  otro  Doctor,  pretextando  que  iba  a  una  boda,  y  salió  fugi- 
tivo, como  lo  evidencia  el  hecho  de  salir  a  caballo,  quando  no  puede,  por 
cierta  causa,  si  no  andar  en  ruedas".  Salas  se  dirigió  primero  a  Alba 
de  Tormes,  donde  estuvo  oculto  veinticuatro  horas ;  partió  luego  para 
Segovia,  dirigiéndose  más  tarde  a  la  X^illa  y  Corte,  donde  fué  detenido 
por  la  Inquisición  en  su  posada,  sita  en  la  calle  de  los  Jardines. 

Con  fecha  25  de  noviembre  de  1796  se  vió  en  el  Consejo  Supremo 
la  causa  seguida  en  el  tribunal  de  Corte  contra  el  famoso  catedrático 
de  Instituciones  Civiles  de  Salamanca.  La  sentencia  se  conserva  entre 
los  papeles  del  fiscal  y  la  voy  a  reproducir  integra  para  satisfacer  la 
curiosidad  del  lector.  Reza  asi:  "Que  a  este  reo  en  la  Sala  del  Tribu- 
nal, a  puerta  cerrada,  presentes  los  ministros  del  secreto,  y  doce  per- 
sonas distinguidas  de  fuera,  se  le  lea  su  sentencia  con  méritos,  adjure 
de  levi,  sea  absuelto  ad  cautelam,  gravemente  reprendido,  advertido  y 
cominado,  desterrado  de  Madrid,  Sitios  Reales,  Belchite,  su  patria,  y  de 
Salamanca,  por  cuatro  años,  ocho  leguas  en  contorno,  cumpliendo 
el  primero  recluso  en  un  monasterio  o  convento  que  parezca  mejor  al 
Tribunal,  con  respeto  a  su  delicada  salud,  donde  siga  los  actos  de  la 
Comunidad,  y  haga  el  primer  mes  exercicios  espirituales  y  confesión 
general  con  un  director  sabio  y  celoso,  que  le  desengañe  y  le  ponga 
en  camino  de  salvación,  ordenándole  aquellas  penitencias  medicinales 
y  preservativas  que  estirne  muy  oportunas  a  su  calidad,  y  estudie  li- 
bros de  buena  doctrina ;  y  que  concluido  el  tiempo  de  su  reclusión  avi- 
se el  lugar  de  su  residencia  para  que  el  Tribunal  a  quien  tocare  vele  su 
conducta  y  operaciones ;  y  se  le  prevenga  en  lo  sucesivo  escuse  conver- 
saciones sospechosas  en  materia  de  religión,  procurando  reparar  el  es- 
cándelo que  ha  dado.  Que  se  le  alce  el  secuestro  de  sus  bienes  y  pa- 
peles" (10). 

Gozaba  don  Ramón  de  Salas  de  una  precaria  salud,  y  a  través  de 
toda  su  reclusión  hubo  de  estar  sometido  a  las  pesadumbres  corporales, 
y  bajo  el  examen  de  médicos  y  cirujanos.  Casi  en  los  primeros  días  de 
su  prisión  aludía  a  ello  en  el  Tribunal  el  alcaide  de  cárceles  de  la  In- 
quisición de  Corte.  Por  la  referencia  sabemos  que  Salas  se  quejaba  de 
calenturas  y  almorranas,  estando  retenido  en  el  lecho  con  grandes 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


dolores.  Los  inquisidores  ordenaron  llamar  al  cirujano,  y  que  se  asis- 
tiese a  Salas  con  todo  "esmero".  Reconocido  el  reo  por  el  galeno,  ma- 
nifestó éste  ser  el  estado  del  preso  de  bastante  consideración  y  peligro 
por  el  sitio  que  ocupaba  un  tumor,  derivado  o  producido  por  las  almo- 
rranas. Se  le  recetó  una  cataplasma  para  que  se  la  pusiera  tres  veces 
al  día,  comer,  además,  puchero  de  enfermo  con  refrescos  diarios  de 
agua  de  naranja.  El  Tribunal  de  Corte  advierte  al  alcaide  se  trate  al 
reo  "con  caridad"  y  quanto  necesite",  y  se  llame  al  médico  las  veces 
que  se  repute  oportuno  y  necesario  (ii). 

Unas  investigaciones  realizadas  por  nosotros  en  los  libros  de  re- 
gistros del  tribunal  de  Madrid  nos  han  proporcionado  textos  más  am- 
plios sobre  el  tema  que  tratamos.  Por  dichas  referencias  comproba- 
mos la  solicitud  paternal  con  que  fué  tratado  Salas  por  el  Santo  Ofi- 
cio en  sus  dolencias  y  alifafes.  A  23  de  febrero  de  1796  leemos  la  si- 
guiente nota:  "el  tribunal  de  Corte  procure  se  cuide  y  asista  al  reo 
don  Ramón  de  Salas  y  Cortés  con  la  caridad  que  previenen  las  Ins- 
trucciones del  Santo  Oficio,  dándole  todos  los  alivios  posibles  para  el 
restablecimiento  de  su  salud,  y  no  perdonando  gasto  en  su  curación". 
En  22  de  marzo  del  mismo  año,  el  Consejo  oficia  a  los  inquisidores 
de  Corte  dispongan  se  asista  a  don  Ramón  de  Salas  con  la  caridad  que 
hasta  entonces,  permitiéndole  pasear  por  los  corredores  y  bajar  a  la 
Sala  del  Tribunal,  aunque  no  se  le  permite  comunicación  alguna.  El 
día  15  de  abril  se  anota  en  los  registros  que  ínterin  se  prosigue  la  cau- 
sa "se  le  procuren  a  Salas  los  auxilios  posibles  a  su  consuelo  y  dolen- 
cias". Pero  se  llegó  a  mucho  más.  Pareció  al  médico  de  la  Inquisición 
de  Corte  necesarios,  para  apuntalar  la  salud  del  catedrático  de  Sala- 
manca, unos  baños  medicinales,  y  conforme  con  aquella  decisión  se  le 
permite  al  reo  acudir  a  las  aguas  minerales  de  Trillo,  acompañado 
como  era  lógico  por  dos  ministros  del  Santo  Oficio.  El  nueve  de  no- 
viembre se  seguía  insistiendo  por  la  Suprema  en  que  se  tratase  al  reo 
con  la  misma  asistencia  puntual  y  caritativa  que  hasta  aquel  día  (12). 

Isfo  podíamos  abandonar  el  tema  sin  recoger  en  este  estudio  un 


(11)  JMd. 

(12)  A.  H.  N.  Inq.,  lib.  665,  íols.  45  r.-45  v. ;  46  r.-46  v. ;  49  V.-50  r. ;  51  r.-53. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


nombre  distinguido,  el  de  don  Manuel  de  Valbuena,  autor  de  un  clásico 
y  famoso  Diccionario  hispano  latino,  publicado  el  año  1793.  Los  rasgos 
más  salientes  de  su  biografía  se  condensan  con  decir  que  había  nacido 
en  Valladolid,  alcanzando  la  plaza  de  subdirector  y  regente  de  los  es- 
tudios del  Seminario  de  Nobles,  y  en  la  época  de  la  francesada  fué  nom- 
l)rado  por  la  Junta  Central  de  Sevilla  jefe  superior  del  Archivo  de  In- 
dias, después  de  haber  logrado  ausentarse  de  Madrid,  desentendiéndo- 
se de  los  halagos  del  gobierno  intruso. 

Como  buen  humanista  era  un  hombre  estudioso  y  solitario,  fre- 
cuentando su  trato  escasísimas  personas :  en  Madrid,  don  Eugenio  Ta- 
pia, redactor  de  la  Gaceta,  y  don  Esteban  Rosell,  maestro  de  baile  del 
Príncipe  )•  de  los  Infantes ;  y  en  Sevilla  gozaba  de  la  amistad  y  con- 
lianza  de  varios  prebendados  de  aquella  metropolitana.  Incluyamos  tam- 
bién en  Madrid  a  sus  relaciones  de  compañerismo  con  los  miembros 
de  la  Real  Academia,  a  la  que  pertenecía  Valbuena  con  títulos  muy 
justos  y  merecidos. 

Entre  los  protocolos  inquisitoriales  se  conservan  unas  letras  de  su 
esposa,  doña  Ramona  Font,  suplicando  a  la  Inquisición  de  Corte  se 
sirviese  permitir  a  su  marido  la  salida  de  la  prisión  en  la  que  llevaba 
detenido  seis  meses,  para  restablecer  su  salud,  con  las  seguridades  que 
se  quisiesen.  Valbuena  frisaba  en  los  sesenta  y  seis  años,  y  padecía  acha- 
ques habituales  de  estómago.  El  día  24  de  mayo  de  181 5  informaba 
e!  inquisidor  don  Antonio  Franseri  la  petición  de  la  señora  de  Val- 
buena  con  estas  palabras :  "con  efecto,  el  citado  don  Manuel  de  Val- 
buena  padece  im  dolor  habitual  en  la  boca  superior  del  estómago,  in- 
digestiones frecuentes,  y  suma  inapetencia,  con  una  hipocondría  ner- 
\'iosa  que  en  el  día  se  ha  exacerbado  sobremanera.  Y  no  habiendo  otros 
remedios  más  eficaces  para  corregir  estas  dolencias  que  el  exercicio  a 
caballo,  y  el  aire  libre  del  campo,  somos  de  parecer  que  los  debe  poner 
en  execución  lo  más  pronto  posible,  y  precaver  las  malas  consecuencias 
que  de  lo  contrario  pueden  resultar".  ¿Inhumanidad  inquisitorial? 
¿  Crueldad  española  ? 

También  sabemos  que  conforme  las  instrucciones  procesales  se  dió 
permiso  a  doña  Ramona  Font  para  visitar  a  su  marido  detenido  en 


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MIGUEL  ÜB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


cárceles  secretas:  "que  trate  y  conferencie  con  su  marido",  leemos  en 
los  documentos  de  la  Inquisición  de  Corte. 

Se  imputaba  a  Valbuena  el  delito  de  conspirar  contra  la  Monarquía 
y  la  Iglesia.  Era  así  responsable,  dentro  de  estas  acusaciones,  de  pro- 
posiciones y  de  infidencias  muy  características,  expresándonos  en  el 
lenguaje  del  Santo  Oficio.  Se  conservan  las  audiencias  dadas  a  don 
Manuel  de  Valbuena.  En  total  fueron  cinco,  extendiéndose  desde  el 
mes  de  marzo  del  año  1814  hasta  abril  del  año  siguiente. 

Por  la  fecha  del  expediente  y  por  las  circunstancias  históricas  y 
el  ambiente  espiritual  de  nuestro  país  podría  lógicamente  deducir  el  le- 
yente erudito  la  sustancia  de  la  causa  inquisitorial  de  Valbuena;  per  » 
como  el  proceso  es  ejemplar,  no  quiero  dejar  de  estampar  aquí  algunas 
preguntas  de  las  audiencias  que  reflejan  muy  objetivamente  las  luchas 
entre  serviles  y  liberales,  entre  progresistas  y  hombres  afincados  en  la 
tradición,  todo  lo  que  representa,  en  una  palabra,  el  conjunto  de  ideas 
esparcidas  por  la  Península  en  torno  de  la  Constitución  del  año  181 2 
y  el  retorno  de  Fernando  VIL 

He  aquí  un  índice  del  sumario  de  la  audiencia  del  veinte  de  di- 
ciembre del  año  1814: 

"Se  le  hace  cargo  de  que  se  tiene  noticia  que  hablando  de  la  per- 
sona del  Rey  el  señor  don  Fernando  séptimo  )'  su  gobierno  decían  (Val- 
buena  y  sus  amigos)  que  el  rey  es  un  tirano ;  que  ha  engañado  a  la  na- 
ción ofreciendo  juntar  Cortes,  y  no  lo  ha  cumplido.  Diga  y  qué  daño 
o  mal  ha  hecho  con  esto. 

"Porque  ha  ofrecido  hacer  feHces  a  sus  pueblos  y  ha  executado 
lo  contrario,  devolviendo  los  bienes  nacionales  a  los  frailes,  por  cuya 
causa  ha  destruido  el  crédito  público,  y  acarreado  a  los  pueblos  in- 
mensos trabaxos,  dejándolos  sumergidos  en  la  mayor  miseria.  Diga 
y  qué  daño  ha  hecho  a  los  pueblos,  devolviendo  a  los  frailes  lo  que  era 

SU)."0. 

"Por  haber  provisto  todas  las  plazas  eclesiásticas  que  se  hallaban 
vacantes.  Diga  y  qué  daño  ha  hecho  en  haver  dado  a  las  yglesias  y 
culto  divino  los  ministros  del  altar  que  le  correspondían. 

"Por  haber  devuelto  los  privilegios  de  señorío.  Diga  y  qué  daño,  o 


—  250  — 


LA  INQUISICIOA'  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


injusticia  ha  hecho  en  havcr  dehuelto  a  cada  dueño  propio  de  ellos 
los  que  eran  suyos. 

"Por  haber  restablecido  las  rentas  provinciales.  Diga  y  en  qué 
está  el  daño  de  esto. 

"Por  haber  restablecido  el  horroroso  tribunal  de  la  Ynquisición. 
Diga  y  qué  daño  o  injusticia  ha  hecho  en  esto,  y  porque  es  horroroso 
el  tribunal  de  Ynquisición. 

"Por  haber  mandado  prender  a  los  que  le  han  defendido  su  Coro- 
na, que  han  sido  los  Diputados  de  las  pasadas  Cortes  extraordinarias 
y  ordinarias.  Diga  y  quiénes  son  los  que  han  mandado  prender  de  dichas 
Cortes,  que  han  defendido  la  Corona. 

"Por  haver  perseguido  a  todos  los  savios  y  escritores  que  han  ilus- 
trado a  la  nación.  Diga  y  quiénes  son  estos  savios  y  escritores  perse- 
guidos que  han  ilustrado  a  la  nación. 

"Y  en  una  palabra,  que  no  tiene  derecho  alguno  al  trono,  pues  la 
renuncia  de  su  padre  el  señor  Carlos  quarto  fué  violenta  y  tumultua- 
ria. Diga  en  qué  fué  violenta  y  tumultuaria. 

"Qué  partió  para  Francia  sin  el  consentimiento  de  la  nación  por 
cuya  causa  han  sido  sacrificados  tantos  millares  de  españoles.  Diga  y 
qué  consentimiento  pudo  pedir  de  la  nación  haviendo  sido  engañado 
y  arrancado  de  ella  violentamente. 

"Que  hablando  del  clero  decía  que  estos  infames  Obispos  mere- 
cían estar  haorcados  para  que  hechasen  bendiciones  con  los  pies,  pues 
no  hacen  otra  cosa  que  embrutecer  a  los  pueblos,  llenándolos  de  supers- 
ticiones y  consumir  inumerables  rentas  de  la  nación.  Diga  y  en  qué  em- 
brutecen a  los  pueblos,  y  los  llenan  de  supersticiones,  y  quáles  son 
éstas. 

"Que  lo  mismo  decía  contra  las  corporaciones  eclesiásticas,  y  los 
cavildos,  y  últimamente  contra  todos  los  regulares,  tratándolos  de  pan- 
cistas, saltatumbas  y  otros  dicterios. 

"Y  que  si  se  verifica  la  reacción  (así  llamaban  comúnmente  la  re- 
volución a  que  conspiraban  y  restablecimiento  del  sistema  constitucio- 
nal) degollarían  a  esos  infames  canónigos,  a  los  magistrados,  que  hay 
hay  actualmente,  a  los  clérigos  y  frailes,  y  a  todos  los  infames  serviles 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


que  están  a  favor  del  Rey  )•  de  la  Religión.  Diga  y  por  qué  son  infames 
estando  a  favor  del  Rey  y  de  la  Religión"  (13). 

¿Para  qué  continuar?  Los  cargos  enunciados  denuncian  escanda- 
losamente la  precaria  vida  nacional,  es  decir,  el  estiaje  espiritual  de 
los  españoles.  No  faltan  en  el  interrogatorio  las  acusaciones  de  me- 
nosprecio al  Consejo  de  Castilla,  a  la  Magistratura,  a  los  Generales..., 
a  todas  las  representaciones  del  orden  y  de  la  vida  jurídica,  perfilán- 
dose también  la  crónica  más  o  menos  desvergonzada  y  cruel  contra 
el  Monarca  y  sus  ministros  Lardizabal  y  Villamil.  En  la  Inquisición 


(13)  Uno  de  los  cargos  puestos  contra  Salas  se  refería  a  haber  sostenido 
la  disolubilidad  del  vínculo  matrimonial.  Se  estampa  así  la  especie :  "  Concurrió 
el  reo  a  examinar  un  candidato  al  grado  de  Bachiller  en  Leyes,  y  como  a  más 
antiguo  de  los  examinadores  le  correspondía  hacer  ¡as  preguntas  sueltas.  El 
examinando  defendía  una  ley  que  prescribe  que  siempre  que  en  contrato  de 
compañía  intervenga  lesión  o  gravamen  enorme  de  alguno  de  los  socios,  queda 
rescindido  por  el  mismo  hecho;  y  el  reo  comenzó  sus  preguntas  por  ésta: 
"con  qué  vínculo  del  matrimonio  es  disoluble  y  lícito  el  divorcio?  "Nada  me- 
nos", respondió  el  examinando.  "Si  es  tal,  replicó  Salas,  Vm.  defiende  que  in- 
terviniendo lesión  enorme  de  algunos  de  los  socios,  se  rescinde  por  el  mismo 
hecho  el  contrato  social;  de  esta  clase  es  el  contrato  del  matrimonio,  y  que 
en  él  puede  intervenir  gravamen  enorme  de  uno  y  aun  de  ambos  consortes, 
lo  prueba  el  mío.  Antes  de  casarme  amaba  a  mi  muger  perdidamente;  luego 
que  me  casé  la  aborrecí  y  aborrezco  como  al  Demonio.  No  puede  darse  mayor 
gravamen  que  la  unión  de  dos  que  se  aborrecen  mortalmente,  con  que  mi  con- 
trato matrimonial  está  rescindido,  y  yo  soy  libre  para  pasar  a  otras  nupcias". 
Conviene  advertir  y  precisar.  Esta  testificación  está  totalmente  desfigurada,  se- 
gún la  versión  cíe  D.  Felipe  Martin  Igual,  citado  por  el  Maestro  Herrero  so- 
bre el  argumento  del  reo  acerca  de  la  disolubilidad  del  matrimonio,  Martín 
Igual  era  pasante  de  abogado  en  Madrid,  y  sin  negar  el  episodio  del  examen, 
lo  explica  en  esta  forma:  "Es  cierto  que  en  uso  de  los  ejercicios  en  que  se 
defendía  principal  o  accesoriamente  una  ley  relativa  al  contrato  social  preguntó 
el  reo  al  que  exercitaba,  los  modos  de  acabarse  la  sociedad;  que  respondió  el 
exercitante  a  esta  pregunta,  y  satisfecho  el  reo,  preguntó  de  nuevo:  "por  la 
voluntad  de  uno  de  los  socios  se  acaba  la  sociedad";  Respondió  el  exercitante 
que  sí.  Repuso  el  reo:  "el  matrimonio  es  un  contrato  social,  luego  por  la 
voluntad  de  uno  de  los  cónyuges  se  disolverá."  Respondió  el  exercitante  que 
no  corre  la  misma  paridad  en  el  contrato  de  compañía  que  en  el  contrato 
de  matrimonio;  y  notando  las  diferencias  de  uno  y  otro  contrato,  quedó  sa- 
tisfecho y  conforme  el  reo."  Suun,  cuique  (Vid.  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  3.730). 


—  252  — 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


se  sospechaba  vehementemente  de  la  masonería  de  Valbuena,  que  no  se 
llegó  a  probar.  Este  negó  categóricamente  todos  los  cargos,  y  la  aventura 
con  la  Inquisición  se  liquidó  sin  pronunciar  fallo  definitivo  el  Santo 
Oficio.  Resta  sólo,  como  hemos  precisado,  la  huella  del  anticlericalismo, 
el  odio  a  los  curas  y  el  incendio  de  las  iglesias.  En  muchos  sectores  na- 
cionales siguen  vigentes  en  la  actualidad  las  mismas  fórmulas  para  la 
regeneración  nacional.  El  progreso  ha  sido  considerable...  aunándose 
con  la  clásica  y  aldeana  ignorancia  el  veneno  de  la  demagogia,  y  la 
ausencia  trágica  de  responsabilidad  cívica  y  de  valores  éticos  y  hu- 
manos. 

La  documentación  erudita  que  acabo  de  brindar  en  estas  páginas 
podría  seguramente  ser  ampliada  mediante  un  estudio  más  extenso, 
a  pesar  de  creer  que  hemos  cuasi  agotado  las  aportaciones  inéditas  más 
interesantes  para  el  estudio  fundamental  de  nuestras  letras  en  relación 
con  el  tema  que  estamos  desarrollando  en  este  libro,  con  la  adverten- 
cia preliminar  de  advertir  la  imposibilidad  de  historiar  ciertos  episo- 
dios de  más  o  menos  importancia  por  haber  desaparecido  la  documen- 
tación, ya  en  expolios  memorables,  ya  en  incendios  y  abandonos  incon- 
cebibles. Deseo  finalizar  este  capítulo  reseñando  unos  cuantos  nombres 
de  autores  españoles,  de  personalidad  más  o  menos  vigorosa,  pero  con 
particularidades  hasta  la  fecha  inéditas,  y  muy  características,  que  debo 
dar  a  conocer  a  mis  lectores. 

Sea  el  primero  don  José  Iglesias  de  la  Casa,  Cura  de  Carbajosa  de 
la  Sagrada,  músico,  dibujante  y  escultor,  autor  de  epigramas  y  letri- 
llas muy  populares,  compuestas  antes  de  ordenarse.  Cejador  y  Frauca 
alabó  su  agudeza  de  pensamiento  y  la  soltura  de  su  expresión.  Cam- 
pea en  sus  letras  una  gran  pureza  de  lenguaje,  y  su  ingenio  castizo 
le  inmunizó  de  las  modas  extranjerizantes.  Sus  letrillas  satíricas  son 
famosas.  "¡Ay,  amor,  cómo  me  has  puesto!"  ha  pasado  a  ser  prover- 
bio. Estuvo  Iglesias  enmarcado  dentro  de  la  tradición  popular  españo- 
la, sin  hacer  concesiones  a  las  modas  de  su  tiempo,  y  es  ciertamente 
singular  el  caso  de  este  poeta  formado  en  Salamanca,  y  libre  de  las 
corrientes  afrancesadas,  en  las  que  navegaban  casi  todos  los  intelec- 
tuales y  poetas  de  entonces.  ¿Quién  no  recuerda  su  ingenio  festivo  y 
sus  gracias  chispeantes  y  castizas? 


—  253  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Diz  que  la  filosofía 
De  algún  escolar  no  aprecio. 
Que  me  debo  dar  de  recio 
A  estudiar  la  algarabía 
De  tanta  distinción  fría 
Que  usa  el  sofístico  bando; 
Ya  vo}-,  que  me  estoy  peinando. 

Hostilizaba  otras  veces  al  eterno  filisteo  intelectual,  al  pedantón 
graduado  y  con  perfiles  académicos,  lo  mismo  que  a  los  poetas  chirles 
y  ebenes : 

V es  aquel  señor  graduado 
Roja  borla,  blanco  guante 
Que  nemine  discrepante 
Fué  en  Salamanca  aprobado? 
Pues,  con  su  borla,  su  grado. 
Cátedra,  renta  y  dinero, 
Es  un  grande  majadero. 

Sobre  las  obras  de  Iglesia  hubo  muchas  denuncias  en  los  tri- 
bunales de  la  Inquisición.  Su  prohibición  en  Granada  obedeció, 
según  el  informe,  a  contener  proposiciones  "inductivas  ad  libi- 
dinem,  especialmente  para  los  jóvenes  de  ambos  sexos".  Los  pa- 
dres calificadores  juzgaban  que  a  excepción  de  alguna  que  otra  poe- 
sía trabajada  con  decoro,  sólo  podían  servir  los  versos  de  Iglesias 
para  excitar  ideas  sensuales  y  deseos  torpes.  Pero,  sin  embargo  de 
la  demanda  del  fiscal  solicitando  su  prohibición,  ésta  se  desestimó  en 
Granada,  remitiéndose  el  expediente  para  ulterior  calificación  a  Ma- 
drid. Aquí  se  acordaba  su  prohibición,  oído  el  parecer  de  los  censores 
de  Corte  que  insistieron  en  las  mismas  apreciaciones  que  sus  com- 
pañeros de  Granada.  El  tribunal  de  Sevilla  pretendió  igual  prohibi- 
ción. Allí  se  habían  examinado  los  romances  jocosos  del  Cura  de  Car- 
bajosa,  y  a  instancia  fiscal  el  tribunal  decretaba  también  su  prohibi- 
ción. En  la  Inquisición  de  Valladolid  se  trataba  por  el  año  1802  el 


—  254  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


mismo  negocio.  Se  comisionó  al  Lectoral  de  Salamanca  para  ordenar 
a  los  editores  de  los  versos  de  Iglesias  suspendiesen  la  tercera  edi- 
ción anunciada  que  habría  de  someterse  a  las  censuras  y  calificacio- 
nes formuladas  (14). 

Don  Nicolás  Fernández  de  Moratín  gozaba  en  la  Inquisición  es- 
pañola de  mala  fama.  En  el  famoso  "Arte  de  las  pu..."  se  aludía  a  él 
en  el  último  verso:  "el  dulce  Moratín  fué  mi  maestro";  y  aunque 
éste  declaró  en  alguna  ocasión  haberlo  compuesto  su  amigo  el  abo- 
gado don  José  Hernández  Vinuesa,  en  el  Santo  Oficio  se  recelaba 
de  Moratín  como  autor,  aunque  no  pudo  citársele  en  el  tribunal  por 
ausencia  del  mismo  Moratín,  alejado  entonces  de  la  Corte  (15). 

En  abril  de  181 8  se  comunicaba  al  inquisidor  general  de  parte 
del  monarca  haberse  cursado  las  órdenes  oportunas  a  la  Real  Im- 
prenta para  que  entregase  a  los  comisionados  del  Santo  Oficio  los 
ejemplares  que  en  ella  existiesen  de  las  poesías  de  don  Manuel  Quin- 
tana. En  el  Santo  Oficio  se  le  tildaba  simplemente  de  "antimonár- 
quico". Cómo  podrían  tolerarse,  decimos  nosotros,  aquellos  títulos  de 
"bárbaros"  y  "malvados",  aplicados  por  Quintana  a  nuestros  gran- 
des descubridores,  consignando  con  toda  desenvoltura  aquello  de  los 
tres  siglos  de  opresión...?  Pero  se  trataba  sencillamente  de  conce- 
siones a  la  gárrula  declamación  y  a  los  lugares  comunes  de  las  nuevas 
ideas  (16). 

El  18  de  agosto  de  1806  se  remitió  al  tribunal  de  Corte  la  repre- 
sentación hecha  al  Inquisidor  general  por  don  Juan  Bautista  de  Arria- 
za,  teniente  de  fragata,  y  en  aquella  ocasión  retirado  de  la  Real  Ar- 
mada. Trataba  el  poeta  de  defender  sus  versos  intitulados  "Ensayos 
poéticos".  No  he  encontrado  en  mis  investigaciones  las  censuras  de 
los  calificadores,  y  sólo  sabemos  que  se  borraron  unas  treinta  páginas 
del  libro  de  Arriaza  (17). 

Deseo  consignar  por  lo  anecdótico  y  pintoresco  de  las  referen- 


(14)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  3730. 

(15)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  3.736. 

(16)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.321. 

(17)  A.  II.  A.  Inq.,  Icg.  665. 


—  255  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


cias  que  estoy  dando  a  conocer,  una  historieta  sucedida  a  los  famosos 
padres  Mohedanos,  frailes  franciscanos  y  autores  de  la  Historia  li- 
teraria de  España  (1766-1791).  Se  les  acusaba  de  introductores  de 
una  nueva  secta. 

Se  inició  la  causa  por  carta  acusatoria,  enviada  al  Inquisidor  ge- 
neral por  Fr.  Juan  Pérez  de  Luque,  en  la  que  decía  que  delataba  a  los 
padres  Fr.  Pedro  y  Fr.  Rafael  Rodríguez  Mohedano,  como  creado- 
res de  una  nueva  secta  herética.  Las  acusaciones  eran  recias.  Según 
ellas,  los  PP.  Mohedanos  habían  establecido  un  gobierno  "que  dicen 
— añade  la  referencia —  es  el  mismo  que  el  de  los  regulares  expulsos". 
Los  Mohedanos,  según  la  acusación,  se  comparaban  el  uno  con  Moi- 
sés y  el  otro  con  Aarón.  Los  estatutos  de  la  secta  mandaban,  al  pa- 
recer, fornicar,  y  concedían  para  ello  licencia  a  sus  sectarios.  Según 
los  preceptos  estatuidos,  las  mujeres  debían  ser  comunes  a  todos,  y 
se  obligaban  al  sigilo  para  evitar  pruebas  y  testimonios  de  sus  desequi- 
librios y  aberraciones.  La  secta  se  llamaba  "Mohedánica",  y  a  ella 
se  habían  incorporado,  según  la  acusación  del  P.  Luque,  muchos 
frailes,  estando  extendida  por  Montefrío,  y  siendo  allí  muy  popular. 
Los  "Mohedánicos"  habían  deshonrado  a  diferentes  mujeres,  contán- 
dose entre  éstas,  dos  hermanas  del  P.  Luque. 

La  Inquisición  española,  verificada  la  prueba  de  testigos,  recono- 
ció que  ninguno  de  ellos  probaba  los  cargos  particulares,  y  los  suce- 
sos de  que  eran  presentados  por  contestes,  suspendiéndose  la  sumaria. 

Se  trataba  simplemente,  como  entre  tantas  otras  historietas,  de 
frailes  díscolos  y  descontentos  con  el  gobierno  de  su  Provincia  re- 
ligiosa, a  la  sazón  dirigida  por  los  PP.  Mohedanos.  Los  cargos  lle- 
garon hasta  la  calumnia  y  la  maledicencia  más  soeces.  Fr.  Juan  de 
Aullón,  del  convento  de  la  Veracruz,  de  Jerez,  indicaba,  refiriéndose 
a  los  padres  Mohedanos,  "que  pocas  veces  les  ha  visto  decir  misa,  ni 
asistir  al  coro ;  aun  a  lo  preciso,  les  ha  visto  recogerse  a  la  clausura 
fuera  de  las  horas  regulares,  acalorar  y  permitir  en  sus  súbditos  cosas 
ilícitas  y  escandalosas,  sin  ponerlas  remedio,  aun  repetidas  cosas  de 
fuera". 

Fr.  Diego  del  Real,  lector  jubilado,  y  ex-definidor  de  aquella  pro- 
vincia andaluza,  es  el  testigo  que  concretamente  se  refirió  en  sus  de- 


—  256  — 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


claraciones  a  la  secta  "Mohedánica".  Dijo  el  fraile  franciscano  que 
los  PP.  Mohedanos  "se  juzgaban  con  facultad  de  mandar  fornicar,  y 
conceder  licencia  a  los  del  mismo  partido  para  su  execución."  Se  mez- 
claban en  el  asunto  los  clásicos  despropósitos  de  alumbrados  y  mo- 
linosistas. 

Pero,  como  decimos,  pese  a  todas  estas  barbaridades,  el  proble- 
ma se  resuelve  con  decir  que  todos  los  testigos  de  cargo  estaban 
conchabados  para  desprestigiar  a  sus  superiores ;  que  aquellos  albo- 
rotos se  debían  exclusivamente  a  la  envidia,  a  la  clásica  emulación  y 
espíritu  de  venganza,  con  características  muy  acusadas.  Convenía,  por 
tanto,  poner  las  cosas  en  su  punto,  desagraviando  públicamente  a  los 
PP.  Mohedanos,  y  eso  intenta  el  autor  de  este  libro. 

Es  muy  posible  que  los  hermanos  Mohedanos  dijesen  a  Cristóbal 
Ximénez  Caro  que  se  dejase  "de  devociones  y  santurronerías,  y  que 
ya  era  menester  civilizarse",  entendiéndose  el  texto  como  lema  contra 
excesos  }'  ridiculeces  de  frailes  "modorros",  que  diría  el  Brócense. 

Al  P.  Plerrera,  uno  de  los  acusadores,  se  le  reputa  por  "genio 
díscolo,  enredador,  enemigo  declarado  de  sus  Superiores,"  sin  poder 
hacerse  cargo  de  sus  "recursos".  Al  P.  Luque  se  le  considera  como 
"loco  y  dementado".  Estuvo  siempre  dominado  — cuenta  el  médico 
de  su  convento —  por  complejos  raros,  y  era  "pensativo,  melancólico 
y  cogitabundo".  En  Montefrío,  además,  según  testificaciones  de  per- 
sonas muy  solventes  y  enteradas,  vecinas  de  la  villa,  nunca  se  había 
conocido  la  secta  "Mohedánica"  ¡Cosas  veredes...!  (i8).  ♦ 

Con  regular  frecuencia,  aparece  entre  la  documentación  de  la  épo- 
ca acusaciones  contra  el  popularísimo  don  Pablo  de  Olavide,  de  quien 
me  he  ocupado  en  mis  libros  La  Inquisición  española  y  Las  cárceles 
inquisitoriales  españolas.  Se  le  acusaba,  entre  otras  cosas,  de  haber 
proferido  sentencias  dudosas  y  heréticas,  como  decir  "que  al  instante 
que  Dios  acabó  de  criar  el  Mundo,  tiró  las  llabes";  pero  Olavide  se 
despachó  para  aclarar  su  expresión  en  el  sentido  de  "que  havía  Dios 
dexado  oculto  quanto  pertenecía  al  Mundo  y  su  providencia".  Otro 
cargo  tocaba  a  que,  con  motivo  de  haber  llevado  preso  a  un  soltero 


(i8)    A.  H.  N.  Inq.,  leg.  3.730. 

—  257  — 


17 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


un  comandante  de  Sierra  Morena,  por  haberle  sorprendido  con  una 
mujer  de  estado  honesto,  Olavide,  enterado,  corrigió  al  comandante, 
amonestándole  que  otra  vez  no  hiciera  semejante  cosa,  "sino  que  los 
tapara  con  la  capa",  y  se  ordenó  la  libertad  del  preso.  Una  de  las 
expresiones  corrientes  en  Olavide  era  decir  que  las  obras  más  agra- 
dables a  Dios  eran  plantar  un  árbol,  labrar  un  campo  y  tener  un 
hijo  (19). 

yuiero  hacer  constancia,  finalmente,  de  dos  nombres  sometidos 
también  a  responsabilidad  por  el  Santo  Oficio  en  esta  época :  el  ma- 
temático Benito  Bails  y  el  cronista  de  Indias  don  Juan  Bautista  Mu- 
ñoz, aunque  no  sepamos  el  alcance  de  sus  sumarias,  con  toda  proba- 
bilidad, sin  trascendencia  (20). 

Olvidemos  ciertos  '"verdores"  y  "lozanías"  del  P.  Isla  que  lleva- 
ron su  nombre  a  la  Inquisición,  en  gracia  de  su  ingenio,  y  evoque- 
mos al  varón  insigne,  superando  a  émulos  y  envidiosos  con  sotana  o 
cerquillo  y  edificando  su  vida  interior  en  medio  de  las  luchas  y  de 
las  injusticias  humanas,  todo  muy  por  encima  de  sus  miserias  y  de- 
bilidades. 


(19)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  3.271. 
(30)    A.  H.  N.  Inq.,  libro  44. 


CAPITULO  VII 


La  Inquisición,  explicación  de  todos  nuestros  males :  texto  de  Menéndez  y  Pe- 
layo. — La  tradición  literaria  contra  el  Santo  Oficio  en  España  y  en  el  extran- 
jero:  Montano,  Mercier,  la  Enciclopedia,  Raynal,  Bernardino  de  Saint  Fierre, 
Leonard  Gallois. — Influencias  reformistas. — D.  Francisco  de  Cabarrús  y  Ama- 
dor de  los  Ríos.  La  Inquisición  y  nuestra  dramaturgia. — La  mentalidad  de  (jón- 
gora  y  un  texto  sobre  Quevedo. — La  Inquisición  y  los  textos  literarios. — La 
Inquisición  y  el  arte  de  la  elocuencia  sagrada. — Algunos  expurgos  literarios : 
Carlos  Molineo,  .Agripa,  Charron,  Montaigne  y  el  Aretino. — Literatura  teoló- 
gica heterodoxa. — Fr.  Diego  de  Estella,  Antonio  de  Guevara,  Luis  de  Molina 
y  León  Hebreo.— El  espíritu  crítico  heterodoxo  y  referencias  sobre  el  Anti- 
cristo.— El  Obregón,  de  Espinel ;  el  Dioscórides,  de  Laguna,  y  el  Examen,  de 
Huarte. — Censura  contra  el  P.  Las  Casas. — Postración  de  nuestra  cultura. — 
Decadencia  de  nuestra  literatura  religiosa. — Los  enciclopedistas. — La  polémica 
de  la  ciencia  española. — La  Inquisición  y  el  florecimiento  de  la  cultura  nacio- 
nal.— Un  texto  de  D.  Juan  Valera. — ¿La  censura  inquisitorial,  motivo  de  la 
decadencia  española? — Los  hebraístas  de  Salamanca. — Normalidad  jurídica  del 
proceso. — Limitaciones  y  tachas. — Censores  y  calificadores. — La  rectitud  de  la 
Inquisición. — La  independencia  científica  frente  a  los  ambientes  universitarios 
y  las  escuelas. — El  dogmatismo,  fenómeno  general  en  Europa  y  en  la  Penín- 
sula.— Los  antagonismos  y  los  vice-versas  españoles. — La  España  negra. — La 
documentación  histórica. — Los  intelectuales  contemporáneos  y  los  problemas  de 
la  cultura  y  de  la  personalidad  españoles. 


ES  indiscutible  que  la  Inquisición  española  ha  servido  para  expli- 
car todos  nuestros  males  y  dolencias,  y  a  ella  se  han  achacado 
nuestra  decadencia  y  nuestros  desastres.  Ya  don  Marcelino  Menéndez 
y  Pelayo  se  hacia  eco  en  su  tiempo  de  esta  especie  tendenciosa,  y  muy 
donosamente  escribía:  "¿Por  qué  no  había  industria  en  España?  Por 
la  Inquisición.  ¿  Por  qué  había  malas  costumbres,  como  en  todos  tiem- 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


pos  y  países,  excepto  en  la  bienaventurada  Arcadia  de  los  políticos? 
Por  la  Inquisición.  ¿Por  qué  somos  holgazanes  los  españoles?  Por 
la  Inquisición.  ¿  Por  qué  hay  toros  en  España  ?  Por  la  Inquisición. 
¿  Por  qué  duermen  los  españoles  la  siesta  ?  Por  la  Inquisición.  ¿  Por 
qué  había  malas  posadas  y  malos  caminos  y  malas  comidas  en  Espa- 
ña en  tiempo  de  Mad.  D'aulnoy?  Por  la  Inquisición,  por  el  fanatis- 
mo, por  la  teocracia.  Involuntariamente,  recuerda  uno  cierta  sátira  la- 
tina del  siglo  XVII.  Adán  y  Eva  pecaron  aconsejados  por  los  Jesuítas. 
Caín  mató  a  Abel  porque  Caín  y  Abel  se  confesaban  con  aquellos 
padres"  (i). 

Cuenta  una  tradición  articulada  peninsular  y  extranjera,  a  través 
de  la  cual  podemos  acusar  la  hostilidad  sistemática  contra  el  Santo 
Oficio.  En  mis  Cárceles  inquisitoriales  españolas  he  aludido  insisten- 
temente a  la  obra  aparecida  en  Heídelberg  (1567)  suscrita  por  Rei- 
naldo González  Montano,  Hbro  sin  responsabilidad  intelectual,  horro 
de  referencias  fidedignas,  mercancía  preparada  para  la  exportación  y 
el  escándalo  y  atentatorio  contra  la  dignidad  y  humanidad  de  los  es- 
pañoles. Todo  es  allí  falso  y  venenoso,  destilando  las  páginas  de 
Montano  la  ponzoña  y  la  maledicencia  más  virulenta,  y  empleándose 
como  aderezo  y  aperitivo  las  sales  de  una  fantasía  vivaz  y  lozana  con 
éxito  seguro  para  despertar  la  indignación  de  los  leyentes  europeos, 
La  obra  de  González  Montano  sirvió  para  proyectar  en  el  Continen- 
te la  imagen  de  una  España  despótica  y  brutal,  cuyo  fanatismo  e  in- 
temperancia acabaron  con  las  libertades  religiosas. 

El  clisé  de  la  España  estática  y  retardataria  solicita  preferente- 
mente nuestra  curiosidad  y  estudio,  y  a  este  aspecto  fundamental 
donde  se  conjugan  los  más  sustanciales  problemas  de  nuestra  tradi- 
ción histórica,  hemos  de  dedicar  estas  páginas. 

El  mote  de  ima  Inquisición  oscurantista  ha  circulado  por  todoí 
los  meridianos  geográficos,  alcanzando  singularmente  a  la  Inquisiciór 
española,  pero  sin  excluir  tampoco  a  la  Inquisición  romana.  Estos 
ataques  y  procacidades  marcan  una  extensa  y  prolongada  tradición  li- 


(i)  Marcelino  Mcnéiidez  y  Pelayo  en  La  Ciencia  Española,  tomo  I,  pág.  102 
Madrid,  1887. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


teraria,  cuajando  en  una  abundante  bibliografía,  entre  la  que  podemos 
recordar  como  muy  expresiva  una  obra  publicada  en  Amsterdam  por 
Mr.  Mercier,  e  intitulada  Portrait  de  Fhilippe  II,  Roi  d'Espagne.  El 
libro  encaja  perfectamente  dentro  de  la  "leyenda  negra",  caracteri- 
zando su  autor  a  Felipe  II  por  el  despotismo  "terrible  y  supersticio- 
so". Después  de  Tiberio  —escribe  el  autor  francés — ,  ningún  tirano 
como  el  monarca  español  se  ha  sentado  en  el  trono ;  y  luego  de  arre- 
meter contra  la  Inquisición  española  y  de  exaltar  las  excelencias  (?) 
de  Isabel  de  Inglaterra,  consigna  cómo  el  Pontífice  Pío  V  había  he- 
cho quemar  por  herejes  a  personalidades  muy  cultivadas,  y  entre  ellas 
al  sabio  "Paleario",  cuyo  crimen  consistió  en  haber  llamado  a  la  In- 
quisición puñal  levantado  sobre  las  gentes  de  letras.  Efectivamente, 
Paleario  había  sido  sometido  a  proceso  de  herejía  por  el  inquisidor 
Angel  de  Cremona,  en  1566,  y  condenado,  en  Roma,  a  19  de  octu- 
bre de  1569  (2). 

Toda  la  bibliografía  antiespañola  y  antiinquisitorial  está  teñida  y 
entreverada  de  ideas  semejantes  a  las  de  "Paleario".  La  Enciclope- 
dia denominaba  a  los  inquisidores  como  "cuadrillas  de  salteadores  y 
de  matachines",  estampándose  en  el  tomo  primero  las  siguientes  lí- 
neas referentes  a  la  Inquisición:  "...  un  tribunal  janático,  eterno  obs- 
táculo a  los  progresos  del  ingenio,  a  la  cultura  de  las  artes,  a  la  in- 
troducción de  la  felicidad"  (3). 

¿  Para  qué  recordar  la  obra  de  Ra3'nal  o  las  líneas  dedicadas  al 
Santo  Oficio  por  Bernardino  de  Saint-Pierre  en  sus  Estudios  sobre 
la  Naturaleza?  En  ellos  achaca  a  la  Inquisición  haber  acabado  con  la 
mitad  de  los  pobladores  de  América  durante  nuestra  dominación,  y 
haber  tostado  ( !)  a  las  multitudes  africanas,  aplicando  las  mismas 
apreciaciones  a  las  actividades  de  la  Inquisición  portuguesa  en  las  tie- 
rras orientales.  Remataba  sus  atrocidades  el  escritor  francés  añadien- 


(2)  "Portrait  de  Fhilippe  II,  R'oi  d'Espagne,  par  Mercier,  auteur  du  Ta- 
hleau  de  Paris,  du  Portrait  des  Rois  de  France,  du  Bonnet  de  Nuit.  Amster- 
dam, 1785.  (Prohibido  por  Decreto  del  Consejo  de  31  de  agosto  de  1791.) 

(3)  Vid.  tomo  I  de  La  Enciclopedia,  art.  /líber oni,  pág.  238,  columna  2, 
disertando  sobre  los  proyectos  que  se  propuso  el  Cardenal  Julio  Alberoni,  mien- 
tras fué  Ministro  de  España. 


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MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


do  textualmente  que  la  Inquisición  "no  ha  cesado  de  extender  el  te- 
rror entre  los  países  que  le  han  dado  el  nacimiento,  queriendo  Dios, 
por  un  acto  de  justicia  universal,  que  los  pueblos  intolerantes  — Es- 
paña, Italia  y  Portugal —  hallasen  su  castigo  en  los  tribunales  de  su 
intolerancia".  Todas  estas  ideas,  divulgadas  por  Bayle  o  por  Leclerc, 
tienen  vigencia  en  toda  Europa  hasta  la  fecha  de  la  publicación  de 
la  obra  de  don  Juan  Antonio  Llórente  Historia  crítica  de  la  Inquisi- 
ción, libro  que  alcanzó  ruidosa  notoriedad  en  todos  los  países  euro- 
peos. No  adolece,  ciertamente,  la  Historia  del  canónigo  masón  y 
liberal  de  escasez  de  aportaciones  eruditas  muy  considerables,  sin 
embargo  de  sus  ideas  tendenciosas  y  de  sus  tesis  inadmisibles.  La 
obra  de  Llórente  influyó  positivamente  en  nuestro  descrédito  ante  la 
expectación  y  la  pasión  extranjeras,  deduciéndose  de  las  páginas  es- 
critas por  el  infortunado  clérigo  un  brutal  y  rudimentario  fanatismo 
(¡ue  venía  a  rubricar  y  consagrar  todas  las  campañas  anteriores  con- 
tra nuestra  Patria  y  nuestras  instituciones.  Una  obra  escrita  bajo  la 
influencia  y  el  magisterio  de  Llórente  fue  la  Historie  abrcgée  de  l'In- 
quisition  d'Espagne,  por  Leonard  Gallois,  precedida  de  una  noticia 
biográfica  del  canónigo  español  y  bien  abastecida  de  calumnias  con- 
tra la  honradez  española  en  algunos  de  sus  capítulos  (4).  Y  para  que 
nada  falte  en  este  cuadro  de  negaciones  y  de  críticas,  recordemos  la 
censura  antiinquisitoríal  del  doctísimo  Mabillon,  que  a  tantos  podía 
desorientar  con  su  ciencia  y  sabiduría,  siendo  la  causa  el  haber  pro- 
hibido la  Inquisición  española  la  lectura  de  los  tomos  de  los  Bolan- 
dos,  pertenecientes  a  los  meses  de  marzo,  abril  y  mayo,  debido  a  no 
aprobar  aquellos  sapientísimos  investigadores  las  fábulas  e  historietas 
ridiculas  de  la  antigüedad  carmelitana,  motivo  de  exasperación  y  de 
desagrado  para  algunos  calificadores  del  Santo  Oficio  (5). 


(4)  "Histoire  abrégée  de  L'Inquisition  D'Espagne  par  Leonard  Galloia, 
précédée  d'une  notice  sur  la  vie  et  les  écrits  de  Lorente,  et  aumentée  d'iirie 
lettre  de  M.  Grégoire,  ancien  evéque  de  Blois,  a  don  Ramond-Joseh  de  Arce, 
grand  inquisiteur-général  D'Espagne".  La  sexta  edición  se  publicó  en  Paris  en 
el  año  1828. 

(5)  Vid.  Obras  postumas  de  Mabillon,  impresas  en  París  en  1724,  libro  III, 
folio  304. 

—  262  — 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


El  brote  de  las  "nuevas"  ideas  europeas  a  partir  de  mediados  del 
siglo  XVII,  y  que  incrementan  y  refuerzan  con  extremada  medida  las 
influencias  reformistas,  clásicas  y  conocidas  en  Europa,  constituyen- 
do interesantísimo  capítulo  de  literatura  heterodoxa  y  panfletaria, 
afloró  en  la  Península  con  las  características  de  una  erupción  inva- 
sora,  y  con  los  intentos  de  abolir  toda  institución  tradicional,  toda 
sedimentación  castiza,  renegando  de  toda  peculiaridad  nativa  y  de 
todo  contacto  con  la  vida  tradicional  española.  Paralelamente  con  la 
decadencia  intelectual  y  social  de  España,  se  perfilan  vigorosos  los 
extremismos  ideológicos  de  los  "modos"  y  "maneras"  extranjerizan- 
tes, con  todas  las  asociaciones  peyorativas  que  se  quieran,  por  tra- 
ducirse entre  nosotros  con  las  vehemencias  y  radicalismos  notorios  de 
nuestro  temperamento  e  idiosincrasia.  ¿  Para  qué  recoger  en  estas  pá- 
ginas aquella  broza  "intelectual"  — que  nos  avergüenza  como  espa- 
ñoles— ,  aquellas  vociferaciones  tabernarias,  expresión  indiciaria  de 
nuestra  crasa  ignorancia,  pero  también  de  nuestra  ingenuidad  y  can- 
didez ? 

Un  modelo  de  campañas  y  ataques  a  la  Casa  de  Austria,  como 
genitora  de  nuestra  vida  histórica,  a  raíz  del  siglo  xvi  hasta  la  época 
que  comentamos  fué,  dentro  de  ciertas  exigencias  intelectuales,  el 
Elogio  de  Carlos  III,  Rey  de  España  y  de  las  Indios,  pronunciado 
el  25  de  julio  de  1789  por  don  Francisco  Cabarrús  en  la  Sociedad 
Económica  de  Madrid.  Atacaba  a  aquella  dinastía  con  estas  palabras : 
"Funesta  al  género  humano  que  no  sé  porque  fatalidad  inspiró  a  nues- 
tros padres  un  entusiasmo  del  cual  aun  no  acabamos  de  convalecer ; 
que  convirtió  en  héroes  a  los  españoles,  pero  siempre  en  perjuicio  de 
España ;  que  regó  con  nuestra  sangre  los  vastos  e  infelices  dominios 
([ue  poseía,  y  la  que  su  insaciable  y  mal  convinada  ambición  la  hacia 
apetecer  que  sobresaliendo  solamente  en  la  detestable  ciencia  de  for- 
jar cadenas,  ató  más  fuertemente  nuestras  manos  vencedoras,  deján- 
donos más  esclavos  que  los  mismos  pueblos  que  vencimos."  Concluía 
Cabarrús  tildando  a  los  españoles  de  estólidos,  ignorantes  y  fanáticos. 
No  era,  sin  embargo,  grande  la  ciencia  histórica  y  la  cultura  del  autor 
del  Elogio  de  Carlos  III.  Tipo  ejemplar  de  influencias  antitnuliciona- 
les,  la  ideología  de  Cabarrús  no  valía  nada.  Consistía,  con  más  o 


—  263  — 


MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


menos  restricciones,  en  la  filosofía  o  ideas  de  Espinosa,  Bayle,  Vol- 
taire  y  Rousseau.  Raynal  (!)  era  su  maestro  predilecto.  Abominaba 
sin  distingos  del  Escolasticismo,  congratulándose  de  que  el  Monarca 
español  lo  hubiese  sustituido  con  el  estudio  de  las  matemáticas,  De- 
recho de  Gentes  y  Economía  Civil.  Por  lo  demás,  la  pretendida  pro- 
hibición por  parle  de  Carlos  III  del  estudio  de  la  Teología  que  señala 
don  Francisco  Cabarrús,  nosotros  creemos  que  nunca  existió.  No  lo 
encontraríamos,  pese  a  investigaciones  y  búsquedas,  ni  en  los  Archi- 
vos del  Consejo  ni  entre  los  papeles  del  Despacho.  Carlos  III,  sin 
embargo  de  las  influencias  conocidas,  recomendaba  el  escolasticismo 
tomista  de  nuestros  buenos  tiempos,  renegando,  eso  sí,  del  llamado 
"escolasticismo  de  barandilla". 

Otra  muestra  de  la  misma  ideología,  pero  dentro  de  la  corriente 
de  la  expresión  literaria,  caracterizada  por  las  chocarrerías,  el  mal 
gusto  y  las  procacidades,  tipo  literario  vigente  en  España,  circulando 
por  todas  nuestras  provincias,  ya  en  "gazetas",  panfletos  u  hojas  vo- 
lantes, sería,  por  ejemplo,  el  folleto  intitulado  Grande  revolution  opc- 
rcc  a  Madrid,  capitale  de  l'Espagne,  y  donde  su  desdichado  autor 
simula  en  Madrid  una  revolución  semejante  a  la  francesa  de  1789. 
Los  diaristas  provincianos  de  fines  del  siglo  xviii  y  principios  del  xix, 
al  enfrentarse  con  el  tema  inquisitorial,  consignaban  estas  o  parecidas 
expresiones:  "El  horrendo  tribunal  de  la  Inquisición  es  el  primer 
blanco  contra  el  que  deben  dirigirse  todos  nuestros  escritores,  )•  la 
Convención  debe  emplear  todos  sus  esfuerzos  para  abolirle,  como  que 
él  es  el  apoyo  más  firme  de  los  déspotas"  (6). 

Fué  don  José  Amador  de  los  Ríos,  en  sus  Estudios  históricos, 
políticos  y  literarios  sobre  los  judíos  de  España,  editados  el  año  1848, 
quien  formulaba,  apoyado  en  su  gran  erudición  y  cultura,  la  acusa- 
ción contra  el  ."^anto  Oficio,  considerándolo  como  rémora  del  pensa- 
miento nacional  y  como  el  obstáculo  fundamental  para  la  irradiación 
de  la  cultura  española.  La  Inquisición  era  para  el  famoso  historiador 
tribunal  "funestamente  famoso".  Consigna  que  el  pensamiento  estuvo 

(6)  "De  la  Constitución  fundamental  de  los  libertadores  del  género  huma- 
no".  Reimpreso  en  Mallorca,  en  la  Imprenta  de  Felipe  Guasp.  Año  1814. 

—  264  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


aherrojado  tristemente  en  los  calabozos  del  Santo  Oficio",  y,  satisfe- 
c!io  de  su  abolición,  estampa  las  siguientes  líneas:  "Derrotado  ya 
aquel  peligroso  y  colosal  enemigo  que  para  bien  de  España  no  volve- 
rá a  asustarnos  con  sus  terribles  falanges"  (7).  Amador  de  los  Ríos 
reconocía  las  exigencias  del  establecimiento  de  la  Inquisición,  exigen- 
cias de  carácter  político  irrebatibles ;  pero  lamentaba  su  supervivencia 
a  través  de  nuestra  historia,  transcurridos  ya  los  tiempos  que  habían 
reclamado  su  existencia.  Desde  este  momento,  la  Inquisición  española 
i-t'  ofrece  al  historiador  de  nuestros  judíos  peninsulares  "como  un  te- 
rrible embarazo  a  la  marcha  filosófica  del  espíritu  humano,  y  gravi- 
tando sobre  el  corazón  de  los  españoles  como  horrible  pesadilla"  (8). 
No  satisfizo,  sin  embargo.  Amador  de  los  Ríos  sus  preocupaciones 
con  juicios  tan  atrevidos  y  tan  falsos,  y  más  adelante,  en  las  pági- 
"■'S  515  y  516  de  sus  Estudios,  endereza  a  sus  lectores  el  siguiente 
pasaje,  comparable  sólo  a  un  trozo  de  endeble  retórica  de  elocuencia 
progresista  — ¡  así  se  expresaban  hombres,  por  otra  parte,  cultivados 
y  doctos! — :  "La  Inquisición  — escribe —  aspiró  al  verse  triunfante 
(tiempos  de  Felipe  II)  al  dominio  de  las  conciencias;  quiso  tener  la 
llave  del  entendimiento  humano,  y  lanzó  sus  anatemas  contra  los  que 
no  doblaban  la  cerviz  a  sus  preceptos,  abriendo  sus  calabozos  para 
cuantos  osaban  siquiera  dudar  de  la  legitimidad  de  su  derecho.  Así, 
en  aquel  siglo  venturoso  para  el  nombre  español,  mientras  volaban 
las  banderas  castellanas  de  uno  a  otro  confín  de  Europa ;  mientras 
las  artes  y  las  letras  eran  cultivadas  por  los  más  felices  ingenios  emu- 
lando las  glorias  de  Italia,  apenas  hubo  un  hombre  ilustrado  que  no 
se  viera  hundido  en  las  cárceles  del  Santo  Oficio,  que  no  fuese  vícti- 
ma de  la  envidia  y  de  la  ojeriza  de  los  inquisidores"  (9).  El  párrafo 


(7)  Vid.  Amador  de  los  Ríos:  Estudios  históricos....  págs.  159-160. 

(8)  Ihídcm,  pág.  173. 

fg)  Ibid.,  págs.  515-516.  El  mismo  estilo  usaba  Prescott  consignando  y  com- 
parando a  la  Inquisición  en  su  Historia  del  reinado  de  los  Reyes  Católicos  (se- 
.afunda  parte,  cap.  XXVI)  a  la  "mortífera  niebla"  sobre  los  frondosos  verge- 
les (?)  de  nuestra  tierra  castellana.  El  Santo  Oficio  contribuyó  también,  según 
él,  "a  paralizar  los  brillantes  progresos  de  la  razón  humana",  sin  embargo  de 

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MIGUEL  DE  LA  FINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


es  hueco,  antihistórico  y  precientífico,  como  toda  esta  literatura.  Todo 
es  en  ella  blasfematorio  y  condenatorio ;  pero  en  toda  esta  corriente 
histórica  no  se  aduce  una  referencia  textual,  un  dato  positivo,  una 
argumentación  irrebatible.  Cuando  se  brindan  a  los  lectores  informa- 
ciones, son  siempre  materiales  de  derribo ;  no  cuentan  para  nada  la 
investigación  científica  y  positiva,  la  exégesis  fundamental,  limpia  de 
desviaciones  tendenciosas.  Se  trata  exclusivamente  de  influencias  acu- 
muladas, originadas  ya  de  la  censura  reformista,  ya  del  liberalismo 
racionalista  y  anticlerical.  Nada  más  que  esto. 

Pero  el  problema  es  complejo  y  delicado,  ofreciendo  aspectos  y 
diferencias  múltiples  que  han  de  destacarse  en  estas  páginas. 

La  Inquisición  española  respetó  toda  nuestra  gran  corriente  lite- 
raria, incluyendo  en  ella,  como  es  lógico,  nuestra  dramaturgia,  nues- 
tro gran  teatro,  prez  de  nuestra  Patria  y  de  nuestro  genio.  Las  in- 
terferencias inquisitoriales  fueron  tan  insignificantes  y  menudas  que 
no  hace  al  caso  mencionarlas;  pero  cumple  anotar  un  aspecto  curioso 
relacionado  con  esta  materia.  Una  modalidad  teatral  consistió  en  la 
copia  y  abundancia  de  comedias  con  tema  religioso.  Junto  a  las  obras 
magníficas  e  inspiradas,  quiso  florecer,  como  en  el  arte  de  la  elocuen- 
cia, un  teatro,  denominado  "comedias  a  lo  divino",  donde  se  entre- 
mezclaban las  originalidades  más  di.sparatadas  y  donde,  directa  o  in- 
directamente, se  ponían  en  solfa,  por  la  chacota  y  las  irreverencias, 
las  materias  sagradas  y  religiosas.  Podríamos  escoger,  por  ejemplo, 
un  autor  de  ciertas  calidades :  Luis  Vélez  de  Guevara,  sin  acumular 
aquí  títulos  plurales,  engendros  y  frutos  de  la  mediocridad,  del  mal 
gusto  y  de  la  falta  de  cultura.  Los  tres  portentos  del  cielo,  de  Vélez 
de  Guevara,  censurada  por  la  Inquisición  el  año  1658,  trataba  de  las 
conversiones  extraordinarias  y  milagrosas  de  Santa  María  Magdale- 
na, San  Pablo,  San  Dimas  y  el  Buen  Ladrón.  El  poeta  describía  a 
San  Pablo  como  galán  de  la  Magdalena  y  perdido  de  amor  por  ella. 
Añadía  Vélez  de  Guevara  en  su  fantasía  que  por  la  Magdalena  sus- 


reconocer,  como  Amador  de  los  Ríos,  su  importancia  y  necesidad  para  fraguar 
la  unidad  política  española. 


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LA  INQUISICIOX  y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


tentó  el  Apóstol  un  torneo  en  Jerusalén  (lo).  En  el  año  1641  acor- 
daba el  Consejo  se  censurase  este  teatro  "a  lo  divino",  considerando 
las  indecencias  y  escándalos  que  resultaban  de  estas  comedias,  opues- 
tas a  la  verdad  de  las  Sagradas  Escrituras.  En  aquel  año  se  enco- 
mendó la  censura  de  estas  piezas  a  don  Francisco  Zapata  y  Mendoza, 
del  Consejo  de  la  Suprema.  ¿Qué  español  de  buen  gusto  y  devoto  de 
nuestro  teatro  podria  censurar  semejante  disposición  inquisitorial? 

En  el  año  1650  se  redactaron  unas  Advertencias  muy  interesan- 
tes sobre  libros,  versos  y  comedias  de  este  estilo,  que  nos  informan 
sobre  estos  extremos.  "Oy  que  se  permiten  comedias  de  materias 
diuinas  y  espirituales,  como  los  poetas  legos  no  penetran  tanto  las 
materias,  y  como  por  saborearlas  las  mezclan  de  episodios  y  lances 
amorosos,  está  más  sujeto  el  pueblo  que  las  oye  a  ver  tratar  las  cosas 
divinas  con  indecencias  lasciuas,  en  que  se  embuelben,  y  con  dogmas 
por  mal  entendidos,  o  mal  declarados,  falta  del  rigor  de  la  verdad  ca- 
thólica,  aunque  el  Real  Consejo  de  Castilla  suele  poner  reuisor,  que 
también  me  consta  es  lego,  parece  por  ello  que  a  V.  A.  le  toca  más. 
Con  el  uso  poético  de  equívocos  y  juegos  de  vocablos,  los  villancicos, 
romances  y  otras  poesías  que  se  cantan  en  las  fiestas,  y  publicidad  de 
las  iglesias,  se  tratan  las  cosas  diuinas  con  indecencia,  mouiendo  tal 
vez  con  vejámenes  a  risa  al  pueblo,  y  escandalizando  tal  vez  los  oídos 
piadosos  con  proposiciones  malsonantes,  aunque  dichas  sin  mal  celo 
por  la  impericia  de  los  poetas,  pero  sin  excusarse  el  daño"  (11). 

En  el  capítulo  III  de  este  libro  he  destacado  las  intervenciones 
inquisitoriales  con  la  obra  de  dos  insignes  escritores :  Luis  de  G'óngo- 
ra  y  don  Francisco  de  Quevedo.  El  comentario  del  P.  Pineda  y  el 
del  fraile  mercedario  dan  la  medida  del  criterio  moral  y  teológico  de 
ambos  a  dos  calificadores.  Mosotros  hubiéramos  sido  más  suaves  y 
benévolos,  conforme  el  precepto  horaciano ; 

...  Pictoribiis  atque  poetis 

Quidlibet  audendi  semper  fuit  aequa  potestas. 


(10)  A.  H.  A.  Jiiquisicióii,  leg.  4.480. 

(11)  A.  /-/.  .Y.  Inquisición,  leg.  4.470. 


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MIGUBL  DB  LA  PIKTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


La  mentalidad  de  Góngora  era  ortodoxa  y  sana.  Disculpemos  en 
el  poeta  las  chanzas,  alguna  que  otra  bellaquería  y  desvergüenza,  casi 
todas  adobadas  por  la  virtud  de  la  eutrapelia,  con  la  cual  él  resuelve 
muchas  veces  las  jocosidades  y  los  vejámenes.  Ricas  levaduras  y  mos- 
tos los  de  esta  poesía.  Repleta  de  humanidades  y  de  donaires,  de  la 
cepa  española  más  castiza,  las  obras  de  Góngora  se  divulgaron  por 
toda  la  Península,  pese  a  la  docta  censura  de  Pineda,  lo  mismo  que 
aconteció  con  los  libros  de  Quevedo.  Ya  sabemos  que  algunas  de 
las  obras  de  Quevedo  estaban  notadas  o  prohibidas  por  el  Expurga- 
torio de  1640,  lo  qual  no  obstante  an  corrido  siempre  dichas  obras, 
no  sé  si  a  sido  por  permissión  tácita  (12).  El  fenómeno  es  estricta  y 
curiosamente  español.  Ea  referencia,  tan  interesante,  es  de  Fr.  José 
Méndez  de  San  Juan,  calificador  del  Santo  Oficio  por  el  año  1677. 

La  censura  inquisitorial  no  proscribió  de  nuestra  tierra  las  gra- 
cias y  las  sales  del  ingenio  nacional,  traducidas  frecuentemente  en 
un  realismo  crudo,  en  una  expresión  naturalista  y  en  una  prosa  bron- 
ca y  desgarrada,  pero  animadas  casi  siempre  por  la  inspiración  y  el 
talento.  Se  leían  en  España  lo  mismo  La  lozana  andaluza  que  La 
Celestina.  El  Santo  Oficio  apenas  si  nota  lunares  y  verifica  expurgos 
en  la  novela  picaresca.  Pero  aún  haj-  más.  La  Inquisición  respetó  has- 
ta las  mismas  censuras  contra  la  clase  propia,  es  decir,  contra  cléri- 
gos y  frailes,  cultivándose  libremente  por  poetas  y  novelistas  un  gé- 
nero libre  y  desenvuelto,  netamente  anticlerical  o  nada  reverente  con 
las  gentes  de  manteo  y  tonsura.  Los  españoles  pudieron  saborear  las 
coplas  de  arte  mayor  de  la  Danza  General: 

gran  renta  tenía,  e  buen  deanazgo 
e  mucho  trigo  en  la  mi  panera, 

respondiendo  la  Muerte  a  las  expresiones  del  Deán: 

Don  rico  avariento,  deán  muy  ufano 
que  vuestros  dineros  trocastes  en  oro. 


(12)    A.  H.  -V.  Inquisición,  leg.  4.421. 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


a  pobres  e  a  viudas  cerrastes  la  mano, 
e  mal  dependistes  el  vuestro  tesoro, 
non  quiero  que  estcdes  ya  más  en  el  coro, 
salid  luego  juera,  sin  otra  pereza: 
yo  vos  mostraré  venir  a  pobreza. 

Podemos  precisar,  por  ejemplo,  que  el  Cancionero  General,  ex- 
purgado por  la  Inquisición,  tolera  las  expresiones  de  uno  de  los  ca- 
balleros acompañantes  de  Felipe  II  en  su  viaje  a  Inglaterra,  en  las 
que  se  querella  de  no  encontrar  mujer  que  le  satisfaga : 

Me  veo  morir  ahora  de  penuria 
en  esta  desleal  isla  maldita, 
pues  más  a  punto  estoy  que  San  Hilario, 
tanto  que  no  se  iguala  a  mi  lujuria 
ni  la  de  Fr.  Alonso  el  carmelita, 
ni  aquella  de  Fr.  Trece  el  trinitario  (13). 

Vale  ciertamente  la  pena  de  exhumar  textos  literarios  tan  expre- 
sivos y  definitivos.  ¿Es  licito  discutir  la  tolerancia  y  la  humanidad 
de  una  Inquisición  española  con  métodos  tan  amplios,  con  estilos 
humanos  tan  liberales  y  libérrimos? 

En  el  arte  de  la  elocuencia  y  de  la  predicación  sagrada,  la  In- 
quisición benefició  extraordinariamente  al  país,  interviniendo  toda 
mercancía  averiada  y  contribuyendo,  por  ende,  a  sanear  a  la  nación 
de  abusos  del  texto  sagrado  y  descaradas  engañifas,  que,  sobreponién- 
dose a  la  verdadera  piedad  y  a  las  exigencias  de  la  crítica  histórica 
y  del  buen  gusto,  sumían  a  las  gentes  piadosas  en  las  aguas  corrom- 
pidas del  fanatismo  }•  de  la  ignorancia  más  crasa  y  despreciable.  El 
Santo  Oficio  prohibió  esta  literatura  de  falsos  predicadores  ignaros, 
que  sólo  se  preocupaban  de  peinar  la  retórica,  atusar  las  voces  y  for- 
mar un  juego  de  ajedrez  con  las  palabras.  Ea  prohibición  se  extendió 

(13)  Vid.  Cancionero  general.  Amberes,  por  l\-lipc  Xucio,  a  la  enseña  de 
la  cigüeña.  MDÍ.XXIII,  al  folio  cccLxxxir. 

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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


a  toda  clase  de  coplistas  y  romanceros,  cultivadores  de  estilos  litera- 
rios de  este  jaez.  El  mal  que  comentamos  se  había  extendido  y  arrai- 
gado extraordinariamente  por  el  país,  alcanzando  hasta  las  plazas  pú- 
blicas: "Los  ciegos,  ya  en  las  oraciones  que  cantan  o  reqan,  ya  en 
los  pliegos  de  papel,  que  sin  licencia  imprimen  y  venden,  llenan  los 
oídos  de  la  gente  vulgar,  donde  es  mayor  el  peligro,  de  proposiciones 
malsonantes,  de  milagros  fingidos,  de  casos  y  patrañas,  que  tal  vez 
mueben  a  satisfacción  de  salvarse,  a  quien  dixere  tales  y  tales  pala- 
bras con  superstición  manifiesta"  (14). 

Los  expurgos  en  las  obras  literarias  fueron  en  realidad  muy  le- 
ves y  ligeros,  alcanzando  ordinariamente  a  algún  renglón,  o  a  algunas 
palabras.  Tratándose  de  libros  importados  la  preocupación  de  los  in- 
quisidores se  reflejaba  casi  exclusivamente  en  los  libros  teológicos,  mi- 
rándose con  indiferencia  a  juristas,  filósofos,  músicos  o  médicos,  de 
no  presentar  éstos  un  carácter  auténticamente  heterodoxo,  como  en  el 
caso  de  Carlos  Molineo,  escritor  de  enseñanzas  perniciosas.  Llamaba 
a  los  católicos  "secta  papistica",  negaba  el  Primado  de  San  Pedro  y 
de  sus  sucesores,  defendiendo  la  misma  potestad  en  los  obispos  que 
en  el  Papa.  Reputaba  a  éste  como  el  "Anticristo"  romano  y  valoraba 
las  doctrinas  tomistas  y  escotistas  como  sofisticas  y  venenosas.  En  el 
año  1648  figuraban  recogidos  en  el  Archivo  de  la  Suprema  los  siguien- 
tes libros  de  Molineo :  De  excellentia  Regni  Frangiae,  la  Física  ar- 
mónica y  una  Panacea  philosophica  (15).  El  mismo  carácter  podemos 
registrar  en  una  personalidad  tan  extravagante  y  en  autor  tan  impío, 
como  lo  fué  Enrique  Cornelio  Agripa.  De  su  ingenio  tan  indefinible 
se  decía  en  Europa:  "Nullis  hic  parcit,  contemnit,  scit,  ridet,  irascitur, 
insectatur ;  ipse  philosophus,  doemon,  heros,  Deus  et  omnia."  Agripa 
hablaba  sin  pudor  del  misterio  de  la  Encarnación,  y  su  influencia  en 
ciertos  cenáculos  intelectuales  fué  tal,  que  todavía  por  el  año  1803  se 
traducía  del  latín  al  francés  una  de  sus  obras :  De  Vexcellence  et  supé- 
riorité  de  la  femme. 

Seleccionando  autores  de  calidad  e  ingenios  esclarecidos,  podíamos 


(14)  A.  H.  N.  Inquisición,  leg.  4.470. 

(15)  A.  H.  N.  Inquisición,  lib.  1.350. 


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LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


apuntar  tres  nombres :  el  Aretino,  Pedro  Charrón  y  Montaigne.  El 
primero  tuvo  intervenida  una  parte  considerable  de  su  obra.  No  jwdían 
pasar  en  la  Inquisición  inadvertidos  el  cinismo  y  la  desvergüenza  li- 
cencio.sa  del  italiano.  A  Charron  se  le  prohibe  doñee  expurgatur,  habida 
cuenta  de  su  escepticismo  de  mayores  medidas  que  el  de  su  maestro 
Montaigne,  clasificado  en  la  Inquisición  con  la  misma  censura  que  su 
discípulo.  La  edición  de  Montaigne  utilizada  en  el  Santo  Oficio  fué 
la  de  1604,  en  París,  y  la  de  Charron,  en  la  misma  capital,  año  1607. 
En  los  primeros  años  del  siglo  xvii  preocupaba  en  la  Inquisición  ro- 
mana el  libro  de  Bodino,  De  República.  El  célebre  auditor  Peña,  de- 
cano de  la  Rota,  comentaba  asi  el  caso  desde  la  Ciudad  Eterna:  "Este 
libro  es  irrespurgable.  Induze  mil  males ;  es  muy  proporcionado  para 
induzir  indeuoción,  para  perder  el  respeto  a  la  iglesia,  i  cosas,  i  perso- 
nas eclesiásticas.  En  este  Consejo  de  Inquisición  [en  Roma]  donde 
yo  interuengo  nunca  se  a  abierto  puerta  para  conceder  la  lición  deste 
libro,  ni  Su  Santidad  jamás  a  querido  concederle  a  persona  alguna  de 
qualquier  qualidad;  i  asi  tengo  que  no  se  puede  hazer  lo  contrario." 
En  España  no  se  trató  a  Bodino  con  este  rigor,  reduciéndose  la  labor 
inquisitorial  a  la  clásica  expurgación  y,  por  cierto,  muy  benévola  (16). 

Huelga  referirnos  a  la  literatura  teológica  heterodoxa,  ya  en  el 
aspecto  especulativo,  ya  en  el  escuetamente  crítico,  literatura  que  in- 
cumbía esencialmente  a  la  Inquisición,  como  vértice  y  blanco  de  sus 
actividades  fundamentales.  Con  los  reformistas,  como  Entero,  Calvi- 
no,  etc.,  se  prohibieron  exégesis  y  comentos  en  griego  y  hebreo  de 
Escaligero,  de  Jordano  Bruno  y  otros  autores  ejusden  furfuris. 

Los  criterios  expuestos  — criterios  generalmente  muy  benévolos  y 
transigentes — ■  en  la  expurgación  y  crítica  de  textos  siguieron  infor- 
mando la  misión  de  calificadores  y  censores  en  la  crítica  de  nuestros 
libros  y  autores.  Algunas  personalidades  exigen  siquiera  unos  ligeros 
apuntamientos.  Sea  la  primera  la  de  Fr.  Antonio  de  Guevara,  obispo 


(16)  A.  H.  .V.  Inquisición,  leg.  4.517.  En  el  año  1571  el  Doctor  .A^rcc  iia- 
bia  censurado  los  libros  De  República,  de  Bodino.  Con  la  expurgación  hecha 
se  permitió  que  circulase.  Las  líneas  o  palabras  tachadas  fueron  escasísimas. 
(Conf.  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.444.) 


—  271  — 


MIGUEL  DB  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


de  Mondoñeclo  y  hombre  de  fama  europea.  Se  acusó  a  la  Inquisición 
su  "Doctrina  de  religiosos  y  exercicios  de  virtuosos",  por  un  conven- 
tual de  Córdoba.  Se  recomendó  por  los  censores  expurgar  alguna.'j 
frases  equívocas.  He  de  insistir  en  el  "caso"  de  Fr.  Diego  de  Estella. 
Fué  censurada  su  obra  sobre  San  Lucas,  publicada  en  Alcalá  de  líe- 
nares  (1578),  pero  la  calificación  quedó  reducida  a  enmendar  una  serie 
de  pliegos,  donde  se  habían  deslizado  erratas  de  cierta  importancia. 
Así  lo  acredita  el  guardián  de  Salamanca,  Fr.  Mateo  de  Salerno,  en 
el  año  1580.  El  libro  de  Luis  Molina,  Concordia  liberi  arbitri...,  se 
prestó  a  grandes  embestidas  entre  los  hombres  de  la  Escuela.  El  libro 
había  sido  aprobado  por  la  Inquisición  de  Portugal,  presidida  por  el 
Cardenal  Alberto,  y  todavía  por  los  años  1599  seguían  las  controver- 
sias y  las  luchas  encendidas  contra  el  famoso  jesuíta.  Los  Diálogos,  de 
León  Hebreo,  no  podían  satisfacer  ni  agradar  a  la  mayoría  de  los  in- 
quisidores, debido  a  aquella  serie  de  fábulas  entreveradas  con  cosas 
sagradas  y  divinas.  Pese  a  la  decantada  corriente  platoniana,  ponde- 
rada por  algunos  críticos  e  historiadores  españoles,  las  aventuras  co- 
rridas por  los  Diálogos  y  las  censuras  a  Ramus  nos  hacen  pensar  en 
aspectos  inéditos  mu}-  interesantes  de  las  influencias  clásicas  en  Es- 
paña y  de  la  virtualidad  del  Estagirita...  (17). 

Los  siglos  XVII  y  XVIII  ofrecieron  a  la  Inquisición  española  am- 
plio campo  para  sus  actividades  censorias. 

Incumbiendo  a  la  Iglesia  la  defensa  de  su  dogmática  y  la  protec- 
ción y  seguridad  de  su  disciplina,  nada  de  particular  que  el  Santo 
Oficio  hostilizase  sistemáticamente,  como  lo  había  realizado  anterior- 
mente en  plena  Reforma,  las  ideas  galicanas,  tan  esparcidas  y  divulga- 
das por  el  Continente.  Estas  ideas  son  conocidas  de  todo  hombre  cul- 
to. Se  rechazaban  las  provisiones  provenientes  del  Papa  sin  ejecutar- 
las, despojando  al  Pontífice  de  todo  derecho  temporal,  con  la  añadi- 
dura de  admitir  y  reconocer  toda  insolvencia  con  la  Sede  Apostólica 
por  razón  de  patrimonios,  colaciones,  presentaciones  y  negación  de 
diezmos  anuales  y  pensiones.  Como  en  los  Días  caniculares  de  Simón 
Mayelo,  la  lucha  contra  la  Iglesia,  en  la  primera  mitad  del  siglo  xvii. 


(17)    A.  H.  N.  Inquisición,  legs.  4.470  y  4.521. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


partía  de  un  frente,  armado  no  sólo  de  la  meledicencia  y  de  las  proca- 
cidades, sino  con  las  aportaciones  del  espíritu  crítico  aplicado  a  la 
historia  romana.  Apocados  en  un  conjunto  de  referencias  de  tipo  his- 
tórico se  derivan  de  las  ideas  religiosas  y  de  las  costumbres  gentílicas 
de  Roma  iniciativas,  ceremonias,  ritos  y  disciplinas  católicas,  y,  aun- 
que cuenten  indiscutiblemente  ciertas  valoraciones  formuladas  — nada 
habría  en  ello  de  particular —  por  los  enemigos  de  la  Iglesia,  se  desor- 
bitaban tendenciosamente  la  invocación  de  los  Santos,  culto  de  las 
imágenes,  estructura  y  ornato  de  los  templos,  custodia  angélica,  lus- 
tración  con  agua  bendita,  tonsura  eclesiástica,  abstinencia  de  ciertos 
manjares,  con  toda  clase  de  ritos  y  ceremonias. 

Uno  de  los  temas  constantes  en  las  supersticiones  de  la  época  fué 
el  tema  del  Anticristo.  Se  llegaron  a  señalar  sus  propiedades :  patria, 
padre,  bautismo,  padrino  y  madrina,  años,  lugar  de  su  crianza,  talle,, 
fisonomía,  noticia  de  lenguas,  con  otros  absurdos  y  dislates,  interve- 
nidos, naturalmente,  por  la  Inquisición.  Según  los  Sucesos  acontecidos 
en  el  mundo  desde  1622  hasta  febrero  del  año  1624,  el  Anticristo  ha- 
bía nacido  en  Francia,  de  una  judía,  en  el  año  1606,  siendo  bautizado 
en  una  "punta"  del  país.  Los  Sucesos,  cuajados  de  predicciones 
sensacionalistas,  estampaban,  mezclando  con  las  supersticiones  y  des- 
varios, informaciones  sobre  asuntos  y  negocios  políticos,  como,  por 
ejemplo,  que  la  Congregación  de  Propaganda  Fide  era  la  causa  de- 
todos  los  alborotos  de  Alemania ;  que  la  religión  y  la  política  se  fun- 
daban exclusivamente  en  razones  de  Estado,  además  de  precisar  la 
exigencia  de  asociarse  con  Inglaterra,  mediante  casamiento,  para  cor- 
tar la  atilda  de  este  país  a  holandeses  y  protestantes  alemanes.  Los 
Sucesos  concluían  exponiendo  la  enemiga  de  los  ingleses  al  casamien- 
to (?),  y  consignaban  textualmente  que  las  "mugeres  mozas  más  fá- 
cilmente convierten  un  Salomón  a  su  religión  que  no  él  a  ellas" . 

La  censura  inquisitorial  de  esta  época  sobre  algunas  de  nuestras 
obras  literarias  fué  moderadísima.  Se  tacharon  palabras  contadísimas 
en  libros  más  o  menos  interesantes:  el  Ohregón,  de  Espinel;  el  Dios- 
córides,  de  Laguna,  y  el  Examen  de  ingenios,  de  Ruarte.  La  insigni- 
ficante censura  sobre  la  Pasión  de  Cristo,  trovada  por  Diego  de  San 
Pedro,  se  basó  en  los  textos  escriturarios,  y  carece  de  importancia. 


—  — 


MIGUEL  DE  LA  PLMTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Otra  censura,  y  por  cierto  bencmeritisima,  fué  la  presentada  en  Za- 
ragoza (1660),  después  de  otras  muchas,  por  el  P.  Francisco  Mingui- 
jón  sobre  la  célebre  obra  de  Bartolomé  de  las  Casas,  y  que  reza  así: 
Este  libro  contiene  vna  relación  de  cosas  mui  terribles  y  jieras,  guales 
no  se  leen  en  las  historias  de  otras  naciones,  y  el  autor  dice  de  los 
soldados  españoles  y  pobladores  de  las  Indias,  y  ministros  del  Rey  Ca- 
thólico.  Parece  se  debían  recoser  estas  narraciones  por  injuriosas  a 
la  nación  española,  pues  aunque  juesen  verdades  y  no  encarecimientos 
del  Memorial,  vastaua  vna  ves  auerlas  representado  a  la  Magestad 
Cathólica,  o  a  sus  maiores  ministros  para  la  enmienda,  y  no  publicar- 
las por  todo  el  mundo,  que  de  esto  toman  ocasión  los  enemigos  de 
España  y  los  hereges  para  escribir  que  los  españoles  son  fieros  y  crue- 
les, como  lo  an  hecho  los  olandeses  en  libros  impresos  en  Amsterdam 
y  Cronuel  en  su  Manifiesta"  (18). 

Un  estudio  atento  y  concienzudo  de  la  época  proyecta  ante  el 
hombre  de  letras  la  lenta  y  trágica  postración  de  nuestra  cultura,  que 
se  perfila  concretamente  en  pleno  siglo  xviii,  descontando,  cierta- 
mente, un  conjunto  de  ilustres  personalidades.  Recogiendo  la  tradición 
intelectual  decadente  y  marchita  de  los  hombres  de  la  Escuela  con 
todas  sus  abigarradas  sutilezas,  y  que  precede  y  coexiste  con  la  Ilus- 
tración, proseguía  campando  a  sus  anchas  en  cátedras  de  universida- 
des y  conventos  la  "rutina",  muerte  de  la  verdadera  y  vivaz  tradición 
científica.  Como  en  los  albores  del  Renacimiento,  y  ante  la  estupe- 
facción de  humanistas  y  teólogos  auténticos,  las  disertaciones  con  vi- 
gencia se  reducen  a  exposiciones  doctas  y  magistrales  sobre  la  equi- 
polencia, o  las  conversiones  de  los  silogismos.  Los  maestros  profe- 
saban las  qualidades  ocultas,  la  forma  sustancial  o  la  naturaleza  angélica. 
La  reacción  contraria  extremista  y  decidida  se  refugiaba  en  la  ver- 
tiente extranjerizante,  y,  sin  atender  al  sedimento  castizo  e  indígena 
— algunos  lo  recogieron — ,  juraban  por  los  manes  de  Raynal,  Mably, 
Condorcet,  Condillac,  Montesquieu,  o  Mercier  de  la  Riviére.  Entre  las 


(18)  A.  H.  N.  Inq.,  leg.  4.4F0.  Conforme  a  la  censura  del  P.  Minguijón 
y  otros,  la  cbra  de  Las  Casas  fué  prohibida  por  la  Inquisición  de  Zaragoza 
a  3  de  junio  de  1660. 


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LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


crisis  más  sensibles  floreció  — ya  lo  hemos  advertido  y  comentado — 
la  pululación  de  una  literatura  piadosa,  zafia  y  aldeana,  que  contribuyó 
eficazmente  a  esparcir  más,  entre  el  pueblo  sano  y  creyente,  la  igno- 
rancia y,  consiguientemente,  las  supersticiones  más  agresivas  y  es- 
candalosas. 

Los  falsos  e  ignorantes  "devotos"  propalan  las  patrañas  más  ri- 
diculas y  exponen  a  la  mofa  y  a  la  irrisión  las  doctrinas  más  santas  y 
las  cosas  más  bellas.  Se  tenia  entretanto  en  lamentable  abandono  el 
estudio  de  las  Sagradas  Letras  y  se  desconocían  las  antigüedades  ecle- 
siásticas, mientras  predicadores  y  juristas  descubrían  el  raro  privile- 
gio de  ser  letrados  sin  cultivar  las  letras. 

Ignoro  si  llegó  a  publicarse  la  famosa  y  descocada  Oración  apo- 
logética, que  he  tropezado  manuscrita  frecuentemente  en  mis  investi- 
gaciones, y  a  la  que  ya  he  aludido  anteriormente.  Su  anónimo  autor 
presenta  un  cuadro  de  la  España  de  su  época,  donde  suavizadas  as- 
perezas y  extremosidades  con  un  cierto  prurito  anticlerical  responde 
a  la  objetividad  histórica.  "...  una  España  sin  industria,  sin  riquezas, 
sin  espíritu  patriótico ;  unos  campos  yermos  y  sin  cultivo ;  unos  hom- 
lires  sucios  y  desaplicados ;  unos  pueblos  miserables  y  sumergidos  en 
sus  ruinas;  unos  ciudadanos,  meros  inquilinos  de  la  ciudad...;  una 
España  sin  ciencia,  sin  instrucción  y  sin  conocimiento ;  un  vulgo  bes- 
tial ;  una  nobleza  que  hace  gala  de  su  ignorancia ;  unas  escuelas  sin 
principios ;  unas  Universidades,  fieles  depositarías  de  las  preocupacio- 
nes de  los  siglos  bárbaros ;  unos  maestros  doctores  del  siglo  y  unos 
premios  destinados  a  los  subditos  del  Emperador  Justiniano  y  del  Papa 
Gregorio  XIX."  Y  refiriéndose  después  el  autor  al  aspecto  religioso 
que  venimos  comentando,  escribía  cómo  se  entretenían  las  almas  de- 
votas "con  villancicos,  gozos,  arietas,  de  una  composición  tan  seria  y 
unos  conceptos  tan  elevados,  que,  sin  entenderles  nadie,  hacen  reir  a 
todos.  Hasta  los  más  recónditos  y  venerables  misterios  de  la  religión 
se  cantan  por  los  ciegos  a  las  puertas  de  los  bodegones  al  agradable 
y  majestuoso  compás  de  la  guitarra.  No  hay  esquinazo  en  que  dejen 
de  venderse  relaciones  auténticas  de  milagros  tan  creíbles  como  las 
transformaciones  de  Ovidio".  Pero,  como  en  los  excesos  de  la  pre- 
dicación gerundiana,  la  Inquisición  española  se  enfrentó  decidida  y 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


enérgica  contra  esta  literatura  seudopiadosa,  siguiendo  las  normas  tri- 
dentinas  sobre  milagros  y  devociones.  Queda  ya  constancia  en  este 
libro  del  estilo  macarrónico,  de  las  desviaciones  fundamentales  y  del 
mal  gusto  de  tales  producciones,  y,  a  pesar  de  encontrarse  la  misma 
Institución  inquisitorial  decadente  y  maltrecha,  superó  aquella  ola  de 
ordinariez,  de  ignorancia  y  de  embrutecimiento  (19). 

La  actividad  censoria  sobre  libros  extranjeros  continuó  como  mi- 
sión primordial  de  inquisidores  y  calificadores  desde  mediados  del  si- 
glo XVII  hasta  casi  la  abolición  del  Santo  Oficio,  dado  el  gran  mo- 
vimiento intelectual  europeo.  Uno  de  los  autores  más  intervenidos  por 
la  autoridad  eclesiástica  fué  Dionisio  Diderot,  alma  de  la  Enciclopedia, 
ateísta  y  hombre  genial.  Diderot  rechazaba  la  distribución  de  los  bie- 
nes, desterraba  toda  jerarquía  secular,  hostilizaba  la  indisolubilidad 
matrimonial,  prohibiendo  en  su  República  religión  y  sacrificio,  supe- 
ditando la  autoridad  de  los  textos  sagrados  a  la  autoridad  profana, 
despreciando  el  magisterio  de  la  Iglesia  y  las  enseñanzas  de  los  Santos 
Padres.  Se  le  censuró,  lógicamente,  el  Ensayo  sobre  el  mérito  de  la 
virtud,  los  Pensamientos  filosóficos  y  el  Código  de  la  naturaleza.  ¿  Para 
qué  ensuciar  estas  páginas  con  el  recuerdo  de  ciertas  obras  torpes  y 
escandalosas?  También  se  censuraron  pasajes  enteros  de  las  obras  de 
Mably,  sobre  todo,  De  los  derechos  y  obligaciones  del  ciudadano. 
A  Mably  se  le  aplicó  el  verso  de  Juvenal : 

Acer  et  indomitus,  libertatisque  magister. 


(19)    No  quiero  dejar  de  registrar  en  estas  notas  una  de  las  coplas  popu- 
lares de  la  época  que  cantaban  los  Hermanos  de  la  Aurora: 
Un  devoto  por  ir  al  rosario 
de  una  ventana  se  quiso  arrojar, 
y  al  decir  "Dios  te  salve,  María" , 
se  encontró  en  el  suelo  sin  hacerse  mal. 
La  glosa  de  tal  copie  ja  debida  a  los  graciosos  ridiculizaba  así: 
Un  devoto  por  ir  al  rosario 
de  una  ventana  se  quiso  arrojar, 
y  al  decir  "Dios  te  salve,  María", 
se  saltó  los  sesos  sin  hacerse  mal. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


y  no  solamente  se  le  hicieron  reparos,  sino  que  también  se  incluyó  en 
las  censuras  el  Elogio  histórico  de  Alably,  pronunciado  en  1787  por 
el  Abate  Brizard,  en  la  Academia  de  Inscripciones  y  Bellas  Artes. 

Por  su  carácter  herético,  no  obstante  la  erudición  variada  y  pro- 
funda, prohibía  la  Inquisición,  el  año  1756,  las  Actas  de  los  eruditos 
de  Lipsia,  siendo  del  mismo  estilo  y  orientaciones  las  Antiqiiitates  eccle- 
siasticas,  donde  se  criticaba  la  confesión  sacramental,  tildándola  de 
">*ugo  romanesco".  Les  amours  de  Henri  IV,  Roi  de  France,  los  he 
visto  repetidamente  prohibidos,  y  aparecieron  en  Amsterdan  en  1754. 
Leída  la  obrita,  se  comprueba  que  se  trata  de  historietas  escandalosas 
y  amores  torpes,  estando,  por  tanto,  comprendida  en  la  regla  sépti- 
ma del  Expurgatorio.  Las  licencias  de  pensamiento  y  las  libertades 
exegéticas  eran  libérrimas  y  desorbitadas.  A  Mirabeau  y  a  su  pro- 
>"ecto  de  igualdad  se  acomodaba  el  texto  esurientes  implevit  honis,  et 
divites  dimisit  inanes.  Una  acción  nada  decente  en  que  se  explicaba 
el  fracaso  de  un  proyecto  se  describía  con  un  emisit  spiritum.  ¿  Para 
qué  continuar?  El  corte  de  todas  estas  obras  es  idéntico.  Conforme  a 
su  misión  y  al  espíritu  y  exigencias  de  su  establecimiento,  la  Inquisi- 
ción española  había  de  defender  nuestro  patrimonio  espiritual  conde- 
nando una  literatura  de  epilépticos,  de  sectarios  y  de  maldicientes. 
Porque  lo  mismo  en  Diderot  que  en  Masson  de  Morvillers,  no  conde- 
naba la  Inquisición  la  ciencia,  la  cultura  y  el  talento  de  teólogos,  mo- 
ralistas, pensadores,  poetas  y  humanistas,  sino  las  proposiciones  im- 
pías, escandalosas  o  sapientes  haercsim. 

Es  indiscutiijle  que  la  exposición  que  antecede  responde  estricta- 
mente a  la  realidad  histórica.  Se  nos  podrían  brindar  seguramente 
referencias  más  o  menos  interesantes,  aspectos  de  más  o  menos  en- 
tidad, no  recogidos  por  nosotros  en  este  volumen,  pero  apoyado  en 
nuestras  investigaciones  sistemáticas  puede  el  autor  de  este  libro  cons- 
tatar el  espíritu  amplio  y  humano  de  la  Inquisición  española  en  sus 
funciones  censorias,  hasta  el  punto  de  poder  concluirse  que  el  Santo 
Oficio  no  prohibió  libro  verdaderamente  importante,  salvadas  siempre 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


y  defendidas,  debe  entenderse  así,  la  ortodoxia  y  la  pureza  de  la  fe, 
que  era  su  cometido  especial.  Historietas  varias,  censuras  y  fiscaliza- 
ciones plurales  no  desvirtuarían  fundamentalmente  las  apreciaciones 
generales  que  hemos  trazado  en  estas  páginas.  No  era  incumbencia 
nuestra,  por  ejemplo,  incluir  aquí  el  proceso  dramático  del  Arzobispo 
de  Toledo,  Fr.  Bartolomé  de  Carranza,  además  de  rehuir  nuestro  es- 
píritu el  estudio  de  las  terribles  miserias  allí  acumuladas. 

En  puridad  de  verdad,  la  tradición  histórica  que  comentamos  es 
ésta,  pese  a  abusos  y  excesos  particulares.  ¿  Cómo  entonces  explicar  el 
movimiento  nacional  adverso,  encarnado,  no  solamente  en  las  masas 
progresistas,  en  los  clubs  revolucionarios  y  en  las  sociedades  secretas, 
sino  en  espíritus  cultivados  y  de  superior  formación  intelectual?  Ya 
conoce  el  erudito  lector  los  juicios  del  historiador  español  Amador  de 
los  Ríos.  Don  Manuel  de  la  Revilla,  agudo  crítico  y  hombre  muy  dis- 
tinguido en  su  tiempo,  escribía  del  Santo  Oficio  con  estas  expresiones 
que  acusa  don  Marcelino  Menéndez  y  Pelaj'o :  "bárbara  fiereza", 
■'poder  teocrático  implacable  y  tenaz",  "uniformidad  de  la  muerte", 
"calma  de  las  tumbas",  "tiranías  de  todo  género",  "siglo  de  hierro", 
"opresión  constante".  No  podía  llegarse  más  allá  en  la  crasa  ignoran- 
cia o  en  las  tendencias  sectarias.  Si  los  hombres  cultos  y  espiritual- 
mente  finos  se  expresaban  de  esta  guisa,  ¿  cómo  iban  a  respirar  la  masa 
gregaria,  el  vulgo  espeso,  sino  renegando  de  frailes  e  inquisidores  ? 

La  clásica  y  celebérrima  polémica  diecinuevecentista  sobre  la  cien- 
cia se  inició,  como  es  sabido,  con  motivo  de  haber  estampado  don  Gu- 
mersindo de  Azcárate  el  siguiente  párrafo :  "según  que,  por  ejemplo, 
el  Estado  ampare  o  niegue  la  libertad  de  la  ciencia,  así  la  energía  de  un 
pueblo  mostrará  más  o  menos  su  peculiar  genialidad  en  este  orden,  y 
podrá  hasta  darse  el  caso  de  que  se  ahogue  por  completo  su  actividad, 
como  ha  sucedido  en  España  durante  tres  siglos".  Menéndez  Pelayo 
marginó  inmediatamente:  "sentencia  más  infundada,  ni  más  en  con- 
tradicción con  la  verdad  histórica,  no  se  ha  escrito  en  lo  que  va  del 
presente". 

El  señor  Perojo,  compañero  en  ideas  y  tendencias  del  señor  De  la 
Revilla,  e  íncorpf)rado  también  en  la  polémica,  acentuó  aún  más  los 
juicios  condenatorios,  escribiendo  así:  El  Santo  Oficio  encontraba  en 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


cada  pensador  ii  hombre  cientíjico  un  hereje  contaminado  con  los  sa- 
crilegios que  por  el  mundo  se  estaban  propagando.  Pero  no  se  conten- 
tó sólo  con  esto.  Sin  encomendarse  ni  a  Dios  ni  al  Diablo  arremetió 
contra  la  Inquisición  con  estas  palabras,  que  no  tienen  desperdicio : 
"No  hay  más  que  recorrer  las  páginas  del  sangriento  libro  del  martiro- 
logio español,  para  advertir  cómo  al  primer  paso  de  un  talento  extraor- 
dinario, a  la  primera  creación  de  un  espíritu  reflexivo,  acudía  presuro- 
sa la  Inquisición  a  extinguir  con  el  fuego  de  las  hogueras  toda  su  obra... 
Cuántos  hombres  ilustres  tuvieron  que  sucumbir...  Larga  sería  la  lista 
de  científicos  que  perecieron  en  las  hogueras  de  la  Inquisición.''^  Ya  don 
Juan  Valera,  estudiando  el  problema  en  donde  le  situaba  el  señor  Pe- 
rojo,  resumía  asi  sus  juicios  e  impresiones:  "¿Fué  la  atroz  crueldad 
de  la  Inquisición  la  que  atajó  el  vuelo  de  nuestro  espíritu  ahogando  en 
sangre  nuestra  cultura?  Miradas  imparcialmente  las  cosas,  parece  que 
no.  Pues  qué,  en  los  demás  países  no  se  atenazaba,  no  se  quemaba  viva 
a  la  gente,  no  se  daban  tormentos  horribles,  no  se  condenaba  a  es- 
pantosos suplicios  a  los  que  pensaban  de  otro  modo  que  la  mayoría? 
La  Inquisición  de  España  era  casi  benigna  y  filantrópica  comparada 
con  lo  que  en  aquella  edad  durísima  hacían  tribunales  y  gobiernos 
y  pueblos  en  otras  regiones,  donde  lejos  de  decaer,  se  han  levan- 
tado" (20). 

Pero  hay  algo  más  que  esto.  Concretándonos  escuetamente,  no  a 
las  sedicentes  crueldades  del  Santo  Oficio,  tema  ya  ventilado  en  mi- 
libro  Las  cárceles  inquisitoriales  españolas,  sino  al  aspecto  que  plan- 
tea el  señor  Perojo,  es  fuerza  exponer  los  resultados  obtenidos  hasta 
la  fecha  por  la  investigación  histórica.  La  Inquisición  española  no 
tostó  en  sus  hogueras  a  ningún  pensador,  a  ningún  intelectual.  La 
afirmación  reproducida,  "larga  sería  la  lista  de  científicos  que  perecie- 
ron en  las  hogueras  de  la  Inquisición",  no  era  otra  cosa  que  una 
concesión  a  la  galería...  No  existe,  por  fortuna,  el  "sangriento  libro 
del  matirologio  español".  Ningún  teólogo,  ningún  filósofo,  ningún 


(20)  Conf.  D  Juan  Valera  en  Del  influjo  de  la  Inquisición  y  del  ianali.tmu 
religioso  en  la  decadencia  de  la  literatura  española,  pát;.  i.i.^iS  c'c  la-  "Obras 
completas",  de   \guilar,  tomo  III. 


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MIGUEL  DH.  LA  FLNTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


pensador,  poeta,  humanista  o  científico  pereció  entre  las  llamas  in- 
quisitoriales. En  el  siglo  xvi  se  daba  en  Valladolid  garrote  vil  al  doc- 
tor Cazalla,  como  propagandista  del  reformismo  y  no  por  la  tacha 
de  predicador  más  o  menos  elocuente,  )•  las  medidas  — digámoslo  cla- 
ramente—  son  tan  modestas  que  para  nada  tiene  que  figurar  Cazalla 
en  la  historia  de  nuestra  ciencia  y  de  nuestra  literatura.  Las  listas  de 
Jos  sabios  españoles  quedan  reducidas  a  este  balance :  Cazalla ;  y  tales 
eran  las  razones  que  asistían  a  los  progresistas  y  anticlericales  del 
siglo  XIX  para  deshonrar  a  su  patria. 

Otro  aspecto  del  problema  se  refiere  a  presentar  como  causa  de 
nuestra  decadencia  y  postración  nacionales  la  ignorancia  de  los  inqui- 
sidores, pero  ya  sabemos  que  los  que  se  encuentran  al  frente  de  la 
Institución  durante  todo  el  siglo  xvi  y  primeros  años  del  xvii  son 
hombres  de  letras,  graduados  en  todo  linaje  de  ciencia.  La  máxima 
autoridad  y  preponderancia  de  la  Inquisición  española  en  todos  los 
órdenes  de  la  vida  nacional  se  despliega  a  través  de  esa  época :  privi- 
legios, excepciones  jurídicas,  procesos  interesantísimos,  influencia  so- 
cial, etc.  Si  admitimos  que  todos  estos  períodos  históricos  se  carac- 
terizan por  un  influjo  positivo  del  Santo  Oficio,  es  decir,  que  la  vida 
peninsular  está  bañada  de  fanatismo,  y  bajo  la  pesadumbre  de  las 
fuerzas  retardatarias,  un  hombre  tan  liberal  y  moderno  como  don 
Juan  Valera,  escribe:  "lo  que  nadie  niega,  lo  que  no  puede  ser  asunto 
de  discusión  es  que  la  edad  más  floreciente  de  nuestra  vida  nacional, 
así  en  preponderancia  política  y  en  poder  militar,  como  en  ciencias, 
letras  y  artes,  es  la  edad  de  mayor  fervor  católico,  de  la  mayor  into- 
lerancia religiosa:  los  siglos  xvi  y  xvii"  (21).  El  texto  es  suficiente- 
mente conocido  para  insistir  en  él.  ¿  No  sería  adecilado  recordar  aquí 
otra  referencia,  y  en  este  caso  de  un  francés?  Hipólito  Taine  hacía 
referencia  al  Quinientos  español  como  de  un  momento  extraño  y  su- 
perior en  la  especie  humana.  Floreció  la  especulación,  y  ¡  en  qué  me- 
dida! Se  salva  bajo  el  Santo  Oficio  la  totalidad  de  nuestro  teatro  na- 
cional. Nuestro  ingenio  sutiliza  hasta  alcanzar  las  metas  más  insospe- 
chadas, lo  mismo  en  el  juego  de  los  valores  filosóficos  o  racionales 


(21)    Ibídeni,  págs.  1. 130-1. 142. 

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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


que  en  las  más  remontadas  cumbres  de  la  ciencia  de  Dios.  Estos  son 
los  grandes  valores  de  la  tradición  histórica  de  nuestro  pueblo :  la  Crí- 
tica general,  el  Derecho  de  Gentes,  la  Metafísica  de  Suárez,  la  Psico- 
logía de  Toledo  y  el  mismo  Humanismo  renacentista.  La  obra  es  dis- 
par y  variadísima.  En  muchos  de  nuestros  hombres  se  da  y  logra  la 
creación  plena  definitiva ;  en  otros,  es  fragmentaria  y  dispersa,  pero 
arrastrando  en  ocasiones  larvadas  la  idea  y  la  intuición  geniales.  Así 
los  españoles  de  la  época  enriquecen  el  arte  dramático,  la  arqueología 
bíblica,  la  estética,  la  literatura,  la  filosofía,  y  pasando  por  todas  las 
vertientes  de  la  especulación  sapiente  llegan  con  su  ingenio  a  inmor- 
talizarse en  la  poesía  y  en  el  romance  jacaresco. 

Pero  no  incidamos  en  las  clásicas  y  viejas  apreciaciones.  Las  tesis 
españolas  se  popularizaron  después  de  la  bulla  y  batahola  de  las  Cor- 
tes gaditanas,  por  las  polémicas  sobre  la  ciencia  española  de  don  Mar- 
celino Menéndez  y  Pelayo  y  las  lucubraciones  de  aquel  gran  cordo- 
bés que  se  llamó  don  Juan  Valera.  Ambos  Maestros,  de  procedencia  y 
formación  tan  desigual,  llegaron,  sin  embargo,  a  curiosas  coincidencias 
en  aspectos  muy  fundamentales.  Don  Marcelino  arrancaba  en  sus  va- 
loraciones del  estudio  de  nuestra  tradición.  Pero  resultaba  para  los 
hombres  liberales  de  nuestra  tierra  un  "neo",  apegado  a  la  casta,  vin- 
culado a  los  clérigos  y  a  todos  los  lugares  comunes  de  nuestra  his- 
toria. El  gran  escritor  andaluz,  si  bien  de  formación  clásica,  estaba 
bañado  espiritualmente  por  el  progreso  de  las  libertades  políticas,  y 
era  hombre  con  todos  los  matices  modernos. 

Don  Juan  Valera  no  recurría  a  las  crueldades  del  Santo  Oficio, 
ni  al  despotismo  de  la  Casa  de  Austria,  ni  a  su  mal  gobierno  para  ex- 
plicar la  decantada  decadencia  del  pueblo  español.  Resumía  así  sus 
puntos  de  vista:  "fué  una  epidemia  que  inficcionó  a  la  mayoría  de  la 
nación,  o  a  la  parte  más  briosa  y  fuerte.  Fué  una  fiebre  de  orgullo,  un 
delirio  de  soberbia  que  la  prosperidad  hizo  brotar  en  los  ánimos  al 
triunfar  después  de  ocho  siglos  en  la  lucha  contra  los  infieles.  Nos 
llenamos  de  desdén  y  de  fanatismo  a  lo  judaico.  De  aquí  nuestro  di- 
vorcio y  aislamiento  del  resto  de  Europa.  La  parte  más  ilustrada  del 
clero,  los  mismos  inquisidores,  los  mismos  reyes,  más  bien  que  im- 
peler, tuvieron  que  refrenar  la  corriente  de  la  intolerancia.  Felipe  II 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


tuvo  que  luchar  contra  la  opinión  pública  para  no  expulsar  a  los  mo- 
riscos y  dejar  esta  triste  gloria  a  su  hijo.  Nos  creímos  el  nuevo  pue- 
])lo  de  Dios ;  confundimos  la  religión  con  el  egoísmo  patriótico ;  nos 
propusimos  el  dominio  universal,  sirviéndonos  la  cruz  de  enseña  o  de 
lábaro  para  alcanzar  el  imperio.  El  gran  movimiento  de  que  ha  nacido 
la  ciencia  y  la  civilización  moderna,  y  al  cual  dió  España  el  primer 
impulso,  pasó  sin  que  lo  notásemos,  merced  al  desdén  ignorante  y  al 
engreimiento  fanático ;  y  cuando  en  el  siglo  xviii  despertamos  de 
nuestros  ensueños  de  ambición,  nos  encontramos  muy  atrás  de  la 
Europa  culta,  sin  poder  alcanzarla,  y  obligados  a  seguirla,  como  a 
remolque"  (22).  En  nuestro  libro  La  Inquisición  española  hemos  alu- 
dido a  la  unidad  espiritual  y  a  la  conciencia  colectiva  de  los  españo- 
les, descartando  categóricamente  la  imagen  de  una  Inquisición  espa- 
ñola intolerante  en  función  de  hostilizar  y  asfixiar  a  los  núcleos  es- 
pañoles diferentes  de  la  Península,  entendiéndose  por  ellos  los  grupos 
raciales  ajenos  a  nuestra  comunión  religiosa.  Don  Juan  V'alera  así  lo 
estimaba,  y  hombre  nada  sospechoso,  como  don  Américo  Castro,  con 
su  gran  cultura  y  bagaje  erudito  ha  escrito  en  torno  del  tema:  "el 
exterminio  de  los  hebreos  y  su  secuela,  la  Inquisición,  no  son  fruto 
de  la  intolerancia  de  los  reyes,  sino  un  gran  capítulo  en  la  tenaz  de- 
fensa del  espíritu  popular  hispano"  (23). 

Pero  cuenta  un  innegable  problema  que  no  puede  soslayarse  en 
este  estudio  en  torno  de  la  Inquisición  y  la  cultura.  ¿  Puede  hablarse 
de  decadencia  española  motivada  por  la  censura  inquisitorial,  por  la 
llamada  "opresión  de  los  entendimientos?"  La  decadencia  nacional 
fué  creciente  y  rápida.  No  teníamos,  ciertamente,  ya  en  el  siglo  xvii 
personalidades  católicas  que  parangonar  con  Bossuet  y  Fenelón.  Mc- 
néndez  y  Pelayo  explicaba  la  universal  decadencia  como  engendrada 
por  múltiples  factores,  y  acusaba  "la  natural  tendencia  de  las  cosas 

(22)  Del  influjo  de  la  Inquisición...,  tomo  III,  pág.  1.139  de  la  edirión  >k' 
Aguilar... 

(23")  Conf.  Améiico  Castro  en  Lo  hispánico  v  el  erasmismo.  Los  prólogos 
al  Quijote,  págs.  60-61,  Buenos  Aires,  1942.  Permítaseme  puntualizar  texto 
tan  precioso  e  interesante,  que  ya  hemos  recogido  en  mi  referido  libro  La  /■■- 
quisición  española,  págs.  12-13. 


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LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


humanas  a  descender  así  que  llegan  a  la  cumbre",  sin  atender  funda- 
mentalmente a  la  fiscalización  opresora  del  Santo  Oficio  (24). 

Quizás  el  episodio  más  expresivo  de  las  relaciones  entre  la  Inqui- 
sición española  y  los  intelectuales  fué  el  proceso  criminal  abierto  con- 
tra los  hebraizantes  salmantinos,  episodio,  escribimos,  el  más  expre- 
sivo, y  podemos  añadir  el  más  desgraciado,  estudiando  algunos  as- 
pectos de  aquella  causa.  Pero,  ante  todo,  ¿qué  méritos  no  destacar  en 
aquel  glorioso  movimiento  renacentista?  Cabe  a  España  alta  gloriá 
por  haber  recogido,  mediante  los  hebraizantes,  la  antigua  tradición 
del  hebreo  bíblico,  nunca  perdida  entre  los  judíos,  e  incrementada  y 
robustecida  desde  el  siglo  x  por  la  enseñanza  gramatical.  Tuvieron 
así  vigencia  entre  los  biblistas  salmanticenses  los  métodos  comparati- 
vos que  constituyen  la  base  de  la  filología  europea,  y  que  conjugada  con 
la  ciencia  teológica  marcan  el  progreso  más  radical  y  definitivo  de  la 
exégesis.  Hablamos,  en  definitiva,  de  una  original  creación  española 
que  se  anticipa  al  movimiento  intelectual  del  siglo  xvii,  en  el  que 
campean  los  nombres  de  Ricardo  Simón,  de  los  Cappel  y  de  Moisés 
Amyrault,  dentro  de  diferencias  más  o  menos  fundamentales  y  carac- 
terísticas. En  España  se  frustraron  las  tentativas  innovadoras  de  nues- 
tros hebraístas  por  la  persecución,  pero  no  precisamente  de  la  Inqui- 
sición, aunque  parecca  paradoja,  floreciendo  en  otros  meridianos  geo- 
gráficos europeos  la  libertad  científica  y  el  renacimiento  de  los  estu- 
dios semíticos,  desgraciadamente  no  dentro  de  los  cauces  ortodoxos  y 
dogmáticos  preconizados  por  los  métodos  españoles.  Pese  a  discre- 
pancias y  disconformidades,  quede  así  constancia  de  la  modernidad,  de 
la  precisión  y  del  genio  de  nuestros  hebraístas. 

La  Inquisición  nunca  husmeó  heterodoxos  a  Fr.  Luis  de  León,^ 
a  Martínez  de  Cantalapiedra  o  Gaspar  de  Grajal,  ni  se  preocupó  de 
los  tesoros  de  ciencia  y  sabiduría  que  poseían  los  insignes  catedráticos. 
Le  podía  interesar  únicamente  si  en  la  ciencia  de  estos  augustos  es- 
l)añoles  se  había  deslizado  la  ponzoña  heterodoxa.  Dudó  de  su  fe  aí 
verla  puesta  en  entredicho  por  doctísimos  catedráticos  de  Salamanca 


(24)  Vid.  Marcelino  Meiiéndez  y  Pelayo  en  í^a  Ciencia  española,  tomo  l^ 
página  16,  Madrid,  1887. 


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MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


que  despertaron  sus  sospechas,  y  al  ser  requerida  su  autoridad,  el 
Santo  Oficio  no  podía  desentenderse  de  inquirir  la  realidad  de  aquel 
ajjaire,  dada  su  misión  y  responsabilidad,  y  la  gravedad  de  las  acu- 
saciones. Se  ponían  en  juego  los  textos  sagrados  con  un  conjunto  de 
densos  problemas  bíblicos  del  más  vivo  interés.  Ahora  bien :  encarce- 
lados los  profesores  de  Salamanca  nos  interesa  conocer  únicamente 
qué  papel  representó  la  Inquisición  a  través  de  este  sensacional  pro- 
ceso criminal. 

Jurídicamente,  es  decir,  conforme  a  las  Instrucciones  procesales, 
el  triple  proceso  contra  los  biblistas  se  ajustó  a  las  normas  del  Dere- 
cho, sin  que  tengamos  que  censurar  para  nada  las  actuaciones  inqui- 
sitoriales. Pero  no  basta  esto.  El  proceso  revela  una  serie  de  limita- 
ciones sensibles.  En  primer  lugar,  los  procesados  eran  superiores  a  la 
totalidad  de  censores  y  calificadores  que  habían  de  someter  las  doctri- 
nas de  los  hebraístas  una  y  otra  vez  a  estudios  dilatorios  y  laboriosos 
para  discernir  escuetamente  la  ortodoxia  o  heterodoxia  de  las  propo- 
siciones. Se  admitieron  cuentos  y  testificaciones  de  estudiantes,  de 
escasas  garantías  en  general,  como  gente  moza  y  de  medianas  enten- 
dederas, que  en  ocasiones  se  expresaban  con  estas  o  parecidas  palabras : 
"parece  que  el  Maestro  quería  decir  esto  o  lo  otro..."  Esta  clase  de 
deposiciones  ya  las  flagelaba  en  su  tiempo  Juan  de  Vergara  en  estos 
términos:  "por  que  deponen  de  palabras  que  oyeron  muchos  días  y 
años  ha,  las  quales  en  caso  negado  que  yo  las  oviera  dicho,  no  se  pu- 
dieran tener  en  la  memoria  tan  formal  y  expresamente  como  se  dixe- 
ron,  porque  en  cosa  de  palabras  desde  a  dos  días  que  se  digan,  no  se 
pueden  acordar  puntualmente  los  que  las  oyeron,  ni  concertar  del 
todo  en  ellas,  quanto  más  a  cabo  de  tanto  tiempo,  en  el  qual  avn  en 
hecho  propio  de  dicho  se  presume  oluido  quanto  más  en  el  ajeno"  (25). 
En  el  proceso  del  doctor  Vergara  como  en  el  de  los  hebraístas  sal- 
mantinos se  presentaron  testigos  únicos  y  singulares  que  depusieron 
de  credulidad  y  por  conjeturas,  "e  oydas  de  oydas",  capítulo  inte- 
resantísimo en  la  crítica  que  estamos  realizando,  pues  su  ausencia 


(25)  Conf.  A.  H.  N.  Inq.,  Proceso  contra  el  Dr.  Juan  de  Vergara,  leg.  223, 
folio  291  V. 


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LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


hubiera  descargado  considerablemente  la  causa  de  folios  interminables, 
y  de  cargos  insostenibles.  Otrosí,  los  protocolos  inquisitoriales  estu- 
diados concienzudamente  nos  proporcionan  una  censura  recia  y  con- 
denatoria. Por  razones  profesionales,  cátedras  universitarias  o  con- 
ventuales, se  demoraron  interminablemente  las  calificaciones  de  los 
censores.  En  el  proceso  del  Maestro  Gaspar  de  Grajal  hubo  califica- 
dor que  retrasó  doce  meses  la  presentación  de  su  dictamen,  envene- 
nándose mientras  tanto  la  sangre  del  Maestro  en  la  soledad  de  su 
carcelería.  Leemos  como  descargo  que  los  retrasos  son  debidos,  alguna 
vez,  a  enfermedad  del  censor,  pero  preguntamos :  ¿  no  contaba  en 
España  copia  suficiente  de  calificadores  que  se  hicieran  cargo  en  esas 
circunstancias  de  los  "papeles"  de  los  catedráticos?  Las  quejas  de 
Fr.  Luis  son  continuas  en  este  sentido.  Todos  estos  males  se  hubieran 
ciertamente  obviado  predominando  entre  los  inquisidores  los  teólogos 
sobre  los  juristas.  Hubo  casi  siempre  exceso  de  Derecho  sobre  Teo- 
logía, y  ello  abría  las  puertas  a  equivocaciones  muy  características  de 
aquellos  tribunales.  El  proceso  de  los  hebraístas  podría  así  haberse 
reducido  considerablemente.  Pero  no  obstante  las  tachas  que  pun- 
tualizamos, formulismos  y  limitaciones  de  la  Institución,  es  innegable 
que  la  Inquisición  procedía  con  rectitud,  sin  odios  ni  fanatismos,  y 
así  falló  sentencia  absolutoria,  viéndose  Fr.  Luis  de  León  y  Canta- 
lapiedra  libres  de  la  mácula  herética,  con  el  ansiado  retorno  a  la  do- 
rada y  renacentista  Salamanca,  y  honrándose  la  memoria  del  Maestro 
Gaspar  de  Grajal,  fallecido  en  las  cárceles  inquisitoriales  de  Vallado- 
lid  antes  de  concluida  y  sentenciada  su  causa. 

Urge  consignar  como  elemento  capital  para  la  consecución  de 
una  valoración  justa  y  exacta  que  nunca  se  han  caracterizado  los  gru- 
pos y  la  mayorías  por  los  criterios  independientes,  sino  por  las  in- 
fluencias corrientes  universales  y  consagradas.  Independizarse  de  fór- 
mulas y  de  rutinas  aceptadas,  hostilizar  enérgicamente  y  con  bravura 
los  lugares  comunes,  las  versiones  tradicionales  y  los  criterios  cien- 
tíficos al  uso,  representa  y  constitu^'e  un  raro  privilegio,  el  privilegio 
de  las  individualidades  creadoras.  Iniciar  y  extender  métodos  perso- 
nales, aportar  experiencias  enriquecedoras,  instaurar  y  proclamar  una 
nueva  metodología  crítica,  con  predominio  del  propio  criterio  racio- 


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MIGUEL  DE  LA  FINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


nal,  liberándose  del  yugo  e  influencias  de  capillas  y  cenáculos,  esto  no 
ha  sido  perdonado  en  ningún  tiempo  antiguo  o  moderno  por  los  me- 
diocres enquistados  en  las  prácticas  e  idearios  vernaculares  y  corrien- 
tes, sin  hacer  referencia,  claro  es,  a  los  émulos  y  competidores. 

Esta  eterna  historia  de  la  mediocridad  y  de  la  emulación  se  repi- 
tió una  vez  más  con  los  hebraizantes  salmantinos,  como  se  ha  repetido 
en  nuestros  días  con  los  innovadores  modernos,  lanzándose  a  la  opi- 
nión pública  expectadora  como  crítica  y  censura  contra  los  disidentes 
las  frases  de  los  contradictores  de  nuestros  biblistas:  "doctrinas  peli- 
grosas", "modernidades  escandalosas",  "amigos  de  novedades".  La 
historia  de  la  Humanidad  es  así  la  historia  de  la  intolerancia  y  de  las 
intransigencias  más  radicales.  Los  hebraístas  españoles  no  fueron 
perseguidos  por  el  Santo  Oficio,  sino  por  la  lucha  sin  cuartel  de  ému- 
los y  competidores  de  los  claustros  universitarios  de  Salamanca,  como 
queda  historiado  en  este  libro,  y  a  la  Inquisición  se  acudió  para  per- 
derles y  deshonrarles  con  la  acusación  tremenda  de  la  herejía,  acusa- 
ción cuya  verdad  competía  averiguar  a  aquel  tribunal.  La  Inquisición 
careció,  ciertamente,  en  el  desdichado  afjaire  de  hombres  de  altura 
que  advirtiesen  la  importancia  de  aquellas  personalidades  y  las  cali- 
dades de  sus  doctrinas.  Pero  esto  que  puede  significar  una  censura 
quedaría  desvirtuado  con  decir  que  ni  a  la  Inquisición,  ni  a  ninguna 
otra  Institución  humana  pueden  exigírseles  dones  intelectuales  que 
sobrepasen  el  nivel  común  de  la  ciencia  universitaria  de  su  época.  Ya 
es  bastante  que  entre  clásicas  torpezas,  contrastadas  las  doctrinas,  se 
absolviese  a  los  biblistas  de  la  tremenda  acusación,  formulada  por  va- 
rones muy  sabios  y  acreditados  por  el  prestigio  y  la  responsabilidad 
moral  (26). 


(26)  Otra  enérgica  personalidad  con  sello  independiente,  y  precisamente  en 
torno  de  los  problemas  bíblicos,  fué  Cayetano.  Restaba  cierta  autoridad  a  los 
textos  de  la  Vuigata.  Consigna  Cayetano  que  no  ofrecían  garantías  para  fiarse 
de  ella,  y  repetidas  veces  estampa  "superfluit",  y  otras  añade  "superfluit  om- 
nimo",  "déficit",  fuera  de  innumerables  ocasiones  en  las  que  repite  la  palabra 
"pro",  significando  que  el  texto  debe  precisar  de  otra  manera.  Puede  el  lector 
erudito  verificar  estas  referencias  en  el  Comentario  sobre  San  Mateo,  donde 
escribe:  "quia  Vulgata  cditio  totius  Xovi  Testamenti  quandoque  minus  fida  est. 


—  286  — 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Estudiado  concienzudamente  el  problema  español,  para  nosotros 
radican  esencialmente  las  causas  de  nuestra  decadencia  intelectual  en 
un  aspecto.  Fundamentalmente,  en  el  dogmatismo  de  las  escuelas.  Des- 
l)renderse  del  musgo  universitario  costaba  caro  en  aquellas  épocas  re- 
cias, dogmáticas  y  apegadas  a  la  tradición  secular...  Se  momificaban 
los  ingenios  en  los  ejercicios  académicos  de  las  escuelas  y  equipos 
intelectuales,  y  la  defección  valía  la  nota  de  la  herejía,  el  descrédito, 
la  impopularidad  y...  la  Inquisición.  El  fenómeno  no  es  exclus  Wamen- 
tc  español,  fué  característica  europea.  ¿  No  gustarían  mis  lectores  re- 
cordar las  embestidas  sangrientas,  las  polvaredas  levantadas  en  torno 
de  textos  escolásticos,  de  Maestros,  de  doctrinas,  unas  todavía  con 
vigencia,  otras,  arrumbadas  y  desvanecidas  para  siempre...?  Las  lu- 
chas de  escuela  fueron  más  dramáticas  en  el  Continente  que  en  nues- 
tra Península.  En  Europa  se  llegó  al  asesinato.  La  intolerancia  y  las 
intransigencias  asociadas  aquí  en  España  en  casos  particulares  con  las 
envidias  y  competencias  no  llegaron  a  tanto,  pero  fueron  suficientes 
para  amargar  el  espíritu  y  la  sangre  de  hombres  ortodoxos,  católicos 
a  machamartillo,  e  ingenios  de  medidas  y  hechuras  excepcionales.  Bas- 
taría una  somera  investigación  para  exponer  casos  e  historias  escolás- 
ticpc,  donde  se  refleja  la  intolerancia  desmandada  y  la  pasión  intensa 


et  nos  non  intepretes,  sed  verum  textum  intendimus  exponere,  ideo  adhibuimus 
studium  nostrum  ut  textus  corrigeretur  iuditio  peritorum  in  utraque  lingua. 
Quod  ubique  facimus  quando  sententise  diversitas  esset ;  ubi  autem  eadem  est 
sententia,  pertransimus...  Et  ne  oporteat  millies  repeleré,  grsece  sic  habetur,  no- 
verint  omnes  mutationes  fieri,  apposita  sola  priepositione  "pro"  et  superflua, 
aut  deficientia  sigiiificari,  superfluit  aut  déficit,  subintelligendo  semper  "iuxta 
textum  grsecum."  Se  ha  de  notar  que  a  quien  sigue  y  estima  Cayetano  en  la 
corrección  del  texto  del  Testamento  Nuevo  es  a  Erasmo,  como  lo  advierte 
ya  Martín  del  Río  en  el  Proloquio  III  del  Génesis.  Sobre  lo  que  interpreta 
del  Testamento  Viejo  viene  a  decir  casi  lo  mismo,  como  lo  declara  el  insigne 
escritor  en  la  "Prefacción"  que  hace  de  los  salmos,  diciendo  que  carecemos 
del  texto  puro,  aludiendo  a  la  necesidad  de  recurrir  a  los  Rabinos :  "...  iit  cog- 
noscatur  ab  ómnibus  — escribe—  quantum  nobis  deest  puri  textus  hebraei  in 
Testamenti  Veteris  scripturis,  et  detur  opera  ad  habendum  purum  textum..." 
Téngase  en  cuenta  la  autoridad  de  Cayetano,  considerado  en  su  tiempo  como 
el  más  eximio  teólogo  escolástico,  después  de  Santo  Tomás. 


-  287  - 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


y  desbordada.  Quizá  lo  intente  yo  algún  día,  pero  no  desaprovecharé 
la  oportunidad  de  reproducir  aqui  uno  de  los  textos  que  tengo  reco- 
gidos. El  12  de  febrero  del  año  1587  el  Maestro  dominicano  Fr.  Die- 
go Rodríguez  Lencina  escribía  al  famoso  Padre  Chaves  sobre  los 
jesuítas  en  estos  términos:  "...  pero  el  negocio  ques  cerca  de  los  tea- 
tinos  (jesuítas)  es  tan  urgente  que  no  sufre  más  callar  sino  dar  boces 
en  pulpitos  y  plazas,  porque  en  lo  que  hazen  pareze  que  an  tomado 
a  destajo  derribar  la  doctrina  sana  de  nuestro  Santo  Thomás,  y  dar 
con  ella  al  traste,  y  pretenden  desacreditar  esta  escuela,  y  desacredi- 
tar los  maestros  della...  Dcxo  otras  cosas  que  no  las  sufre  papel  ni 
aun  pergamino"  (27). 

Si  es  innegable,  por  otra  parte,  que  la  Inquisición  no  arrojó  en 


(27)  A.  H.  N.  Inquisición,  leg.  4.521.  Como  conviene  puntualizar  con  exac- 
titud temas  y  aspectos  muy  interesantes,  no  quiero  dejar  de  consignar  que  los 
desagravios  inquisitoriales  con  los  intelectuales  no  eran  raros.  Informada  la 
Inquisición  de  las  sinrazones  habidas  con  algún  procesado  o  simplemente  til- 
dado con  vejaciones  y  molestias,  se  apresuraba  a  testimoniar  su  error,  dando 
las  satisfacciones  que  podía.  Me  he  referido  a  ello  ligeramente  en  mi  libro  La 
Inquisición  española.  Merece  la  pena  traer  aquí  el  episodio  acaecido  con  el  fa- 
mosísimo P.  Diana  con  motivo  de  su  sermón  sobre  Lucífero,  condenado.  Más 
de  doce  años  duiaron  las  amarguras  sufridas  por  el  padre  jesuíta,  y  la  verdad 
se  oscureció  tanto  en  la  lucha  que  le  fué  forzoso  recurrir  a  los  inquisidores 
de  Cerdeña,  probando  su  recusación  y  las  proposiciones  vedadas  con  tan  buena 
lógica  y  ciencia,  que  el  Inquisidor  general,  don  Diego  Arce  y  Reinoso,  después 
de  castigar  a  diferentes  personajes  del  Santo  Oficio,  anuló  todas  las  diligencias 
y  autos  con  nuevo  examen  y  Junta.  El  P.  Diana  fué  honrado  con  el  título 
de  Calificador  de  la  Suprema,  y  considerados  el  escándalo  recibido  y  los  agra- 
vios que  habían  cometido  con  el  padre  jesuíta,  se  redactó  un  decreto,  a  19  de 
diciembre  de  1653,  donde,  entre  otras  cosas,  se  leen  estas  palabras:  '"para  que 
así  en  los  tiempos  presentes,  como  en  los  venideros  conste,  y  sea  pública  y  no- 
toria la  inocencia  del  dicho  padre  Diana,  y  los  que  tuvieron  noticia  de  este 
suceso,  y  se  escandalizaron  de  los  procedimientos  sobre  su  causa,  reciban  esta 
pública  satisfacción  de  dicha  su  inocencia,  y  de  la  cathólica  doctrina  de  su 
predicación  evangélica,  y  sepan  a  un  mismo  tiempo  cómo  el  Tribunal  y  Con- 
sejo Supremo  de  la  Santa  Inquisición  no  solamente  castiga  a  los  delinquentes 
contra  la  Fé  convencidos,  sino  también  que  premia  la  inocencia  de  los  incul- 
pados, con  satisfacción  pública  de  sus  conocidos  agravios..."  (Conf.  A.  T.  N. 
Inquisición,  leg.  4.461.) 


—  288  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


MIS  hogueras  a  ningún  sabio  español,  ni  la  interesaron  nunca  los  pro- 
blemas de  la  cultura,  consagrada  únicamente  a  su  misión  de  proteger 
la  ortodoxia  romana  y  el  patrimonio  religioso  tradicional  de  las  gen- 
tes españolas,  pudo  ser  causa  sin  quererlo  de  cierta  paralización  y 
marasmo.  Los  tiempos  eran  recios.  Las  experiencias  de  los  españole» 
eran  muy  ricas.  Los  intelectuales  sabían  los  peligros  a  que  se  expo- 
nían en  aquellas  épocas  tan  cuajadas  de  feroces  intransigencias,  por 
el  riesgo  de  topar  con  los  enanos  y  mediocres  que  se  enfrentarían 
inmediatamente  con  ellos  al  verles  rehuir  jurar  in  verbo  Magistri.  La 
delación  en  los  tribunales  inquisitoriales  era  la  forzada  consecuencia 
de  las  controversias,  y  las  intervenciones  del  Santo  Oficio  con  los 
hombres  de  letras  no  fueron  muy  felices  y  satisfactorias,  aunque  siem- 
pre fallase  guiada  por  el  sentimiento  de  la  justicia  y  de  la  indepen- 
dencia. En  tales  ambientes  de  rigidez  científica  y  de  predominio  de 
la  ciencia  oficial  era  exigencia  cerrar  los  labios  — el  posui  custodiavi 
ori  meo,  lo  repetía  Martínez  de  Cantalapiedra —  con  el  consiguiente 
temor  de  enfrentarse  después  con  la  censura  inquisitorial,  informada 
constantemente  por  los  intelectuales  de  las  sendas  trilladas,  y  correr 
el  albur  de  unas  jornadas  angustiosas.  La  prudencia  reclamaba  la  cau- 
tela }'  la  flexibilidad  para  encajar  con  el  ambiente,  como  aseguraba 
el  P.  Mariana,  recatando  novedades  y  especulaciones. 

Broncos  y  desgarrados  los  españoles  y  hombres  de  radicales  an- 
tagonismos, contrastes  y  diferencias,  si  creaban  ambientes  enrareci- 
dos por  inveteradas  tradiciones,  si  modelaban  costumbres  y  criterios 
personalísimos,  imposibles  de  superar  por  no  ofrecer  nuestra  socie- 
dad fisura  alguna  para  invalidarlas,  explayaban  otras  veces  su  fuerza 
apasionada  y  creadora  en  fugas  tremendas,  en  inspiraciones  colectivas 
o  individuales,  sorprendentes  por  la  despreocupación  y  la  libertad.  Es- 
paña defendió  asi  la  soberanía  popular,  el  tiranicidio,  o  el  gobierno  de- 
mocrático, y  se  permitió  todos  los  lujos  en  la  vehemencia  expresiva 
para  vejar  a  validos  y  administraciones.  La  Inquisición  no  paró  mien- 
tes en  ello.  Es  decir,  el  Santo  Oficio  recogió  exclusivamente  lo  que  el 
ambiente  universitario  y  social  le  deparaban,  viviendo  su  época,  su 
sensibilidad  y  su  cultura.  Las  intransigencias  españolas  no  fueron,  re- 
petimos, inquisitoriales,  fueron  españolas  y  europeas,  y  en  la  Penín- 

—  289  — 

•9 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


sula,  las  intolerancias  y  las  intransigencias  con  relación  a  los  pro- 
blemas científicos  y  a  los  hombres  de  letras  no  significan  apenas, 
poniéndolas  en  comparación  valorativa  con  las  feroces  y  anárquicas 
diferencias  exteriores.  Como  episodio  escueto  de  competencias  y  an- 
tagonismos de  escuela  podríamos  recoger  aquí  las  luchas  entre  la  Uni- 
versidad y  el  Colegio  de  Francia,  y  las  rivalidades  entre  la  Facultad 
de  Medicina  de  París  y  la  Academia  de  Medicina  naciente,  sin  refe- 
rirnos a  asesinatos  \'  homicidios  espantosos. 

Pese  a  todos  los  aspectos  consignados  y  referencias  brindadas,  la 
crítica  española  y  extranjera,  con  excepciones  muy  ejemplares,  ha 
hostilizado  ferozmente  a  España  como  país  retardatario,  voluptuo- 
samente sanguinario  y  opresor  de  los  espíritus  y  de  las  inteligencias. 
¡  La  censura,  las  intransigencias  esi)añolas  gravitando  sobre  pensado- 
res, humanistas,  poetas,  teólogos !  ¡  La  España  negra !  Pero  una  Es- 
paña con  existencia  sólo  en  las  mentes  y  en  la  fantasía  de  judíos,  ma- 
sones y  protestantes,  creada  por  las  influencias  disidentes,  heterodo- 
xas y  sectarias,  o  por  la  más  crasa  ignorancia.  Sabemos,  además,  que 
muchas  Direcciones  de  censura  de  Prensa  modernas  han  anulado  y 
están  anulando  toda  posibilidad  de  discusión  en  torno  de  la  toleran- 
cía  en  la  vida  política  de  los  pueblos,  y,  especialmente,  en  torno  de  la 
tolerancia  en  la  Península  Ibérica. 

Hoy  los  Archivos  "secretos"  de  la  Inquisición  española  están 
abiertos  a  todo  hombre  de  estudio,  y  es  notorio  el  valor  objetivo  de 
tales  documentos.  Pero  unas  veces  la  ignorancia  más  escandalosa,  y 
otras,  el  espíritu  antiespañol,  siguen  tejiendo  los  hilos  de  las  fantasías 
más  truculentas  e  insidiosas.  En  Italia  una  Enciclopedia  "católica" 
moderna  parangona  los  autos  de  fe  con  las  corridas  de  toros,  y  en 
un  libro  recientemente  publicado,  L'inqmsizione  medioevale  ed  il  pro- 
ccsso  inquisitorio,  por  Carlos  Reviglío  della  Veneria,  se  alude  a  la 
cruel  mentalidad  asiático-africana  de  nuestro  pueblo.  En  Francia  con- 
tinúa exhibiéndose  en  las  librerías  La  Inquisición  de  España,  de  Ed- 
mundo Cazal,  y  en  libros  de  autores  de  cierta  responsabilidad  se  re- 
cuerdan como  "lema  de  estudio"  unas  letras  redactadas  por  Riche- 
lieu :  avoir  Dieu  et  la  Vicrgc  en  la  houche,  la  religión  en  apparence, 
un  chapelet  en  la  ntain  ef  Ies  seuls  intcrets  temporels  aii  coeur,  esf  la 


—  290  — 


LA  INQUISICION  V  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


premiére  máxime  de  leur  nation  superbe:  (L'Espagncj .  ¿Podrían  ne- 
garse en  ningún  caso  las  grandes  empresas  históricas  de  España,  y  el 
quijotismo  de  nuestra  humanidad,  lanzada  a  misiones  de  fracaso  y 
bancarrota,  por  representar  la  oposición  irrevocable  a  toda  transac- 
ción antidogmática  y  a  todo  romanticismo  intelectual  heterodoxo? 


—  291  — 


INDICE 


AnVKRTENCIA   PRELIMINAR   7 

Capítulo  primero. — Misión  fundamental  del  Santo  Oficio.  —  Ortodoxia 
y  heterodoxia. — Un  texto  de  don  Marcelino  Menéndez  y  Pelayo. — 
Derechos  de  la  autoridad  civil  y  eclesiástica. — Primeras  provisiones 
de  la  Inquisición  en  materia  de  libros  protestantes. — Quema  de  li- 
bros heréticos. — Privilegios  inhibitorios. — Algunos  catálogos  roma- 
nos y  edictos  del  Maestro  del  Sacro  Palacio. — El  Catálogo  de  Lovai- 
na. — Edictos  varios. — Catálogos  de  don  Fernando  de  Valdés,  e  Indi- 
ces de  los  años  1583  y  1584. — Biblias  protestantes. — Visita  de  navios. 
Colaboradores.  —  Dictamen  del  doctor  Jerónimo  de  Zurita  sobre  las 
obras  literarias. — Humanistas  y  teólogos  notados. — La  Biblia  de  Va- 
tablo  de  Valencia. — El  P.  Juan  de  Pineda  y  sus  colaboradores  sevi- 
llanos.— Autores  antiguos  y  graves. — Catálogos  del  Cardenal  Sando- 
val  y  Rojas. — La  librería  de  San  Lorenzo  de  El  Escorial. — Reglas 
preconizadas.  —  Independencia  de  los  calificadores  españoles.  —  Indice 
del  Maestro  del  Sacro  Palacio. — Juntas  del  año  1629. — Opiniones  del 
P.  Juan  de  Pineda. — "El  Tostado",  Eneas  Silvio  Piccolomini,  don 
Francisco  de  Quevedo. — Publicación  del  Catálogo  de  1632. — Indices 
de  don  Antonio  de  Sotomayor. — Otra  vez  don  Francisco  de  Quevedo. 
Junta  de  1679. — ^Catálogos  de  los  años  1707  y  1747. — Una  opinión  del 
autor    n 

Capítulo  II. — Doble  significación  del  erasmismo.  —  Versiones  españolas 
de  Erasmo. — Intervenciones  de  obras  de  Erasmo. — Algunas  notas  de 
las  Juntas  de  los  expurgatorios. — Erasmistas  españoles. — Las  Asam- 
bleas de  Valladolid. — Materias  doctrinales  calificadas. — Algunos  jui- 
cios.— Clausura  de  las  asambleas. — El  doctor  Juan  de  Vergara. — Su 
actividad  intelectual. — Familia  del  Doctor. — Acusación  del  fiscal  del 
Santo  Oficio,  de  Toledo. — Respuestas  de  Vergara. — Aspectos  de  la 


—  293  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE,  O.  S.  A. 


Págiuas 

causa  del  Doctor. — Carácter  y  ijcrsonalidad  de  Vergara. — Respuestas 
de  Vergara  a  la  publicación  de  testigos.  —  Trato  dado  a  Ver- 
gara  en  las  cárceles  inquisitoriales. — Sus  valedores. — Aspectos  ju- 
rídicos del  proceso.  —  Rechazo  de  probanza.  —  Alegatos  del  Doc- 
tor.— Fallo  y  sentencia. — El  benedictino  Fr.  Alonso  de  Virués. — Car- 
gos contra  Virués  y  su  reclusión  en  el  monasterio  de  San  Benito, 
de  Valladolid. — Testifica  el  benedictino  contra  Vergara. — La  perso- 
nalidad humana  y  científica  de  Fr.  José  de  Sigüenza. — Su  reclusión 
en  La  Sisla,  de  Toledo.— Los  cargos  contra  el  monje  jerónimo  y 
sus  comentarios  y  deposiciones.  —  Significación  renacentista  de  Si- 
güenza y  pobreza  intelectual  de  los  monjes  de  El  Escorial    59 

Capítulo  IIL — Historia  interna  de  los  expurgatorios. — La  tragicomedia 
de  Calixto  y  Melibea. — Las  Trescientas,  de  Juan  de  Mena. — El  Spe- 
culum  znlcr  Inimancc. — El  P.  Vázquez  y  Alonso  de  Valdés. — La  His- 
toria Pontifical,  de  Illescas. — El  Jmn  Fero. — Pedro  Ramus. — León 
de  Castro  y  su  libro  sobre  Isaías. — Fr.  Luis  de  León. — El  Quijote. 
Don  Francisco  de  Quevedo  y  don  Luis  de  Góngora. — Escritores  mís- 
ticos :  Santa  Teresa,  San  Ignacio  de  Loyola,  Fr.  Luis  de  Granada, 
el  Beato  Juan  de  Avila,  Fr.  Francisco  de  Osuna  y  Fr.  Diego  de 
Estella. — Fr.  Francisco  de  Vitoria  y  Arias  Montano,  Agustín  Bar- 
bosa, y  i'otas  sobre  Suárez,  Gabriel  Vázquez,  Tomás  Sánchez  y  Sal- 
merón.— Padre  Valderrama,  Leonardo  de  .Argensola,  Gerónimo  Ro- 
mán y  Tirso  de  Molina. — Censuras  varias  sobre  humanistas.  Fray 
Hortensio  Paravicino,  León  Hebreo,  y  El  Ente  dilucidado,  del  P.  De 
Fuente  la  Peña. — Sátira  política. — Fray  Gerundio  de  Campazas,  las 
Noches  lúgubres,  de  Cadalso,  y  las  Cartas  de  Abelardo  y  Eloísa.- — 
Extracto  de  un  Indice  de  papeles  prohibidos  del  año  1812. — Unas 
breves  consideraciones  sobre  la  Constitución  y  los  constitucionalis- 
tas. — El  Si  de  las  niñas  y  otros  libros  de  la  Inquisición  de  Barce- 
lona.— El  edicto  del  año  1815  de  don  Francisco  Javier  Mier  y  Cam- 
pillo.— Género  pornográfico. — Algunos  libros  extranjeros    ■•  loi 

Capítulo  IV. — Significación  del  renacimiento  bíblico  en  España  en  la 
segunda  mitad  del  siglo  xvi. — ^El  proceso  criminal  contra  los  biblis- 
tas  salmantinos. — Declaraciones  de  Fr.  Bartolomé  de  Medina,  Fray 
Domingo  Báñez,  Fr.  Juan  de  Santa  Cruz,  Francisco  Cerralvo  de 
Alarcón,  León  de  Castro,  Fernández  de  Salazar  y  Bachiller  Pedro 
Rodríguez. — Diecisiete  proposiciones  achacadas  a  los  hebraístas  Fray 
Luis  de  León,  Martínez  de  Cantalapiedra  y  Gaspar  de  Grajal,  pre- 
sentadas en  el  Consejo  de  la  Suprema  por  el  P.  Pedro  I'eniández, 


—  294  — 


LA  INQUISICION  Y  LOS  PROBLEMAS  DE  LA  CULTURA 


Páginas 

dominico. — Parecer  de  los  inquisidores  de  Valladolid. — Una  adverten- 
cia del  Comisario  Francisco  Sancho. — Prisión  de  los  hebraístas. — Una 
obra  magistral  del  Maestro  Martín  Martínez  de  Cantalapiedra :  Libri 
decem  hypotyposeon... — Su  significación  científica. — Exposición  doc- 
trinal de  los  biblistas  españoles. — El  hebraísmo:  la  Vulgata  y  la  in- 
terpretación de  los  Santos. — Precursores  de  la  moderna  exégesis. — 
Dos  opiniones  de  los  dominicos  Arce  y  Domingo  Báñez. — Amplitud 
de  la  Teología  positiva :  sus  ciencias  auxiliares,  y  principalmente  el 
estudio  de  la  Teología  escolástica. — La  cultura  patrística. — Valora- 
ción crítica  del  movimiento. — Altura  científica  de  algunos  teólogos 
calificadores. — El  problema  histórico.— Las  Juntas  de  Salamanca. — 
Textos  de  los  procesos  criminales. — Diferencias  de  criterios  científi- 
cos y  las  competencias  a  cátedras. — Las  actuaciones  de  Fr.  Bartolo- 
mé de  Medina      151 

Capítulo  V. — Literatura  piadosa  desde  el  siglo  xvii. — La  oratoria  sagra- 
da.— Literatura  teológica  e  histórica  de  las  escuelas. — Dicterios  con- 
tra Pablo  Segneri. — Diferencias  y  luchas. — En  torno  del  dogma  de  la 
Inmaculada  Concepción. — Decadencia  de  la  literatura  piadosa :  carac- 
terísticas y  modalidades. —  La  actividad  censoria  del  Santo  Oficio. 
Prohibiciones  y  tachas. — El  buen  criterio  inquisitorial. — La  ramplone- 
ría crítica  de  las  escuelas. — La  influencia  extranjera:  su  razón  y  sus 
exageraciones. — A^^  quid  nimis. — La  sana  dirección  espiritual   193 

Capítulo  VL — Los  "inventarios"  de  intelectuales  perseguidos,  según  Lló- 
rente.— Sentido  de  la  renovación  de  nuestra  cultura  en  el  siglo  xviii. 
Iniciadores  del  movimiento  escéptico  en  el  siglo  de  Luis  XIV.- — La 
influencia  francesa. — Chocarrerías  y  decadencia  de  la  época. — Algu- 
nas ideas  de  los  "regeneradores"  del  país. — El  enciclopedismo  y  la 
Ilustración.- — La  inmoralidad  y  el  sentido  irreligioso. — Aportaciones 
inéditas  sobre  los  intelectuales  del  siglo  y  sus  relaciones  con  la  In- 
quisición :  don  José  de  Yeregui,  don  Félix  María  de  Samaniego,  don 
Tomás  de  Iriarte  y  sus  hermanos ;  don  Ramón  de  Salas,  catedrático 
de  Jurisprudencia  de  la  Universidad  de  Salamanca ;  don  Manuel  de 
Valbuena,  don  José  Iglesias  de  la  Casa,  don  Nicolás  Fernández  de 
Moratín,  Quintana,  don  Juan  Bautista  de  Arriaza,  los  PP.  Moheda- 
nos. — Algunas  referencias  sobre  don  Pablo  de  Olavide,  Benito  Bails, 
don  Juan  Bautista  Muñoz  y  el  P.  Isla    213 

Capítulo  VII. — La  Inquisición,  explicación  de  todos  nuestros  males :  tex- 
to de  Menéndez  y  Pelayo. — La  tradición  literaria  contra  el  Santo 


—  295  — 


MIGUEL  DE  LA  PINTA  LLORENTE.  O.  S.  A. 


Págiaai 

Oficio  en  España  y  en  el  extranjero:  Montano,  Mercier,  la  Enciclo- 
pedia, Raynal,  Bernardino  de  Saint-Pierre,  Leonard  Gallois.  —  In- 
fluencias reformistas. — Don  Francisco  de  Cabarrús  y  Amador  de  los 
Ríos.  —  La  Inquisición  y  nuestra  dramaturgia.  —  La  mentalidad  de 
Góngora  y  un  texto  sobre  Quevedo. — La  Inquisición  y  los  textos  li- 
terarios.— La  Inquisición  y  el  arte  de  la  elocuencia  sagrada. — Algu- 
nos expurgos  literarios :  Carlos  Molineo,  Agripa,  Charrón,  Montaigne 
y  el  Aretino. — Literatura  teológica  heterodoxa. — Fr.  Diego  de  Este- 
lia,  Antonio  de  Guevara,  Luis  de  Molina  y  León  Hebreo. — El  es- 
píritu critico  heterodoxo  y  referencias  sobre  el  Anticristo.— El  Obrc- 
gón,  de  Espinel;  el  Dioscórides,  de  Laguna,  y  el  Examen,  de  Huarte. 
Censura  contra  el  P.  Las  Casas. — Postración  de  nuestra  cultura.— 
Decadencia  de  nuestra  literatura  religiosa. — Los  enciclopedistas. — La 
polémica  de  la  ciencia  española. — La  Inquisición  y  el  florecimiento 
de  la  cultura  nacional. — Un  texto  de  don  Juan  Valera. — ¿La  censu- 
ra inquisitorial,  motivo  de  la  decadencia  española? — Los  hebraístas 
de  Salamanca.  —  Normalidad  jurídica  del  proceso.  —  Limitaciones  y 
tachas. — Censores  y  calificadores. — La  rectitud  de  la  Inquisición. — La 
independencia  científica  frente  a  los  ambientes  universitarios  y  las 
escuelas. — El  dogmatismo,  fenómeno  general  en  Europa  y  en  la  Pen- 
ínsula.— Los  antagonismos  y  los  viceversas  españoles. — La  España 
negra. — La  documentación  histórica.  —  Los  intelectuales  contemporá- 
neos y  los  problemas  de  la  cultura  y  de  la  personalidad  españoles...  259 


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presente  obra  i-La  Inquisición  española  y  los  Problemas  de  la 
cultura  y  de  la  intolerancia-» ,  del  P.  Miguel  de  la  Pinta 
Llórente,  O.  S.  A.,  acabó  de  imprimirse  en  los  talle- 
res de   Gráficas  Valera,  S.   A.,  Libertad, 
número  20  (Madrid),  el  día  dieciseis 
de  julio  de  mil  novecientos  cin- 
cuenta y  tres.  *■  Finito 
libro,  laus  sit  tibi 
ChristoT. 


Reservados  todos  los  derechos 
impreso  en  España